Como siempre y en toda materia de análisis, la impostura y la sobreactuación me ponen de mal humor. Y si hay una fecha en la que esos vicios se exacerban más que nunca, ese es el día de la mujer.
Y sí, porque nos estamos acostumbrando a dejar de lado la lógica y dejarnos llevar por las emociones o más precisamente, por discursos que nos tocan en lo emocional. Entonces incurrimos en la riverboquización de la vida, sea que estemos debatiendo la legitimidad del helado de crema rusa, del de menta granizada o de las felicitaciones por el día de la mujer. De todo, sin falta, tenemos que hacer una cruzada. Es agotador.
Qué puedo decir; soy mujer, me encanta serlo y debo decir aunque de eso quizá ya se haya dado cuenta el lector si más o menos me conoce a través de lo que permito mostrar de mí, que soy una mujer de la vieja escuela, de esas que gustan de la coquetería, que responden al estereotipo de lo femenino, heterosexual y adicta a la familia tradicional, de esas a las que les gustan los hombres recios y no los andróginos y bastante peleada con el feminismo, entre otros motivos por la sobreactuación que este hace de soluciones que no brinda e ideales que no representa.
Hace demasiado tiempo me he dado cuenta de que lo que llamamos “feminismo” es en realidad disidencia controlada y responde de manera lineal a los intereses e ideología de la élite dominante a nivel mundial y que por lo contrario, los principios y valores que muchos de los que deseamos la igualdad en derechos entre las personas defendemos sin distinción de sexos ya venían representados por una doctrina con nombre propio: el justicialismo. Entonces por mí si quieren prender fuego la palabra feminismo y todo lo que él representa, que lo hagan. Creo que el mundo no se perdería nada por erradicar ese término.
Creo, además, que el feminismo raya (se caracteriza, mejor dicho) por su hipocresía. Seh, hoy es un día de lucha porque a las mujeres nos cobran más por una maquinita de afeitar que a los varones por el solo hecho de vendérnosla pintada de rosa, pero a la vez un Ministerio de la Mujer pide cada vez mayor participación en el presupuesto nacional para poder comprarse unos preciosos tachos de basura, mientras la ministra se reúne con el embajador británico o nos dice por Twitter que ella nada puede hacer por contribuir al cambio que la sociedad requiere para que de repente a un grupete de aliados feministos no se le dé por secuestrar y violar en manada a una piba, porque el problema es que ella, la ministra, está muy bien en su postura pero la que está muy mal es la sociedad, pues adiestra a los varones en la “cultura de la violación”, aplaude cada vez que se comete un feminicidio y educa a los chicos para que consideren a las nenas como un ser inferior.
Vivimos en un país en el que la desocupación está alcanzando niveles de escándalo, entre cuatro y cinco de cada diez trabajadores laburan en negro o changuean y entre estos últimos obviamente por distribución de la población por sexos la mayoría son mujeres. Mujeres que no tienen trabajo o se las apañan como cuentapropistas o changarinas, que en muchos casos son cabezas de familia y que mientras nosotros estamos hablando acerca de cuestiones laterales se la siguen rebuscando y no les queda otra que hacer lo que sea, así implique limpiar la mierda de terceros.
Esas mujeres, las que laburan de lo que nadie más quiere laburar, no paran el 8 de marzo. Ni los domingos, ni nunca. No paran porque no pueden parar. Y nosotros estamos acá hablando acerca de si nos tienen que regalar flores o no, si nos tienen que felicitar, si el varón es aliado o el Diablo en calzoncillos y decimos que hay que parar para visibilizar la problemática de las mujeres pero a la vez esas mujeres, las invisibles de verdad, siguen siendo invisibles sin que en rigor de verdad nada estemos haciendo por ellas.
Y al mismo tiempo considero que todos incurrimos en la misma sobreactuación. Tanto el feminismo que sobreactúa lucha y reivindicación revolucionaria como quienes no nos identificamos con el feminismo y no nos jode que nos feliciten. Todos por igual, porque nadie es ajeno a la ingeniería social, somos todos parte del mismo proceso de subversión cuyo propósito es la vieja y reconocida bellum omnium contra omnes.
Porque digamos todo: aprovechamos la efeméride para pegarle no solo al feminismo sino por extensión a las feministas en general sin darnos cuenta de que en el medio estamos cometiendo una injusticia, porque construimos un estereotipo de feminista que no necesariamente se corresponde con el todo, pues tratándose de seres humanos, lo que prima es la diversidad y no lo homogéneo. No somos perritos de raza, que son todos iguales, no.
Conozco a muchas personas que se identifican con las ideas difundidas por el feminismo y eso no las convierte en satánicas lesbianas que odian a los hombres y desean exterminarlos de la faz de la Tierra, exageradamente afeadas y con unas tres mechas de pelo verde o violeta, que no se bañan hace tres meses. De que las hay, las hay, pero la parte no es el todo. Por resultar siendo un colectivo cuya ideología se ha tornado de hecho dominante, hoy en día hay feministas de todos los colores y todos los pelajes, e incluso hay feministos, ese tipo tan arrastrado que en lo particular me resulta tan fastidioso.
