Aquella solitaria vaca sagrada

 



Ese es el problema de las vacas sagradas: que no se las puede tocar.


Solemos llamar “vaca sagrada” a alguna figura que por hache, be o zeta no se la puede tocar ni con el pétalo de una rosa, mucho menos para criticarla.


Esta figura se relaciona con el hecho de que en la India, en virtud de fuertes convicciones religiosas, las vacas son sagradas y no solo eso, además son intocables y no se pueden comer. Allí la población es vegetariana y no come carne de animales, aunque estamos hablando de la India, un país con una enorme desigualdad, niveles de una pobreza de espanto y con una población enorme que apenas cabe en un territorio extensísimo. Y sin embargo, en India no se comen vacas.


Entonces vas a ver a un granjero famélico dando a su vaca la mejor ración, sacrificando su propio pellejo para salvar a la vaca. Y la triste alegoría aquí es que el problema de elegir vacas sagradas es que no vaya a ser cosa de que terminemos sacrificando nuestro propio cuero en pos del bienestar de la vaca, cuando en otra lógica o en otra cosmovisión preferiríamos matar a la vaca y comérnosla.


Claro, sin que esto último posea una connotación negativa, eh. Porque somos antropocentristas y consideramos que dentro del orden divino de las criaturas de Dios el hombre tiene una supremacía pues representa la viva imagen del Creador. Si tenemos que elegir entre comernos una vaca o morirnos de hambre, dado que nuestra cultura judeocristiana no se contrapone en su ética con la posibilidad de consumir carne, seguramente elegiremos matar la vaca y consumir su carne, como un regalo de la divina Providencia en un contexto de desesperación.


Yo siempre me acuerdo de la anécdota de cuando yo era chiquita y mi papá le compró una gallina a un vendedor ambulante que pasaba por casa. Hizo uso de sus únicas monedas para comprar esa gallina, que era jovencita y había que engordarla. Pero mis hermanas y yo éramos chicas, así que naturalmente nos encariñamos con la gallina y no queríamos comérnosla, era como parte de la familia. Hasta que un buen día, en medio de la mishiadura de los años noventa y sin que hubiese precedente de ello porque nuestros padres jamás nos dejaban salir a la calle, nos mandaron a la casa de mi abuela, que vive como a otro cuadras, a pedir no me acuerdo qué cosa. Y cuando volvimos había un sabroso pucherete de gallina que comimos con avidez y con gracia, aunque después cuando nos pusimos a buscar nuestra gallina no estaba  por ninguna parte, y finalmente logramos sumar dos más dos y nos dimos cuenta de lo que había pasado con nuestra gallina.


Y así fue como elegimos la salvación de las mayorías sacrificando a la gallina. ¿Hicimos bien o mal? Solo lo sabe Dios.


En el plano de la política, el problema de elegir vacas sagradas es justamente lo contrario: que a veces somos capaces de sufrir las mayorías el sacrificio de nuestra propia carne con tal de dejar indemne e inmaculada a la vaca. Somos capaces de preservar a la figura que idolatramos en detrimento de nuestros propios intereses, pero no lo vamos a dejar de hacer porque la vaca es sagrada y no se la puede carnear, pero ni siquiera se la puede tocar, no se puede decir nada de la vaca.


Todo este preámbulo viene a cuento de la experiencia del día de ayer, cuando precisamente se me ocurrió tocar una vaca sagrada y tuve que pagar las consecuencias.


También suelo usar la figura de la ventana de Overton para describir a la vicepresidenta, porque no se puede hablar de ella sin que a uno se le tire una horda en contra, es un auténtico tema tabú. Joseph Overton se dio cuenta de cómo funciona ese mecanismo por el que un grupo puede ser capaz de convencer a la sociedad toda de lo que sea, incluso tratándose de los tabúes, aunque no va a ser de un día para el otro.


No, hay que ir abriendo de a poquito la ventana. Entonces primero se le limpian los goznes, se pule el vidrio, se aceitan las cerraduras y se las afloja de a poquito, porque esa ventana estuvo cerrada por mucho tiempo y no se puede abrir por la acumulación de herrumbre y la mugre. Después, de a poquito, a través de diversos mecanismos se va abriendo, y así es posible convencer a la mayoría de cualquier cosa, independientemente de su contenido. 


Overton habló acerca del canibalismo, pero el ejercicio se aplica a cualquier tabú. Y CFK es un tabú.


No es posible hablar de ella sin despertar pasiones completamente irracionales, en un sentido positivo o negativo, pero evidentemente de la misma intensidad.


En el día de ayer una servidora escribía acerca del discurso que la vicepresidenta dio en el acto por el trigésimo octavo aniversario de la restauración de la democracia y me tocó, de un lado y del otro de la llamada grieta, recibir críticas respecto del modo como me refería a la persona en cuestión. Porque justamente se trata de una figura que representa muchas pasiones y nadie se ha tomado el trabajo de apaciguarse y comenzar a reflexionar en torno al tabú, esta vez, de la persona.


