Estamos atravesando una época única en la que cualquier disidencia al relato hegemónico le vale al díscolo la acusación de “conspiranoico”.
“Conspiranoico” es un neologismo que se usa como adjetivo calificativo despectivo, contracción de “conspiración” y “paranoico”. En el habla coloquial, paranoico es el que se persigue solo, ante una amenaza que puede ser real o imaginaria, pero sobre todo cuando o es imaginaria o de existir, en el plano de la realidad no significa amenaza alguna para el sujeto. El conspiranoico, entonces, sería una persona insegura que siente constantemente la amenaza de una serie de enemigos que la están persiguiendo, sobre todo si ese enemigo es una corporación o una serie de corporaciones cuyo interés sería aniquilar a la especie humana o dominarla.
Para el común de la sociedad, entonces, el conspiranoico cree que existe una red de conspiraciones imaginarias y que gobiernan el mundo. Por lo tanto, el epíteto “conspiranoico” resulta siendo la salvaguarda perfecta del sistema de gobernanza que impera sobre el mundo globalizado en la actualidad.
Hace algunos días una servidora veía la primera parte de la cuarta entrega de la saga de películas de ciencia ficción Matrix, Resurrecciones, a pesar de que no he visto ninguna de las tres entregas anteriores, aunque a esta altura de la historia difícilmente pueda uno encontrarse con un exponente de mi generación que no tenga una vaga idea acerca de qué se trata el argumento de la saga.
Más o menos todos conocemos la historia general, pero en la cuarta entrega lo que me llamó particularmente la atención, y más tomando en cuenta los mecanismos básicos de funcionamiento de la ingeniería del lenguaje —como por ejemplo la utilización del primado negativo— fue que se nos muestre cómo el poder logra, banalizando ciertas realidades, negarlas. Así, la realidad que se quiere ocultar se muestra pero ridiculizada y de ese modo se la diluye y se le hace creer al público que de hecho es ficción, materia de los delirios de los “conspiranoicos”.
Entonces tenemos en esta película al protagonista, Neo, el señor Anderson, devenido en empresario del entretenimiento o mejor dicho, en diseñador de contenido digital, más específicamente de juegos de video. No se nos dice cómo ni en qué momento llegó ahí pero tenemos a un Neo otra vez conectado a la Matrix, vivito y coleando, pero más viejo. Al parecer sobrevivió a las aventuras de la última película, Revoluciones, y está otra vez metido en esa duermevela de ficción que la Matrix reproduce en las mentes de los pobres cristianos.
Y en ese contexto se nos informa que este señor Anderson ha escrito el guion de una saga de videojuegos llamada Matrix, que se vendió en tres entregas y que narra la historia de un tal Neo y su chica, Trinity, el viejo Morfeo y los agentes Smith que los persiguen con tiros, líos y cosha golda.
Así que ahí está: la cola del Diablo. Lo que nos muestra la película es cómo a través del recurso al primado negativo se manifiesta esa estrategia que a menudo el poder utiliza y que consiste en ocultar a partir de la muestra. Aquello que se quiere esconder se lo coloca a la vista de todos, como en aquel viejo cuento de Edgar Allan Poe, “La carta robada”.
A menudo aquello que se pretende ocultar está muy a la vista y resulta tan evidente que parece que no estuviera porque al formar parte del paisaje superficial nadie parecería reparar en ello. En el cuento de Poe, la carta había estado durante toda la acción arriba de la chimenea pero nadie se había dignado buscar arriba de la chimenea porque a nadie se le ocurrió la posibilidad de que algo que había sido robado y se suponía celosamente oculto iba a estar a la vista de todos.
En Matrix Resurrecciones sucede algo análogo. Allí se muestra cómo a través de la muestra, de la sobreexposición, la parodia y la ridiculización de un entramado que se desea oculto a las mentes de las mayorías este se disimula y pasa por fruto de la invención de un genio algo perturbado y aquejado por delirios conspiracionistas. En ese sentido, nuestro Neo maduro es nada menos que el conspiranoico por antonomasia. Haciendo pasar por ficción, por videojuego lo que en realidad tiempo atrás sucedió, se lo banaliza, se lo torna maleable, digerible y masticable al consumo de las masas y en definitiva se lo pasa al terreno de la ficción, esto es, de una mentira atrayente, apasionante, pero mentira al fin.
