Que vuelva la colimba



Este resulta siendo un comentario difícil de decir, pero alguien lo tiene que hacer: resulta abrumador corroborar en cada momento lo extraordinariamente bien que está siendo asesorada por quienesquiera que la manejen en su trayectoria política la diputada por la provincia de Santa Fe Amalia Granata. Independientemente del contenido de las premisas que Granata defiende, lo innegable del caso es lo bien que está leyendo el sentido común de las clases populares medias y trabajadoras y el momento histórico. La verdad que es envidiable.

Mientras el oficialismo encarnado por el Frente de Todos sigue adelante en la retroalimentación de la lógica de la grieta que tiene como su idéntico en espejo a Juntos por el Cambio y regodeándose en decisiones que presenta como la panacea, tal como la designación de una mujer transgénero para hacer las veces de embajadora de la comunidad homosexual y la perspectiva de género, o algo por el estilo que no se termina —que no se empieza— a entender del todo, la diputada Amalia Granata sugiere establecer lo que en principio se promocionó en los medios de desinformación como un regreso al servicio militar obligatorio, para más tarde ser reformulado por la propia Granata como un servicio cívico, “obligatorio para mujeres y hombres que cuando terminen el secundario no trabajen ni estudien, para que puedan ser capacitados con oficios y valores”, de acuerdo con el comunicado que emitió la legisladora.

Y la verdad que resulta gracioso, porque lo que Granata viene a proponer posee dos características que las políticas implementadas por el oficialismo en lo que va de su gobierno no han representado para nada por regla general: en primer lugar, se amolda al sentido común del pueblo llano y en segundo lugar es propositiva, está planteando una respuesta buena, mala, discutible o no, pero una respuesta al fin a una problemática latente y que preocupa mucho a la sociedad, a saberla, el hecho de que la juventud no encuentre canales de participación activa en la comunidad, así como la emergencia de una epidemia de “ni-ni” (hombres y mujeres jóvenes que salen de la escuela secundaria solo para quedarse en el hogar, que no estudian ni trabajan).

Todo eso por no mencionar la evidente crisis de valores que aqueja a nuestra sociedad porque, véase, lo que está sugiriendo Amalia Granata es precisamente que el Estado se ocupe de institucionalizar una vía de aprendizaje en valores y oficios para los jóvenes que no hayan logrado insertarse en el mundo del trabajo ni tampoco hayan podido iniciar alguna carrera de grado, terciaria o universitaria. La problemática abarca lo atinente a la cuestión laboral que aqueja a buena parte de la juventud en nuestro país, donde resulta difícil obtener un empleo incluso para quienes se encuentran en posesión de experiencia laboral y formación superior. Pero también se relaciona con una crisis de expectativas y de valores generadora, de manera directa o indirecta, de la proliferación de prácticas nocivas para la persona y para la comunidad, como el uso de drogas, la delincuencia o el alcoholismo.

La “vagancia”, como la conocemos en el barrio, es un problema que aqueja a la comunidad toda y resulta transversal a todas las capas de la sociedad, aunque en los estratos más postergados, en combinación con una marginalidad tendiente a lo estructural hace estragos en la juventud. Se trata de un problema complejísimo, con demasiadas aristas para ser tomado a la ligera y proponer soluciones mágicas para su desaparición. Pero precisamente porque preocupa a toda la sociedad, tanto a los jóvenes que son víctimas como a los adultos mayores que están viendo a sus hijos y a sus nietos “caerse del sistema”, justamente por lo acuciante del asunto es que resulta muy fácil pescar en esa pecera. Y allí está Amalia Granata, en botas de goma y con la caña en la mano.

Esa es una característica propia de esta oleada “conservadora” encarnada en personajes como Amalia Granata o Javier Milei en la política y Viviana Canosa en los medios de comunicación: el sentido de la oportunidad. A diferencia de un oficialismo que hace que hace y no hace, dice que hace y no hace mientras en la realidad efectiva lleva adelante políticas completamente aisladas de la realidad de la sociedad argentina o directamente opuestas al sentido común de las mayorías, los “conservadores” no paran de proponer medidas que, gusten o no, por lo menos están por regla general orientadas a responder de alguna manera a las inquietudes del pueblo llano.

Sea Milei desde el plano de lo económico o Granata desde el plano de lo social, es este sector que tanto asusta a un progresismo miedoso del regreso de la “derecha” el que está tendiendo a monopolizar el volumen político de las discusiones en el plano local, nos guste o no. Incluso aunque estén la mayoría de las veces proponiendo soluciones que ya se han visto fracasar en el pasado. El problema es que para 2023 muchos de quienes formen parte del padrón electoral habrán aprendido la política a partir del fracaso del macrismo neoliberal “de derecha” y tendrán más fresca que ninguna otra en la memoria la experiencia del divorcio de la realidad del progresismo socialdemócrata “de izquierda”. Las iniciativas como las de Granata o Milei son bien recibidas por una sociedad que ve a la “clase política” interesada más por cuestiones ideológicas o en comportarse como una “casta” completamente endogámica que por resolver los problemas de los trabajadores. Y esta no es una valoración ni estética ni ética del fenómeno, es una mera descripción, un diagnóstico lo más objetivo posible.

