La última vez fue para hablar de Charly y a riesgo de sonar pagada de mí debo decir que coincido conmigo misma en este día en que, tal como lo decía de Charly, existen cuarenta y cinco millones de Néstor, cada quien tiene el suyo.
Hace un ratito veía una foto del Diego entrando en la Casa Rosada y saludando al busto de Néstor con una reverencia que me conmueve. Quién sabe qué cosa le habrá dicho en secreto ese día tocando el frío mármol, quién sabe qué se habrán dicho cuando se encontraron en el otro mundo. Quizás tan solo se dieron un abrazo, o quizás Néstor le dio la bienvenida al ídolo y lo invitó a un picadito.
Voy a ser breve, este es un homenaje atrasado e improvisado, hubiera querido preparar algo con antelación, pero soy una de esas personas a quienes tumba el calor y me pasé dos días en un estado calamitoso, será seguramente hasta que me aclimate, pero lo que el hombre propone Dios dispone. Así es y así debe ser, pero no hubiera querido que el día terminase sin hacer una mención de este hombre que devolvió al pueblo una visión de futuro cuando todo parecía atentar contra la patria.
Néstor Kirchner es el hombre que me hizo ver que era posible ser distinto, que aunque tiradas en el fango, las perlas brillan igual y la mugre les resbala.
Recuerdo cuando murió pero también recuerdo ese 25 de mayo en el que por algún motivo todos estábamos llenos de esperanza, ¿o era yo sola? Paradójicamente y a pesar de todo lo que nos había tocado vivir ese día de la Patria del año 2003 el aire tenía un tufillo a esperanza.
Voy a contar una cosa que nadie me va a creer: yo quería que ganara él. En 2003 tenía once años, había visto los saqueos, la represión en la plaza y a un presidente huir en helicóptero apenas dos años antes, no entendía muy bien nada, pero en esas elecciones quería que ganara él.
Mi tío Néstor compraba el Clarín los domingos y una semana antes si no me equivoco del día de las elecciones salió un suplemento especial con los mil candidatos que se postulaban, información sobre ellos, las plataformas que proponían. De Kirchner me simpatizó su mirada y me dio un verdadero vuelco en el corazón, de esos de brujas, cuando vi la fecha de su cumpleaños: el 25 de febrero.
Sí, es mi cumpleaños también, pero siempre supe que fue el día en que nació quien ya por entonces era mi prócer favorito: el Libertador San Martín.
Creo que ese día de alguna manera asocié a uno con el otro y me simpatizaron los dos. Hoy sé que además Kirchner nació en 1950, cien años después del fallecimiento de San Martín.
Tonterías, seguramente, pero a través del corazón de una niña de once años algo percibí y me acompañó siempre. Esa sensación de que a ese tipo le podía creer.
Hoy sé que era peronista y que si yo lo soy es en primer lugar porque a través de su obra conocí la justicia social.
Néstor Kirchner fue el hombre que me enseñó que la política es una verdadera arma de transformación de la realidad y que a pesar de todo, a pesar de que cuando él asumió tres de cada cuatro argentinos no creían en nada, se puede dar el batacazo con patriotismo, con amor a la patria y con mucho laburo. Si pudo él se puede hoy, eso es lo importante.
Néstor nos enseñó que la diplomacia funciona pero siempre subordinada a los principios y valores ordenadores de la praxis política, que no pueden ser otros que las banderas de independencia económica, soberanía política y justicia social. Kirchner no dejó sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Kirchner hizo carne de la doctrina de la justicia social a sabiendas de que el peronismo no se aprende ni se proclama sino que se comprende y se siente, porque mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar.
Kirchner era peronista, no importa si ahora lo usan para un barrido y para un fregado. No importa si en su homenaje sobresaltan las banderas rojas por encima de las celestes y blancas, porque Kirchner hizo carne el peronismo conduciéndolo siempre desde la doctrina. Los peronistas lo recordamos con la edmiración que merece el hombre que revigorizó nuestro movimiento, lo rejuveneció y le devolvió al pueblo la esperanza.
El día que murió ni siquiera lloré.
Me quedé sentada en soledad, pensando qué carajo sería de nosotros. Porque Kirchner era de esos tipos que cuando se mueren te dejan huérfano y sin saber para dónde disparar.
Ese día creí que se terminaba todo, “Dream is over”, dice una canción de Lennon. Hoy no sé si se habrá terminado, pero solo sé que le agradezco la lucha.
Las batallas no están para ganarlas sino para darlas, porque no luchamos contra carne ni sangre; el enemigo es poderoso y tiene todas las de ganar. Tiene el tiempo a su favor, porque este inexorablemente se lleva más tarde o más temprano a los mejores de nosotros.
Siempre digo que el cuerpo falla por el exceso de uso. Si a Eva le fallaron los ovarios, a Néstor le falló el corazón.
Y eso está bien, si hemos de morir antes de tiempo, que haya sido porque vivimos intensamente haciendo lo que más amábamos. Ella, dándolo todo, poniéndole ovarios a esa lucha incansable por erradicar la miseria no solamente entre nuestro pueblo sino en todo el mundo, como ninguna otra mujer antes que ella se atrevió. Él, poniendo el bobo en juego, porque eso tenía Kirchner, a pesar de un cerebro privilegiado: tenía pelotas y ponía el corazón.
Y por eso dejó un mundo mejor del que encontró y lo lloró un país entero. Yo no, me quedé seca, tardé días en poder llorar.
Esto nada más quería decir, antes de que se termine este día: gracias por librar el buen combate. Ya nos veremos algún día y ojalá me sienta digna de estrecharte la mano con respeto. Has ido el último de los grandes patriotas… Por ahora. Ya te encontraremos un sucesor.
Un gran patriota. Nos reencontró como pueblo en marcha, en tránsito hacia el destino de grandeza que merecemos.
ResponderEliminar