Herejes, locos, parias, leprosos

 



A lo largo de la historia de la humanidad los ejemplos de segregación por razones ideológicas e incluso sanitarias se han repetido alrededor del mundo. Figuras como la del leproso, aquel que no solo debe mantenerse aislado del resto en función de lo infecciosa de su condición sino también, seamos honestos, por el asco y la repulsión que nos provoca, se utilizan hasta el día de hoy para caracterizar a cualquiera que se desea lejos por temor a que nos contagie. En ese sentido, el leproso es a su vez un paria, un elemento de la sociedad condenado al ostracismo social y que todos alejamos de nuestra vida no solo en un sentido literal, a través del ghetto, sino y sobre todo, alejamos de nuestro pensamiento.


El paria es un muerto en vida, lo damos por muerto desde el mismo momento en que por su condición de indeseable lo apartamos de nuestra vista, dando por sentado que no tardará mucho en perecer por causas naturales.


Pero a menudo la segregación ha resultado un tanto más activamente violenta, no meramente pasiva. El hereje, por ejemplo, ha sido ese elemento cuya persecución seguida de muerte se organizó sistemáticamente con el fin de lisa y llanamente limpiar a la sociedad de sus elementos contaminantes. Pasó en el antiguo imperio romano con los católicos neófitos que rezaron en catacumbas, pasó en la Edad Media con los acusados por ejercicio de la brujería, vaya paradoja, a manos de la Iglesia Católica. Y los ejemplos se multiplican. El hereje es aquel que por no adaptarse a los dogmas de la fe reinante debe pagar por sacar los pies del plato. Y pagan con su propia vida.  


Como es habitual por mi trabajo, hoy leía los principales titulares en los portales de noticias nacionales e internacionales y me encontraba con algunas noticias que me llamaron la atención respecto de estas cuestiones, acerca de qué significa ser un hereje en este tiempo, a quiénes se los eleva a la condición de leprosos y por ende, quiénes son los parias de la “nueva normalidad” que el advenimiento de la pandemia está segregando para preservar los dogmas de la nueva fe reinante.


La primera era una nota del portal de noticias Infobae, en la que se describía en detalle la composición de los enfermos graves y los fallecidos por coronavirus en el último tiempo, desde el último mes de 2021 a la actualidad, durante la primera quincena de este 2022 recién nacido. Allí se describía un cuadro de situación bastante distante del clima de terror que más o menos veinticinco horas por día nos toca oír en todos los medios de comunicación, pero lo más llamativo era lo siguiente: de los internados graves del país, ingresados en unidades de terapia intensiva, la mitad o no están vacunados contra el covid-19 o no poseen en su haber un esquema completo de vacunación. 


Este dato, visto como quien oye llover y sin que medie el análisis básico de sus premisas, está pensado para que digamos: “Ahijuna gran siete, pero qué problema es este de los no vacunados. Muchas de las personas que llegan a padecer cuadros graves no tienen ninguna vacuna”. Sin embargo, bien leída la cosa, la verdadera noticia en ese esquema es que una vacuna que se supone que debería prevenir que el público contraiga y extienda una enfermedad infectocontagiosa aguda, o en el peor de los casos debería evitar que la enfermedad en cuestión derivase en un cuadro grave con internación o muerte, no solo no previene las infecciones severas ni tampoco las muertes, sino que la mayoría de los enfermos graves y los muertos sí están vacunados, con al menos una dosis de alguna de las inyecciones de cualquiera de los laboratorios en circulación. 


Esa es una verdadera noticia, una que debería ocupar las primeras planas de todos los medios pero como se ve, la noticia nos es contada al revés. Porque, amigos míos, jamás ha sido novedad que un no vacunado se enferme gravemente ante la infección por un virus que se supone genera un cuadro grave que puede conducir a la muerte. Por eso se crearon las vacunas, porque por regla general las epidemias generan multitud de fallecidos cuando no existen vacunas que prevengan los contagios. La verdadera novedad es que por primera vez en la historia de la medicina existen más riesgos de enfermarse gravemente en caso de contraer una infección si un paciente está “vacunado” que si no lo está. Independientemente de cómo decidan contar la historia los medios de divulgación de la ideología dominante, estadísticamente resulta más seguro para un paciente que contrae coronavirus no estar inoculado que estarlo. Es una cosa rarísima. 


La segunda noticia del día que me llamó la atención ha sido una que publicó el diario El Mundo de España, en la que se ridiculizaba la figura del virólogo francés Luc Montagnier, premio Nobel de Medicina 2008 por haber aislado el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), responsable de la enfermedad conocida como sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). Despectivamente, El Mundo titulaba: Montagnier, las locuras anticientíficas del premio Nobel que aisló el VIH: “Los no vacunados salvarán a la humanidad”, denunciando “la paradoja del científico que aisló el virus del VIH: hoy viaja por Europa clamando contra las vacunas del covid convertido en un paria de la comunidad científica”.


