La era de las redes sociales ha iniciado un
juego de roles que desde el punto de vista sociológico resulta interesante. En
las redes sociales todos se animan a ser lo malos que no son en la vida real, porque
probablemente sepan que si lo fueran se comerían una piña cada dos por tres. Pero
también las redes sociales replican el modo de interacción natural a todos los
grupos humanos, con líderes positivos, líderes negativos y seguidores.
En la contienda política, por otra parte,
las redes sociales han contribuido a la conformación de hinchadas que se mueven
como masa y practican el “aguante” de la manera más irracional.
A esto le llamo la riverboquización de las discusiones o para resumir, el
riverboquismo.
La lógica de la “grieta”, cuyo propósito no
es otro que dividir a la sociedad en compartimientos estancos para que se
saquen los cuernos mientras el saqueo pasa, implica necesariamente la
exacerbación de un estado de cruzada latente, en el que cada aspecto de la
realidad se debate en la arena pública en una lucha encarnizada como si la vida
se fuera en ello. El “aguante”, ese término proveniente de la jerga del fútbol,
es la práctica irracional de vivar ciegamente pase lo que pase y las consecuencias
están a la vista: la riverboquización de la discusión política ha transmutado a
la cosa pública en un significante vacío. No importa a favor de qué equipo se
hinche, lo importante es hinchar, practicar el aguante como si de una tribuna
de fútbol se tratara.
Pero es un error.
El fútbol es por naturaleza el ámbito de la
pasión, el terreno ideal para que allí se canalice la parte irracional del ser
humano. O del ser argentino. El hincha del fútbol practica el aguante, “banca”
a su equipo pase lo que pase, gane o pierda y juegue como juegue. El club de
fútbol es para siempre, uno nace de Boca y muere de Boca, nace de River y muere
de River aunque su equipo se vaya al descenso o aunque pierda una final
histórica. No se cambian los colores porque el equipo pierda, la camiseta es
para siempre.
Pero ojo, que el hincha también puede
putear a su equipo cuando este se manda cagada tras cagada, eh. Y también las
bases pueden presionar de abajo hacia arriba para que el técnico se las tome o
para que se ponga las pilas. Pero esa es otra cuestión. Asumamos a fines de
análisis que el fútbol es la válvula de escape de las pasiones más irracionales
y animales del ser humano.
La política, en cambio, es la arena de la
razón. Un pueblo que no sabe lo que le conviene está condenado a ser colonia.
Un pueblo que se comporte como masa emotiva no tiene la capacidad de dirigir su
propio destino, pero para que la masa ascienda a pueblo es fundamental que esta
goce de una pedagogía clara y activa, constante, una educación en doctrina que
le enseñe no a vivar, sino a pensar.
Aquí voy a hacer una pequeña digresión, porque
me parece importante.
Existe en la historiografía argentina una
vieja discusión acerca de los orígenes del peronismo. Desde el derrocamiento de
Juan Perón en adelante, muchos historiadores se han preguntado por qué los
argentinos se volcaron hacia el peronismo, por qué el pueblo argentino apoyó a
Perón.
Dos escuelas se han destacado en el debate,
la primera representada por el sociólogo gorilón Gino Germani, quien subestimó sistemáticamente a la
clase trabajadora argentina, asumiendo que quienes apoyaron a Perón fueron los “cabecitas
negras” migrados desde las provincias del interior hacia la Pampa Húmeda,
personas supuestamente ignorantes, “heterónomas” y sin “conciencia de clase”,
que habrían adherido a Perón por analogía entre este y un patrón de estancia,
por su carisma y su carácter “paternalista”. Algo parecido a lo que John Lynch
hizo con Juan Manuel de Rosas, una verdadera risa.
Más tarde, los historiadores más cercanos
al marxismo como Juan Carlos Torre, Juan Carlos Portantiero y Miguel Murmis van
a echar por tierra esa división entre la “vieja clase trabajadora” europea y
marxista y la “nueva clase trabajadora” cabecita y peronista, demostrando que en
1945 no existía esa división interna y situando entonces el apoyo a Perón en las
reivindicaciones propias de la labor del líder como secretario de Trabajo y
Previsión.
Pero fue el historiador británico Daniel
James quien dio en la tecla al descubrir que estos últimos incurrían en lo que
James denomina “instrumentalismo materialista”, es decir, en el reduccionismo.
Pues reducir la lealtad peronista a las vacaciones pagas o al medio aguinaldo
resulta inverosímil, nadie va a dar la vida por un aguinaldo y los peronistas
sí hemos dado la vida por Perón. Pero, ¿por qué lo apoyamos? Bueno, pues, porque el peronismo
es la fe popular hecha un partido en torno a una causa de esperanza que faltaba
en la patria, o como lo explica James, porque este fue capaz de traducir en palabras
y elevar a la arena pública la experiencia de ignominia a la que la clase
trabajadora fue sometida hasta el advenimiento de Perón y porque resignificó la
noción de ciudadanía, otorgándole a esta la dimensión económica y social que no
tenía antes de 1945.
