Desde hace varios días o acaso semanas me estoy debatiendo acerca de estas cuestiones atinentes al amor, sin animarme a escribir sobre el tema por temor a caer en la cursilería o en lo rutinario. Es que sí, como corresponde a quienes somos tachados de odiadores en este mundo capu-soto, el amor es un tema recurrente de mis reflexiones.
Resulta que hace algunos días me llamó la atención toparme varias veces con el mismo planteo: “Qué difícil es vincularse”, me decían personas a la cara, compungidas, casi al mismo tiempo que lo leía planteado por alguien más en una de esas publicaciones virales en las redes sociales.
Qué difícil es vincularse.
Y que Dios me perdone si parecería estar pecando de soberbia pero la verdad que en lo particular no encuentro que al ser humano le sea algo más sencillo que vincularse. Vincularse es la naturaleza misma del ser humano pero nos estamos desnaturalizando tanto que nos hemos olvidado de ello.
Pensemos en un bebé, un recién nacido. A diferencia de muchas crías de animales en la naturaleza un bebé humano no tiene la capacidad no solo de sobrevivir por sí solo si nadie lo alimenta y lo protege sino propiamente carece de las habilidades para desarrollarse plenamente de acuerdo con las características propias de su especie y eso se debe precisamente a que las facultades que determinan el desarrollo pleno de un ser humano como tal son habilidades sociales.
Así, un ser humano puede llegar a la adultez si habiendo sido alimentado por terceros no resulta abatido por la enfermedad o los depredadores, pero no puede llegar bajo ningún punto de vista a la madurez como ser humano si no es a través del vínculo con otros de la especie que ya hayan sido debidamente socializados.
Pensemos en los niños expósitos. A lo largo de la historia se han multiplicado los casos estudiados de niños abandonados que lograron sobrevivir en el bosque por sí solos o fueron criados por manadas de bestias, llegando así hasta la adolescencia, como el legendario Mowgli de Rudyard Kipling. Pensemos en el caso de Víctor de Aveyron, el niño salvaje que fue rescatado de su estado de virtual salvajismo en la Francia de la Revolución.
Estos “niños salvajes” que inspiraron en la literatura historias como el propio Libro de la Selva o Tarzán en realidad han servido como demostración de que el ser humano no es tal sino a través de su comunidad. Los hombres somos seres sociales o no somos.
Y ahí está lo ilógico entonces de que se nos ocurra pensar que vincularnos es una cosa difícil, cuando en rigor de verdad no existe nada más fácil y sencillo que aquello de nos define. Un ser humano llega a desarrollar sus capacidades humanas por haberse vinculado con sus pares y sus mayores pues a diferencia de las demás criaturas del reino animal el ser humano no actúa por instinto sino que actúa por cultura.
Si Heidegger pudo desarrollar la idea de un hombre como dasein (como ser-ahí) ha sido porque el hombre no es hombre sin su contexto y este a su vez viene dado por la cultura. Un hombre no llegará a ser tal a menos que se vincule con un otro para que le transfiera esa cultura pues esta ni viene dada por la herencia genética ni se adquiere a través del ambiente. Se requiere de años de educación, disciplina y práctica para que un ser humano llegue a la madurez plena de sus capacidades intelectuales y físicas, aquellas que nos distinguen como especie de las bestias.
Entonces,“Qué difícil es vincularse”, nos dicen y nosotros respondemos compungidos sin pensar que lo que estamos diciendo es una soberana pavada: “Y sí, la verdad que sí”. Todo porque nos cuesta ver que no podríamos ser nosotros mismos sin nuestros vínculos. El hecho capital de que tengamos un lenguaje que nos permita codificar nuestras sensaciones en conceptos y verbalizarlas (vamos, el hecho de tener en la cabeza un software que nos permita pensar, llamado lenguaje) viene a consecuencia de que somos seres vinculares. Aunque se nos pretende aislar y se espera de nosotros que desnaturalicemos los vínculos.
Y prende.
La movida del hombre como hombre-solo, como in-dividuo, prende, se ve a cada paso que caminamos en esta posmodernidad líquida.
Se nos ha convencido de que vincularnos es difícil y entonces nos ponemos en difíciles, como la profecía autocumplida.