Y ahí está: la figura del paria.


El hereje que saca los pies del plato lo paga con su vida, o lo que es lo mismo, con su prestigio: lo paga con la muerte social. Basta salirse del relato hegemónico para pasar a la categoría del loco, del orate, el enfermo social. Un leproso de este tiempo, que no enferma el cuerpo sino la mente de quienes lo rodean y en ese sentido, contamina al cuerpo social y debe ser extirpado o encapsulado, como un tumor. 


El caso de Montagnier es paradigmático porque demuestra no solo que cualquiera que desde dentro del sistema denuncia las anomalías lo puede pagar caro, sino también lo irracional de un discurso que jamás dejó de estar plagado de contradicciones. Pues véase nomás el caso del sida: luego de más de una década de aislado el virus que lo provoca aún no se conoce vacuna alguna que lo prevenga, pues los plazos necesarios para la producción de una vacuna superan ampliamente el tiempo que lleva el descubrimiento de Montagnier. ¿Cómo es posible entonces que existan las vacunas para un virus que jamás fue aislado y que surgió hace apenas dos años? Más cosas rarísimas. 


En el día de ayer, hablando de cosas raras, todos los medios de difusión de “derecha” a “izquierda” del arco ideológico se hicieron eco de la desmentida de la ANMAT, que en sede judicial y en medio de una causa tan grave como la de una averiguación de causal de muerte en el contexto de un deceso post-vacunación, declaró que las vacunas británicas anticoronavirus poseen en su composición grafeno, una sustancia altamente tóxica para el organismo y que los medios habían considerado ausente en las inyecciones, una mera invención de los “negacionistas” y los “antivacunas”. 


Lo verdaderamente rarísimo es que el “error de tipeo” se repite sistemáticamente tanto en el documento emitido por ANMAT con fecha 13 de diciembre de 2021 como en otros estudios científicos que analizaron la presencia o ausencia de grafeno en las vacunas, e incluso en las patentes de las mismas. Además, incurriendo en más erratas, la propia ANMAT aconsejaba en ese documento la implementación de rótulos en las etiquetas de las vacunas con el fin de alertar a la población acerca de la presencia de determinadas sustancias potencialmente peligrosas. 


Pero otra vez se nos cuenta al revés la historia, la desmentida por los medios tiene en esta era de la posverdad más peso como prueba que un testimonio firmado oficialmente y entregado en sede judicial ante un magistrado por un fiscal que casualmente fue a posteriori apartado de la causa por “antivacunas”. La única verdad no es la realidad; no hay hechos sino interpretaciones.


Escapa a toda lógica suponer que un organismo oficial del Estado pueda presentar ante un juez y en tribunales un documento que contenga un error de tipeo de tremenda magnitud en el marco de una causa en la que precisamente se pretende averiguar si una vacuna mató a una persona. Pero es lo que de hecho nos quieren hacer creer que sucedió.


El proceso recuerda por la negativa a la catarata de denuncias mediáticas que los miembros de la oposición al gobierno kirchnerista presentó por años a través de un conocido programa de televisión, negándolas ulteriormente en sede judicial. Porque nadie te puede condenar por falso testimonio por mentirle a la tele. Por mentirle a un juez en tribunales, sí. Por lo tanto, oficialmente la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica declara que las inyecciones experimentales en fase de ensayo clínico contienen grafeno, aunque nos creemos que lo desmintió porque salió en los diarios. Son todos delirios de los conspiranoicos.


Finalmente, la última noticia del día es que el tenista serbio Novak Djokovic, recientemente expulsado de Australia por su renuencia a someterse a los ensayos clínicos, no podrá participar de Roland Garros y probablemente no pueda volver a competir en ningún torneo organizado por la Asociación de Tenis Profesional (ATP). Tamaño castigo para el paria por antonomasia.


Y ahí está, el hereje. Habrá que matarlo para que aprendan no él, sino los otros. Su muerte social será un castigo ejemplar para que a ningún otro se le ocurra sacar los pies del plato.


Porque eso es lo que representa Djokovic: es la prueba viviente de que el discurso hegemónico no va a perdonar traiciones ni cuestionamientos. Si no se lo perdona a quien es millonario, famoso y tiene la capacidad efectiva de codearse con los círculos de poder, claramente ningún poligrillo va a poder hacerse el loquito en este esquema. “Si a Djokovic le mostraron cuántos pares son tres botas, más te vale a vos que chito la boca, Raúl”. Ese es el mensaje de fondo y no tan de fondo, es de hecho un mensaje que se viraliza en tono burlón y tiene por finalidad amedrentar a la disidencia, al que tan siquiera se atreva a dudar.