Entonces lo que resulta sucediendo es que existen muchos no-argumentos en torno de la figura de Cristina Fernández de Kirchner, que terminan siendo hegemónicos dentro de esta narrativa, pero que no hacen a la valoración más objetiva posible de la persona. 


En lo particular, lo que yo hacía era un análisis de discurso y justamente por tratarse de un análisis de discurso a lo que apelaba era a reconstruir el discurso, reconstruir las palabras e interpretar el sentido de las mismas. Porque está claro que una figura en una posición de relativo poder al interior del gobierno no se puede manifestar de determinadas maneras muy directamente sin resultar de mínima agresiva, entonces de alguna manera se debe maquillar su discurso para resultar no tan lineal sin que se diluya el mensaje.


Y justamente lo que ella nos decía y yo recogía era que se avecina una etapa de ajuste, y en ese sentido apelaba a la buena voluntad popular de defenderse a sí mismo, de defender a sus hijos y a su patria, decía ella, con el propósito de frenar el ajuste que se viene, que va a ser brutal y que viene de la mano del acuerdo con el FMI.


Eso es lo que básicamente yo hacía: análisis de discurso. Pero lo que resulta llamativo del caso es que independientemente de este análisis de discurso que uno puede llegar a hacer, toca encontrarse con valoraciones que no tienen nada que ver con el discurso. Efectivamente, yo estaba analizando las palabras que la vicepresidenta pronunciaba, no estaba haciendo un juicio de valor de ellas. Simplemente estaba describiendo el contenido del discurso.


Yo en realidad no estaba haciendo un juicio de valor personal (personalísimo, diría) de cuál es el rol que a ella le cabe ni cuál es la responsabilidad que le cabe en el contexto del proceso que estamos atravesando en la actualidad. Esa será materia de otros textos pasados y futuros, cuando se me dé la gana y si se me da la gana, pero no tengo la obligación siempre de decir cuál es mi valoración personal de los procesos que estudio ni mucho menos es mi deber replicar la opinión de terceros sobre ninguna materia de mercado. 


Lo que yo estaba haciendo era sencillamente reconstruir el discurso. Y lo gracioso es que me tocó recibir de una parte del público una serie de acusaciones, como ser de “tibieza”, de estar tratando de salvar algo que es insalvable o defender lo que es indefendible.


Y por otro lado está el caso diametralmente opuesto: el caso de la persona que cree que existen efectivamente las vacas sagradas y que no se puede decir absolutamente nada respecto de esas figuras. Y te señalan con acusaciones del orden de “¿Y a quién le ganaste, y vos quién carajo sos, a vos quién te votó?”. “Y si vos sabés tanto, ¿por qué no te ponés a gobernar vos?” y otras estupideces afines y sinsentidos, pues cualquiera que sea un ciudadano argentino tiene el mismo derecho de poder decir lo que piensa y lo que siente respecto de todos los asuntos de la política.


Porque justamente la política es eso, es aquello que concierne a la pólis, esto es, a todos los ciudadanos.


Pasa lo mismo cuando hablamos de democracia. El pasado viernes sobreactuamos una celebración de la democracia en un país donde seis de cada diez niños son pobres, los salarios mínimos rozan la pobreza y las jubilaciones mínimas, la indigencia. Pero el gobierno y sus acólitos muy orondos celebrando la democracia. ¿Y dónde está el démos ahí, dónde está el pueblo? Realmente no tenía sentido estar hablando de democracia y sin embargo lo hacíamos.


Pero en ese texto yo me tomé el trabajo de acotar todo este análisis a un solo aspecto, el del discurso de la vicepresidenta en contraposición con el discurso del presidente, que le respondió socarronamente: “Quedate tranquila”.


Entonces realmente no tiene sentido, cuando colocamos a una figura en el lugar de vaca sagrada terminamos cometiendo el error de llevar a la política el plano emotivo dejando de lado el raciocinio, que es realmente lo que nos debería guiar.


A los peronistas el General Perón nos enseñó que mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Entonces claramente uno no juzga un gobierno por su discurso sino que lo juzga por sus acciones y con él a cada uno de los funcionarios que lo componen. Entonces yo no necesito que me expliquen que no es lo mismo decir que hacer y que por mucho que uno diga “Mirá que esto no lo avalo” no le deja de caber la responsabilidad por haber colocado a dedo como presidente de la Nación a una persona que está por someter al pueblo a un ajuste brutal.


