Yo sí quiero conocer la verdad, hermana

 


Me he debatido bastante conmigo misma acerca de si debería o no escribir este texto. Decidí que sí porque no tengo por qué reprimirme para no herir susceptibilidades, no es algo que suela tener por costumbre. Pero antes quiero hacer una digresión para que se entienda de dónde proviene mi debate interno. 


Hace algún tiempo, un par de años quizá, recuerdo que de madrugada estaba escuchando a unos de mis vecinos pelear en una escena bastante tétrica y recurrente de terror de baja intensidad, que la verdad que me tiene bastante cansada. La mujer gritaba histérica, al hombre no se lo escuchaba. Y recuerdo cómo me impresionó particularmente oír el sonido del palo de la escoba contra la espalda del tipo, que en determinado momento se partió y salió volando. 


O bueno, eso me pareció oír, mi casa tiene una acústica particular en la que reverberan todos los sonidos, a veces desde mi cama oigo a los vecinos de cualquiera de los lados o del fondo conversando como si estuvieran a mi lado aunque se encuentren a metros de distancia. La mayor parte del tiempo hago lo posible por ignorarlos o pongo música, pero en la madrugada se hace difícil.


El caso es que pocos días después o acaso al día siguiente del altercadito vi por una de esas casualidades de la vida que esta mujer tiró a la calle una escoba con el palo partido al medio. Fue la corroboración de lo que yo ya sabía: en una discusión había golpeado a su marido con tanta furia que la escoba se le partió en las manos.


Y fue ese episodio el que, por lo violento y chocante me motivó a escribir otro texto, en el que describía que la violencia intrafamiliar no tiene por qué provenir siempre del mismo lado, sino que a menudo es recíproca y se retroalimenta. Citaba en ese texto, un posteo de las redes sociales, el caso de una mujer que en otro tiempo fue mi amiga y de quien por esas cosas de la vida con los años me distancié. Y debo decir que a pesar de que modifiqué determinadas circunstancias, atenué otras, maquillé un poco la cosa para preservar la identidad de esta persona, el texto llegó de alguna manera a sus manos y tras leerlo, la persona en cuestión se reconoció a sí misma, lo que nos valió un intercambio de palabras no del todo agradables. 


La verdad que no estoy aquí para hacer juicio de valor, tampoco lo hice entonces, pero es por eso que me debatí sobre si escribir o no esto ahora, porque reitero, no quiero herir susceptibilidades. Ya me disculpé largamente con esa persona por haberla utilizado como ejemplo de una conducta que deseaba ilustrar en ese momento. Sé que en algunos espejos no es lindo mirarse cuando uno los tiene en frente y hacerlo puede generarnos una reacción violenta. Pero no puedo cambiar el pasado, lo que hice entonces ya lo hice y no puedo desescribir lo escrito.


Es un tema muy delicado el de la violencia en la pareja, pero resulta necesario que lo abordemos, como todo, si de veras queremos hallarle una solución. No me creo la dueña de la verdad, no me creo perfecta y no tengo ganas de juzgar a nadie sino simplemente de poner blanco sobre negro en una situación que escala y a la que evidentemente como sociedad no le estamos encontrando la vuelta.


Por estos días está teniendo lugar el famoso juicio entre los actores estadounidenses Johnny Depp y Amber Heard, que me parece que por lo extremo y lo mediático nos puede ser un buen ejemplo de cómo la violencia, la locura y la maldad no tienen sexo, todos podemos caer en lo más bajo de la fetidez humana.


La cosa es más o menos así: resulta que la actriz Amber Heard, que alguno de ustedes conocerá quizás por La chica danesa o Acquaman era la esposa de este otro actor, Johnny Depp, quien es difícil que alguno no lo conozca. Se casaron pocos meses después de iniciar la relación, según el entorno de ambos, por iniciativa sobre todo de Amber, quien estaba muy apurada por consumar la boda antes de que a Depp se le ocurriera firmar un contrato prenupcial para preservar sus bienes personales en el caso de un eventual divorcio.


Depp estuvo en pareja con varias mujeres antes de contraer matrimonio con Heard, incluidas la actriz Winona Ryder y la también actriz y modelo francesa Vanessa Paradis, con quien son padres de dos hijos. Jamás había sido denunciado por violencia doméstica.


El caso es que con Amber Heard se casó rápido, aparentemente muy enamorado a pesar de la diferencia de edades entre marido y mujer, de más de veinte años, pero la relación no prosperó y al cabo de poco más de un año de casados la pareja se divorció en medio de un escándalo mediático que derivó en juicio de división de bienes con denuncia de violencia de género y restricción perimetral de por medio. Heard denunció a Depp ante los medios de comunicación, acusándolo de haberla golpeado en reiteradas oportunidades, de ejercer sobre ella violencia física y psicológica y de aislarla de su círculo de amistades y familiares. Como consecuencia de la nota firmada por Heard para el diario estadounidense The Washington Post, Depp fue despedido de la saga de Disney Piratas del Caribe que lo tenía como protagonista, mientras que su figura sufrió el repudio público por parte del colectivo feminista “Me too”, equivalente norteamericano a la movida “Yo sí te creo, hermana”, destinadas ambas supuestamente a visibilizar casos de abuso intrafamiliar y violencia de género sufridos presuntamente por víctimas desoídas por el sistema de administración de la justicia.


