Yo debo parecer la loca de La mano que mece la cuna hablando siempre acerca de lo mismo, obsesionada con los bebés y con la maternidad. Lo cierto es que no necesariamente tiene por qué ser así; me gusta mucho ser hija y me encanta ser la noviecita malcriada, que me mimen como si fuera una nena. Porque para eso que me enamoré de un hombre doce años mayor que siempre me trata como si fuera chiquita, me cuida y me dice “niña”. Me encanta eso, ser hija.
Pero a veces pienso en la maternidad y como no me gusta tomarme a mí misma como medida de todas las cosas, trato de filtrar a través de mi experiencia personal una problemática que se generaliza independientemente de mis circunstancias individuales. Lo cierto es que casi siempre estoy cómoda con mi lugar de niña y mi Electra irresuelto (asumido, pero está ahí; soy una mujer que le dice “papito” a su marido, Freud tendría un par de cosas para decir al respecto). Pero a veces no estoy tan cómoda, por un lado porque amo tanto a ese hombre que me pregunto cómo se sentiría tener en mis brazos una réplica suya con una parte de mí en su sangre, un hijo suyo sería un regalo de la vida muy superior a cualquier otra bendición que el Altísimo pudiera otorgarme. Supongo que hacerse a una misma esos planteos es parte de crecer y no puedo negarlo, ya tengo más canas que cabellos castaños.
Pero también soy peronista, y los peronistas tenemos un compromiso con nuestra patria. Pensar la individualidad es algo que a los peronistas nos cuesta un poco, pues tenemos una cosmovisión de conjunto, nos pensamos a nosotros no como arrojados a la existencia y en soledad como plantearía Heidegger sino más bien como venecitas en un diseño superior, la comunidad organizada, como nos enseñó Perón.
Entonces pensar los hijos para un peronista no es lo mismo que para un posmoderno, por ejemplo, que se vanagloria de su individualismo sin culpa. Un peronista piensa a los hijos como parte de sí mismo y también como parte del conjunto, que es la nación. Y entonces encuentra que la cuestión de la maternidad no es personalísima de una mujer como nos quieren hacer creer los posmodernos, sino que la maternidad es una cuestión social en tanto y en cuanto posee una función social. Porque un hijo no es tuyo, para empezar, es suyo, es de sí mismo, como cada uno de nosotros somos de nosotros mismos, porque somos individuos con libre albedrío y con voluntad propia, somos sujetos y no objetos; en ese sentido, no nos pertenecemos más que a nosotros mismos aunque nos brindemos voluntariamente a terceros.
Y ahí está el quid: en tanto que gregarios y no solo eso, incapaces además en la primera etapa de nuestras vidas de sobrevivir sin la asistencia de terceros y en las etapas subsiguientes de desarrollar plenamente nuestro intelecto, nuestras habilidades cognitivas y nuestra sociabilidad, los seres humanos necesitamos de la manada, necesitamos de la comunidad. Entonces los hijos, que por individuales son libres y son propios de sí mismos también están sujetos y pertenecen a la comunidad. Esa dualidad es la que nos permite destacarnos de entre nuestros pares, en tanto que individuos, pero a la vez nos permite sobrevivir en la comodidad de la manada. Por eso los peronistas decimos que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza.
¿Se va entendiendo? Sé que esto puede sonar todo medio tirado de los pelos, excesivamente filosófico y no estamos para ponernos a pensar cuando tenemos hambre, pero hoy es el aniversario de la presentación de la charla La comunidad organizada en el contexto del primer congreso nacional de filosofía, el 9 de abril de 1949 en la provincia de Mendoza. Podemos darnos el permiso de hablar de algo más profundo que el mero devenir cotidiano, que incluso a esta altura me resulta insoportable. Pero además, un pueblo sin doctrina es un cuerpo sin alma, debemos alimentar el espíritu de nuestros compatriotas con mucho más que quejas si de veras pretendemos dejar de ser masa y volver a ser pueblo, organizarnos.
Hecha la digresión, el asunto no deja de tener actualidad. Hace unos días alguna institución educativa o acaso estadística aleatoria dio a conocer un informe que revela un dato alarmante: la tasa de natalidad en la Argentina es la más baja de la historia. Es decir, nuestro país está tendiendo muy alegremente a un crecimiento vegetativo negativo, sin que ello pareciera inmutarnos para nada.
“¿Y eso qué significa, señora? Hábleme en buen castellano”, estará pidiendo el lector. Bueno, eso significa en criollo que cada vez vamos a ser menos argentinos viviendo en Argentina. La población de nuestro país está tendiendo a reducirse, en tanto y en cuanto muy pronto morirán por año más argentinos de los que nazcan.
