Cuando yo era chiquita mi papá me solía asignar la tarea de fijarme si se había llenado el tanque de agua. Era una cosa fácil, papá sabía más o menos cuánto tardaba el tanque en llenarse a partir del momento en que él prendía el motor del compresor que abastecía al mismo con agua de pozo, así que un ratito antes del evento me mandaba a montar guardia delante del baño (en cuyo techo reposaba el tanque en cuestión) para que una vez lleno este le avisara, de modo tal de apagar el motor y no desperdiciar agua al cuete.
El caso es que hubo un tiempo que yo, de puro aburrida y seguramente de jodida porque me ponían de centinela, me tomé la costumbre de decirle antes de tiempo que el tanque se había llenado y cuando él estaba a punto de apagar el motor lo desengañaba, haciéndolo venir de donde estuviera en vano repetidas veces. Lo hacía por diversión y por esa maldad irreflexiva que solo tienen los niños.
Pero un día mi papá se cansó y me dijo que me tenía que sacar esa costumbre de mentir porque alguna vez podría ocasionar algún daño, incluso a mí misma, como Juanito se hizo daño a sí mismo por mentiroso. Yo jamás había oído hablar de Juanito, no sabía quién era y se ve que al hombre justo lo agarré de buen humor, pues tuvo la deferencia de contarme que Juanito era un pastorcito que, hastiado de que lo mandasen a cuidar ovejas, siempre mentía acerca de la llegada del lobo, poniendo en jaque a todo un pueblo. El día que el lobo vino en serio a Juanito nadie le creyó y por eso la bestia no solo atacó al ganado sino que limpiamente se comió al propio pastor. La moraleja es sencilla: no se debe mentir por diversión pues cualquier día la fama de mentirosos podría valernos un descrédito tal que atente contra nosotros mismos. Y fin del cuento.
A una semana de los famosos acontecimientos ocurridos el 1°. de septiembre en la esquina de Juncal y Uruguay en el barrio de Recoleta, ciudad autónoma de Buenos Aires, parecería que estuviésemos viviendo una remake argentina del cuento de Juanito (Jaimito, a veces, o Pedro, dependiendo de quién cuente el cuento) y el lobo.
La proliferación de manifestaciones en redes sociales abiertamente negacionistas del atentado contra la vicepresidenta de la Nación es un poco la emergente de ese descrédito respecto de la política en general y los miembros de la coalición gobernante en particular y por lo tanto se entiende que existan, la casi muerte de uno de los Jaimitos y la consiguiente guerra civil entre las ovejas que no fue solo porque el lobo venía flojo de puntería es un evento del que muchos desconfían, sumándose las teorías conspiracionistas que niegan el hecho.
Y esa desconfianza, la suspicacia que a muchos les genera la ocurrencia de un atentado fallido contra la principal figura política del país pero además virtualmente miembro de la coalición gobernante es el resultado de la mentira sistemática, cada quien que se haga cargo de la parte que le toca.
El Frente de Todos llegó al gobierno prometiendo que entre los bancos y los jubilados elegiría a los jubilados y la especulación bursátil no solo se sostiene a los niveles del gobierno de Mauricio Macri sino que parecería ir en aumento. Los que asumieron el poder jurando que nos llenarían la heladera a todos los argentinos nos tienen en vilo y la vida resulta cada vez más dura, con los alimentos día por día más por fuera del alcance del bolsillo medio.
Pero el principal motivo de la actual crisis de descrédito que aísla a la “clase” política de la sociedad civil se remonta a la tristemente célebre “pandemia” de coronavirus que fue declarada en marzo de 2020.
Dos años de encierro, las hirientes acusaciones de “asesino”, “terraplanista” y “bebedor de lavandina” dirigidas a todo aquel que osara dudar en algo del relato oficial emanado del complejo farmacéutico-militar, el FMI de los medicamentos; muertes dudosas por enfermedades concomitantes (y previas) pasadas como por arte de magia a ser registradas como por coronavirus, persecución a todo el que se negara a someterse al experimento farmacológico, epidemia de “muertes súbitas” que jamás sabremos a qué se debieron en primer lugar. Todo lo que rodeó a la pandemia a lo largo de estos virtuales tres años ha sido turbio, inentendible y plagado de anomalías encajadas con fórceps en el molde diseñado por el discurso oficial, de modo tal que resulta lógico a cualquier inteligencia medianamente curiosa que tenga por costumbre apelar al método cartesiano de la duda razonable descreer de manera metódica de cualquier cosa de impacto que suceda y que venga a oficiar de cortina de humo monumental en el contexto de una crisis económica de la que no conviene hablar.