Y hasta aquí llega lo que tengo para decir de la película, pues llegado determinado punto debo confesar que me aburrí y me dormí. Pero ese punto ha resultado llamativo, quizás no casual. Como una sonrisa de desdén del poder global que se burla socarronamente de nosotros sabiéndose impune, sabiendo que sabemos y sabiendo que sabemos que él sabe, pero a la vez sabiendo que sabemos que no hay nada que podamos hacer para evitar lo inevitable. El poder gana, nosotros perdemos, pero él no pierde oportunidad de reírse de nuestra insignificancia.
Y ahí cobra de nuevo fuerza la figura del conspiranoico, que es, reitero, la salvaguarda perfecta de todo el andamiaje. En la actualidad se habla de cuestiones que el vulgo se niega a ver u oír porque ha sido instalado que pertenecen al terreno de la conspiranoia. Se habla, pero como se habla en tono burlesco las mayorías se rehúsan a creer. Y no se cree en los relatos alternativos un poco porque las mayorías son lo suficientemente bienintencionadas como para creer que exista efectivamente ese nivel de organización del Mal, así con mayúscula. Pero también la negativa a creer en la conspiración radica en que el propio sistema posee su mecanismo de defensa, su cortafuegos. La figura del conspiranoico es eso.
Hacer creer que todo aquel que ose sacar los pies del plato servido por la élite global de narrativas permitidas es un conspiranoico es una forma muy efectiva de deslegitimar a cualquiera que sea capaz de ver por fuera de la Matrix. Y eso es exactamente lo que está sucediendo en la actualidad.
Hay una determinada caja de conocimientos heredados que resultan siendo la matriz de pensamiento único que se permite reproducir, jamás cuestionar a través del ejercicio del pensamiento crítico, de la lógica deductiva o ni siquiera el método científico experimental y el modelo de falsación de las hipótesis. El paradigma único es una Biblia, no se puede cuestionar y solo está permitido reproducir sus preceptos.
Estamos, en ese sentido, en el nivel de la epistemología de la Edad Media, cuando a través de la cita de autoridad de los textos clásicos cuidadosamente seleccionados por la censura, preferentemente pertenecientes a las Escrituras, era posible justificar cualquier aserto y cualquier hipótesis se falsaba por la mera contradicción respecto de las sagradas escrituras.
Si durante la época de la Inquisición la herejía se podía castigar con la pena capital, en la actualidad la condena es el ostracismo, la muerte académica y hasta social del díscolo. Cualquiera que en la actualidad saque los pies del plato corre el riesgo de pasar por loco o por conspiranoico y de ese modo se anula de plano la disidencia. Cualquiera que ejerza el pensamiento crítico y que cuestione al dios de la actualidad, las ciencias pero en particular la medicina, es un hereje cuyo influjo hay que cortar de plano, condenándolo al exilio social.
Cualquiera que posea un título de supuesto “científico” es un sacerdote del dios ciencia, un representante de dios en la Tierra. Inalcanzable, incuestionable y merecedor de todas las loas. Eso sí, mientras no saque los pies del plato; caso contrario, será excomulgado y enviado a quemarse en la hoguera de la condena social.
Entonces empiezan a surgir las raras avis y las arrugas en el sistema, los cisnes negros se reproducen pero el dogma hace la vista gorda. En el fondo es gracioso.
El ejercicio de la medicina se acerca hoy por dogmático, incuestionable y falto de rigor científico tanto a la brujería que podríamos afirmar que el ideal de la ciencia positivista murió pero no de causas naturales, sino que cometió un dramático suicidio. La academia de la medicina mutó en secta y depende directamente de organismos que son propiedad de la misma élite global que es dueña también de los laboratorios: la Organización Mundial de la Salud puede o bien ser vista como el Fondo Monetario Internacional de la industria farmacéutica o bien como lisa y llanamente una Organización Mundial de la Enfermedad. Son esos muchachos los que deciden a qué medicos hay que creerles el discurso que proponen y a cuáles no. Cuáles merecen las loas y cuáles el ostracismo. Imponiéndose el criterio de autoridad por sobre el método científico, hay que ver quién se arroga a sí mismo la facultad de medir quién posee autoridad y estatura y quién no.
Hay elementos que verdaderamente no cuadran en el esquema de una narrativa que estamos siguiendo en detalle constantemente y nos negamos a cuestionarlos por temor a la represalia, del mismo modo que legitimamos aseveraciones que no resisten el menor análisis, sometidas al mínimo pensamiento crítico no se sostendrían y caerían por su propio peso. Y sin embargo creemos con tanta vehemencia y fe religiosa en la autoridad de quien habla por el mero hecho de que el otro tiene un guardapolvo blanco que nos negamos de plano a ver la carta arriba de la chimenea.
