(Publicado el 27 de febrero de 2021)
Yo no soy flaca. Tengo unas tetorras talle 120 o así y un culo voluminoso y macizo. En el último año y medio subí de peso, tengo una idea de por qué.
En primer lugar, no estoy teniendo sexo por motivos conocidos por quienes me conocen. En segundo lugar, también se han suspendido las largas caminatas que dábamos con el hombre y que me ayudaban a mantenerme en peso. Y también se suspendieron esas otras caminatas de cuando daba clases particulares y me pasaba el día correteando de una punta a otra del barrio para llegar a las casas de mis alumnos. Además, de adulta desarrollé hipotiroidismo, lo que me dificulta mucho bajar de peso y me facilita subir.
Estoy gordita y la verdad eso no me hace sentir acomplejada. De hecho, era mucho más acomplejada de mi figura cuando era una adolescente y era verdaderamente muy delgada. ¿La diferencia? La autoestima, no me veo mal cuando me veo, no estoy insatisfecha y me acepto así. Me gusto y sé que puedo gustar. No soy linda, no soy hermosa, pero como lo he dicho alguna vez, no necesito serlo. Sencillamente estoy bien y me siento a gusto conmigo misma. Eso es todo.
Sin embargo, no me vanaglorio de la obesidad. Además no soy obesa, solo no soy delgada, pero nunca se me ocurriría militar por la obesidad. Y si hago la aclaración es porque estoy observando cada vez más personas que sí lo hacen, lo que es enfermizo.
A mí me gustaría bajar unos cinco kilos aún cuando no tengo problemas para moverme y estoy bien de salud. Soy de naturaleza flexible y no peso cien kilos. Pero lo que quiero que se vea es que no hablo desde la delgadez ni desde el “gordoodio” —ese eufemismo que inventaron ahora para acusar a las personas que manifiestan que la obesidad es un factor de riesgo para la salud— sino que hablo desde el lugar de la mina a la que le cuesta de toda la vida que las camisas le cierren o no se le abran en las tetas. Desde ahí hablo.
Pero ayer me tocó encontrarme con el caso de una persona que es obesa mórbida y que se autodefine a sí misma como “gorda tordillera”, y la verdad que me causó un sentimiento terrible de rechazo. No hacia la persona ni hacia el hecho de que sea gorda, sino hacia esa actitud orgullosa de una condición que es potencialmente nociva para su salud. Si un paquero hace de su “estilo de vida” una militancia y se coloca a sí mismo como ejemplo, ¿vos lo vas a festejar? “Fah, qué capo que sos, no podés articular una frase, no tenés dientes, no te bañás hace tres meses, la verdad que estás hecho una pinturita”. Sí, es fuerte la comparación, pero no deja de tener asidero.
La obesidad es un trastorno alimentario que se traduce en enfermedades concomitantes: diabetes, hipertensión, afecciones cardiovasculares, arteriosclerosis, enfermedades respiratorias, de los huesos, etcétera. La obesidad mórbida se llama así porque pone en peligro tu vida. Sí, vos sentite todo lo divina que te sientas. Es más: quizás lo seas, no te dicen que bajes de peso porque les dé asco verte, tampoco ser gorda es sinónimo de ser fea; te lo dicen porque se preocupan por tu estado.
Y otra vez, el problema de colocar a la belleza (a la hermosura) en la cima de los valores éticos, no estéticos. Yo puedo ser una persona que a duras penas camina y que no se alcanza a ver la chocha sin un espejo o a cortarse las uñas de los pies, pero me digo a mí misma que soy hermosa y con eso ya me bastó. Los que me dicen que me cuide es porque me odian, porque odian lo “diverso” y lo diferente. Un día me da un bobazo y tranqui, era que me tocaba nomás. O me morí por culpa del odio de los gordoodiantes.
Quiero ser taxativa aquí con una idea: no tenés la obligación de ser flaca. No es natural además, hay infinidad de cuerpos y también montones de factores que condicionan la tendencia o no a ser delgado. En mi caso, por ejemplo, entre mis problemas hormonales heredados y la contextura heredada también, mis genes me mataron, me condenaron a no ser flaca. Una vez que me asenté en la adultez —y básicamente también por la triste y sencilla razón de que me pasé toda la niñez al borde de la desnutrición– cuando crecí subí de peso. Pero sigo viéndome la quetejedi y sigo pudiendo cortarme las uñas de los pies. Como balanceado —aunque me salteo comidas, ya sé que está mal— y me gustaría tener tiempo y voluntad para hacer más ejercicio. Duermo poco también.
Pero no me fumé el verso de que si me convierto en un tonel voy a estar combatiendo al patriarcado. ¡Viva McDonald's! ¿Qué sentido tiene? ¿Y a qué precio? ¿Amenorrea, dificultad para concebir, huesos atrofiados, arterias tapadas? El patriarcado se muere de miedo, eh.
Renglón aparte, esa misma persona decía que le daba asco que la confundieran con una heterosexual. Que la ofendía, que no lo podía soportar. Pero ojo, eh, que ella es gorda y tortillera y no opines sobre eso porque vas a ser un odiador.
¿Se ve o no se ve que acá quieren una sociedad que no se reproduzca y a la vez que esté chocha con sus panzas de consumidores de hidratos de carbono y lípidos, los únicos alimentos que por baratos quieren que consumamos?
No es conspiranoia, amigos. Es conspiración.
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