(Publicada en la Revista Hegemonía, septiembre de 2021)
En los programas de Historia Argentina II de las universidades nacionales en nuestro país es frecuente encontrarse el nombre de Daniel James, un historiador británico que precisamente por no haber vivido el peronismo, sino por haberlo visto desde fuera, ha sido capaz de estudiarlo de un modo preciso y aséptico de toda la carga emotiva positiva o negativa que los argentinos no podemos evitar volcar hacia un objeto de estudio que nos atraviesa enteramente hasta el día de hoy y sigue ordenando luego de más de setenta años el espectro de las lealtades políticas en nuestro país.
Es James el autor de categorías de análisis del peronismo tales como la de “ciudadanía”, entendida en un sentido ampliado no solo político o civil sino propiamente económico o “impacto herético” del peronismo, en el sentido de la capacidad efectiva de subvertir el orden establecido de su época para producir en manos de la masa ascendida a pueblo un nuevo orden de cosas en el que la experiencia de ignominia que se había radicalizado sobre todo a lo largo de la llamada década infame pasa al olvido a través de la toma del espacio público por parte de ese actor colectivo que es el pueblo peronista.
En lo particular, desde el punto de vista de una persona que ha estudiado la historia como auxiliar de la literatura, un académico como James, agudo y que sabe escribir, resulta estimulante aunque uno quizás pueda no coincidir ciento por ciento con su perspectiva, pero ello no lo desacredita como profesional, sus observaciones han tendido siempre a la originalidad, lo que las hace interesantes.
El caso es que desde hace algunos días ha sido frecuente encontrarse sobre todo en las redes sociales y entre el público politizado, que sin duda es una minoría muy específica, con interpretaciones que giran en torno al mismo concepto, el de “materialismo”, aunque a menudo con signos opuestos, a veces argumentando que determinados análisis de la coyuntura incurren en el “materialismo” y otras veces afirmando lo contrario. Y es precisamente ese concepto uno de los centrales en la interpretación del peronismo por parte de Daniel James, quien en un bello texto titulado “17 y 18 de octubre de 1945” publicado en 1987, en una vieja revista de análisis político que se llamaba Desarrollo Económico, discutía con lo que él dio en llamar materialismo reduccionista, instrumentalismo materialista o reduccionismo instrumentalista, todas variantes del mismo concepto que él atribuía a los historiadores marxistas o filomarxistas. Una categoría interesante que resultaría de utilidad resumir aquí.
Afirma Daniel James que una parte de los historiadores que lo antecedían en orden cronológico en el estudio del peronismo, tales como Juan Carlos Portantiero o Juan Carlos Torre, habían dejado trunco el análisis del impacto herético del peronismo, poniendo el énfasis de manera exclusiva en la cuestión instrumental, en el hecho de que, secretario de Trabajo y Previsión mediante, los trabajadores habían obtenido reivindicaciones laborales que por muchos años habían demandado sin que otro actor político les hiciera caso.
Y supuestamente por eso los trabajadores argentinos habían sido peronistas, abrazando entonces una lealtad que en más de una etapa de la historia significó en virtud de la misma la realidad de que un trabajador debía estar dispuesto a darlo todo, incluso la vida. Parecía una explicación insuficiente, nos advertía James, nadie muere en el sentido más estricto y literal de la palabra por el medio aguinaldo o las vacaciones pagas, de seguro debía de haber algo más profundo que explicase de modo más convincente y cabal la identidad peronista de los trabajadores argentinos. Esa interpretación filomarxista de dar la vida por las vacaciones tendía entonces al instrumentalismo materialista y al reduccionismo, acotando una cuestión compleja a una sola arista de las múltiples que en rigor de verdad poseía.
Y entonces en ese texto y en otros James indaga los motivos culturales de la adhesión al peronismo y encuentra entre otras cuestiones que “con Perón todos éramos machos”, al decir de un trabajador de la época. Es decir, que el peronismo fue capaz de dar al trabajo la dignidad del reconocimiento como motor vivo de la patria y a los trabajadores, como unidad mínima de la comunidad organizada y de las agrupaciones que la componen, tales como las organizaciones gremiales sindicales o empresarias.
En la sociedad peronista el individuo no es un individuo arrojado al mundo sino que resulta contenido por la comunidad y esa contención no solamente posee una dimensión económica —es decir, material— sino, y sobre todo, incluye una dimensión cultural y ética, pues el individuo no se realiza si antes y en simultáneo no se realiza la comunidad toda, lo que con belleza poética un Leonardo Favio resumió en su célebre sentencia: “Nadie puede ser feliz en soledad”. Ese es el límite del instrumentalismo materialista.
Pero a la vez sí existe una dimensión pragmática del peronismo, que está tan íntimamente entrelazada con la moral peronista que a menudo se pierde de foco porque se puede dar por sentada: mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. Tratemos de comprender lo anterior a través de un ejemplo.
