Peronismo e ideología de género

 




(Publicado en la Revista Hegemonía, junio 2022)


La ideología de género forma parte de la cosmovisión neoliberal, entendida esta necesariamente como un discurso o una ideología con aspiraciones hegemónicas tendiente a colocar al mercado por sobre todas las cosas y a mercantilizar las relaciones sociales a través de los criterios de compraventa, de eficiencia, costo-beneficio y productividad propios de las ciencias económicas en general y de la teoría liberal del mercado en particular, en detrimento de los valores de solidaridad y comunidad propios de la comunidad organizada, modelo de la sociedad peronista.


La ideología de género se enmarca entonces en la concepción neoliberal del hombre, individualista y mercantil, que ve en el ser humano más un consumidor pasivo, un cliente y no un sujeto activo de derechos ni de poder ni de su propio destino. Neoliberalismo, entiéndase bien, no es una escuela económica sino propiamente una doctrina filosófica con pretensiones hegemónicas, pensada y diseñada para regular las relaciones humanas en todos los aspectos de la vida. En sus lineamientos filosóficos el neoliberalismo es diametralmente opuesto a la noción peronista de comunidad organizada que resulta a su vez en fundamento de la doctrina justicialista. Mientras el peronismo como doctrina persigue la justicia social bajo la forma ideal de la organización de la sociedad en una comunidad organizada, el neoliberalismo pretende deshumanizar las relaciones humanas para otorgarles un cariz económico de costo, beneficio, balances positivos, ganancias o pérdidas.


La comunidad organizada es una comunidad de hombres y mujeres libres en la que cada uno de los individuos posee una función social y un rol específico, dentro de la que el individuo se distingue de la comunidad, pero a la vez este no se puede realizar plenamente si no es bajo el abrigo de su entorno. La comunidad es plena en su desarrollo cuando cada uno de los individuos que la componen alcanza la plenitud, pero al mismo tiempo los individuos no pueden ser felices y realizarse plenamente si la comunidad no se desarrolla y crece en plenitud. Porque en la comunidad organizada, de raigambre profundamente humanista y cristiana, nadie puede ser feliz si a su lado sus hermanos sufren.


La doctrina es justicialista porque coloca en el centro de su reflexión al hombre en todas sus facetas: física, mental y espiritual. El neoliberalismo, en cambio, coloca en el centro de su cosmovisión al mercado. Y la ideología de género, en tanto que pata ideológica del neoliberalismo contribuye a transpolar la lógica del mercado a las relaciones interpersonales. 


Esta no se centra en el hombre como un miembro necesario de su comunidad, con un rol específico e inmerso en sus relaciones sociales, sino que se ocupa del individuo, un individuo sin contexto y sin comunidad, arrojado al mundo para ser apropiado como un cliente, como un número deshumanizado en el contexto de una sociedad de mercado donde todo se oferta y se regatea, se compra, se vende y se maneja por criterios de oferta y de demanda. Por estar enmarcada dentro de la cosmovisión neoliberal, la ideología de género tiende a privilegiar el deseo por sobre la necesidad, lo dispensable por sobre lo durable y al individuo por sobre la comunidad. 


Pero el problema de privilegiar al individuo por sobre el mundo que lo circunda es que finalmente la ideología de género termina subordinando la realidad material, física y tangible, a cuestiones subjetivas como la autopercepción, que además bien pueden ser cambiantes puesto que el individuo no posee en cada momento de su vida la misma imagen de sí mismo. Así, la ideología de género tiende a etiquetar al hombre en categorías endebles, subordinando la realidad biológica a cuestiones identitarias meramente subjetivas, cambiantes y propias del papel sociocultural del sexo, no de su función biológica como medio de reproducción de la especie. 


Si como individuo puedo hoy ser hombre, mañana ser mujer y pasado mañana volver a ser varón, entonces jamás termino de definirme a mí mismo y en ese mismo sentido jamás termino de definir mi rol en mi comunidad. El enorme abanico de infinitas etiquetas que a menudo de manera caprichosa clasifican a las personas de acuerdo con su identidad autopercibida provoca un estado de confusión generalizada que tiende a desorganizar a la comunidad favoreciendo un proceso de disolución social o bien llamado, de tribalización de las relaciones interpersonales. 


Pero ese proceso de disolución se exacerba cuando la ideología de género se cuela al interior de los organismos del Estado para proponer una matriz de pensamiento único, totalitario, por fuera de la que no está permitido pensar sin que al individuo le quepa la condena social y la acusación de “fascista”, “retrógrado” u “odiador”. Esto es particularmente grave cuando esa matriz de pensamiento único totalitario y hegemonizante penetra en el sistema de educación de los niños, entrando a menudo en colisión con las creencias de los padres, cuya función como tales es primordialmente la educación en valores para las nuevas generaciones. 


Mientras que los padres tienen no solo el deber sino sobre todo el derecho de trasmitir a los niños las creencias y valores que ellos consideren representativos de su filosofía de vida, el Estado se atribuye a sí mismo el rol de educador divulgando la ideología de género como religión oficial del sistema. Así, los niños son educados en el individualismo, la mercantilización del goce y la prevalencia de la autopercepción por encima de la realidad biológica, subvirtiendo las creencias ancestrales y la idiosincrasia de su propios mayores. 


