El 1°. de mayo siempre ha sido un día de felicidad y celebración para todos los peronistas. El día del trabajador es, sin lugar a dudas y junto al 17 de octubre, la efeméride por excelencia que el pueblo trabajador festeja con más algarabía, pues es sabido que para el hombre no existe mayor satisfacción moral que la de ganarse el pan con el sudor de la propia frente. Este es un día de reafirmación de todos los derechos conquistados y de la dignidad misma de saberse trabajador, de ser parte de la comunidad y servir a esta a través de ese ordenador social por excelencia que constituye el trabajo.
La visión negativa del día del trabajador —propia de la izquierda gorila que reivindica la fecha como una jornada de luto por unos mártires importados de Chicago— no casa con el ideario del peronismo. El pueblo peronista siempre ha vivido el 1°. de mayo como una auténtica fiesta del trabajo en la que las familias argentinas nos reunimos a agasajar al trabajador entendido como agente de la transformación social, plenamente consciente de su propio potencial revolucionario.
Pero más allá del inobjetable carácter festivo del 1°. de mayo en el imaginario del pueblo argentino, ningún observador atento podría soslayar la evidencia de que es el día del trabajador un termómetro para medir el humor social, unas veces más caldeado que otras.
Están los 1°. de mayo populares, en los que lo festivo se respira en el aire y luego están esas otras ocasiones en las que el día del trabajador se entremezcla con la protesta social, justificada sin dudas, y no se ven tantas parrillas llenas, humeantes, en los barrios populares. Son esos días agridulces, melancólicos, que invitan a la reflexión acerca del estado de la situación laboral de millones de nuestros compatriotas.
En la actualidad el mercado de trabajo formal se está contrayendo. Casi cuatro de cada diez trabajadores argentinos permanecen en la informalidad y eso significa que sus actividades les permiten reunir un ingreso, aunque este no es fijo ni es suficiente en la mayoría de los casos para cubrir las necesidades básicas del trabajador y su familia. Mucho menos implican no el mero reconocimiento sino el pleno ejercicio de derechos laborales elementales que ya a partir de la primera década peronista habían pasado a tomar carácter de ley.
Millones de argentinos no acceden en la actualidad a una jornada laboral de ocho horas, a un salario anual complementario, a las vacaciones pagas, al salario familiar, a la cobertura de salud, a los aportes previsionales, a las horas extras pagas, a sindicalizarse o a la licencia por enfermedad, maternidad o paternidad, por ejemplo. Eso constituye una flagrante violación de facto en la legislación laboral y un retroceso en los derechos adquiridos por todo el pueblo argentino, pues es bien sabido que la merma en la calidad del trabajo repercute en la totalidad del sistema laboral.
A peores condiciones generales del mercado de trabajo, mayor flexibilización de facto de los contratos, mayor informalidad y mayor caída en la calidad de vida de los argentinos. Hablaba el sociólogo Gino Germani, intelectual orgánico por excelencia del gorilismo histórico, de una “masa en disponibilidad” para ser adoctrinada, allí por la década de 1950 cuando pretendía explicar a través de su sesgo marcadamente antipopular el fenómeno peronista. Forzando apenas el concepto, podríamos hablar también de una “masa en disponibilidad” para ser empleada por el mercado de trabajo, un ejército de desocupados que funge en un esquema de contracción de la actividad económica como disciplinador social, cuya finalidad termina siendo la de coercionar a la clase trabajadora para que acepte la flexibilización laboral de facto sin chistar.
Pero allí no termina la cosa: el nivel de inflación generalizada en los precios de la economía, pero en particular en lo que refiere a los bienes de consumo y los alimentos en específico, pulveriza el valor del salario incluso en el trabajo registrado y no parecería encontrar techo. El salario mínimo apenas cubre la mitad de la canasta básica de una familia, la jubilación mínima está peleando por no empatar con una canasta de indigencia y los alimentos resultan impagables, sobre todo los que son de calidad.
