En las últimas semanas me ha tocado más de una vez toparme de frente con el término pick me (traducción literal del inglés “elígeme” —“elegime”, en estas latitudes — o “elíjanme”) dirigido hacia mi persona tantas veces que me vi en la obligación de investigar a qué hace referencia, pues como una categoría en sí misma la frase no me era familiar. De acuerdo con la internet, entonces, el término específico es “pick me girl” y “se utiliza de manera peyorativa para describir a una mujer que se comporta de manera excesivamente complaciente y sumisa hacia los hombres, con la intención de atraer su atención y aprobación”.
Indagando aun más en el
asunto pude además conocer que “El término se utiliza para criticar a mujeres
que priorizan la aprobación masculina por sobre su propia autonomía, autoestima
y bienestar. Se considera un comportamiento problemático porque refuerza
estereotipos de género dañinos, perpetúa la cultura de la sumisión femenina, ignora
los límites y necesidades propias y puede llevar a relaciones unilaterales o
tóxicas”.
En su formulación semántica,
el término sugiere una afirmación de la necesidad de la mujer por someterse
libremente a la voluntad del varón con el propósito de que este la escoja de
entre el montón, de ahí la particular elección de palabras: “elíjanme a mí”.
Esto habla de una supuesta carencia de autoestima de la mujer en cuestión y por
lo tanto, el término en sí mismo presupone la subestimación de la mujer como
sujeto que se entiende incapaz de actuar o formular una opinión que no se
corresponda con la reinante al interior de los dos compartimientos estancos en
los que se divide la opinión, feminismo contra machismo.
Lo llamativo (o no) del caso
fue que siempre que recibí la acusación de ser una “pick me girl”, esta provino
de parte de otras mujeres y todas las veces en el contexto de la expresión de alguna
opinión referida a algún hecho particular en el que una determinada controversia
en redes sociales tuviera como protagonista a algún hombre y de mayor preferencia,
a algún hombre enfrentado a alguna mujer. Así, fui la “pick me girl” en un caso
en el que defendía no a una persona sino al principio constitucional de
presunción de inocencia ante una acusación mediática por parte de alguna mujer
en contra de algún hombre, por ejemplo, en lugar de plantarme en la postura del
“yo sí te creo, hermana” más que esperable en esta época.
Pero también fui una “pick
me girl” cuando en una discusión sobre un hecho objetivo de la realidad le di
la razón al hombre en lugar de a la mujer o cuando osé pronunciar sentencias
temerarias tales como “no es verdad que todos los hombres sean violadores por
el mero hecho de ser varones” o “no es cierto que todos los sacerdotes sean
pedófilos” o “las mujeres trans no poseen igualdad de condiciones físicas con
las mujeres biológicas y por lo tanto no deberían de competir con estas en certámenes
deportivos”, “exponerse desnuda en plataformas de prostitución virtual para
placer de los varones no es una forma de liberación de las garras del
patriarcado opresor”, “las mujeres también pueden mentir o incurrir en el falso
testimonio y no son criaturas buenas per se por el mero hecho de ser mujeres”
u otras cosas por el estilo.
De acuerdo con la moral
progresista que practica el indignismo en redes sociales como deporte favorito,
entonces, toda vez que deliberadamente cometa la osadía de correrse un ápice
del discurso hegemónico del feminismo y disentir en algún punto con la bajada
de línea provista por los intelectuales orgánicos del progresismo globalista,
una mujer estará necesariamente siendo coaccionada por la contrahegemonía anti-woke y sencillamente será que la pobre se muere por acaparar la atención de los varones
cuyo interés principal es someter a la mujer y reducirla a una suerte de “negro
del mundo”, en palabras de ese talentosísimo intelectual progre que se llamó
John Lennon. “La mujer es el negro del mundo, es el esclavo de los esclavos y
si no me cree, mire a la que tiene Ud. a su lado”, decía el poeta de Liverpool
en su etapa de neoyorquino solista.
