La massificación del kirchnerismo



Tal y como se venía viendo desde los inicios del gobierno del Frente de Todos, finalmente el kirchnerismo se ha asimilado sin que apenas nos diéramos cuenta con el Frente Renovador encabezado por el por este tiempo Massías del-apatria, el superministro Sergio Massa. La operación, aunque reciente a ojos de los despistados, es una cuestión de largo aliento. 


Y es que sí, desde el virtual primer día de mandato del frente de gobierno la cosa pareció irse enseguida de lo que uno entendía como los pasos necesarios a dar por un gobierno que asumía luego de haber cerrado su campaña política un 17 de octubre, con épica peronista y gigantografías en blanco y negro de Juan y Eva Perón. 


Hubo alguno que ya se percató de lo enigmático de las palabras de la flamante vicepresidenta electa en plena plaza aquel pringoso 10 de diciembre de 2019, cuando mirando fijamente a un Alberto Fernández que había sido ungido con una alta legitimidad de base Cristina Fernández de Kirchner le advertía a este que no se desviara del camino ni se olvidara del pueblo. “Tenga fe en el pueblo y en la historia. La historia la terminan escribiendo, más tarde o más temprano, los pueblos. Sepa que este pueblo maravilloso nunca abandona a los que se juegan por él. Convóquelo cada vez que se sienta solo o que sienta que los necesita. Ellos siempre van a estar cuando los llamen por causas justas”, aconsejaba la dos veces presidenta a quien meses antes ella misma había seleccionado a dedo para que la reemplazara a la cabeza de una nueva fórmula presidencial. 


De lleno arrojado al clima de celebración luego de cuatro larguísimos años de malos tratos durante la fatídica era macrista, el pueblo de a pie ignoró la tensión latente en la pareja presidencial aquella tarde, acaso esperanzado ante la posibilidad de que la cosa cambiase por fin para los desposeídos de la patria, los asalariados y los pequeños propietarios de comercios e industrias, principales víctimas de la sangría en los tiempos cambiemitas.


Señales como la visita del recientemente asumido presidente en gira oficial a Israel ya a inicios de enero de 2020, en lugar de reunirse con el presidente del Brasil como suele hacerse por protocolo, o la ausencia de todo gesto de interés por la libertad de Milagro Sala, una de las banderas más enarboladas por el kirchnerismo duro ya resultaron a lo menos llamativas en los primeros pininos del mandato de Alberto Fernández, aunque gozaba este por aquel entonces de la impunidad del idilio de la militancia con su persona y la expectativa de parte del pueblo llano durante la “primaverita” de los primeros cien días.


Muy pocos se percataron de que el famoso aumento en veinte puntos porcentuales de un saque no bien asumir para todos los jubilados y pensionados del sistema integrado previsional que había sido prometido por un vehemente Fernández durante su campaña enseguida se volvió humo ya asumida la magistratura, siendo reemplazado por un triste bono de cinco mil pesos.


Pero no sería hasta seis meses después, en plena fase de “aislamiento social preventivo y obligatorio” por la epidemia de coronavirus que el presidente haría sonar todas las alarmas de conspiranoicos y malintencionados como una servidora, obligándonos a poner el grito en el cielo cuando abiertamente diría ante un medio británico: “Francamente, no creo en los planes económicos. Creo en metas que podemos establecer nosotros mismos para que la economía pueda funcionar para alcanzarlas”.


Pero hombre, un  presidente que se autopercibe peronista (eso sí, “de la rama liberal progresista del peronismo” según sus propias palabras, sea eso lo que fuere) diciendo que no cree en los planes económicos, como si estos fueran hadas, dragones, entidades metafísicas y no fenómenos de la realidad. El General Perón supo decir que “La economía nunca ha sido libre: la controla el Estado en beneficio del pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de este”, pero de repente nos sale de la galera de Cristina Fernández un presidente que autoproclamándose peronista nos dice que no cree en los planes económicos. 


Por si hubiere en esta trinchera algún lector medio colgado de un guindo he de recordar que fue durante las presidencias de Juan Perón que se diseñaron un Primer Plan Quinquenal, un Segundo Plan Quinquenal y un Plan Trienal, todos ellos orientados a asegurar a los actores privados que el Estado garantizaría las condiciones macroeconómicas necesarias para el virtuoso desarrollo de su actividad. Pero Alberto Fernández, el líder de la rama liberal progresista del peronismo nos decía allí por julio de 2020 que él no creía en los planes económicos, brindando ante un medio extranjero una definición de manual del liberalismo económico. Un “peronista” apelando abiertamente a la mano invisible del mercado, dejando hacer y dejando pasar. 


Pero quizá no haya sido sino hasta octubre de 2020 cuando, aprovechando la efeméride por duplicado —el décimo aniversario luctuoso del presidente Kirchner y el primer año desde la elección del Frente de Todos— la vicepresidenta comenzó la tradición epistolar de quejarse en público de los desmanejos económicos de parte de la cabeza del Estado y su equipo de gobierno, dando a su tribuna las primeras señales (las segundas, en rigor de verdad, luego de la advertencia del 10 de diciembre) de que no se hallaba a gusto con el rumbo tomado por Alberto Fernández. 


Pero claro, por aquellas épocas el furor por el “gobierno de los científicos” resultaba aún exultante entre la militancia kirchnerista que a pesar del descalabro derivado de la parálisis productiva por las medidas “sanitarias” y las reformas laboral y previsional de facto derivadas de estas asimilaba a un Alberto Fernández con Cristina y viceversa, incapaz de comprender que la apelación a “funcionarios que no funcionan” que su conductora pronunciaba a viva voz bien podía ajustarse a la descripción tanto del presidente de la Nación como de cada uno de los miembros de su gabinete económico. 