Sí, es difícil vincularse, entonces nos encerramos en nosotros mismos y pasamos a comportarnos como individuos sin observar que no existiríamos como tales de no ser por nuestros vínculos. Es difícil vincularse y entonces nos negamos al otro, el otro se niega a nosotros y ambos permanecemos en un aislamiento puramente artificial, reemplazando a la manada a la que por naturaleza debiéramos pertenecer por sucedáneos vacíos de aquello que nos define, precisamente: el lenguaje que nos permite establecer vínculos.
Y entonces volcamos todo nuestro amor, que es la amalgama de lo social, a seres incapaces de vincularse desde lo humano con nosotros como las mascotas, en un proceso de deshumanización del amor que figuras como el Papa Francisco han denunciado, no sin que ello le implicara poner a lanzar espumarajos de rabia a más de uno, incluso a muchos que se autoperciben ajenos a Dios, ateos, laicos o furiosamente anticlericales.
El amor por los hijos es una forma de amor que por ser natural a nuestra especie debe encontrar una vía alternativa para sublimarse porque no se puede evitar, y allí entonces surgen las figuras del “perrhijo” y del “gathijo” propias de la posmodernidad líquida, cuya finalidad es nada menos que ayudar al hombre a canalizar esa necesidad de amarse en la trascendencia, de amar a un otro indefenso, que la castración cultural nos ha enseñado que no puede ser de nuestra misma especie o bien que la castración material nos disuade de traer al mundo.
Pero hasta el amor de pareja nos quieren desnaturalizar. Existen incontables formas a ese respecto pero describirlas con detalle demoraría meses y años de compilación y escritura como mínimo de un libro; un simple artículo no basta para describir ese proceso. Pero hoy me quiero referir en particular a dos.
En primer lugar, a la farsa del presente indefinido y de la inexistencia del amor verdadero.
Hace algunos días mantenía una conversación con una persona que está en pareja hace unos seis o siete años con la misma persona, sin que en el medio de su relación se hayan sucedido sobresaltos, grandes peleas ni nada parecido. Son dos personas que se quieren y que al parecer están bien la una con la otra.
Y sin embargo me decía esta persona que ella no esperaba que esa relación le durase para siempre, que tampoco pensaba en el futuro y que estaba con su pareja porque era la pareja que había pero en resumidas cuentas que un poco le daba lo mismo que fuera esta u otra pareja mientras ella tuviera alguien para que le caliente los pies en invierno, alguien con quien llevarse bien y pasar un buen rato.
Eso es a lo que le llamo yo un “presente indefinido”. La idea que subyace un poco es que el amor es eso, es ese presente mundano de aquí y ahora. Un amante en ese esquema es el que haya a disposición y en ese sentido es dispensable. Uno tiene a este Roberto con el que mira Netflix y cada tanto se echa un polvo pero en rigor de verdad estaría bien que fuera aquel Martín de antaño con el que paseaba en bicicleta por los lagos de Palermo o bien aquel otro, Pablo, con quien también miraba Netflix. ¿O ese era Gustavo? Ni me acuerdo, los rostros y los nombres se funden unos con otros porque en rigor de verdad no me importó ninguno. El amor es eso, no existe el “amor verdadero”, esos son cuentos de hadas. Me aburro de solo pensar en toda una vida junto a la misma persona. ¿Qué haremos cuando el sexo no sea lo mismo, cuando ya nos hayamos visto todas las películas y las telenovelas habidas y por haber? Qué horror. Nos tocará desnudar nuestro propio yo, cosa que uno ni loco que estuviera puede hacer porque cuando uno desnuda el alma está más vulnerable que nunca. ¿Y si el otro me lastima? Porque cuando yo desnude mi alma el otro podrá ver mis debilidades, mis flaquezas, mis cicatrices de batallas pasadas.
Qué horror. Qué cosa tan difícil es vincularse, che.
El extremo de esta desnaturalización del amor, no obstante, va más allá de ese mero masturbarse con el cuerpo del otro sin estrechar vínculo espiritual alguno, usándolo como compañero de tragos, compañero de juerga, compañero de maratones de streaming o de caminatas por la sierra. Compañero siempre, como lo puede ser un perro o un amigo. Compañero siempre, amante jamás.
