El hombre, el niño y el burro o Los justicieros de Twitter

 



Cuando yo era chiquita mi papá me enseñó que antes de emitir alguna opinión acerca de un tercero lo mejor era no hacerlo a la primera, sino más bien esperar a hacer un promedio de las acciones y las actitudes del otro en el tiempo, para ver si estas se repetían o si no sería que justo estaba agarrando uno a la primera al otro en un momento singular, ya sea bueno o malo. Yo siempre he tratado de manejarme de esa manera, pero lo cierto es que con los años he comenzado a descubrir que más allá de lo que me decía papá no sin razón, de todos modos tengo un sexto sentido con las primeras impresiones, ya sean buenas o malas y por lo general no me suelo equivocar cuando alguien me cae mal.


Pero no nos vayamos por las ramas. El caso es que atendiendo a esa premisa de que no siempre la cosa es lo que parece, mi papá me contó una fábula antigua sobre un hombre, un burro y un niño, más o menos como se la habían enseñado a él.


Resulta que por hache o por be (los motivos de su excursión no nos importan) pero había una vez un señor que debía emprender junto a su hijo un viaje bastante largo, que implicaba atravesar varios pueblos. Ambos debían llevar provisiones y tenían como único medio de transporte un burro, por lo que el chico, comedido, le dijo a su padre que para aliviar la carga al animal y atendiendo al hecho de que su padre era un hombre ya entrado en años, lo mejor sería que el padre montara el burro mientras él, por su parte, lo seguiría a pie.  


El hombre aceptó conmovido por el gesto de bondad de su hijo, pero al llegar hasta la entrada del primer pueblo se sintió avergonzado cuando a sus espaldas oyó a alguien decir: 


—Miren qué hombre tan desconsiderado, montando cómodo mientras el hijo lo sigue a pie. Debe ser un mal padre si antepone su comodidad a la de su hijo. 


El hombre, azorado, se salió entonces del camino con la excusa de tomar un descanso, desmontó y cuando fue el momento de reemprender el viaje le insistió al muchacho para que esta vez montara él. El chico, que estaba algo cansado, aceptó agradecido por el gesto bondadoso de su padre.


Pero a la entrada del siguiente pueblo pasó exactamente lo mismo, aunque al revés. Mientras dirigía el viaje, el niño oyó detrás de sí el comentario despectivo de uno de los aldeanos.


—Miren qué muchacho tan desconsiderado, montando cómodo mientras su anciano padre debe seguirlo a pie. Debe ser muy mal hijo si antepone su propia comodidad a la del hombre que le dio la vida.


El chico, avergonzado, pidió tomar un descanso y cuando fue tiempo de retomar la marcha le sugirió entonces a su padre montar ambos el burro, como había sido la idea en un comienzo. Pero no hace falta decir que los dos se sintieron muy avergonzados cuando oyeron a alguien comentar: 


—Miren a esos dos desconsiderados montando ese pobre burro que apenas puede moverse. Deben ser muy malas personas si anteponen sus necesidades a las de ese pobre e inocente animal.


El siguiente pueblo los encontró entonces al hombre y al chico cargando por las patas al burro, mientras este dormía a sus anchas. Ante esa escena, no faltó quien dijera:


—Miren a esos dos ridículos, a pie y esforzándose en vano mientras llevan en andas a un animal de carga. Deben ser muy estúpidos si no se dan cuenta de que lo mejor sería montar ese burro en vez de llevarlo a babucha.


El cuento termina como empezó, con el hombre montando el burro y el chico a pie, ambos conformes de saber que estaban haciendo lo correcto tal como se habían puesto de acuerdo en un comienzo. O bueno, así me lo contó mi papá, seguro habrá más versiones, pero el caso es que desde ayer no dejo de pensar en ese cuento, pues en la era de las redes sociales una de las cosas más fáciles que las mentes pequeñas de teclado en mano podemos hacer es hablar sin saber y juzgar sin conocer. 


Es que en el día de ayer, precisamente, se “viralizó”, como se usa decir ahora, el video de un niño en medio de un ataque de ira en un colectivo que según se informaba iba del barrio de Once a la cuidad de Luján, en la provincia de Buenos Aires. El mismo venía acompañado de la leyenda “Maltrato infantil” y aludía a la madre del chico, que en el video se encontraba sentada al lado de este. Según afirmaba el anónimo camarógrafo, que no intervenía en la escena más que para filmar en silencio, el ataque de ira del chico se prolongó por una hora, el tiempo que transcurre en ese colectivo desde la terminal en Once hasta Moreno, donde al parecer se bajaron esta señora y el niño.


