Este 17 de octubre es un día agridulce. Otro día de la Lealtad sin un gobierno peronista, sin justicia social, sin un pueblo feliz y con el movimiento intrusado por la socialdemocracia y la progresía anglófila.
Es un día agridulce porque a pesar de que nuestro movimiento vive y seguirá latiendo mientras tengamos un hálito de vida quienes sentimos el peronismo con toda la fuerza de nuestro corazón, seguimos asistiendo a nuestro propio peligro de extinción sin que nada podamos hacer al respecto.
En ese sentido es envidiable la suerte del oso polar que naufraga solitario en un bloque de hielo que deriva por el mar Ártico, o del koala aferrado a un eucalipto en la árida Australia. Ellos no saben que son los últimos de su especie ni saben que existió una época gloriosa en la que su hábitat permanecía inalterado y sus congéneres se contaban por millares. Los peronistas tenemos esa mala suerte, sí somos capaces de ver el berenjenal en el que estamos metidos.
Porque una vez más y esta vez con mucha más profundidad, el pueblo va a repudiar al peronismo.
Ya pasó en la década de 1990, pero creo que hasta cierto momento nada más, las mayorías hubo un momento en el que adhirieron al consenso en torno a la idea de que rifar el patrimonio de la patria, dinamitar el aparato productivo y sumir a los argentinos en la más oscura miseria no era peronismo.
Hoy no pasa eso, la Unión Democrática versión 2.0 está más envalentonada que nunca, todo el arco político se empeña en destruir al peronismo, porque este constituye la última barrera de contención contra el Estatuto Legal del Coloniaje versión 2.0.
Y así estamos, en esta etapa en la que el pasado no deja de reverberar en el presente. Mientras que unos se visten con el manto del peronismo para, en palabras de Enrique Santos Discépolo, llevarlo arrastrando por todos los caminos, eligiendo de los caminos —con una preferencia miserable— aquellos que tenían más barro, otros se encargan de señalar: “¿Vieron que teníamos razón en decir que el peronismo era una calamidad?”.
Son la dos caras de la misma moneda, la operatoria está perfectamente orquestada.
Así que la cosa está muy peluda, en este tiempo el cautivo en alguna isla remota no es el General Perón, es el peronismo. El enorme problema es que el pueblo no se ha enterado, porque pusieron a un impostor a imitarlo desde el balcón que da a la Plaza de Mayo, donde vocifera a los gritos pelados sin que en rigor de verdad nadie le preste atención.
Y este impostor nos dice frases que suenan remotamente al peronismo, pero solo remotamente, sin que lleguemos a identificar bien por qué no nos suenan naturales. Pero algo no nos cierra.
¿Vieron ese capítulo de Los Simpson en el que el Señor Burns quería adoptar a Bart y para condicionarlo en contra de su familia montaba una filmación falsa en la que actores profesionales imitaban a Homero, Marge, Lisa y Maggie? El chico veía la escena y algo no le cerraba porque aunque de manera muy intuitiva se daba cuenta de que esos imitadores hacían cosas que no eran naturales a las personas que decían ser. Pero no le quedaba otra que aceptar la representación como si de la realidad se tratara, porque no tenía elementos para dudar de ella.
Eso le pasa al pueblo hoy, que sabe intuitivamente que esto no es peronismo pero que no tiene elementos para dudar, pues todos dicen que esto es peronismo, tanto los detractores como quienes lo apoyan.
Y después estamos nosotros, los que aún tenemos la bendición de no haber olvidado que allí donde no hubiere soberanía política, independencia económica ni justicia social no hay peronismo, porque para el peronismo mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Y aun hilando más fino, no hemos olvidado qué significan los conceptos de independencia económica, soberanía política y justicia social.
Y no es por iluminados, nadie se cree más de lo que es, sencillamente algunos tenemos más herramientas para discernir en esta materia, no por ignorancia de las mayorías sino por esa honradez del que no desconfía de la palabra de quien se la pasa llenándose la boca con palabras rimbombantes que resuenan levemente a peronismo.
De a poquito nos cambian piezas en el rompecabezas por piezas que tienen más o menos la misma forma aunque quedan algo flojas y aunque todas juntas formarían una figura muy distinta de la actual, acaso opuesta en su sentido intrínseco. Nos cambian la justicia social por la “ampliación de derechos”, la independencia económica por la “inclusión en el contexto global” y nos cambian las soberanía política por el “Estado presente” y no estamos viendo que detrás de ese discurso lo que se esconde es el globalismo, el coloniaje, la sujeción, la sumisión a los poderes oligárquicos, los privilegios de minorías y en definitiva la injusticia.
Porque no hay justicia social posible sin independencia ni soberanía, ese es el abecé del peronismo y por eso es que los intrusos no pueden hablar de justicia social.
Ese es el estado actual de las cosas, el pueblo está empezando a repudiar la palabra peronismo porque ya identifica a los intrusos como peronistas y sabe, porque no es tonto, que esto no está bien, que lo que está pasando en nuestro país es inmoral y que hay que repudiarlo. En esas estamos, por eso somos una especie en extinción.
A menos que ocurra un milagro, claro, y eso también es posible porque los milagros existen.
