De un tiempo a esta parte se puso de moda el querer como sinónimo de hacer. Vos estás hundido hasta la coronilla en un pantano y viene un comedido y te dice: “Vas a ver cómo enseguida salís, ya vienen tiempos mejores”.
Y listo, como por arte de magia esa sola expresión de deseo debería bastar para que a uno se le solucionasen todos los problemas. Vos no tenías para morfar antes de esa expresión ni lo pasás a tener después, pero no importa, quien la pronuncia ya se siente satisfecho, mientras se come su guisito piensa: “Qué bueno, hoy lo ayudé a Fulanito que la está pasando mal, le dije que no se preocupe, que pronto se va a arreglar todo” y vos aquí seguís maquinando solo, imaginando si reunirás o no para pagar la tarjeta o el alquiler.
El problema es cuando esa lógica se traslada a la política. Viene un funcionario y dice: “Van a ver cómo seguro pronto baja el precio de los alimentos”, y nosotros nos quedamos ahí pensando que sí, que tenemos un gobierno con la mejor voluntad del mundo, porque dice que pronto van a bajar los alimentos. El asunto es que no media acción alguna entre la declamación y la espera del resultado, es una mera simulación.
Eso es más o menos lo que está pasando hoy en nuestro país, el flamante secretario de Comercio Interior dice que los precios se van a mantener estables como por arte de magia y entonces debería pasar eso así como así. El acuerdo de precios es eso, al fin y al cabo, en el mejor de los casos una expresión de deseo, en el peor de los casos, una simulación. Porque en rigor de verdad no ataca a las causas de la escalada inflacionaria, sino que apela a la buena voluntad de los actores involucrados.
Y es preciso recordar que no se puede hacer política económica desde la apelación a la calidad humana o la buena voluntad de los actores, la economía no es una cuestión de buena voluntad sino de dinero. Los empresarios deben ganar dinero, es la regla del juego, nadie se pone una empresa para hacer caridad. Y he aquí que incurrimos precisamente en esa simplificación, en creer que el empresario es bueno si adhiere a un acuerdo de precios y malo si no adhiere y sobre todo, si advierte sobre una posibilidad que viene latente y asomando en el horizonte desde hace un tiempo, como lo es el desabastecimiento.
El gobierno apela a la buena voluntad de quienes no actúan por caridad sino por la legítima ambición de ganar dinero y sostener su ganancia en el tiempo y luego apela a la victimización cuando las cosas no salen como en un comienzo predijo. Y sí, pasa que los empresarios son mala gente, son bichos y son destituyentes, amenazan y buscan que el gobierno caiga, quieren derribar a un gobierno “popular” nomás de empachados que son, malos, y entonces llevan a cabo un “golpe de Estado por goteo”, como me ha tocado oírle decir a un operador televisivo vespertino que ha visto mejores abriles y que a esta altura del partido se desempeña mucho mejor relatando goles que analizando la realidad.
¿Golpe de Estado por goteo? ¿Se escuchan lo que dicen, se leen lo que escriben, o nomás hablan porque pueden, porque saben que cuentan con la impunidad de poder decir lo que se les antoje por el mero hecho de llamarse Fulano de Tal, el relator intocable e infalible?
Claramente a ningún empresario le conviene que el gobierno caiga, los empresarios necesitan vender y para ello necesitan estabilidad económica, política y social. No crean, amigos míos, que Pérez Companc o Pagani están chochos imaginando un escenario de inestabilidad cercano al 2001, es precisamente la incertidumbre que reina la macroeconomía la que impulsa a esos empresarios a no adherir a un acuerdo de precios, pero eso no los convierte en los malos de la película.
En un contexto en el que no se sabe qué va a pasar mañana, a cuánto van a estar las variables de la macroeconomía los argentinos pretendemos que el empresariado ponga en riesgo su capital y haga caridad para salvarle las papas a un gobierno que viene haciendo desmadre desde hace dos años, descuidando los escasos dólares a disposición, especulando, jugando a imprimir billetes como si ello fuera a reproducir como por arte de magia los panes y los pescaditos.
Alerta de spoiler: los bienes no se reproducen como por arte de magia, sino a través de la producción. No hay forma de que se garantice el abasto de mercancías suficientes para la reproducción de la vida en una sociedad urbana —esto es, que no es capaz de satisfacer sus necesidades de bienes y servicios sino a través del mercado— si esta no cuenta con la producción equivalente a su demanda. Por eso Juan Perón decía que cada hombre debía producir como mínimo lo que consumía.
El abasto no se estimula desde la demanda regalando papelitos de colores sino a través de la oferta, otorgando a las empresas la posibilidad de producir, comerciar y repetir el ciclo. Eso es lo que no está haciendo el gobierno, que habla mucho y poco hace, pues nos dice que los precios van a sostenerse pero no nos dice cómo eso va a pasar sin que se mantenga la oferta.