Así, el cisma entre una Cristina que gritaba en soledad y un Frente Renovador que ganaba lugar resultaba evidente para quien quisiera observarla, aunque quienes lo señalábamos éramos calificados con duros epítetos, de “traidores” y de “tirapiedras”.


Pero el tiempo transcurrió y solo Dios sabe que este siempre tiene la razón, pues condena o exonera.


Apenas diez meses después de aquella primera carta fue la entonces diputada oficialista Fernanda Vallejos, reputada por ser “del riñón” de Cristina Fernández quien “filtró” como quien no quiere la cosa una serie de audios en los que criticaba en duros términos a la política económica del gobierno nacional y en particular al ministro Martín Guzmán. Esa semana agitada posterior al estrepitoso y anunciado fracaso del oficialismo en las elecciones legislativas Cristina Fernández volvía a manifestarse disconforme con los “funcionarios que no funcionaban”, poniendo a disposición del presidente la renuncia de todos los ministros bajo su ala a cambio de un recambio en el gabinete económico. Recambio que jamás llegó y, tal como lo anunciábamos algunos entonces (hace exactamente un año) Cristina perdía la pulseada ante el Frente Renovador, iniciando en ese momento su repliegue lento hasta la situación actual. 


¿Y cuál es la situación actual? Pues esta, la que otorga título a este pequeño texto. La massificación del kirchnerismo o la transferencia directa del capital político de Cristina Fernández de Kirchner en la persona de Sergio Massa. Porque tras cuatro años de descalabro macrista y tres de descalabro albertista (a los que podríamos sumar o no, dependiendo del gusto del lector, unos tres años de desmanejo de la economía bajo el imperio de CFK/Kicillof) la imagen de Cristina Fernández ha quedado tan maltratada que aquella sucesión cristinista adeudada desde 2015 fue tomada casi por la fuerza por el superministro de Economía, mientras que una Cristina menguante y replegada en sus asuntos de camarillas judiciales deja hacer y deja pasar.


Aquellos mismos que en 2015 vociferaban a voz en cuello que “Patria sí, colonia no” hoy celebran que la vicepresidenta se reúna con la Generala del Comando Sur de los Estados Unidos de Norteamérica un día, con el embajador Marc Stanley al día siguiente, con Carlos Melconián cualquier fin de semana y quienes gritaban “Los traidores se van con Massa” o “Massa es mi límite” hoy aseguran que hay que aceptar un “giro a la derecha democrática” representado en Massa para evitar una “vuelta de la derecha represiva” encarnada presuntamente en Mauricio Macri, Patricia Bullrich y compañía.


Porque aparentemente los ajustes fiscales de corte ortodoxo son menos gravosos al público si tienen como fundamentos la ideología de género y la agenda progresista y la represión resulta legítima si tiene por aliciente una “contingencia sanitaria”.


Mientras el kirchnerismo se disuelve asimilándose sin prisa pero sin pausa en el massismo Cristina Fernández sostiene su silencio mientras pelea unas causas judiciales que a esta altura le interesan solamente a ella pues no les cambian en nada la vida a los ciudadanos de a pie que trabajan de sol a sol y no pueden comprar un kilo de milanesas a mil cuatrocientos pesos para dar de comer carne a sus hijos una vez a la semana. Cristina ha llegado al punto de desgaste tal que solo puede callar y otorgar, embarcada como está en su cruzada personal por salvarse del calabozo.


Una cruzada que a esta altura la sigue desgastando pues en el imaginario del ciudadano común la aísla de la realidad, horadando aún más su imagen y por ende, sumando mayor espacio al Frente Renovador que siempre fue de Massa, como siempre hombre de Massa fue un Alberto Fernández que fue su jefe de campaña y que hoy no gobierna, apenas usa una capelina votiva. 


La militancia enfervorecida es cada vez menos pues como bien lo decía el General Perón, la víscera más sensible de los trabajadores es el bolsillo, y la inflación galopante se come los ingresos de todos, no se puede tapar el sol con la mano.


Mientras eso ocurre, Cristina sigue en su burbuja de causas judiciales, unas causas que a esta altura del partido resultan funcionales a la venta de humo al por mayor, pues mientras los fanáticos repiten las alocuciones de la vicepresidenta el embajador de los Estados Unidos le soba el lomo a Sergio Massa al tiempo que  pone el ojo en las reservas de gas no convencional de Vaca Muerta. 


Pero Cristina no publica ninguna carta, simplemente calla y otorga. La massificación del kirchnerismo está completa, asistimos a la jubilación de la otrora conductora de ese espacio que supo asimilarse con los intereses del pueblo-nación, heredero a pesar de la ausencia de una doctrina filosófica propia de los mejores rasgos del peronismo que languidecía tras una dictadura sangrienta, un interregno radical y la década menemista que se apropió de sus símbolos. 


Cristina calla y otorga mientras la pauperización de la vida pasa y las mayorías comienzan a llamarle peronismo a esto, a este desastre que va a conducir a la patria a su disolución más tarde o más temprano. Mientras tanto los fieles cristinistas remanentes aplauden al “menos malo”, aceptan el macrismo sin Macri para que Macri no gane, aceptan el kirchnerismo sin Kirchner y el peronismo sin Perón, pero con aborto, ideología de género y DNI trans. La massificación está completa. Muerta la reina, que viva el rey.

Comentarios

  1. Hay tanto de lo que retrataste en tu nota "Varados en el 2015" que se repite, tan sistemáticamente, un poco como tragedia y otro poco como farsa...

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