El Acertijo, la Ciudad Gótica y los nenes de Milei: la ética de los caídos del sistema

 



Ayer vi la nueva de Batman. Me gustó mucho y la verdad que me hizo pensar en algo; voy a ver si más o menos se entiende la idea. 


Escribí ayer mismo en mi escueta pseudo-reseña de la película que no deja de llamarme la atención que el “malo” de la película tenga algo así como un sentido de la ética. El Acertijo (ahora le dicen “The Riddler”, pero en mis tiempos se le llamaba “Acertijo” y ya me quedó así en la mente) está tratando, en su locura, de “limpiar” a la Ciudad Gótica (ahora llamada “Gotham”) de toda la corrupción y la mugre que la infesta. En ese sentido se lo puede pensar como un personaje con una ética muy suya, pero que tiende a su manera hacia determinada concepción del bien. No sé, me hizo pensar en la moral libertaria, más precisamente, en los que yo llamo “los nenes de Milei”.


¿Han notado acaso que los seguidores de Javier Milei siempre están muy enojados? Últimamente estoy pensando mucho en ellos porque cada vez estoy comprendiendo más su enojo. No lo comparto porque ya estoy lo suficientemente madura como para dejarme llevar por las emociones como un adolescente que apenas está dando sus primeros pininos en la vida real, pero sí lo comprendo. 


El caso es que el enojo del Acertijo hacia la podredumbre también resulta entendible, por más que uno no esté con las ganas del mundo de inundar la ciudad completa, asesinar a todos los representantes de la política, la policía y el sistema de administración de la justicia y matarse de la risa en el camino. Pero se entiende, qué querés que te diga. Si en la película de El Guasón (ahora llamado “The Joker”) nos hacían reflexionar acerca del problema de desatender a los marginales porque se pueden tornar impredecibles, The Batman nos advierte acerca de la peligrosidad de dejar por fuera del sistema de representación política a aquellos que tienen un interés por la justicia que no está siendo canalizado. 


Entonces me sobreviene la pregunta por la justicia y vuelvo a mi idea cíclica de siempre: para los nadies la única justicia que tiene valor es la justicia social. Sin justicia social pasa lo que pasa hoy, aquello que pasaba en la década infame: se habla de una política que no nos interesa porque no nos cambia la vida. Y es que sí, hablar de la justicia se vuelve político cuando es la política la que se pelea en la rosca por ver quién controla los jueces. A los simples mortales el sistema de administración de justicia nos resbala olímpicamente por el simple hecho de que nos codeamos íntimamente día a día con la injusta realidad de que en nuestro país un ciudadano de bien que estudia, trabaja honradamente y se esfuerza está haciendo malabares para comer. El resto es pura sarasa por fuera de esa cruda realidad.


Un jubilado cobra el equivalente a treinta kilos de carne por mes, lo que en la práctica significa que debe vivir a fideos todo el mes para no morirse de hambre y hacer frente a sus obligaciones y a sus necesidades básicas. Entonces no existe la justicia y a los ciudadanos de pie no nos interesa nada de lo que se habla tan pomposamente en los pasillos de los tribunales o en los recintos del Congreso. No nos interpela ni nos representa lo que digan señoras copetudas de traje elegante y más bien nos asquea bastante la obsecuencia de perritos falderos de los que por no tener ninguna victoria asequible al pueblo llano que mostrar siguen regodeándose en la adoración de nombres y figuras públicas que hace mucho tiempo han perdido largamente la dignidad de líderes populares.


Y en ese contexto aparece un Acertijo, el que al menos desde el discurso pretende salirse de la lógica obscena de esa “casta” y romper todo, prender fuego todo, invitando a los insatisfechos a destruir juntos. ¿Cómo no va a prender ese mensaje, si todos estamos en este tren y la verdad que nos tienen podridos de tanto tomarnos el pelo? Es obvio, los jóvenes que se saben fracasando desde los primeros pininos de la vida están enojados por eso y desean romper todo y con todos. Está digitado, pero el sentimiento se entiende y la verdad es que estamos haciendo poco por desentramar ese tejido y encaminar a los pibes hacia un proyecto de país constructivo. Por lo tanto, lo único que les queda es la destrucción. Es dos más dos.


Y no lo vemos. No lo vemos y seguimos en la rosca. 


Los nenes de Milei de seguro tienen su sentido de la ética también, pero, ¿qué ganas van a tener de hacer las cosas dentro del sistema republicano que a algunos tanto les gusta preservar si este se vive cagando en ellos? Es obvio que van a querer romper todo, prender fuego todo y reventar a medio mundo, su odio no nace de un repollo, es la resultante de todo un sistema que está demostrándose a sí mismo día tras día que no sirve a los intereses de las mayorías, que se resume a un juego de pillos, como alguna vez escribió un amigo mío. 


Vivimos en una sociedad en la que los jóvenes no tienen futuro, donde la política no enamora, donde es más redituable ser puta o estafador que trabajar y estudiar dignamente, donde los marginales son modelo y la politiquería asegura una vida de lujos que el trabajo no. Es natural que de ese claroscuro surjan los monstruos.


Fíjense que uno de los lemas de la alcaldesa recientemente electa en El Batman es “el cambio”. Y vean cómo aquí Cambiemos ganó bajo ese lema y desencantó a los mismos que hoy son en muchos casos nenes de Milei, que ahora están en eso de querer prender fuego el Banco Central. No existen las casualidades. No existe el cambio, nos dice el Acertijo, hay que prender fuego a esta alcaldesa y a todos los que la siguen pero también a todos los que se le oponen desde dentro del sistema, porque el cambio no existe, siempre todos prometen el cambio pero terminan en más de lo mismo. Se llamen como se llamen, pareciera que todas las metrópolis terminan siendo un poco la Ciudad Gótica. 


Recuerdo que mi papá, que murió a los cincuenta y seis años, solía repetir con tristeza: “Yo estoy caído del sistema”. Era un tipo que había trabajado desde los cinco años, a los dieciocho entró a trabajar en la Quinta de Olivos donde le arreglaba las rosas al jardín por donde pasean a diario los presidentes, aunque a los cuarenta se quedó sin laburo estable para siempre. Tenía veintisiete años de aportes previsionales pero sabía muy bien que irían a parar a la basura, él no tendría derecho a jubilarse porque el sistema lo había expulsado, estaba caído de él. 


El problema es que hoy en día los chicos no se caen del sistema, no llegan a subirse ni siquiera. Y no todos tienen la iniciativa de papá de morirse, algunos se enojan y en vez de morirse quieren salir a matar. Los caídos del sistema, los impedidos de formar parte del sistema se enojan y todos sabemos que el enojo no es buen consejero. Un día se chiflan y te votan a Milei, pero también puede pasar que otro día se chiflen y salgan a comprar rifles. 


Y cuando ello pase nos vamos a preguntar qué cosa habrá sido que hicimos mal. Pero la realidad es que los caídos del sistema tienen ética, pero no son tontos. A nadie le gusta que le tomen el pelo.

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