El activista estadounidense por los derechos de los negros Malcolm X dijo alguna vez lo siguiente: “Los medios son la entidad más poderosa del mundo. Ellos tienen el poder de hacer pensar que el culpable es inocente y que el inocente es culpable, y eso es poder. Porque los medios controlan las mentes de las masas. Si no tienen cuidado, los medios harán que ustedes amen al opresor y odien al oprimido. Si no tienen cuidado van a odiarse ustedes mismos y amar al manipulador mientras este los destruye”.
Estas palabras que parecerían estar pronunciadas hoy mismo eran ya vigentes hace casi un siglo, siendo Arturo Jauretche uno de los pensadores criollos que mejor supieron ver cómo estas auténticas máquinas de crear odio llamadas medios masivos de comunicación operan en todo momento sobre nuestras mentes para llevar adelante lo que el propio Jauretche calificó de colonización pedagógica. ¿Y qué es la colonización pedagógica? Bueno, pues, es precisamente ese proceso por el que los medios de comunicación (en la actualidad incluidas las redes sociales) operan sobre la población civil infiltrando ideas exógenas a su propio interés y tal como lo planteaba Malcolm X incitándola a que se odie a sí misma y ame a su opresor.
Una de las cuestiones más salientes que dejó como saldo el atentado sufrido por Cristina Fernández con un tipo martillando dos veces un arma de fuego contra su cabeza en plena vía pública y en medio de un tumulto de personas que aguardaban por la dos veces presidenta para saludarla al llegar a su hogar, ha sido justamente un llamamiento de parte de los propios medios de comunicación a terminar con los “discursos de odio”.
Pero eso no deja de ser gracioso pues son ellos, los propios medios, los que instalan esos discursos y se alimentan de la llamada grieta para facturar pingües contratos de publicidad, además de para difundir la agenda ideológica funcional a la élite dominante global de la que todos los conglomerados mediáticos de cada uno de los países dependen en mayor o en menor medida, pues esta es su propietaria directa o indirectamente.
Lo cierto es que cual empresas privadas que son, los medios de comunicación tienen como uno de sus objetivos la facturación de capital en el contexto de una economía capitalista y en ese sentido la distribución del mercado funciona como un oligopolio, al estilo de como en nuestro país funcionan por ejemplo el tendido de líneas telefónicas o la distribución de energía eléctrica. La única diferencia es que la división se organiza por un criterio ideológico y no por distribución territorial. Veamos a qué nos referimos.
Supongamos que el lector se viene a mudar a San Miguel, donde vive quien escribe. Se compra un terrenito y planta en él una casita que piensa habitar, por lo que además contrata los servicios básicos para que le sean provistas la luz, el gas, el agua o la internet. Bueno, pues, de seguro si quiere electricidad tendrá que ir a las oficinas de Edenor, la proveedora local, a solicitar la bajada del servicio, la instalación y la correspondiente alta. Supongamos que el servicio no sea excelente, y que esto lo averigüe el lector una vez instalado en su nuevo hogar.
¿Le será dado a mi nuevo vecino darse de baja del servicio eléctrico de Edenor y contratar otro proveedor, Edesur, por ejemplo? Está claro que no, pues donde manda Edenor no manda Edesur y viceversa, entre bomberos pirómanos no se pisan la manguera. Eso es un oligopolio. Es un mercado cuyos actores se reparten en términos equitativos un mercado para satisfacer a la demanda eliminando ese escollo indeseable de la competencia que obliga por regla general a un empresariado competitivo a brindar un buen servicio y a buen precio, con tal de que no se le fugue la clientela.
Controlando (acaparando) un mercado en medio de un “acuerdo de caballeros” este se reparte de manera equilibrada y dentro de la porción que a cada uno le toca, el precio y la oferta quedan virtualmente sujetos a la discrecionalidad de quien ofrezca el servicio, independientemente de la calidad del mismo.
Si yo quiero tener luz en San Miguel tendré que caer en Edenor así esta empresa brinde un servicio paupérrimo a un precio de espanto, porque en el espacio gobernado por Edenor nadie más brinda este servicio, lo que lo convierte en monopólico en su zona de exclusión.
Con los medios de comunicación pasa lo mismo, pero el criterio de distribución no lo constituye el territorio sino la ideología. Y los vendedores son esos periodistas y panelistas gritones que vemos en la tele supurando odio, contaminando a la sociedad como un cáncer y haciendo metástasis en la comunidad. Desde “lo Magnetto de la vida” hasta Víctor Hugo Morales, desde Viviana Canosa a Elizabeth Vernaci, desde el Gato Sylvestre a Jorge Lanata. Los Duggan, los Viale, los Etchecopar, los Rial. Todos ellos, de “derecha” a “izquierda” del espectro ideológico, todos sin excepción, son los profetas del odio de los que habló Arturo Jauretche, ninguno está en posición de señalar con el dedo.
