Pobres pero resilientes o el Ministerio del Humor Social

 













Me robé este título de un planteo del amigo Dante Palma, filósofo y politólogo cuya visión respeto y que además tiene el privilegio de poder decir, como pocos, que se ganó la cancelación intelectual por señalar las contradicciones de Horacio Verbitsky mucho antes de que la cancelación se pusiera de moda. Ahora nos cancelan a todos pero cuando a Dante lo cancelaron aún era cosa de pocos. Por eso lo respeto.


“¿Pobres pero resilientes?”, se pregunta Dante y tiene razón. Todos hemos pensado en eso. 


La primera vez que leí la palabra “resiliencia” estaba en inglés, en el manual de Inglés II de la Universidad Nacional de General Sarmiento donde una servidora cursé mis estudios superiores. Jamás había oído sobre eso y me vine a enterar, en inglés, de que la resiliencia era algo así como la capacidad para sobrellevar las situaciones traumáticas y convertirlas en una experiencia enriquecedora o como mínimo lo menos traumática posible. La resiliencia es la fortaleza que nos obliga como especie a seguir adelante a pesar de los eventos catastróficos que pudieran habernos afectado tanto a nivel individual como a nivel comunitario. La fuerza que nos impulsa a vivir y reponernos de eventos como el fallecimiento de un ser querido, una ruptura amorosa o una pérdida laboral, por ejemplo, se llamaría resiliencia a nivel personal pero se podría extender al nivel social o comunitario cuando el evento tuviera magnitud social, como una epidemia, una guerra o un desastre climático. La resiliencia es un fenómeno poderoso porque nos permite reconstruir desde las cenizas y pervivir como especie a pesar de la adversidad. Sin embargo no es un término de uso común, seguramente muchos lectores no tendrán la más pálida idea de lo que significa, y por eso me detengo a definirlo antes de proseguir.


Es, como decía, un término importado, del que una servidora me enteré por haberlo leído en un artículo referido al tema y citado como material de estudio de la lengua inglesa en un manual universitario. Como “empatía”, por ejemplo. ¿Hace cuánto se habla de eso que siempre hemos llamado “solidaridad” o “amor al prójimo” con el nombre de “empatía”? Es relativamente nuevo el uso de ese término, ¿no? Antes, ni fu, ni fa. 


Y sin embargo, hoy en Argentina tenemos una Subsecretaría de la Resiliencia. Es decir, un organismo del Estado dedicado específicamente a manipular el humor social con el propósito, según nos dicen, de superar el evento traumático llamado “pandemia”, que en mi caso particular me gusta más llamar encierro indefinido y terrorismo mediático. 


Un organismo del Estado con nombre pomposo, importado, que por el mero hecho de nombrar un hecho espera resolverlo como por arte de magia… Al igual que el Ministerio de Género y la Diversidad. 


Sí, este es el mismo país en el que gobernó Mauricio Macri, quien supo decir alguna vez que ojalá fuera posible declarar por decreto que todos fuésemos felices. Y sí, todos nos reíamos mucho de ese grado de estupidez y sinsentido por parte de un supuesto “cuadro” de la política. Nos reíamos del Ministerio de Movilidad en Bicicleta y militábamos para que esa gente, capaz de tomarnos el pelo a ese nivel, se fuera de una vez del gobierno para jamás volver.


Y hoy tenemos, sí, una Subsecretaría de la Resiliencia, ese modo llamativo y novedoso de nombrar a la capacidad de mantenerse fuerte en tiempos difíciles. Vaya paradoja; ahora es el gobierno que votamos el que hace esta clase de cosas.


Y sí, es un factoide, carnada para que nos indignemos porque, ¿qué otra cosa podría ser? Quieren que nos matemos entre nosotros. Si no hay pan que haya circo.


Pero también es una señal, es lo que decía Dante Palma. ¿A qué nos quieren acostumbrar? ¿Cuál es el evento catastrófico que tenemos que ir sobrellevando? La pandemia, se nos dice, pero la pandemia ya pasó. ¿La famosa “pandemia amarilla”? Esa, no estamos seguros de que haya terminado. 


Pobres pero resilientes, nos están diciendo. Hay que aprender a fumarse la que venga, eso también nos dicen. Ya nos lo dijo hace algunos años el hoy elevado a la categoría de intocable Esteban Bullrich: hay que aprender a vivir en la incertidumbre y disfrutarla, hay que poner el cuerpo como lo hace el chancho que en el desayuno de huevos con panceta no hace como la gallina que solo pone los huevos, sino que lisa y llanamente nos regala su propio pellejo. 


Ese es el mensaje que subyace a ese organismo oficial: se vienen tiempos duros y habrá que aprender a sobrellevarlos. Dos más dos es cuatro. La pregunta es si alguna vez blanquearán del todo y crearán un Ministerio del Ñocazgo, así por lo menos le pondríamos una cuota de honestidad al asunto.  


Por lo pronto, se ve que están preocupados por apaciguar de alguna manera el humor social, no sea cosa que este se les salga de las manos y se convierta en algo ingobernable. O no sea cosa que nos demos cuenta de que el humor social camina sobre rieles cuando la comunidad goza del trabajo, el progreso y la justicia social, y nos detengamos a reclamar lo que nos pertenece. 


Los refutadores de leyendas dicen que el Libertador San Martín jamás dijo algo que a todos nos hubiera gustado que dijese:  “El rey nos decía que si no podíamos comprar leña que nos emponchemos, que si por pobres no podíamos alimentar a nuestro caballo que no lo tengamos, que si alimentarnos era costoso que comamos menos… Entonces decidimos ahorrar gastos y nos liberamos del rey”. Quién sabe, se non è vero, è ben trovato, dijo el tano.

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