De esa manera se produce progresivamente la ruptura social, desplazada la unidad mínima de la comunidad, la familia, de su histórico y fundamental rol de contenedora y formadora de las nuevas generaciones hacia el lugar de una suerte de lastre que vendría a impedir presuntamente el desarrollo y la libertad del individuo. 


Pero la necesidad misma de formar una familia se pone en discusión cuando debido a los avances de las biotecnologías el acto de la procreación es pasible de manipulación y el acto sexual se resume en una suerte de hedonismo que limita la importancia de la sexualidad a la búsqueda del placer individual. En ese sentido la ideología de género tiende a fomentar una mirada del mundo antinatalista, en la que los hijos se colocan en la balanza de costos y beneficios y se calculan como una inversión en el mercado de valores. La responsabilidad que al individuo le cabe por el misterio de la fertilidad que le permite engendrar vida se coloca en el plano de un efecto indeseable del goce físico, inmediato. 


Y en este punto, en tanto que inmersa en la doctrina neoliberal, una vez más la ideología de género es diametralmente opuesta al peronismo. Este último, en tanto que cristiano, privilegia entre los dones de Dios el de la vida, entendida en un sentido amplio como vida digna, pero también el de ser fecundos y reproducirnos, no sin un fundamento económico de la necesidad de poblar una región virtualmente desierta y riquísima en unos recursos inabarcables que no es posible explotar si no existen suficientes brazos que laboren la tierra.


 El peronismo entiende que el desarrollo de una nación no puede ser pleno si la cantidad de recursos excede de manera abrumadora a los hombres que pueden explotarlos y es por ello que una ideología que propone el antinatalismo como bandera atenta contra el desarrollo productivo de nuestro país. La ideología de género, diseñada en las usinas de pensamiento anglosajonas y exportadas a nuestra región de la América del Sur con el propósito de subvertir a las sociedades semicoloniales no se adecua ni se amolda en nada a la idiosincrasia de los pueblos, está programada para resultar disruptiva y destruir la cohesión social. Los argumentos utilizados como arietes para fomentar el antinatalismo en nuestra región no guardan relación alguna con nuestra realidad.


Porque aquí en la región del Cono Sur no existe un problema de superpoblación; por el contrario, mientras que algunos centros urbanos se encuentran densamente poblados inabarcables regiones son virtualmente desiertos. Mientras tanto, el avance de la ciencia médica y de las condiciones de infraestructura urbana y de salubridad está provocando un acelerado envejecimiento de la población, que tenderá hacia la desaparición de población nativa económicamente activa. No resulta para nada aconsejable entonces auspiciar políticas de caída en el número de nacimientos en estos países.


Como bien lo supo ver el General Perón, cada pueblo se debe conducir de acuerdo con su idiosincrasia y su filosofía de vida, no se conduce de la misma manera al pueblo argentino que al pueblo ruso o al norteamericano, por lo que una ideología importada no puede amoldarse a las necesidades y a la realidad de un pueblo que la recibe, sencillamente porque una doctrina debe salir de las entrañas del pueblo para que este se sienta representado por ella.


Por otra parte, el peronismo siempre está pensando en un modelo de desarrollo productivo y preconiza ante todo el derecho a la vida. Pero este no se entiende desde el punto de vista simplista de considerar que respetar ese derecho sea un sinónimo de defender la vida del niño por nacer mientras este se encuentra en el vientre. Defender el derecho a la vida para el ideario peronista es defender el derecho a una vida digna, con trabajo, salud, educación y con cada una de las necesidades básicas del individuo plenamente satisfechas. Ese es el concepto de justicia social que el peronismo pregona. 


Por lo tanto, toda ideología que atente en contra del crecimiento demográfico, repercutiendo de manera directa o indirecta en el estancamiento económico y productivo del país no solo se distancia del peronismo sino que es abiertamente antiperonista, pues de opone diametralmente a los principios básicos de la doctrina de la justicia social.


Pero además la ideología de género pregona la libertad del individuo de colocar su propia voluntad y su propio deseo por sobre la vida de un tercero (en este caso, del niño por nacer) y en sentido ampliado, por sobre la comunidad. Esto no solo se opone al ideal justicialista de la comunidad organizada sino que atenta directamente en contra de la unidad elemental de la misma, la familia tradicional, a la que la ideología de género abiertamente ha declarado la guerra, afirmando que “se va a caer”.


Por todos estos motivos es que el peronismo rechaza de plano a la ideología de género que emerge de las usinas de pensamiento hegemónico neoliberal, con sede en el hemisferio norte, cuya finalidad no es otra que la de someter a los pueblos libres a su dominio, atentando contra la soberanía política de los países, su independencia económica y sobre todo, contra toda forma de la justicia social comenzando desde el momento de la concepción a través de la prédica antinatalista que subordina el derecho a la vida al capricho del individuo, entendido este como sujeto pasivo, como cliente y al goce inmediato como única finalidad de la estadía en este mundo.

Comentarios

  1. Entonces no tenemos un gobierno Peronista

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  2. Cuando el capitalismo financiero logró cambiar la lucha de clases por la lucha de género, se sintió muy bien y pudo dedicarse a amasar más dinero.

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