En ese esquema, la epidemia de coronavirus tras la que el gobierno de Alberto Fernández se escudó por dos años para justificar su propia inacción y hacer macrismo sin Macri en cuotas solo vino a exacerbar la reforma laboral y previsional de facto, aquella por la que la militancia del actual oficialismo salió a la calle a protestar ese febril 14 de diciembre de 2017, copando las inmediaciones del Congreso de la Nación.
Y todo ese panorama resulta desolador, inmoral. La clase trabajadora está asediada por la necesidad y ya no encuentra de dónde sacar un manguito extra, la clase media se endeuda para hacer frente a los gastos corrientes, debe vender sus bienes o autoexplotarse haciendo horas extras para llegar a fin de mes. Lo que muchas veces consideramos un gusto como irnos de vacaciones, salir a comer o cambiar algún electrodoméstico son en realidad derechos adquiridos y sin embargo resulta cada vez más difícil para cualquier familia en nuestro país hacer frente a esos gastos elementales.
Los jóvenes no encuentran una brecha por donde ingresar al mercado de trabajo, los ancianos no pueden retirarse porque o bien la informalidad del trabajo no les permite jubilarse o bien la jubilación apenas les alcanza para comprar alimentos. Ese es el estado de situación de los trabajadores este 1°. de mayo.
Y como peronistas no podemos permanecer en silencio ante ese deterioro en las condiciones generales de la vida de nuestro pueblo, pero en particular de las condiciones del mercado de trabajo. Es tiempo de dejar de comentar la realidad para tomar cartas en el asunto, mucho más cuando son esas las condiciones de los trabajadores argentinos durante el mandato de un gobierno que se autopercibe peronista.
Hace algunos días la presidenta de Madres de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini se refería en estos términos a la situación en la que el argentino de a pie se encuentra cuando percibe a la dirigencia política y a los funcionarios de un gobierno elegido para ser peronista tan aislados de la realidad de su pueblo, del pueblo que escogió soberanamente al Frente de Todos: “Nos están poniendo la soga en el cogote, va a aumentar todo y no vamos a tener sueldo para vivir. Acuérdense. Nos va mal, nos va mal”.
¿Y cómo no habría de sentirse identificado con esa definición tan descarnada un trabajador medio, un padre de familia o un jubilado cuando se nos dice que el país repunta, pero nosotros solo recibimos más y más presión? Los medios de comunicación aliados al oficialismo y los economistas cercanos al Frente de Todos miden el crecimiento de la actividad económica a través de variables que resultan completamente aisladas de la realidad cotidiana del pueblo de a pie, mientras que el gobierno se limita a aplicar parches entre bonos, acuerdos de precios e invitaciones gentiles a los supermercadistas para hacerle la guerra a la inflación. En paralelo, los precios siempre están en alza. Hoy aumentan los combustibles, mañana los servicios públicos y nuestros salarios corren con la desventaja de siempre, la de subir por la escalera mientras los costos de la vida suben en ascensor.
La carne, el pan y el queso son lujos para nuestros niños y nuestros ancianos en el país de las vacas. Nuestros niños y nuestros ancianos, que deberían ser los únicos privilegiados, están subalimentados, mal vestidos y empobrecidos, incluso aquellos que cuentan con alguna ayuda del Estado.
Esa es la situación del trabajo en nuestro país. Mientras se nos relata a través de los medios de desinformación que la actividad crece o que nuestro gobierno ha ideado alguna solución de emergencia para aliviar al sector más postergado de nuestra sociedad, la inflación sigue imparable carcomiendo el valor de los salarios de quienes aún tienen trabajo.
Entonces no será una cuestión de actividad, pensamos, sino de distribución del ingreso. En más de dos años no hemos logrado (o quizá no hemos querido) poner en cuestión el reparto de la riqueza propuesto por el gobierno oligárquico de Mauricio Macri en Cambiemos/Juntos por el Cambio. Las tarifas por las nubes, los oligopolios y los monopolios siguen intactos mientras que el ajuste fiscal destinado a hacer frente a la deuda eterna recae sobre la clase trabajadora.