Y uno tan bueno como cualquiera pueden serlo los resultados obtenidos por el oficialismo en la pasada elección primaria del 12 de septiembre, resultados adversos que solo hubieran podido sorprender a los sobreideologizados que creen que son la medida de todas las cosas. El pueblo no entiende de colores políticos ni le interesan y eso está bien, entiende de saldos en la SUBE, comida en la mesa y heladeras vacías o llenas, de asados y de juntadas, de fiestas de quince o de dieciocho, de vacaciones en Mar del Plata y de si le roban o no. El pueblo no entiende de pandemias ni de macrismo, sino de changas o ausencia de ellas, de trabajo, de la ética de quien hace fiestas mientras otros no pueden velar a sus muertos y de ser libre o no serlo.
Cuando en un contexto como el de la última campaña política alguien criticaba la ausencia de toda visión de futuro, por ejemplo, quizás podía hacer mención de hechos concretos que no tienen ocurrencia en la actualidad y cuyo suceso no pareciera ser inminente, como por ejemplo un plan de poblamiento del territorio, planes de vivienda, o lisa y llanamente la creación de empleos que permitan a la población una vida medianamente previsible, estable y con proyección a futuro. Ya ni siquiera se nos promete eso ni se nos ofrece un discurso que apunte a fortalecer ese horizonte de posibilidad en nuestro imaginario como pueblo.
Y no es una cuestión puramente económica o material. Cuando hablamos de la ausencia de horizontes de posibilidad no hablamos única y específicamente del precio del salario, sino que discutimos su valor como ordenador social y el valor del esfuerzo de todos los argentinos que nos matamos toda la vida trabajando de los que sea o estudiando en una universidad para llegar a la madurez disgregados y sin la posibilidad de planificar nuestro futuro no solamente desde lo material, sino también desde lo cultural, pues vivimos en una patria en la que ya no se discute la justicia social, en la que nos venden sucedáneos de satisfacción o “ampliación de derechos” como eufemismo para agenda de minorías porque no nos pueden ofrecer comunidad, libertad, organización, una idiosincrasia común, valores éticos que rijan nuestra vida y nuestra conducta y nos brinden la esperanza de un presente en el que nuestras condiciones de vida sean dignas y proporcionales a nuestros esfuerzos y con la posibilidad aunque sea remota de un futuro de crecimiento y desarrollo de la patria en su conjunto pero de los individuos también, en el marco de una comunidad organizada.
“Eso es materialismo”, se nos dice, y en sentido contrario algunos se atreven a afirmar tímidamente: “no es por ser materialista pero…”.
Y es que no lo es, exigir una vida cómoda no es materialismo, es dignidad. Poder planificar, ahorrar, tener un hogar, no son lujos ni son ambiciones excesivas, son derechos. Son la justicia social de la que ya no se habla, reemplazada por cuanto concepto de minorías esté de moda en el momento. Y si se nos acusa de materialistas por soñar un presente medianamente organizado y próspero, bueno, pues, será que uno es un vil materialista. Pero el pueblo quiere vivir bien, vivir en paz, que nadie lo moleste, que lo dejen trabajar y que su trabajo se traduzca en progreso en sus condiciones efectivas de vida, y no va a dejar de querer eso porque se le antoje a un puñado de iluminados que por perseguir su bienestar y el de cada uno de sus compatriotas uno es materialista.
Es que después de todo nos lo merecemos. Nos merecemos vivir bien como se lo merecen todos los que se matan laburando toda la vida. Es un derecho como seres humanos pero además vivimos en una tierra en la que existen las condiciones de posibilidad de una vida holgada al alcance del pueblo.
Porque además ya lo hicimos.
Si nuestros abuelos analfabetos o con la primaria a medio hacer pudieron asegurarse un porvenir para ellos y para sus hijos, humilde pero seguro, de mínima con un trabajo y un techo encima de la cabeza ha sido porque por esta tierra pasaron Perón y Eva, porque más allá del aguinaldo y las vacaciones el peronismo le otorgó al pueblo argentino el bastón de mando de su propio destino, le demostró su valía y a cambio de ella le prodigó como premio la dignidad no solo de saberse un actor fundamental de la revolución de los pueblos libres sino además, en el plano más prosaico, de una vida tranquila con comodidades tangibles y sí, materiales.
Si ya lo hicimos, ¿por qué ahora resulta que pedir una vida ordenada y un horizonte de futuro de repente se volvió gorila o materialista? Evita diseñó para los grasitas un chalé igualito al que se veía en las películas norteamericanas, y eso era porque ella supo que aquello también era amor. Porque el hogar es la unidad elemental de la comunidad, donde moran nuestros niños y nuestros ancianos, los únicos privilegiados. Donde durante la cena nos reunimos a charlar y a soñar un futuro, donde las madres peronistas adoctrinan a los hijos en el amor a la patria, el valor del trabajo, la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.
No es ser materialista decir que nuestros jóvenes piensan en emigrar porque no se ven progresando en la tierra que los vio nacer, eso se llama realismo y tenemos que ver el modo de cambiarlo, en todo caso, no se puede tapar el sol con la mano.