Hace algunos años vi una película que se llamaba Lars and the real girl y que contaba la historia de un muchacho bastante antisocial interpretado por el actor norteamericano Ryan Gosling, que se enamoraba de una muñeca sexual y la presentaba a su comunidad como su prometida. Lo tragicómico del caso era que como Lars era un chico con capacidades diferentes y querido por todos, todo el pueblo comenzó a socializar con su novia, Bianca, como si esta fuera de verdad la novia del chico, a quien nadie se atrevía a desenmascarar como lo que en realidad era, una muñeca sexual, porque no querían romper la ilusión de Lars, quien en su inocencia parecía estar seguro de que esa muñeca era su novia, una mujer real a quien él podía oír cuando supuestamente le hablaba, pues él juraba y perjuraba que se trataba de una mujer común y corriente.
El caso es que vean cómo hasta en ese mundo de ficción el hombre que sostenía una relación “amorosa” con el objeto inanimado lo hacía asegurando que se trataba de una persona de carne y hueso. Y no solo eso: cuando finalmente conoce a una chica de carne y hueso de quien se enamora, el amigo Lars asiste a la enfermedad y posterior muerte de la pobre Bianca, la muñeca quien pierde su estatus de animada para pasar a ser una vez más un objeto sin vida.
El amor real, tangible, humano, termina abriéndose paso en esta historia por entre las hendijas de la locura de una mente algo perturbada.
Pero como siempre suele pasar, la realidad supera a la ficción. Bajo el título de “Amor distinto” en las últimas horas el diario Clarín ha publicado el caso de un señor que nadie nos dice que esté loco y que sin embargo “ama” a una muñeca sexual, tal como el loco Lars de la película de ficción.
En la misma semana Infobae ha hecho lo propio presentando el caso de una mujer que afirma ser “objetosexual” y estar enamorada de un avión. Esta señora, según afirma, resolvió el tema de la incapacidad de vincularse de manera física con una aeronave comprando una réplica a escala con la que, según cuenta, practica sexo.
Ya no necesitamos masturbarnos con el cuerpo de otro, ni siquiera necesitamos un compañero de juerga; nos alcanza con un objeto inanimado porque claro, ustedes saben lo difícil que es vincularse. Porque a diferencia de un hombre un avión de juguete no te habla, no te cuestiona, no le va a molestar que seas un ser humano aburrido o perturbado, un tarado o un antisocial. A un objeto de plástico lo lavás y podés volver a usarlo cuantas veces quieras, no se daña ni se estropea.
En resumen: un objeto no te puede hacer daño y no te puede abandonar. O eso es lo que vos en tu ilusión creés, sin darte cuenta de que para “enamorarte” de un objeto antes tenés que haberte aislado de todas las demás personas.
Y una vez más, de tantas, la conclusión viene siendo la misma. El objetivo de deshumanizar al humano es precisamente que olvide que es un ser social para que no se desarrolle en plenitud. Un ser humano en soledad es más fácil de doblegar que uno en comunidad.
Pero sobre todo, así como en la antigua Esparta los generales propiciaban el amor entre los soldados porque sabían bien que estos guerreaban mucho más bravamente cuando en juego estaba no solo la victoria, no solo el honor sino además y sobre todo la vida del amante de cada uno de los guerreros, de la misma manera en estos tiempos las élites han decidido suprimir el amor porque saben que es una fuerza de cuidado.
Es que yo no tengo la menor duda de que sería capaz de derramar hasta la última gota de sangre por mi patria a la que amo pero sobre todo por el hombre a quien amo. La pregunta es: ¿será capaz la señorita de Infobae de morir por una réplica de su avión de pasajeros?
Ustedes conocen la respuesta y saben bien que en ella está la explicación de lo que nos está sucediendo. Por lo tanto, en estos tiempos capu-soto, así a uno le valga el mote de odiador, el acto más revolucionario que mujer o varón pueden acometer es amar al prójimo, amar con toda la fuerza del alma y de las vísceras, amar aunque a veces duelan las costillas y se le salten a uno las lágrimas. Amar aunque a veces la distancia nos separe del amante, porque el amor es lo más verdadero que existe y es para siempre.
El amor es para toda la eternidad, es la fuerza que nos sostiene cuando nuestras fuerzas flaquean. Si este amor es infinito, ¿qué carajo me importa que tengamos de por medio un océano de distancia? Atlántico, hacete de abajo.
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