Pero nótese el detalle: Amber Heard jamás entabló una denuncia formal por tentativa de homicidio ni nada por el estilo, simplemente firmó una nota en un diario y la cultura de la cancelación hizo el resto. En cambio, el que sí entabló una denuncia formal ha sido Johnny Depp, quien demandó a Amber Heard por difamación, jurando y perjurando que él no solo jamás ha sido violento en ninguna forma con ninguna de sus parejas sino que además ha sido Heard la que sí ejerció todo tipo de violencia a lo largo de los quince meses que duró el matrimonio, desde violencia verbal y psicológica hasta violencia física; incluso lo que bien mirado podría considerarse como una tentativa de homicidio o de mínima, una inducción al suicidio. Y en lo que va del juicio, las pruebas parecerían estarle dando toda la razón. Estas incluyen audios, grabaciones de cámaras de seguridad, declaración de testigos presenciales, chats de aplicaciones de mensajería, fotografías, videos, testimonios de allegados y más, todos documentos que demuestran el temperamento violento y abusivo de Heard y los intentos de Depp por salvar la relación entre ambos.


Volvamos al texto que escribí antes, en el que citaba profusamente el caso de mi (ex)amiga. Allí mencionaba yo si no recuerdo mal (porque lo borré, no me acuerdo con exactitud qué decía) que nada justifica una respuesta violenta. Ponele que el tipo es un pancho. Ponele que estás en pareja con un tipo que no te ayuda para nada, que te tiene de sirvienta, ponele hache. Ponele que te mete los cuernos o que te trata de tarada a la primera de cambios. Lo sano es resolver los problemas si tienen solución y si no la tienen, separarse antes de terminar de arruinarse la vida el uno al otro y a los hijos, si los hubiere. Y no romperle un palo por la espalda al chabón porque vino tarde y en pedo, aunque no sea la primera vez. La violencia física es una barrera de no retorno, como así también lo es la violencia verbal. No le permitas que te diga que sos una tarada y que no servís para nada, pero tampoco le digas que es un pelotudo. De eso no hay regreso, cuando se pierde el respeto no hay vuelta atrás. 


En el caso de Johnny Depp, las pruebas apuntan a demostrar que Amber Heard no solo lo golpeó, llegando en una oportunidad a producirle la virtual amputación de la primera falange de un dedo tras arrojarle un objeto contundente, sino que también le provocó daño psicológico, le fue infiel en reiteradas ocasiones con personas conocidas (el actor James Franco y el magnate Elon Musk, por dar algunos ejemplos) y le confiscó los medicamentos que Depp tomaba para controlar su adicción a los antidepresivos, que el actor arrastra desde la pubertad cuando su propia madre, también abusiva, lo introdujo en las adicciones. En ese sentido podríamos hablar de un aparente intento por inducirlo al suicidio. Heard no le permitía a Depp tomar sus medicamentos, por lo que la salud mental de este último se deterioraba rápidamente. Testigos afirman que incluso algunas de las peleas en la pareja se debieron al hecho de que Heard estaba furiosa porque Depp no la había incluido aún en su testamento. 


Pero supongamos que el tipo era un insoportable, un drogadicto, malhablado y borracho perdido como pretende hacernos creer la defensa de Amber Heard. ¿Por qué no te separás? ¿Hace falta que te aguantes meses y años a un tipo de mierda si no hay amor de por medio, este te maltrata y la verdad que plata para agarrar tus bártulos y mandarte a mudar no te falta? ¿Cuál es la necesidad de responder con violencia a la violencia y seguir en escalada hacia el infinito y más allá?


De eso hablo cuando digo que si uno no quiere dos no pelean. Claro que existen los hijos de remil putas violentos, enfermos, y que estos se visten de corderos cuando en la vida real son lobos, pero lo que no podemos es permitirnos pensar que es una prerrogativa exclusiva del varón la hijaputez innata.


Recuerdo cuando salió la denuncia mediática contra Depp, que una persona muy querida por mí, allegada de primera línea, pasó a detestarlo y a tomarle asco al tipo, segura de la veracidad de la denuncia porque, ¿por qué iba a mentir la pobrecita Amber Heard? Era joven, hermosa, exitosa, ya tenía dinero y fama propios, ¿por qué iba a querer ensuciar a un inocente nomás por salirse con la suya? Evidentemente ese tal Johnny Depp era un monstruo y se había aprovechado de ella.


Y recuerdo que intenté explicarle a esta persona esto mismo que digo aquí: la maldad no tiene género y no sabemos, no tenemos manera de saber la verdad por la mera palabra de uno contra el otro. 