Pero esto no solo es así, no solo no existen “medios amigos” o “medios independientes” dentro de la oferta de los que verdaderamente pesan sino que todos ellos sin excepción son empresas que se están repartiendo un mercado, el mercado de las ideas. La grieta, además de ser funcional al proceso de subversión de los pueblos, también es funcional a esta otra cuestión más mundana, la repartija de la clientela en bandos que solo van a consumir una franja de medios y no la otra, de eso se trata el oligopolio.
Lo gracioso es que tal como preanunciaba el amigo Malcolm X, un resultado de esta operatoria es que uno se termina odiando a sí mismo y amando al opresor.
El hecho de que después de tantos años sigan existiendo ciudadanos de a pie que son capaces de enemistarse con sus iguales para defender los intereses o el honor de un conglomerado de medios o de sus esbirros trajeados debería resultarnos tan absurdo e inverosímil como si en vez de defender a Víctor Hugo Morales o a Gustavo Sylvestre nuestro cuñado o vecino nos estuviera diciendo que Edenor es lo más grande que hay y que antes de hacer la denuncia por el corte del suministro de energía eléctrica usted, querido lector, tendría que pasar por encima de su cadáver.
Y sin embargo la analogía es válida. La grieta es ese oligopolio mediático en movimiento, con la ventaja para sí mismo de que además los propios abonados al servicio de la “información” —de formación, de colonización pedagógica, siendo más precisos— son capaces de dejar de hablarle a su propia madre con tal de defender a la empresa. Es extraordinario.
Pues el efecto de esa actitud se corresponde exactamente con la que planteaba Malcolm X. Considerando “amigo” a Pablo Duggan y enemigo a quien me dice que Pablo Duggan es un mercenario que históricamente ha vendido su “pensamiento” y su discurso al mejor postor estoy amando a mi opresor (o a su representante) y odiándome a mí mismo. Odiando a mis compatriotas, a mis pares, a los otros miembros de la comunidad que me constituye y de la que formo parte integrante. Dicho de otra forma: odiando a mi cuñado, a mi vecino o a mi madre por no coincidir ideológicamente conmigo me estoy odiando a mí mismo.
Y ese es uno de los principales resultados de lo que viene pasando con los medios de comunicación, son ellos los que incitan al odio faccioso. Vamos, si son una máquina de crear canallas.
Porque los mismos que hoy se rasgan las vestiduras por el atentado contra la vicepresidenta de la Nación son los que ayer se reían de la enfermedad terminal de un Esteban Bullrich quien, sea o no santo de la propia devoción, de todos modos es un ser humano en una situación lamentable que debería mover la miserdicordia.
Los que hoy se rasgan las vestiduras hablando acerca de los “discursos de odio” son los que hace apenas un año acusaban de asesinos a quienes elegían no colocarse una inyección experimental o someter a sus hijos a un experimento farmacológico, los que se burlaron de quienes se manifestaron pacíficamente en memoria de los fallecidos por la gripe que esos mismos que se burlaban les vendieron a esos dolientes como un evento de extinción masiva.
Los proyectos para prohibir los “discursos de odio” van también en la misma dirección. ¿Quién está habilitado para arrojar la primera piedra, tomando en consideración que ninguno de los bandos parecería estar libre de pecado? Es la falacia de la intolerancia hacia el intolerante: ¿quién detenta la autoridad de determinar qué es un discurso de odio y qué no? ¿O eso se dirime por una postura ideológica? El que está de acuerdo conmigo es tolerante, el que se opone a mí es un intolerante que emite discursos de odio y hay que aplicar sobre él todo el peso de la represión del Estado.
Y mientras tanto seguimos enfrascados en nuestras luchas intestinas, en nuestra disolución, mientras las condiciones de vida de las mayorías empeoran día por día y el ambiente se torna naturalmente cada vez más sofocante, irrespirable.
Que “un loquito” cholulo con ganas de salir en cámara y enfermo de odio ciego salga a la calle con un arma en la mano dispuesto a matar a la principal figura política del país y al mismo tiempo a ser linchado (pues sin duda alguna eso hubiera pasado en el caso de que las famosas balas hubieran llegado a dar al cráneo de la vicepresidenta) es un poco la emergente de todos estos procesos en paralelo. Que los profetas del odio nos tengan a la mitad de nosotros agradeciendo que la bala no haya salido porque no podemos terminar de calcular las consecuencias del magnicidio y a la otra mitad lamentándose por esa arma de porquería que se atasca habla de la acción de la colonización pedagógica, habla de la utilización de un hecho lamentable como cortina de humo para dejar de hablar de lo que se debería hablar y habla también de la eficacia de la estrategia de hacernos odiarnos a nosotros mismos llegando a amar a nuestro opresor.