Lo que caracteriza a esta época es que el pasado no deja de volver, de aquí saldremos habiendo vuelto a 1930 o a 1945, dependiendo de hacia dónde caiga la moneda que está en el aire. O volvemos a la década infame y al modelo oligárquico de fraude o volvemos a liberar ya no al Coronel Cautivo sino directamente al peronismo que permanece solo y espera.
Y este 17 de octubre no quiero ser original, sabemos todos que no ha existido en estos setenta y seis años definición más hermosa ni más vívida que la de Raúl Scalabrini Ortiz para describir ese 17 de octubre. Huelgan más palabras cuando ya alguien dijo todo mucho mejor de lo que uno será capaz nunca.
“Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de resto de brea, de grasas y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años, estaba allí, presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo”.
¿Qué se puede agregar a tremenda declaración? Quitarle o sacarle nada sería sacrilegio.
Solo quiero limitarme a repetir esa idea de que en porfiados no nos gana nadie, los peronistas no conocemos el significado de darse por vencidos. Nosotros pusimos el cuerpo ese 17 de octubre, pusimos el cuerpo para defender al General durante la Fusiladora y después, en el Onganiato, el genocidio, la década perdida del entrismo neoliberal. Siempre pusimos el cuerpo, los muertos, las bolas y los ovarios. No nos vamos a dar por vencidos.
El subsuelo de la patria está en ebullición, tenemos que hacer usufructo de esto que tenemos como capital, que es la historia, es la verdad de los pueblos libres. Ya lo hicimos, podemos volver a hacerlo. Porque lealtad no es conveniencia, no es declamación simbólica o ideológica cuando las papas queman y las encuestas no acompañan.
Lealtad es eso que nos obliga a no darnos por vencidos jamás, a seguir peleando aunque sabemos que estamos en un iceberg a la deriva y somos los últimos ejemplares de una especie en peligro de extinción. Lealtad no es conveniencia, lealtad es darlo todo aún a sabiendas de que no se puede ganar porque no luchamos contra carne ni sangre y tenemos todas las de perder, pero aun así seguimos peleando, nomás de porfiados.
Porque entre nos, el 17 de octubre no estábamos seguros de que lograríamos cometido de liberar a nuestro líder pero, ¿saben qué? Nos importó un pito y fuimos igual.
Fuimos y vencimos, porque amábamos aquello que ese líder representaba, amábamos a la patria. Y amar a la patria no es amar sus campos o sus casas, es amar a nuestros hermanos de nación.
Maravilloso. Comparto en Fb.
ResponderEliminarY yo agregaría: lealtad no es obsecuencia. O mejor dicho: lealtad a una causa no es obsecuencia para con un caudillo.
ResponderEliminarTodo esto empezó a irse a la m... (perdón, no tengo la versatilidad de tu prosa) cuando empezamos a confundir la épica -que toda causa justa precisa- con romantizarlo todo, el "fugar hacia delante" con ponerse las anteojeras seissieteochescas y, por sobre todas las cosas, cuando dejamos de preguntarnos por qué apoyábamos a tal o cual. Dejamos de pedir rendición de cuentas a quienes nos conducían, para empezar a justificarlo todo. Recuerdo que, a tu Casandro, el año pasado, en alguna de las 5.300 acusaciones de traidor que se le achacan a diario, alguien le preguntó algo así como "¿Entonces vos militás por interés?" y él respondió algo así como "sí, el interés de comer todos los días"... espectacular. Liso y llano. Empezamos a apoyar a estos tipos porque defendían nuestros intereses, ¿por qué deberíamos dejar de usar ese mismo criterio? ¿O acaso no somos los de abajo? Otra vez la ideología (o más bien, el sentido de pertenencia) nublando el juicio.
Muchos siguieron "bancando" sólo por esa tontería endogámica de defender sólo para sentir que siguen teniendo razón (como tu posteo de la frase de Discépolo); cuestionar a los okupas es poner en riesgo la propia identidad, cocinada a fuego lento durante estos largo años, y eso no es saludable en esta época donde el sesgo de confirmación es el último grito de la moda. Yo me bajé hace un tiempo por suerte, porque me dije a mí mismo que como adulto y peronista no podía negarme a rendirme ante las evidencias. Si lo que apoyaba no funcionaba, entonces lo que estaba mal era mi apoyo. Nuestra visión debe adaptarse a la realidad, y no al revés.
Y así llegamos a hoy, y en vez de cuestionarle a ella por qué eligió a semejante inútil, apoyamos al inútil porque "por algo lo eligió ella"... el carro delante del caballo.
Es verdad lo que dijiste hace unos meses: seguimos varados en 2015. O tal vez más atrás, en el 2012. Seguimos esperando la sintonía fina y la formación de cuadros, pero ya fueron reemplazadas por el déficit fiscal y el maniqueísimo.
Y tengo miedo de que se haya perdido una generación en el medio, víctima de la abulia y de la burocratización estatal. Muchos jóvenes abandonaron la tarea en el llano para ponerse a flashear estadistas en las redes sociales cada vez que tienen una reunión, y reemplazaron el miedo a perder el laburo por decir lo que pensaban por la comodidad de aprender a proclamar de memoria el bando real.
Perdón, estoy negativo hoy. Buenas noches.