Pero fíjense además cómo esto del “Yo sí te creo, hermana” opera nuestras mentes, porque es fenomenalmente maquiavélico. En primer lugar, apela a la buena voluntad de las buenas personas mediante el argumento antedicho aquí: una persona de buen corazón no entiende la maldad, por eso no entiende que otra persona vaya a mentir alevosa y gratuitamente por el mero placer de ensuciar el buen nombre y la reputación de otra y/o para obtener algún beneficio. “¿Qué necesidad tiene de mentir?”, se pregunta el buen ciudadano, y se responde con toda lógica: “Ninguna”.


Pero la clave semántica está aquí en ese adverbio: yo sí te creo. Lo que significa que vos además de ser víctima de la ofensa que denunciás sos también víctima de la mala intención de aquellos que desconfían injustamente de tu palabra. Ellos no te creen y te revictimizan, pero yo sí. Yo sí te creo, hermana, y eso me hace sentirme mejor conmigo mismo y me hace sentir superior, mejor persona que todos los que desconfían de vos. ¿Se ve? Es extraordinario.


Y a eso estamos llegando aquí en Argentina donde, al igual que en los Estados Unidos existe en derecho el principio de presunción de inocencia. ¿Y eso qué significa? Que cualquier persona acusada por la presunta comisión de un delito es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Para acusar a alguien por algo en Argentina la querella tiene de demostrar a través de la prueba la culpabilidad del acusado, no son la defensa ni el acusado quienes tienen que probar la inocencia de este último, porque rige el principio de presunción de inocencia.


Entonces a Johnny Depp se lo condenó sin juicio y sin jurado, se lo declaró culpable de facto y su carrera, su vida familiar y su estabilidad financiera fueron arruinadas de facto por una denuncia que a todas luces era falsa, con el agravante de que el acusado no tuvo derecho a demostrar su inocencia en aquel momento porque la denuncia no fue a juicio, es por eso que seis años después realizó una demanda contra Heard, según él mismo, para limpiar su nombre y el de sus hijos, quienes allí por 2015 cuando Heard publicó su nota eran adolescentes y debieron sufrir acusaciones y abuso escolar como consecuencia de los acontecimientos.


Aunque la cosa es peor aquí en Argentina, porque no existen esas contrademandas por difamación, no existe la presunción de culpabilidad pero el principio de presunción de inocencia se cercena de facto. 


¿Qué me dicen del actor Pablo Rago, acusado a través de los medios, juzgado de facto y “cancelado” por la opinión pública por un supuesto abuso sexual que años después supimos que jamás cometió? Si les preguntan a cinco personas, cuatro les van a decir que Rago es un violín, aunque jamás existió una condena, ni siquiera una denuncia penal.


¿Y el sociólogo y dramaturgo que se enteró de casualidad por un malentendido en redes sociales de que su exmujer judía lo venía acusando por supuestos malos tratos y antisemitismo nomás porque la señora no quería devolverle una plata que este le había prestado? Estoy resumiendo (mal) ambos casos, pero me interesa simplemente que veamos cómo la movida del “Yo sí te creo, hermana” ha derivado en auténticos esperpentos antijudiciales que atentan contra la credibilidad del sistema de administración de justicia, contra la integridad de personas inocentes y demuestran además la perversidad inherente a la cultura de la cancelación.


Esto no es joda, inmumerables casos de hombres suicidados se acumulan en el tiempo y van saliendo a la luz, tipos que no soportan la presión social a la que los somete el hecho de saberse repudiados por medio mundo siendo inocentes, sabiendo además que por el solo hecho de tener pene la justicia les va a dar la espalda. 


Recuerdo cuando en mi inocencia e ingenuidad hace algunos años una persona víctima de una denuncia falsa me contó en confidencia su caso y si bien le creí me costó un poco asimilar esa idea de la denuncia falsa porque, reitero, ¿qué necesidad hay de hacer una maldad de esa magnitud? No podía creer que alguien fuera tan malvado de dañar así gratuitamente la reputación de un inocente.


Era un hombre que vivía en el exterior, había estado preso por una acusación de su exesposa, quien afirmó que este hombre había violado a la hija de ambos. E increíblemente, a pesar de la ausencia de toda prueba, la “justicia patriarcal” que tanto denuncia el feminismo le dio la razón a la mujer. Desde que conocí el caso de este hombre, desde que vi su desesperación por contar su historia, por que alguien le creyera y confiara en él, una parte de mi inocencia se murió. La maldad pura sí existe, y no tiene sexo ni género. Eso lo supe ese día.


Desde ese día no volví a decir “Yo sí te creo, hermana”, y renové mi compromiso personal con la verdad. No existe justicia si no existen pruebas de culpabilidad, no existe una inocencia de nacimiento, culpabilidad e inocencia dependen de la única verdad, que es la realidad, y no tienen sexo. Por eso yo no digo “Yo sí te creo, hermana”, sino que hoy y siempre me comprometo con la realidad y expreso desde siempre: yo sí quiero conocer la verdad.

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