Son extrañas algunas acusaciones como la de gorilas o materialistas dirigidas hacia quienes humildemente predicamos la necesidad de volver a comprender la dimensión disruptiva cultural, política, y económica también, del peronismo.
Estamos adentrándonos en un tiempo oscuro, en el que necesitaremos estar más unidos que nunca. No es momento de revolearnos acusaciones y medirnos mutuamente. Tras este interregno de anomia que pareciera haber sucedido a una derrota electoral que hundió a la coalición oficial pero también aparentaría pretender llevarse a la tumba de la política al peronismo como identidad, es preciso que nos pongamos a la tarea de la construcción, la congregación, la incorporación de muchos compañeros que van a ir acercándose con una mano atrás y la otra adelante. Va a haber muchos que se van a arrimar porque van a necesitar un abrazo, la contención de un compañero.
Sí, les hemos dicho que el gobierno no era peronista, les hemos dicho que pin y que pan, pero ellos también fueron estafados en su lealtad y en su buena fe. Les dijimos que se equivocaban y quizás no oyeron, pero eso no les amerita el escarnio ni el reto, a nadie le gusta que lo reten por los errores que cometió. ¿Que no habrán leído a Perón tantas veces como los iluminados? Probablemente, o quizás sí pero se confundieron o no supieron ver o no quisieron; no importa, pero tenemos que dejar de apuntar con el dedo, bajarnos del pedestal y acoger, dejar de medirnos entre nosotros y hablarle al pueblo en su idioma, sin sectarismo repelente, sin conceptos abstractos y sin la exquisitez que tanto nos gusta ejercer de señalar con el dedo. Nadie es Perón salvo Perón, pero los que somos peronistas tenemos que volver a ascender a pueblo, es preciso que recordemos que antes de eso Perón reunió a todos los trabajadores.
Antes de ascender a pueblo tenemos que empezar por ser masa, que no lo somos porque estamos disgregados e insistimos en seguir agrietando la comunidad. Somos un mar de islas y todavía hay quienes pretenden repeler los islotes que se van acercando, fluyendo a la deriva como han quedado.
Y cuando planteamos que hay que hablar al pueblo en su idioma decimos eso, hay que hablar más del trabajo, de la patria, del amor, del hogar y de un futuro en el corto plazo en el que le sea dado a un trabajador en primer lugar comer todos los días, hacer un asado y guardar todos los meses para la cuota de la moto o para las vacaciones. Eso no es instrumentalismo materialista, eso es justicia social. Si nos dejamos de hablar un poco acerca de los masones o del sionismo o de otras cuestiones que resultan extrañas al lenguaje del pueblo llano y hablamos más de que es necesario que a un laburante no le roben los trescientos pesos que tiene en el bolsillo o la bici que usa para ir a trabajar quizás logremos volver a acercar a los argentinos, a convocar a la masa para luego, a través de nuestra doctrina, ascender a pueblo y reconstruir el peronismo que supimos tener.
Ya los hicimos, podemos volver a hacerlo, pero para ello debemos en primer lugar bajar la guardia, dejar de vernos entre nosotros como enemigos y convocarnos. Porque para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino.
Que se acuse de materialista a alguien que hable de la necesidad de organizar la realidad material de una sociedad me resultaría chocante, sobre todo teniendo en cuenta que hay muchísimos compatriotas que no tienen techo o una canilla con agua. Y como vos dijiste, lo material no sólo es material sino que muchas veces es dignificante, como los juguetes que regalaba Eva.
ResponderEliminarPoder tener una realidad material acorde a los tiempos que corren también es sentir que se está haciendo justicia. Uno siente que tiene derecho a determinado nivel de confort porque ve y compara. Como dice Guillote: un pez no le dice al otro "qué mojado que estás"...
Y a su vez creo que para tener una mejor vida interior es preciso tener ordenado el entorno material. Si no tenés para morfar o para darle medicamentos y útiles a tus hijos, o se te inunda la casa cada vez que llueve, veo mucho más difícil que te pongas a pensar en la diferencia entre el impresionismo y el cubismo. A alguno le sonará gorila lo que acabo de decir pero creo que a cualquiera que estuviese en una situación así la urgencia económica le nublaría el resto de sus apetencias.
Pareciera que sólo hay que conformarse con lo simbólico. A eso se juega hoy. Como ese viejo apotegma de la izquierda (en la cual me crié) de que "la inseguridad se combate con educación"... claro, seguro, la ves pasar siempre, toda la vida con la ñata contra el vidrio, y quieren que no hagas quilombo...
Me parece que los que piensan así son de ese tipo de gente que te dona un pantalón roto y pretende que encima se lo agradezcas. Que te conformes con sucedáneos; como las zapatillas de la Tolosa Paz, ¿vio?, que son más baratas que sus uñas. Te quiero ver yendo a cenar con Albistur, calzando un par de ésas.