Y es que ahí está también la trampa del cuento de Juanito y el lobo. Nos tienen hablando de si el atentado ocurrió o no, de si fue verdad o mentira, de si fue un “lobo solitario”, un Mark Chapman, un Eróstrato o una banda de enajenados seguidores del Joker de Joaquín Phoenix y poco hablamos de los efectos del hecho.
Días atrás, la noche misma de los acontecimientos una servidora expresaba que este intento de magnicidio olía mucho a cortina de humo pero sin cuestionar la veracidad de la ocurrencia del mismo. Y entonces alguien me cuestionaba a mí: “¿Y cómo es posible que se den en paralelo las dos cuestiones? ¿Cómo puede algo ser y no ser a la vez? Si es un atentado entonces no puede ser una cortina de humo y si es una cortina de humo entonces el atentado debe necesariamente ser falso”. Y lo cierto es que eso no tiene por qué ser así, no así tan taxativamente.
Lo que tenemos que comprender en primer lugar es que el derrotero total y final de los acontecimientos tal cual se fueron dando no los conoceremos jamás, es inútil por lo tanto que nos pongamos a discutir si el atentado estuvo armado o no, si hubo instigadores, si estos contaron con la connivencia de la propia Cristina, (hipótesis de la que por otra parte me despego en lo personal, pero que hay quienes la sostienen, el famoso “atentado de falsa bandera”), etcétera etcétera. Lo que importa, según nos enseñó Federico Nietszche no son los hechos, son las interpretaciones de los mismos.
En tanto que la interpretación canónica del hecho tiende a corroborar la hipótesis del intento de magnicidio, el resto ya no interesa, pues las consecuencias refieren a la supuesta veracidad del mismo por más que como decíamos más arriba no haya en la actualidad ni vaya a haber jamás certeza alguna acerca de la totalidad de los acontecimientos.
Pero el caso es que bien podría ser un atentado verdadero o bien podría haber sido un atentado falso y poco interesa ya, el pasado no se puede modificar pero las consecuencias del mismo se remiten al presente. Y sea como haya sido, lo cierto es que hace ya una semana que no estamos hablando de ninguna otra cosa que no sea el famoso atentado, en ese sentido este oficia de monumental cortina de humo independientemente de un valor de verdad que no interesa porque no se puede determinar y porque, insistimos, lo que importa del acontecimiento no es su ocurrencia tangible sino propiamente las interpretaciones que el colectivo realice de él.
Salvando el impasse derivado del descenso a los abismos infernales por parte de la monarca del siglo de los genocidios, el resto de la semana la agenda mediática no ha dejado de estar acaparada enteramente por el famoso atentado y sus costados más fútiles, que no me interesan recoger aquí. Al mismo tiempo, el hombre fuerte del gobierno se encontraba de viaje en los Estados Unidos solicitando deuda allí a costas muy probablemente de nuestros recursos naturales (se mencionó muy por encima el yacimiento de gas no convencional de Vaca Muerta). Pero muy por encima, claro está, pues de esto no se habla.
Mientras la agenda mediática se reparte entre el atentado, la condena sobreactuada a los “discursos de odio”, la reina pirata y un caso aislado de interés policial que incita al morbo pues se trataría de un parricidio, las consultoras nos hablan acerca de una proyección del noventa y cinco por ciento en los cálculos de inflación en nuestro país al momento de cerrar el año. Un noventa y cinco que por cierto parecería resultar generoso en relación con los aumentos que por ejemplo los alimentos han sufrido a lo largo de este año.
Es natural que quienes ya hayan logrado ver a través del humo pandémico observando de qué manera el terrorismo sanitario y mediático se utilizó a nivel mundial pura y exclusivamente como medio alternativo a la guerra para concentrar el capital aún más que antes del evento, destruir a las economías emergentes e imponer políticas de control social hoy duden de todo lo que digan los mismos personajes que oficiaron de cómplices de aquella operación. Es una cuestión de lógica, como reza la cultura popular, el que se quema con leche ve una vaca y llora.
El problema es que como nos enseñó el cuento de Juanito y el lobo, la consecuencia de detenernos en la discusión acerca de si aquella vez el lobo vino o no trae aparejada la diversión. No se debe mentir por diversión, me enseñó mi padre, porque el descrédito consecuente puede significarle a uno la propia destrucción. Recordemos lo que nos enseñaron los viejos Sun Tzu y Maquiavelo: diversión es sinónimo de distracción, no necesariamente de comicidad.
Mientras nos divertimos hablando acerca de que aquella vez el lobo no vino o quizás sí vino pero fue muy torpe para que pudiera hacer daño puede que el lobo nos esté acechando, y esta vez se coma no solo a Jaimito, sino que venga directamente por todas las ovejas, apoderándose ya que estamos del corral.
Ojo al piojo.
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