Y la dirigencia se regodea en el chiquitaje, en la politiquería, en la interna, en la oposición siendo oficialismo y en el oficialismo siendo oposición. Todos comentan la realidad, algunos reciben aplausos y agasajos mientras se perfila en el horizonte el panorama electoral de un 2023 que parecería remontarse hasta dentro de un siglo en el imaginario del trabajador que aquí y ahora no está encontrando la salida a una economía que castiga incluso a los que aún poseen la bendición de tener trabajo.
Es tiempo, entonces, de que la política comience a tomar volumen y fuerza y a pensar en las mayorías populares porque, como bien enseñaba el General Perón, no es posible hacer una tortilla sin romper unos cuantos huevos. Resulta imprescindible retomar las riendas de la política, de una política propositiva que defienda en primer lugar a la producción y al trabajo y que no se limite a la mera introspección, al comentario de la realidad o al emparchado aquí y allá, con “ayudas” que cuando llegan finalmente ya han sido completamente pulverizadas por la inflación galopante.
Es importante privilegiar la acción y la resolución antes que la ideología, es inmoral que millones de trabajadores deban esperar días enteros para inscribirse en un programa social de emergencia que, siendo apenas una aspirina como método para frenar una hemorragia, no deja de sembrar ilusión en aquellos que lo necesitan. Asquea el nivel de desprecio al que los trabajadores son sometidos en situaciones como la actual.
Para el peronismo solo existe una clase de hombres: los que trabajan. Y es justo que cada hombre produzca como mínimo lo que consume, porque donde no existe la producción los bienes de consumo tienden a la escasez y porque el motor de una economía virtuosa es el trabajo.
Perón explicó con su simpleza habitual que en un país en el que todo está por hacerse gobernar es crear trabajo. Explicó también cómo el salario sube naturalmente y rinde cuando cada una de las ramas de la industria se dedica a producir. Es necesario volver a tener la iniciativa de la política y comenzar a echar mano de las recetas que sabemos que funcionan, pues ya lo hemos hecho antes. Lo hizo Perón en un país prácticamente preindustrial, lo supo a hacer Néstor Kirchner tras el estallido de la peor crisis en la historia de nuestro país. El peronismo tiene las herramientas, tiene la experiencia, tiene los técnicos capaces de hacerlo. Pero tiene que hacerlo ya.
Es momento de que el trabajo vuelva a ser eje de la política, de que abandonemos la pasividad y el cinismo de llamarnos peronistas cuando estamos siendo en la realidad, que es la única verdad, fieles lacayos del poder global. Es necesario que recuperemos para el peronismo la lealtad de la clase trabajadora; esta no se gana con eslóganes ni con ideología sino con trabajo y progreso.
El apoyo de los trabajadores es de los peronistas pues ha sido el peronismo el único movimiento nacional capaz de elevar la calidad de vida del trabajador, de reconocerle derechos y prerrogativas demandados desde hacía décadas y de otorgarle al trabajo el lugar central que le corresponde como ordenador social e impulsor del crecimiento con desarrollo para todos.
Es por el peronismo que el 1°. de mayo es en Argentina un día de celebración y no de duelo. Resulta inmoral que se deje pegado al peronismo en un modelo de empobrecimiento que privilegia la entrega por sobre la soberanía, la sumisión antes que la independencia y la limosna en lugar de la justicia social.
Es tiempo de que recordemos de una vez por todas que la tarea del peronismo no concluye mientras un solo argentino se encuentre en una situación de precariedad y de que actuemos en consecuencia. Se lo debemos a Perón, a Evita, a cada uno de los que han dado la vida por el bienestar y la felicidad de este hermoso pueblo trabajador, el pueblo argentino. No tenemos derecho a dejar morir al peronismo a manos del entrismo que actúa como oligarca en ropas de trabajador.
El peronismo no se aprende ni se declama, se comprende y se siente. Pero sobre todo se hace. La única verdad es la realidad y allí donde se privilegien los intereses de las minorías por sobre los del pueblo no gobierna el peronismo, pues los que trabajan son la única clase de hombres para el peronismo. No cuesta recordarlo una y otra vez.
Los lineamientos del ministerio de educación nacional y del provincial son los de "formar muchos aspirantes a trabajadores" para que los empresarios puedan elegir.
ResponderEliminar