El caso Djokovic es paradigmático porque no puede haber sido casual. A este hombre lo invitaron a participar de un evento deportivo nada más que para echarlo humillado ante la burla de la prensa internacional, con ese tono de moralina y mezcolanza sobre la entelequia de “la derecha” en labios de los Víctor Hugo Morales del mundo. Djokovic representa el chivo expiatorio, pero también es el estereotipo de un enemigo interno que representa la suma de todos los males por su perversidad, su maldad y su ausencia de ética. Representa la peor calaña de ser humano que hoy puede existir, el anticristo en la fe vacunista: el antivacunas, lo peor de lo peor.


Pero por fortuna para todos, el anticristo ya fue convenientemente apresado y ajusticiado. En este tiempo de plumaje blanco no hace falta fusilar al hereje ni colgarlo en plaza pública para que todo el pueblo vea cómo los cuervos se comen sus ojos, basta con condenarlo a través de la prensa, someterlo al escarnio social a través de las redes sociales y que los de a pie hagan el resto: no solo condenarán a Djokovic sino que harán lo propio con todos los Raúles, para que aprendan. 


Internet es más despiadada que la plaza pública de antaño, porque ahora no hay donde exiliarse, el paria es un paria global, en todas las latitudes será repudiado. 


Lo verdaderamente grave del caso entonces no es lo que les pase a un Luc Montagnier o a un Novak Djokovic, que al fin y al cabo seguramente no les va a faltar nunca para comer, sino que la verdadera aberración consiste en que a través de la figura del loco, del paria y del hereje se logra que la sociedad aplauda que a un tipo lo cuelguen de las pelotas en sentido figurado y lo condenen a la muerte social por el mero hecho de haberse corrido del discurso hegemónico.


El ensañamiento con Djokovic poco y nada tiene que ver con una cuestión sanitaria, más arriba veíamos cómo la llamada vacuna no tiene influencia alguna sobre el número de infectados por coronavirus. Es sencillamente la demostración de que en este mundo globalizado los dueños de la palabra (que son los dueños del mundo) no van a permitir cuestionamiento alguno a comoquiera que se les antoje gobernar a la sociedad.


Como está bien que Luc Montagnier haya sido reducido a paria de la ciencia, como está bien que Novak Djokovic sea reducido a paria del mundo del deporte más tarde o más temprano va a estar bien que tu vecino, tu hijo o tu madre sean reducidos a parias por no querer someterse a ese auténtico bautismo en la fe del nuevo orden mundial dada en llamar “vacunación”. Está bien que los echen del trabajo, está bien que no los atiendan en un hospital, está bien que  no les paguen la jubilación, que se mueran de hambre, que no los dejen circular; está bien que se los encierre en un ghetto en la Patagonia y está bien que se mueran por rebeldes, para que aprendan que con los dueños del mundo no se jode.


Montagnier y Djokovic sirven para que a nivel micro todo el que decida no someterse a determinadas cuestiones sea visto como un enemigo interno y se presente como necesaria su eliminación del cuerpo social, como se extirpa un tumor.


Eso es lo que está pasando en la actualidad y está muy bien digitado para que cada uno acepte pasivamente su propia sumisión y denuncie con vehemencia al vecino por no someterse. 


En lo personal estoy plenamente segura de que una persona de la relevancia de Novak Djokovic hubiera podido salir airoso de esta situación simplemente pagando por un “pasaporte sanitario” apócrifo. Vamos, ¿no podía pagarle un milloncito a una eminencia médica a cambio de un par de firmas? Y sin embargo, decidió cargar con el peso de sus decisiones. ¿Por qué? Habría que preguntárselo, pero es dable suponer que más que el Grand Slam de Australia a ese hombre le interesaba dar un mensaje al mundo. El mensaje de que cada uno debe defender sus derechos más elementales y los de los más vulnerables que no se pueden defender. 


Se nos dice que está bien que se le haga ver a un Djokovic que por tener dinero “nadie está por encima de la ley”. Y yo me pregunto, ¿de qué ley? ¿De la que obliga a toda la población a vacunarse y que no existe, porque la vacunación contra el coronavirus no es obligatoria en Australia como no lo es en Argentina? ¿De la ley del paciente médico que prescribe que la historia clínica de cada ciudadano es personal e íntima y nadie puede obligar a hacerla pública? ¿De la Constitución Nacional que prevé que circular, trabajar y la intimidad son derechos fundamentales de cada hombre y cada mujer? ¿De la declaración de los Derechos Humanos? Todas esas leyes están en contraposición con la aplicación de los llamados “pases sanitarios”. Parece que todos los animales son iguales pero unos son menos iguales que otros. El no vacunado es menos que cualquier animal. Está mal discriminar a los tuberculosos, a los sidosos, a los diabéticos. Pero a los que no se aplicaron la AstraZeneca o la Pfizer, no. A esos hay que condenarlos al ostracismo.


Los Luc Montagnier, los Novak Djokovic, los locos, apestados, leprosos y parias; los herejes que son colgados en plaza pública para que sean carne de los caranchos no están en riesgo por haber dejado de formar parte de la crema de cada una de sus disciplinas; los que estamos en riesgo somos nosotros. 



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