Recuerdo que mi abuelo Nino solía repetir la siguiente sentencia: “Que vuelvan los milicos” o bien “que vuelva la colimba”, en alusión al servicio militar obligatorio. Lo decía allí por la década de 1990, época en la que tanto mi abuelo como varios de sus hijos varones se quedaron sin trabajo y debían pelear día a día por la supervivencia en un país que se tornaba en jungla. Mi abuelo era consuegro de un hombre que había sido secuestrado y desaparecido por la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, allí por 1977. Se trataba de mi abuelo paterno, don Sabino Meza.

Pero a pesar de conocer de cerca los horrores de una dictadura genocida, el abuelo Nino aún sostenía que por lo menos la “colimba” como se le llama habitualmente, acrónimo de “correr, barrer y limpiar”, tenía que volver. Porque en la colimba se aprendía disciplina, a seguir órdenes, a amar a la patria y a no “hacerse el pillo”. “De la colimba salías hombre”, decía el abuelo.

Y esto, recordemos, lo decía durante la década menemista, cuando por doquier se vivenciaba la experiencia de una juventud que a ojos de los mayores no parecía tener perspectiva de futuro, sin trabajo estable y proliferando en las calles el delito, la “vagancia” y el desasosiego asociado a la crisis de valores. El trabajo escaseaba y el sacrificio no conducía a ningún puerto, por lo menos a la vista de los adultos mayores.

Y en la actualidad se repite el diagnóstico. Un trabajador vive soportando situaciones que resultan inmorales, como que los propios hijos de sus vecinos lo esperen en la parada del colectivo y le roben el celular o las zapatillas, se lleven la bicicleta en la que el hijo va todos los días a la escuela, o que le entren a la madre a la casa y le roben la jubilación luego de propinarle una golpiza. Esa es la realidad cotidiana de muchos argentinos, es lo que está pasando en los barrios mientras el gobierno designa embajadoras LGBT para todos y todas. Inseguridad, adicciones, violencia familiar, falta de trabajo, desinterés por el mismo, apatía, inflación. Eso es lo que preocupa al pueblo de a pie.

Un buen día a los muchachos de la esquina se les ocurre sembrar el terror, robar o acosar y el trabajador se ve obligado a tragarse la bronca y permanecer inerme sin hacer nada, o arriesgarse a que le prendan fuego la casa, le maten el perro o amedrenten a su señora, pues la muchachada está hasta arriba de cocaína o paco y no reconoce ni a su propia madre.

Y entonces viene Milei y habla de trabajo, de una dolarización que se vende como panacea, o viene Granata y dice que todo el que no estudie ni trabaje algo tiene que hacer, porque uno no puede estar en el mundo nomás para respirar oxígeno y exhalar dióxido de carbono. Es extraordinario. ¿Se ve o no se ve lo que estamos tratando de mostrar? No estamos haciendo juicio de valor de lo que propone Granata, sencillamente lo que resulta innegable del caso, le pese a quien le pese, es que demagogia mediante o no, Amalia Granata está acercando al pueblo una respuesta a lo que el pueblo está demandando: valores, seguridad, inclusión de la juventud.

Y si me lo preguntan a mí, en lo personalísimo, debo admitir que desde hace demasiado tiempo vengo sosteniendo que resulta imprescindible reconciliar al pueblo con las fuerzas armadas, repensar la estrategia de defensa de las fronteras del país y propiciar la renovación de un ejército patriótico que defienda a la patria. Creo que todo eso es necesario y no me asusta la idea de pensar en la vuelta de la conscripción, siempre y cuando esta no implique reventar a palazos a un joven como ya sucedió en el pasado. Creo firmemente que una patria libre, justa y soberana no es posible sin una política de defensa fuerte que comprometa al mayor número de argentinos posible. Iniciativas como la de Amalia Granata, no obstante, no parecerían ir en la dirección de una auténtica reforma militar, congruente con la erección de una doctrina de defensa soberana y patriótica. Todo huele demasiado a humo, por lo menos a las narices de quien escribe estas líneas.

Sin embargo, sí resulta imprescindible comenzar a pensar una política de inclusión de la juventud extendida en el tiempo, más allá de los planes sociales, la ideología de género o la educación en el “consumo cuidado” de estupefacientes.

No conduce a ningún puerto la actitud pasiva de quien mira como quien oye llover que los hombres y las mujeres del futuro se limiten a vegetar en la calle o en la casa porque no existe actividad que les permita desarrollarse de manera honesta y a través del ejercicio del ordenador social por excelencia, el trabajo honrado.

Si la iniciativa del “servicio comunitario” de Amalia Granata es un intento por pescar en la pecera de las expectativas genuinas de los de a pie, la problemática que subyace a esta no deja de estar entre las más candentes y que más preocupan al pueblo trabajador. Que sea a través de talleres de oficios, con pasantías en fábricas, con la reconversión de los planes sociales en trabajo genuino, que sea de la manera que tenga que ser, pero hay que sacar a los jóvenes del estancamiento en el que se encuentran, viendo de acuerdo con su estrato social de origen únicamente dos salidas posibles: la calle o el aeropuerto. Hay que hacer algo, el “Estado presente” con el que al progresismo le encanta golpearse el pecho le está quedando a deber demasiado a toda una generación.

El pueblo lo demanda, Granata hace usufructo de esa demanda y a los que decimos que se nos está escapando la tortuga nos insultan en lenguas muertas, como el médico que insulta el microscopio por mostrarle una bacteria en vez de trabajar en un nuevo antibiótico. 

En este estado de cosas, nadie tiene derecho de quejarse de que “vuelve la ‘derecha’”. Ningún fenómeno surge de la nada por mera generación espontánea, mis amigos.


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