Dicho de otro modo, Perón elevó a la masa a
la condición de pueblo. El pueblo argentino no amó a Perón por lo que dijo o
por su carisma paternalista, pero tampoco lo hizo por el aguinaldo. El pueblo argentino
amó a Perón por lo que hizo, por la dignidad que le ofreció, medible en número
de comidas al día, en número de estudiantes universitarios, medible en ahorros
acumulados, medible en vacaciones disfrutadas, en aumento de los puestos de trabajo
y en la industrialización de un país que no paraba de crecer. Eso fue lo que
hizo Perón, no solo otorgar el aguinaldo. Perón organizó a la comunidad en torno
a una doctrina de justicia social y amor. Y esa cultura política que nos enseñó
Perón es la que la lógica de la grieta vino a erradicar a través de la
riverboquización de los debates públicos.
Pero eso no es todo; la lógica de la riverboquización
implica también que en el camino de hacer el aguante los seguidores incurran a
menudo en la obsecuencia ciega respecto de los líderes del grupo, se trate de
altos funcionarios partidarios, de periodistas “amigos”, de tuiteros de
renombre o de quien se trate. A ese estado de obsecuencia le llamo yo el
felacionismo.
Este consiste como su nombre lo indica en
la vocación de chuparle la pija a cualquiera que nos caiga bien. Puede
significar la práctica del culto a la personalidad de un líder político, la
defensa a ultranza de un medio de comunicación que uno considera “del palo” de
las propias “ideas” o mejor dicho, que uno cree que viste la misma camiseta que
uno. Puede ser el influencer que más le sea a uno de preferencia.
Practicamos la felación a ciegas, no importa con qué nos salga el felado,
nosotros se la chupamos igual.
Pero la lógica de la riverboquización ha
creado un nuevo monstruo, que es el demócrata bloqueador serial.
Como decía más arriba, las redes sociales
habilitan ese anonimato que escuda a la persona. Uno por regla general no va a
averiguar la dirección de la casa de todos los nabos que lo han guapeado por
Facebook o Twitter para cagarlos bien a trompadas como parecerían merecerse. Y
entonces en las redes sociales los cobardes se ceban, impostan una guapeza que
en la vida no solo no tienen sino que no sueñan tener.
Y por si el agredido, insultado, molestado
se llegare a defender, existe el bloqueo.
Claro, en la vida real los cobardes no se
hacen los pillos por temor a comerse una ñapi en la jeta pero en las redes
sociales además pueden esconderse bloqueo mediante para no tener que bancarse
un vuelto.
Me pasa todos los días, cada día hay alguno
que me bloquea porque no se aguanta lo que tengo para decirle. Por lo general
son personas que me vienen a increpar pero no saben cómo reaccionar cuando me
defiendo. En todos lados se cuecen habas, cobardes del mundo virtual también
los hay. Por regla general se disfrazan de paladines del diálogo, de la
democracia y de defensores de la libertad de expresión, pero en la práctica ejercen sistemáticamente la censura con el fin de anular el debate.
Y así retroalimentan la lógica del riverboquismo,
se encierran en su compartimiento para seguir “bancando los trapos” irreflexivamente.
Son los que en la lógica de la cancha tiran
la primera piedra y luego se esconden detrás de la barra cuando los de en frente
se les vienen encima. Cagoncetes de poca monta.
Pero todo esto es un artificio.
Si no recuperamos la dimensión racional de la
política estamos en el horno.
No podemos pensar la política como pensamos
el fútbol. Si no nos corremos de la lógica de la hinchada vamos a terminar
matándonos entre nosotros en una batalla campal, sin ver que quienes dirigen el
partido permanecen indemnes y a menudo atizan el conflicto para sacar
beneficio.
Hoy, por ejemplo, nos están instalando que
Sergio Massa debe ser presidente de la Nación los mismos que de esa hinchada
puteaban a Massa hace apenas unos años. Falta poco para que quienes aún no
hayan incurrido en el felacionismo desembozado lo hagan, de repente vamos a
verles a todos las comisuras blanquecinas y será de tanto mimar a Sergio Massa.
Y guay de quien se atreva a abrir la boca,
pero para denunciar la operación de entrega del país con moño y todo, guay.
Muchos bloqueos le esperan al que no se sienta
ni de River ni de Boca y siga diciendo, hoy y siempre: yo, argentino.
La "riverboquización" (o la "grieta" insuflada mediáticamente y relegada a las figuritas politiqueras de cotillón de cada coyuntura) no debe nublar nuestra rica historia de antinomias, en especial la de Patria y Anti-patria.
ResponderEliminar"El peronista trabaja para el Movimiento. El que, en su nombre, sirve a un círculo o a un caudillo, lo es sólo de nombre"
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