No, la mujer no puede poner
en cuestión por sí misma el paradigma ideológico, debe someterse a él
completamente o caso contrario, estará atentando en contra de su propia
autonomía y bienestar, reproduciendo estereotipos de género tóxicos y véase
bien, sometiéndose ante el patriarcado opresor. Hay que someterse al discurso feminista
para no someterse ante el machismo, digamos, aquí no entiende el que no quiere.
La situación se torna
orwelliana, bien mirada la cosa: la guerra es la paz, la libertad es la
esclavitud, la ignorancia es la fuerza y la sumisión es la insumisión. En tiempos
de sobreexaltación del empoderamiento femenino, nadie quiere ser la pick-me de
nadie porque nadie quiere resultar señalada con el dedo como aquella que está
buscando la aprobación masculina, incluso aunque en el camino de su “liberación”
deba buscar obligadamente la aprobación de otras mujeres o más precisamente, de
los intelectuales orgánicos (varones y mujeres) del progresismo. No existe en
el menú la opción de no buscar la aprobación de nadie sino de simplemente
pensar lo que a uno le dé la regalada gana.
Si un hombre dice que dos
más dos es cuatro y la mujer dice que para ella se puede interpretar que dos
más dos también puede leerse cinco, la postura natural de toda mujer deberá
obligatoriamente ser la defensa con uñas y dientes de la “interpretación
alternativa” propuesta por otra hembra, biológica o autopercibida, independientemente
del valor de verdad de los asertos. Porque en la era de la posmodernidad todo hecho
es opinable y no existe la realidad objetiva sino apenas lo que cada quien interprete
de ella… Siempre y cuando esa interpretación no se salga del molde
preestablecido por la policía del pensamiento. Eso sí, la guerra de los sexos
es incuestionable.
En ese sentido, la pick-me-girl es la nueva “conspiranoica”. Si durante la tristemente célebre época de la
pandemia de desinformación y terrorismo sanitario consecuencia de la epidemia
de gripe de 2020 el propio sistema se encargó de condenar al virtual ostracismo
social a todo aquel que tuviese la mínima intención de cuestionar aunque fuera
solapadamente cualquiera de las actitudes autoritarias de los gobiernos ante la
novedad, o el relato oficial acerca del origen de la enfermedad o la efectividad
de las inyecciones experimentales como método de prevención de los contagios, o
cualesquiera otros aspectos turbios del asunto, hoy la misma mecánica se reproduce
en una escala menor dentro de las redes sociales.
Son las propias mujeres las
que señalan a las díscolas y las exponen ante otras bajo el señalamiento de una
actitud de pick-me, para que de manera automática la opinión de las rebeldes
pase a considerarse materia de conspiranoia y por lo tanto, de desecho. De esa
manera, el propio sistema se purga a sí mismo de esa presencia perniciosa para
toda hegemonía consistente en la existencia de sujetos capaces de un pensamiento
crítico.
La pick-me de hoy es la “terraplanista”
y “bebedora de lavandina” de ayer y de seguro tendrá otro nombre en el día de
mañana. Lo que es seguro sin lugar a dudas es que la realidad como criterio de
verdad viene en retroceso en el discurso hegemónico de la sociedad posmoderna y
la libertad es una quimera cuando el propio sistema está diseñado para expulsar
por sí solo todo intento de crítica. La acusación de pick-me, que antes se
llamó “antivacunas” o “conspiranoico” no es otra cosa que un tapabocas social destinado
a evitar el contagio de ideas ajenas al discurso considerado hipócritamente
como “sano”.
En ese contexto de censura y
represión psicológica constante, asfixiante y ajeno al desarrollo de todo
pensamiento original, aún existen sujetos a quienes sorprende que las nuevas
generaciones sientan que pueden morir en defensa de las ideas de la libertad,
al menos de una libertad ficticia, no de hacer sino de decir y sobre todo de
pensar lo que a cada uno se le da la regalada gana. Quien quiera oír que oiga,
cualquier semejanza con la realidad no es mera coincidencia.
Es lo que a muchos les cuesta entender, que tengamos este gobierno tan nefasto y empobrecedor es consecuencia de la semilla que sembraron los que en teoría se oponen. Pero andá a hacerles entender.
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