Porque son ellos, los medios de comunicación, los que exacerban esta lucha intestina, y los hemos naturalizado a punto tal que nos parece lógico estar puteándonos entre los de a pie sin cuestionar la repartija de la torta de la que los propios medios se llevan una buena tajada.
Nos han alienado tanto de nuestra propia humanidad que un día nos parece natural burlarnos de un enfermo terminal, otro día le decimos asesina a una madre porque decidió esperar que una vacuna supere la fase de ensayos clínicos, otro día nos reímos de los que se manifiestan contra un gobierno que les prometió llenarles la heladera y en cambio los empobreció a niveles de espanto. Ah, pero los discursos de odio…
Tal vez si queremos salir de esta lógica de la grieta para que no nos sigan infectando el espíritu deberíamos empezar a pensar qué puede hacer cada uno de nosotros para extirpar ese cáncer del odio en la sociedad en vez de seguir alimentándolo. Dicen que asumir la propia responsabilidad en un problema puede ser el comienzo de la solución. Habría que empezar a ver la viga en el propio ojo por una vez en la vida, si lo que queremos es evitar una guerra de todos contra todos.
Para finalizar, un comentario sobre el atentado en sí propio, sin que quien escribe se crea dueña de la verdad pero sin dejar de atender a la gravedad del asunto.
Un atentado contra Cristina Fernández de Kirchner puede tener dos posibles beneficiarios: la propia Cristina o el gobierno nacional, más específicamente Sergio Massa, el hombre fuerte del gobierno. No existe en la llamada “oposición” quien se pueda beneficiar con el cadáver de Cristina.
Y todos sabemos por haber leído novelas policiales que cuando no existen elementos para determinar la autoría de un homicidio lo que hay que aplicar es el principio del cui bono, preguntarnos quién se ve beneficiado por el asunto. Y nadie se beneficia por Cristina muerta. Ni las Patricia Bullrich, ni los Horacio Rodríguez Larreta, mucho menos los Mauricio Macri que hoy son un muerto político. De todos ellos ninguno tiene un peso político propio, existen por la negación, como antítesis de Cristina Fernández. Sin Cristina Fernández no tienen con quién confrontar.
Y en lo particular no me haré eco de las versiones de las Amalia Granata que sugieren que Cristina armó todo ese atentado como una escena montada para sacar rédito político. La teoría del atentado de falsa bandera se cae por su propio peso cuando un tipo te gatilla dos veces un arma completamente cargada, fallando de pura casualidad o porque Dios es grande. A menos que hubiera querido suicidarse de una manera espectacular y captada en vivo y en directo por la televisión nacional, esa versión no pasa de un delirio de quienes se creen los únicos vivos y que todos los demás son idiotas.
Solo quedan dos opciones: o la orden salió del propio gobierno con el fin de esmerilar el ajuste de Massa y a la vez terminar de massificar al kirchnerismo eliminando del tablero al jugador que más piezas mueve y convirtiéndolo a la vez en mártir para su utilización como estandarte; o bien se trató de un episodio llamémosle “aislado” muy entre comillas, inducido de manera directa o indirecta por los profetas del odio a través de la metástasis “informativa” del día a día.
Si eso ha sido así, si un “loquito” decide porque sí un día asesinar a un referente de la política porque no coincide con su cosmovisión o con sus ideas, el suceso está lejos de ser aislado, porque enfermos de odio estamos todos, solo que algunos estamos más loquitos que otros. Hoy será Cristina, mañana será otro dirigente. Y quizá con alguno alguna vez el “loquito” en cuestión tenga éxito y empecemos a dirimir las disputas políticas a los tiros, revoleándonos muertos y matándonos los unos a los otros.
Salvo que cada uno de nosotros ponga de su parte para dejar de odiarnos a nosotros mismos y seguir defendiendo a nuestro opresor. Quien quiera oír que oiga.
Excelente trabajo Rosario..!!
ResponderEliminarEs terrible que le gatillen a 20 cm del rostro a una persona. Sea quien fuese la persona. La escena es terrorífica en sí. Todo pareciera indicar o que fue la acción de un "loquito" suelto con un arma de gran precisión ,la cual haya fallado en su cometido. Comparándolo con el atentado mortal sufrido hace pocos dias por el Ex primer ministro japonés Shinzo Abe , perpetrado con un arma casera de BAJA precisión . Eso en la comparación da mucho que pensar. La otra opción basándose en las mismas consideraciones técnicas, es que este "loquito " haya tenido algún incentivo directo o indirecto por parte del gobierno para levantar a un más la figura de CFK. Resulta llamativo también , el porque no esposaron al hampón. Y la tranquilidad posterior de CFK ,pero cada uno reacciona como puede ante esas situaciones de estrés extremo como mejor le sale. Son esos detalles que dan que pensar. Todo muy turbio todo muy raro.