El factoide del día de hoy en la Argentina es la crema rusa. “¿Pero cómo?” —pensará el lector— “¿Acaso la crema rusa no es un helado?”.
Y sí, lo es.
A falta de noticias que contar en el plano local, incluso a falta de noticias que contar en el plano internacional (que no es que no las haya, pasa que no resulta conveniente decirlas, ni aquí ni allá) se nos entretiene con soma. Factoides.
Resulta que en solidaridad con un conflicto armado que ni siquiera conoce un comerciante decide suspender la venta de helado de crema rusa y entonces sobreabundan los chistes repetidos acerca de ese helado, se nos dice que hay quien hace favoritismo porque ahora suspende la crema rusa pero no hizo lo propio con la crema americana cuando los Estados Unidos masacraban a diestra y siniestra en sus sucesivas misiones de “paz”. Ahí está la verdadera guerra fría, se nos dice, y nos reímos de la ocurrencia.
Y entonces dedicamos el día a eso, a la risa y a la ocurrencia. Que la crema rusa, que la ensalada rusa, que el imperial ruso, que el Ruso Verea, que la rusa Bregman y Miguel Ángel Russo. Todo nos causa risa por lo ocurrente.
Hasta llegamos a cancelar la canción de Los Redonditos de Ricota “Queso ruso”, porque lo que se impone es reírse de la ocurrencia y cancelar toda alusión a Rusia, de quien se nos dice que es en la actualidad una auténtica amenaza para la humanidad.
Pero ahí mismo está la clave, nos la dice Solari en la canción misma:
Pasó de moda el Golfo
(como todo, ¿viste vos?),
como tanta otra tristeza
a la que te acostumbrás.
Ahora vas comprando
perlas truchas sin chistar,
calles inteligentes, alemanas para armar
y muchos marines de los mandarines
que cuidan por vos
las puertas del nuevo cielo.
Más claro, le echamos agua, ¿no? La estrategia de distracción por la futilidad y de la instalación de la guerra como una mercancía más que nos quieren vender ya la vio Solari hace treinta años, las redes sociales no han hecho sino intensificarla. La guerra del Golfo y las perlas truchas son una circunstancia que bien podríamos intercambiar por cualquier evento de actualidad —el coronavirus, la vacuna salvadora— y veremos claramente cómo la historia se repite.
Pasada de moda la “pandemia”, de lo que “se habla” es de la guerra. Y no es casual que hagamos esa referencia en voz pasiva: “se habla” de aquello que nos es hablado, no elegimos hablarlo, nos lo instalan. Pero además es una pasiva con “se”, de esas voces pasivas en las que no se reconoce un agente, no se sabe quién habla activamente para que nosotros recibamos el discurso por la propiedad transitiva de la palabra.
Pero no de la guerra en un sentido real, serio. Se habla de la guerra de memes o del factoide del heladero que se rehúsa a fabricar crema rusa. Se nos habla de un Vladímir Putin que es el Diablo en Calzoncillos y de que Fulano o Mengana no se solidarizaron con el “pueblo ucraniano”, como si ello fuera una obligación. Se nos habla de lo mucho que se parece Putin a Hitler en el sentido de que supuestamente planearía dominar el mundo como un Adenoid Hynkel del siglo XXI (¿se acuerdan de esa poética imagen de Hynkel jugando con el globo terráqueo y haciéndolo pedazos en aquella vieja película de Charlie Chaplin, El Gran Dictador?).
Se nos habla de todo aunque no se nos habla de lo importante, ni aquí ni allí, porque al fin y al cabo es más gracioso hablar acerca del helado, de las ganas que todos tenemos de dar albergue a las bellas ucranianas, y de la ensalada de papa, zanahoria y arvejas. A mí dénmela sin mayonesa, por favor, que la mayonesa me revuelve el estómago.
¿Cómo vamos a remontarnos a por lo menos 2014 para entender las raíces de un conflicto que no comprendemos y que en rigor de verdad no nos interesó a los argentinos entonces ni nos interesa ahora, pues atañe a unas naciones soberanas que son diferentes de la nuestra, en otro continente, allí donde Judas perdió el poncho? No tiene sentido, mejor hablamos de la ensalada rusa, porque eso es algo que sí entendemos y la cuestión es hablar, porque para eso estamos.
¿De qué nos sirve reflexionar acerca del hecho de que en este mismo momento está teniendo lugar una batalla por el sentido que va a determinar la resolución de un conflicto que no es por Ucrania ni por Rusia sino por la futura organización del mundo, y que responderá el interrogante de si va a triunfar el modelo global cuya mano ejecutora son los Estados que conforman la OTAN o si va a resurgir en el horizonte la posibilidad de una organización multipolar en la que los pueblos de la América del Sur tengamos mayores probabilidades de una inserción beneficiosa? No entendemos sobre eso, no nos interesa. Mejor hablemos acerca del cordobés “cabeza de termo” que dejó de producir helado de crema rusa.
¿De qué nos sirve, a nivel local, indagar los términos de la letra chica de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que por este tiempo se comienza a esbozar que podría implicar la entrega de nuestros recursos naturales? En más fácil hablar del parecido entre Vladímir Putin y un perro doberman, o de lo lindas que se ven las soldados ucranianas acariciando gatitos.
Y ese es tan solo el ingrediente dulce de la ensalada con su correspondiente condimento picante, la parte que nos gusta consumir. Después tenemos lo más amargo, que es lo que no nos gusta pero consumimos igual: el miedo.
Ya lo hicieron con el coronavirus que ya pasó de moda como tanta otra tristeza a la que te acostumbrás: en paralelo con los memes y los chistes, el miedo.
Que te quedes en casa, que mantengas la distancia, que si corremos riesgo de que los rusos nos metan una ojiva nuclear en el orto cuando se desencadene la tercera guerra mundial. Es extraordinario.
Ni George Orwell ni Aldous Huxley tuvieron la viveza de adelantarse a lo que ocurriría en este siglo. La realidad termina superando a la ficción. Mientras que Orwell imaginó un mundo donde la dictadura totalitaria estaría encabezada por un megaestado, en este siglo los Estados languidecen para ser reemplazados por una élite global de las corporaciones, una auténtica monarquía plutocrática sin corona que también ejerce el terrorismo pero no necesita ensuciarse las manos para sembrarlo pues cuenta con los medios de comunicación.
Mientras que Huxley propuso un esquema en el que los individuos apelaban al uso de estupefacientes para evadirse de la realidad, en rigor de verdad hoy no existe una droga más poderosa que aquella que todos consumimos, incluso nuestros hijos pequeños: el contenido multimedia en redes sociales.
Estamos atrapados en esa red, la world wide web, y no nos podemos salir de ella. Ese es nuestro soma, nadie se puede resistir a él.
El mundo que pareciera estarse por cristalizar es un mundo que combina de manera magistral y sutil los rasgos más terroríficos de las distopías que creíamos que nos habían enseñado la lección de hacia dónde no deseábamos que se condujera la humanidad. Al final, como reza el popular meme, no terminaron en advertencias, sino en una guía de instrucciones.
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