Y acá viene la perorata favorita de Casandra que siempre repite la misma cantinela: eso, en el octavo territorio nacional del planeta, con recursos ingentes que el mundo va a demandar de manera urgente muy pronto, bicontinental, bioceánico, con una posición estratégica clave para la geopolítica y una población de por sí ya escasa y dispersa es una muy mala noticia. Significa que los brazos que se necesitan para labrar nuestra tierra, trabajar en nuestras minas, pescar en nuestros mares, desarrollar nuestra industria son muchos más de los que hay a disposición y eso nos presenta un dilema del huevo y la gallina: estamos subdesarrollados porque somos pocos y somos pocos porque estamos subdesarrollados.
Entonces la cuestión de la maternidad no es una cuestión individual sino colectiva, porque afecta a la comunidad toda y al desarrollo del país. La cuenta es fácil: la tierra no se labra sola, la industria no se desarrolla sola, el comercio se paraliza si no hay quien compre y quien venda. La consecuencia lógica es que allí donde la población es cada vez menos las condiciones de vida se dificultan aún más, y ello conlleva una espiral de estancamiento.
Por eso alguien alguna vez dijo que gobernar es poblar, a lo que el General Perón completó: en un país en el que todo está por hacerse gobernar es crear trabajo. Son las dos etapas de un mismo proceso, las dos caras de una misma moneda: el proyecto nacionalista popular justicialista requiere de población que trabaje la tierra y trabajo con que emplear a la población. A más población más trabajo, y a más trabajo más estímulo a la población, dos más dos siempre es cuatro.
Sin embargo, tenemos a la élite intelectual subversiva remarcando en la misma semana que se conoce que los argentinos vamos a tender a ser cada vez menos deshaciéndose en demostraciones de pena y “empatía” hacia las mujeres, porque se acaban de anoticiar de que la mayoría de los embarazos en el país son “indeseados” sin preguntarse por supuesto cuáles serán los motivos de esa mala noticia, por qué las mujeres tienen hijos que no buscaron.
Qué cosa fea, che. Y entonces te celebran que se haya legalizado el aborto, así cada vez que a alguna de nosotras nos prende la semillita sin que lo hayamos planificado podamos ir de una cortar por lo sano a puro herbicida, si se me permite la analogía. Y está bien, es fácil, higiénico y funcional al proyecto global de la oligarquía financiera internacional cuya máxima consiste en despoblar para gobernar.
Desde los tiempos de acción del viejo e inefable Henry Kissinger y su confrontación con Perón en torno al aborto y el control de la natalidad en 1974 (una confrontación póstuma para este último, quien fue representado entonces por su esposa y heredera Isabel Perón) hasta las sofisticadas tecnologías de dominación cultural actuales, ingeniería del lenguaje a la cabeza, la idea de la élite global es siempre la misma: los pobres del tercer mundo es mejor que no se reproduzcan.
La castración cultural (homosexualización de la juventud incluida); la castración quirúrgica a través de la ligadura de trompas y la vasectomía, o la castración de emergencia llamada “interrupción ilegal del embarazo” y la castración material a través del robo del futuro y el progreso tienen un fundamento además de constituir un resultado de años de sumisión. Son condición sine qua non de la victoria de la élite, que pretende dominarnos sin tirar un solo tiro. Y sí, el que se fue a Sevilla perdió su silla. ¿Quién carajo va a defender el territorio cuando a los ingleses que tenemos acacito al frente, en las Malvinas, o a los chinos que están pescando en el Mar Argentino, se les ocurra venir a hacerse un campamentito en tierra firme? A nadie le importa, lo único que importa es el “empoderamiento” de la mujer, que tenga a la mano sacarse de dentro el fruto de sus propias decisiones.
Todo tiene que ver con todo, mis amigos, y en la geopolítica como en la vida no existen las casualidades. “El siglo XXI nos encontrará unidos o dominados”, auguró una vuelta uno que hizo todo a su alcance para que el vaticinio se cumpliera a favor de la unión. Tanto hizo que la historia del último medio siglo del país lo constituyen los sucesivos intentos por terminar de desbaratar todo lo que aquel ñato construyó. A dos décadas de iniciado el siglo en cuestión, este tiempo nos encuentra separados, dominados, y cada vez más poquitos. Quien quiera oír que oiga, finalmente están triunfando aquellos a quienes mejor les convenía la máxima de “gobernar es despoblar”.
A ver si nos ponemos las pilas, mis amigos, y volvemos a peronizar el territorio. Hoy ser revolucionario es enamorarse, casarse, unirse y tener hijos. Ese es el aporte que cada uno de nosotros puede hacerle a la patria, para que por lo menos les hagamos más difícil venir a ocupar esta tierra que nos pertenece por derecho.
Osea que hay que tener hijos para que le sea más difícil a las potencias continuar con la colonización? La gente en general apuesta por la felicidad, lo de "morir por la patria" o "tener hijos por la patria" es algo muy del siglo xx, en las potencias también se redujo la natalidad
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