Y de la misma manera no admito que se me diga acerca de quién puedo hablar y acerca de quién no, para mí no existen vacas sagradas. Mi trabajo justamente consiste en mirar toda la realidad y describirla independientemente de la opinión de los censores del mundo que se sienten en posición de indicar a terceros a quién pueden nombrar y a quién no.


Conviene que comencemos de una vez por todas a ejercitar la razón para ver si podemos dejar de lado esa emotividad que nos ciega.


Porque vale decirlo una vez más: muchas veces el precio que pagamos por proteger a las vacas sagradas es terminar comiéndonos nuestros propios cueros con tal de no tocar a la vaca. ¿Y quién es más importante, la vaca o nosotros? A los peronistas el General Perón nos enseñó que primero es la patria (o sea el pueblo, o sea nosotros), después el movimiento y por último las personas individuales. ¿Ahora resulta que no se puede nombrar a las personas individuales?


Deberíamos cuestionarnos entonces qué es lo que estamos defendiendo, si nos llamamos peronistas y militamos personas en lugar de causas. Y por otro lado, deberíamos dejar por un rato, entre peronistas, de medirnos la chota.


Quién es más peronista y quién es menos peronista, por qué vos no podés rescatar de todo un proceso e incluso de una persona algunos puntos que son rescatables.


Porque ahora resulta que todos estuvimos en la Plaza (yo estuve en la Plaza el 9 de diciembre de 2015, estuve, canté, bailé y lloré). Estuve y no reniego de esa realidad. Pero hay quienes también estuvieron y hoy parecieran renegar y la verdad que en lo particular no le veo el sentido. Y está bien, cada quien hace lo que puede y lo que siente, pero del mismo modo que yo no me meto en el modo de interpretar de los otros me resulta innecesario que lo hagan conmigo.


Porque uno puede matizar, puede, historizando, tomar distancia y observar determinados rasgos que en tiempo presente mientras vivenciaba los acontecimientos no llegaba a ver, puede rever y reflexionar respecto de lo pasado, pero borrar la historia y peor, borrarse de una historia que uno mismo vivió, en lo particular me parece que no tiene sentido.


Guillermo Moreno dijo en algún momento y con total razón que lo mejor para la patria sería iniciar un nuevo gobierno sin él y sin ella. Cuando decía esto, de un lado y del otro de la grieta le saltaban a la yugular, acusándolo poco menos que de golpista. ¿Y eso por qué?


Bueno, pues, porque cuando una persona despierta tantas pasiones por la positiva o por la negativa termina pasando que la sociedad se encuentra en estado de guerra latente, de violencia constante. Porque amor y odio son el mismo sentimiento (un sentimiento fuerte, completamente visceral, pero de signo opuesto, uno es negativo y el otro es positivo).


En una representación matemática, amor y odio serían dos semirrectas adyacentes, segmento cada una de la misma recta, pero una tendiendo al infinito negativo, el otro hacia el infinito negativo. Lo contrario del amor, por lo tanto, no es el odio. Lo contrario del amor es la indiferencia.


Y no estamos practicando esa frialdad que necesitamos, que es racional, para alcanzar la indiferencia, pasar a otra cosa y construir algo nuevo.


Construir algo nuevo no significa poner constantemente en el eje, en el centro de la escena, a los mismos personajes de siempre. No se trata de reputear al que antes adulábamos, defenestrarlo en vez de idolatrarlo. Porque ese es exactamente el mismo camino que veníamos transitando, aunque en dirección opuesta. Para un lado y para el otro es siempre la misma recta, el mismo sentimiento.


Tenemos que neutralizar las pasiones, y ello solo se puede lograr a través de la indiferencia, no a través del odio; el odio no conduce. Sin embargo, el odio sí es funcional a determinados procesos, porque mientras que nosotros nos estamos odiando entre peronistas y antiperonistas, o entre peronistas “ortodoxos” y kirchneristas o lo que sea hay quienes se están haciendo tremendo festín con nosotros.


Y eso es perfectamente funcional al proyecto del poder. Que nos matemos entre nosotros es en mucho más barato que tener que venir a matarnos, y no dejamos de darles el gusto.


Me parece que deberíamos tomar nota de eso. Dejar de vernos como enemigos, incluso dejar de ver como enemigo a la vaca sagrada que dejó de conducir al movimiento, que no representa los intereses del pueblo, y pasar racionalmente a otra cosa.


Porque mientras no salgamos de la lógica amigo/enemigo, amor/odio no vamos a lograr la seriedad ni la racionalidad que necesitamos para salirnos de una vez por todas de este proceso de subversión y descomposición social. 


 

Comentarios

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  2. Estimada Rosario, siempre es clarificador leer tus apreciaciones, gracias por compartirlas, saludos.

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  4. Impecable. Esta nota exige al lector (en sentido de obligarlo a esforzarse en su razonamiento). Y tiene la complejidad de estos tiempos que corren, donde nada es lineal.
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