Peronista se nace (si no hay amor que no haya nada)

 



 

Hace cuarenta y siete años fallecía Juan Domingo Perón. Hace exactamente un año, una humilde servidora escribía esto.

 

“Cuenta la leyenda que en el funeral de Perón, que parte de la familia de mi madre lo estaba viendo por televisión, la cámara se detuvo un rato a perseguir a un joven de unos 23 años que se acercó a saludar los restos del General.

 

Se detuvo la cámara en ese joven y lo siguió por un instante, acaso conmovido el camarógrafo por la tristeza de ese muchacho.

 

Era mi padre.

 

Eso cuenta la leyenda, no he tenido nunca prueba alguna de eso que se cuenta, aunque siempre que veo registros del acontecimiento espero ver entre el mar de gente el rostro juvenil del hombre que me dio la vida.

 

Ironías del destino.

 

Ese hombre que lloró por Perón algún día se divorciaría de esa lealtad, seguramente traicionado en su amor por quienes diciéndose peronistas supieron llevarlo, junto a otros millones, a la indigencia, descartándolo del sistema como si de un artefacto obsoleto se tratase.

 

No creo que nunca en su vida mi padre se hubiera imaginado que finalmente alguna de sus hijas se reconocería a sí misma en la doctrina que escribió Perón.

 

Me genera un sentimiento ambivalente.

 

Es este profundo compromiso que me nació desde dentro, del modo más silvestre e irrefrenable, algo que hubiera deseado compartir con mi padre. Pero él tuvo la mala idea de morirse hace demasiado tiempo, cuando ni el germen existía en mí del peronismo que hoy me desborda.

 

Qué falta nos hace el General, qué falta nos hace el Gordo Meza.

 

Y qué falta me hacés vos, mi amor, que fuiste el primero en decirme en alta voz: ‘Pero usted es peronista de toda la vida, ch’amiga. Solo que no ha querido darse cuenta’.”

 

Hoy quisiera retomar brevemente esa idea de mi mentor, quien me sacó la ficha enseguida, cuando hacía horas que me conocía.

 

Fue un sábado a la noche que recibí un mensaje de parte de este señor con nombre de “famoso”, de algún lado me sonaba, luego supe que era el nombre de un productor de televisión que no había tenido mejor idea que llamarse exactamente igual que como se llama mi compañero.

 

La cuestión es que me escribió. Un tipo que hacía más o menos un año me había enviado solicitud de amistad, a quien acepté por afinidad ideológica, por aquel entonces, creía yo, kirchnerista.

 

Recibí su mensaje como una bala, fue así.

 

Siempre me he identificado con esa cita de Cortázar que dice: “Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. Siempre me identifiqué con eso porque fue lo que me pasó a mí. Recibí un inocente mensaje y fue como si la voz de Dios me hubiese gritado en el oído.

 

No importa qué decía, no importa cómo lo decía. Lo único que importa es que ese día supe que ese hombre misterioso era el amor de mi vida, a quien había estado esperando desde siempre y que a su vez me había estado esperando a mí, supongo que esperaba a que estuviera lo suficientemente madura para soportar el peso de este amor que no cualquier cuerpo estaría preparado para llevar con altura porque si algo tiene el amor verdadero es que a menudo es tan intenso que un poco oprime los pulmones, arrebola las mejillas y te hace doler el estómago.

 

Ese sábado nos casamos o supongo que ya veníamos casados, nomás nos faltaba consumar un matrimonio que llevaba siglos, quizás reencarnaciones sucesivas. “He cruzado océanos de tiempo para encontrarte” dice el vampiro y así fue, esperó doce años por mi nacimiento y otros tantos por mi desarrollo y madurez, mientras vagaba por los continentes, esperándome, y cuando finalmente nos reunimos me dijo eso, tan sencillo como cierto: “Pero usted es peronista de toda la vida, ch’amiga, solo que no se ha querido dar cuenta”.

 

Claro, porque el amor pesa.

 

Si amarlo a él pesa, amar a mi patria, a mi doctrina, también. Nunca hemos de subestimar el poder de la negación.

 

Hoy sé que como bien él vio desde el primer día, peronista se nace, uno simplemente se lo niega o lo desconoce, por inocencia o ignorancia.

 

En mi caso, Perón era algo raro, asociado a cosas feas.

 

Por Perón habían matado a parte de mi familia.

 

En nombre de Perón habían condenado a mi padre al desempleo y la precoz obsolescencia.

 

Recuerdo que mi madre siempre contaba que cuando el General murió ella, que tenía trece años, cometió la falta de hacer un comentario acerca del fastidio que le provocaba que el funeral durase tantos días, y bufó revoleando los ojos, lo que le valió que mi abuelo le revoleara a su vez un mate por la cabeza.

 

El abuelo Nino no era un hombre violento, a mi madre jamás le había pegado, pero aparentemente esa falta de respeto lo sobrepasó.

 

El abuelo era un peronista de los de antes, pero era intolerante, no aceptaba que nadie lo contradijera. Hoy lo entiendo, de chica no sabía de qué hablaba ni por qué era tan intransigente en la defensa de Perón. Es que al pobre los hijos le salieron entre zurdos y alfonsinistas, de ahí que se cagara en todo.

 

En la escuela y la universidad eran marxistas o progres, nadie jamás me hubiera orientado.

 

Tuvo que llegar el hombre a mi vida para arreglar todo y también eso.

 

Solo él le puso palabras a este picor del espíritu que hoy tiene nombre. Siempre había estado en la búsqueda de algo, de una filosofía que fuera superior a mí misma y que abarcara más que la reivindicación económica. Hoy sé que mi espíritu tenía sed por la doctrina. Y tuvo que llegar el amor para que pudiera abrirme a ese otro amor superador, el amor por la patria, el pueblo y la nación.

 

Es verdad que antes de saberme peronista me creí kirchnerista y que esa ruta la hallé yo sola, hoy sé que lo que me llenaba del kirchnerismo era la parte de justicialismo que llegó a implementar.

 

Por eso no reniego ni renegaré jamás de mis orígenes en la política, de mi lealtad hacia la década ganada. Sé que yo no hubiera sido capaz jamás de entender el peronismo si no hubiera sido porque antes transité esa etapa.

 

Crecí, y en crecer está la clave para entender, tomar distancia y ver lo que uno deja atrás. Pero también debo decir que en esto también estuvo Dios metiendo mano. Fue él quien puso en mi camino a quien sería mi mentor y mi compañero de vida y es verdad que de no haberme reconocido a mí misma en el kirchnerismo jamás hubiera aceptado aquella bendita solicitud de amistad ni menos que menos, respondido a aquel mensaje privado.

 

No existen las casualidades.

 

El universo es un mosaico o acaso un tapiz del que solo el Creador puede ver el diseño completo y que quizá nosotros veamos de manera fragmentaria, aunque apenas somos una hebra o una pequeña venecita.

 

Así que estaba destinada a ser peronista, nací así, solo me faltaba darme cuenta. Así como nací para mi compañero, mi mentor, mi amante, mi mejor amigo y el hombre de mi vida.

 

Todo tenía que ver con todo, todos los caminos conducen al amor. Al fin y al cabo, el justicialismo, esa doctrina que fundó un hombre cuya siembra recordamos este 1°. de julio, es la doctrina de la justicia social y se basa fundamentalmente en el amor. No se puede ser peronista si uno no conoce el amor. Por eso necesité encontrarme con él, con mi hombre, para poder encontrarme con Perón.


Si no hay amor, que no haya nada, dijo el Pelado.

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