Vos te atrevés a sacar los pies del plato y lo vas a pagar caro, enseguida va a venir alguno a decirte: “¿Y vos quién sos, dónde te recibiste de médico para decir tal cosa?”. Como si el médico fuera efectivamente el dueño de la verdad revelada. Y esto es tan descabellado que te lo van a decir incluso aunque vos mismo seas médico. Hace algunos días se viralizaba el extracto de un video en el que una médica decía: “Yo soy profesional de la salud, me vacuné contra el coronavirus porque soy profesional de la salud, pero estoy plenamente de acuerdo con que la vacunación sea optativa. Estamos atravesando un ensayo clínico y la gente lo tiene que saber y actuar en consecuencia bajo su propio riesgo. El pase sanitario es ilegítimo porque viola los derechos elementales de los individuos; estamos en medio de un experimento y no se puede obligar al público a someterse a él”. No lo decía Rosario Meza, la conspiranoica, lo decía una persona que pertenece a ese grupo privilegiado de los sacerdotes de la diosa Episteme, una médica, nada más ni nada menos. Y aún así había que encontrarse con la palabra autorizada de no-médicos que suelen creer a los médicos y a los periodistas especializados en medicina cuando miren la tele, diciendo de esa mujer que era una idiota, una irresponsable y poco menos que una asesina.
No existe, entonces, un criterio racional para determinar la autoridad o falta de ella de un profesional o de otro. Si uno ejerce el pensamiento crítico con seriedad por apenas un momento debe necesariamente darse cuenta de que hay una falla en la Matrix, algo no está cuadrando y se nota.
Yo siempre pongo el ejemplo del doctor Luc Montagnier, ganador del premio Nobel de Medicina por haber descubierto el genoma del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), causante de la enfermedad conocida como sida (sindrome de inmunodeficiencia adquirida). Este señor se atrevió a decir en televisión que el virus causante del la enfermedad covid 19 tenía todas las características de haber sido creado en un laboratorio, y ello le valió la condena académica y en medios probablemente de por vida. El ostracismo, duro castigo por haber abierto la bocota por fuera de la narrativa permitida.
Y no se trata de un delirante, sino de un tipo que era considerado una eminencia, por eso mismo a algún colgado se le ocurrió muy inconvenientemente preguntarle su opinión. ¿Y por qué fue “cancelado”, entonces? ¿Por qué se premia y se eleva a la categoría de eminencia a un hombre y se lo destrona de un día para el otro, sacándolo del panteón de la academia de una buena patada en el culo? No existe una explicación racional a la elevación de un Montagnier a la categoría de paria, nadie nos explica qué le pasó para que de repente hubiera parecido que empezó a mear por fuera del tarro. ¿Acaso se volvió loco, se olvidó de todo lo que había investigado por décadas o no olvidó, pero lo que dijo no era lo esperado?
No tiene sentido, demasiadas casualidades se conjugan para conspirar en contra de la hipótesis de que no existen las conspiraciones. Lamentablemente, todo nos daría a suponer que sí, que en esto del coronavirus, como en cada una de las cuestiones que hacen a la política internacional, hay más de lo que muestra el ojo. Las conspiraciones, mis amigos, sí existen.
Existe el poder concentrado, existen las élites globales y existen las intenciones de los pueblos de dominar a otros, como de la élite de dominarlo todo.
Uno puede no creer en las brujas pero de que las hay, las hay.
A veces pienso que deberíamos dar un poco más de credibilidad a la razón renegando hasta de los propios sentidos, como nos enseñó Descartes en sus Meditaciones Metafísicas. Hay que dudar hasta de lo más evidente para someter al juicio de la razón todo lo que se ve y todo lo que se nos dice.
A partir del racionalismo cartesiano el hombre fue capaz de salirse del dominio del pensamiento dogmático, supersticioso e irracional. Habrá que hacerlo otra vez; volver a la razón y olvidarnos de este dogmatismo destructivo. La historia, al fin y al cabo, pareciera que sí es cíclica después de todo.
Espectacular. Clarísimo.
ResponderEliminarLlevado exquisitamente al lugar de la cultura general en dos patadas. Felicitaciones.
Gran texto, siempre es un gusto leerla.
ResponderEliminarPor desgracia es de estas cosas que uno a veces siente que no sirve para nada saberlas, porque vamos, uno puede saber como viene la mano, pero así y todo, no solo no se pueden cambiar las cosas, sino que además no hay forma de convencer a nadie de cuestionar las cosas que pasan.
Ojo, con esto no digo que los demás son unos borregos anestesiados y uno el único ser pensante, pero duele la resistencia que hay a cuestionar nuestra realidad.
Ojalá haya alguna esperanza con el tiempo.
Maravilloso
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