No se trata de una cuestión de mala o buena voluntad, los empresarios están para ganar dinero y si no lo van a hacer entonces no arriesgan su capital para perder. Ni Molinos Río de la Plata ni Arcor, tampoco Marolio van a tener qué vender cuando los dólares se terminen y las empresas no los tengan a la mano para comprar los insumos básicos para la producción del mate, café, harina, palmitos, yerba, mermelada, cacao, picadillos, paté, caballa, arroz y arvejas, sardinas, atún, choclo y lentejas. Todo lo que consumimos tiene un componente en común, que es el dólar, pues cada bien que consumimos posee un porcentaje de insumos importados. Y los dólares escasean. Eso no es culpa de Pérez Companc ni de Pagani ni de Fera. Tampoco de Roberto Feletti, seamos honestos, sino de Alberto Fernández y de sus antecesores.
Feletti es sencillamente un simulador, un fusible que sentaron en un sillón a hacer que hace mientras el gobierno deja hacer y deja pasar. El problema es que ese dejar hacer es peligroso para todos porque puede llevarnos al desastre.
Otro simulador es el flamante ministro de Seguridad Aníbal Fernández, uno de esos sujetos simpáticos que a uno le caen bien por naturaleza nomás por ese carisma que los caracteriza. Pero es tiempo de decir la verdad: Fernández no tiene posibilidad de resolver ninguno de los problemas que aquejan a la sociedad, pero su trabajo es hablar y dejar hacer y dejar pasar. “Hace que hace y no hace, dice que hace y no dice”, reza una vieja canción. Mientras Feletti guapea con que no lo jodan porque si no pone un mercado central cada doscientos mil habitantes, pues al fin y al cabo galpones sobran, pero no hace absolutamente nada porque la carnicería ni se enteró del acuerdo de precios, Aníbal nos dice muy suelto de cuerpo que el Estado nacional no va a intervenir para reprimir los actos vandálicos que se reproducen en la Patagonia porque la última vez que algo como eso pasó murió una persona.
Y que Dios me perdone, pero que alguien me dé ejemplo de una simulación mayor que esa. Porque la pregunta en definitiva termina siendo: ¿para qué carajo tenemos un Ministerio de Seguridad de alcance nacional si la seguridad y el imperio del orden no son prerrogativa de las fuerzas federales? Tenemos una horda de delincuentes al servicio de la corona británica haciéndose pasar por indios en Río Negro y Chubut y resulta que el gobierno no puede hacer nada porque bueno, Patricia Bullrich reprimió con virulencia una protesta pacífica y se cargó a un pibe.
Es el colmo de la simulación, simulan que gobiernan para no gobernar y se excusan para esto último en los errores y las atrocidades cometidas en el pasado. Como ellos eran malos nosotros o somos peores o no hacemos nada.
¿Hay unos tipos vestidos de indios prendiendo fuego todo en la Patagonia so pretexto de “derechos ancestrales”? No podemos hacer nada porque otro hizo desastres.
¿Tenemos más de la mitad de la población sumida en la pobreza, el salario mínimo está a un kilo de carne de equivaler a la canasta de indigencia? No podemos hacer nada porque otros tomaron deuda a cien años.
¿Tenemos a siete de cada diez chicos comiendo salteado y a todos los viejos cobrando jubilaciones de indigencia? No podemos hacer nada porque hay que pagarle al Fondo Monetario Internacional.
No podemos resolver la economía, no podemos resolver la política, no podemos resolver la sociedad, no podemos resolver a seguridad, no podemos. La pregunta es entonces para qué carajo están, aparte de para simular que encaran a lo guapo todas las batallas sin terminar encarando ninguna.
Que la gobernadora organice una fuerza por sí sola para controlar a los “mapuche”, que los laburantes se tomen el trabajo de caminarse por todo el barrio luego de un día de trabajo para encontrar leche de otra marca y boicotear a Pagani y a Pérez Companc. Nosotros no podemos hacer nada, nosotros dejamos hacer y dejamos pasar.
Y así están las cosas, mientras ellos comen su guisito pensando en que ayudaron al pueblo argentino a resolver sus problemas por obra y gracia de sus palabras altisonantes aquí estamos los argentinos, malnutridos y preguntándonos si reuniremos para pagar la tarjeta o el alquiler.
Cuatro comentarios:
ResponderEliminar1) La de apelar a la bondad de los empresarios es bien de radicheta: "Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo"
2) Los "formadores de precios" son siempre los mismos, ¿y entonces por qué la inflación no es siempre la misma? ¿Será que un día de levantan con un nivel de codicia y al día siguiente con otro?
Cuando CFK gobernaba, la culpa la tenían los formadores de precios; cuando gobernó Macri le echábamos la culpa a Macri; y ahora otra vez la culpa es de los formadores de precios. Raro
3) Para mí lo del congelamiento es para tratar de convencer a algún votante de acá al 14/11 que la culpa de la inflación no es del gobierno. Se suma a la lista de fracasos en los cuales quieren echarle la culpa a otro.
4) Hay que comenzar a exportar excusas. Tenemos la mejor fábrica. Seríamos potencia en dos meses.