Pero como reza el dicho popular, la culpa no es del chancho sino del que le da de comer, está claro que si esta ideología viene a la vanguardia de la colonización pedagógica es porque claramente está emparentada con ideas sublimes y superiores. Se nos dice que el feminismo busca la igualdad de oportunidades entre los sexos, que tiende hacia la justicia, incluso algún descarado nos habla de la justicia social, trastocando el sentido primordial de ese valor. Entonces es obvio que los ciudadanos bienintencionados adhieran a un discurso que aunque vacío, es bello.
Se nos dice que el mundo es más justo porque las personas autopercibidas trans tienen asegurado un cupo laboral en el Estado, por ejemplo, o porque pueden tener un documento nacional que les reconozca el estatus de “no binarias”, pero no se nos hace notar que en un país en el que no hubiera desocupación no debería nadie ir a golpear las puertas del Estado para tener un trabajo. Si es justicia social que las personas trans trabajen en el Estado, ¿cómo se le llamaría al hecho de que cada una pudiera forjarse su propio destino sin depender en nada de la ayuda del Estado? Y en el sentido contrario: ¿justicia social es que reciban ayuda del Estado las personas trans que no tienen trabajo en el contexto de una sociedad en la que cuatro o cinco personas de cada diez no tienen trabajo o tienen un trabajo precario? ¿Por qué es justo que reciban ayuda las personas trans y no los padres de familia que no tienen medios para alimentar a sus hijos? Y ojo, no estoy cuestionando que se ayude a quienes necesitan ayuda, eh. Lo que estoy cuestionando es que nos conformen con parches para trastocarnos el sentido de los valores supremos que rigen nuestra vida y para que pasemos a hablar de lo secundario en vez de lo primordial.
Esa es precisamente la trampa del feminismo, que se disfraza de lo que no es. Pero no todo el mundo puede verlo y basándose en los valores supremos que el feminismo predica, muchas personas tienden a la confusión, creyendo que ideales como la igualdad ante la ley dependen de la puesta en práctica del feminismo. No son personas malintencionadas ni estúpidas, solo están adoctrinadas en la ideología dominante y les cuesta pensar por fuera de ese molde.
Qué les puedo decir, yo también estuve ahí, yo también busqué en algún momento en el feminismo un rascador para ese picor espiritual que siempre me carcomía. Y claro, nunca me dejaba de picar, pero en algún momento era esa la respuesta que les brindé a mis inquietudes. Ahora bien: a nadie le gusta que le digan que es un pelotudo o un nazi o un títere del poder global, y siempre se cazan más moscas con miel que con vinagre, desde que el mundo es mundo.
Lo que intento decir sin mucha elocuencia es que si queremos de verdad revertir este proceso de subversión social habrá que ir haciendo mayéutica caso por caso pero sobre todo, con amor. Es el amor la única fuerza que puede persuadirnos a mirar más allá de nuestros propios prejuicios, el odio no abre corazones, los cierra.
Sé de chicas que hoy se sienten solas porque tienen miedo del varón debido a que artificialmente se les vendió terror, y tienen miedo de relacionarse con hombres porque se les hizo creer que el hombre es un violento y un violador por el mero hecho de haber nacido varón. Ellas no tienen la culpa de la ideología subversiva en la que han sido adoctrinadas. Y es verdad que escala la violencia contra la mujer, ¿cómo no van a tener miedo si se les ha hecho creer que el peligro las acecha detrás de cada hombre, que el amor es un constructo social destinado a someter a la mujer y que la única manera de reconstruir una sociedad en la que sea posible la justicia es “derribando al patriarcado”?
Yo necesité enamorarme para darme permiso a sentir con intensidad. Necesité que alguien me amara y me hiciera ver la diferencia entre la justicia social y el palabrerío altisonante. Entonces sé que es posible desandar esos prejuicios y ver más allá de las anteojeras que nos propone la ideología hegemónica. Eso sí: hace falta amor para poder persuadir, como diría Jauretche, sobre todo a los no persuadidos.
Estoy plenamente convencida de que un mundo en el que no hagamos una cruzada de cada cosa es posible, pero para ello tenemos que tomarnos el trabajo de persuadir con amor. La sobreactuación de posturas intransigentes no ha conducido nunca a la paz. Ni el feminismo radical que propone destruir a la comunidad y la familia y a la sociedad tal y como conocemos ni la caza de brujas antifeminista que mete todo en la misma bolsa de residuos en lugar de recuperar lo que se puede recuperar.
En el día internacional de la mujer tenemos que replantearnos muchas cosas, y una de ellas es cómo haremos para salir de este atolladero en el que nos encontramos, que nos tiene librando una guerra entre sexos y de todos contra todos. Si vamos a conmemorar un día en honor a las mujeres, que sea en el contexto de una patria justa en la que a cada hombre y a cada mujer le sea posible aspirar a forjarse un porvenir venturoso, en la que no tengamos que rebajarnos a la indignidad de depender de limosnas para sobrevivir, en la que los criminales paguen y los buenos hombres caminen en libertad a la par de las buenas mujeres. Todo lo demás es cotillón, es sobreactuación y en ese sentido, no es otra cosa que simulación.
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