El video es algo confuso, pues está aparentemente grabado en una toma sola pero el dueño lo comenta con subtítulos y nos dice que en la parte supuestamente cortada el chico dice cosas que jamás sabremos si dijo en verdad, pues de eso no hay registro.


Es bastante chocante: el chico está en un ataque de furia, tirándose sus propios cabellos, golpeándose a sí mismo con las manos y contra el asiento de en frente. Grita, aúlla, patalea, profiere insultos hacia su madre y le dice cosas como “Matame, prefiero estar muerto antes que estar con vos”. La mujer al principio intenta sujetarlo del pelo por la nuca para inmovilizarlo, le dice que se calle, trata de imponerse pero no hay caso, no logra que el chico se quede quieto o deje de gritar. Claramente este chico necesita ayuda pero, ¿qué puede hacer una madre con un niño que evidentemente ya se le fue de las manos, arriba de un colectivo, si este no responde a sus intentos por hacerlo volver en sí? Y digamos la verdad, ni siquiera lo golpea al chico, solo lo tironea del pelo tras lo cual, vista su incapacidad para calmarlo, se resigna y lo deja en su rabieta. Menos mal que no lo golpea, digo, pero la verdad es que en medio de una afrenta como esa quizá otra persona lo hubiera podido golpear, sobrepasada por la situación.


En ese momento alguien le pregunta a la mujer qué le pasa al niño y esta responde que es desobediente y “malo”, que no le gusta estar en la casa y que tiene malas influencias de parte de sus amistades. Es bastante evidente que esta mujer no tiene un posgrado en psicopedagogía ni nada por el estilo, es una madre humilde que hace lo que puede, como todas.


El chófer del colectivo, por su parte, imagino que aturdido y nervioso por el griterío, frena el coche y se acerca al chico para cagarlo a pedos, digamos, para ver si puede calmarlo. Y más o menos lo logra, aunque el chico le contesta, pero en un tono menos insolente que a la madre. Tan es así que la mujer, avergonzada, le pide perdón al colectivero por la escena y le agradece su intervención. Repito: la mujer agradece que alguien de los presentes intente ayudarla a manejar una situación que se le había salido de control, aunque fuera un “cavernícola” colectivero a los gritos diciendo al chico que si no se dejaba de molestar al pasaje lo bajaría al coche de una patada en el culo. 


Y ahí empieza el asunto del hombre, el niño y el burro. 


Si tenemos que atender a las redes sociales (incluido el camarógrafo anónimo) esa señora es una mala madre, violenta, que está ejerciendo un daño irreparable al pobre angelito que solo está demandando un abrazo y amor, comprensión y cariño, un cariño que esa bruja jamás le dio porque no conoce otro idioma que las piñas y los insultos. El chófer, por su parte, otro animal, violento y sacado. A una hay que sacarle la custodia de esa pobre criaturita, al otro hay que sacarle de por vida la licencia para que no vuelva a tratar con gente dentro de un colectivo nunca más en su puta vida. 


Mientras tanto, nuestro héroe sin capa, teléfono en mano, filmando en silencio. Tenemos que creerle que estuvo una hora entera viendo cómo esa bestial mujer maltrataba al niño y además tenemos que creer que este buen ciudadano salvó el día escrachando a una mujer y a un menor de edad en redes sociales, y haciendo de ellos toda clase de juicios de valor, comentarios despectivos y acusaciones. Un menor de edad más que resulta expuesto por adultos para sus propios fines de catarsis o para hacerse pasar por buenos.


Porque díganme con una mano en el corazón: si ustedes de verdad presenciaran un episodio de violencia infantil real y tangible, en vivo y en directo y de una hora (¡una hora!) de duración, que pusiera en peligro la integridad física o psicológica de un niño de nueve años, ¿se quedarían calladitos en su asiento filmando lo más campantes o intervendrían? ¿Por qué en vez de filmar y hacerte el picante por Twitter no le preguntás a ese nene qué le pasa, te ofrecés a ayudarlo de alguna manera, llamás a la policía, algo…? ¡Algo!

¿Por qué? O sos un cobarde que te gusta aparentar en redes sociales que te importa un nenito de Moreno y la situación no era tan grave que efectivamente estuviera en peligro ese niño en cuestión o sí lo era pero igual no hiciste nada en el momento en que tenías que actuar.


Si la respuesta es la primera entonces sos uno más de los justicieros de Twitter, un paria que tiene que juzgar al otro para sentirse menos malo y es capaz de usar a un niño para exaltarse a sí mismo como héroe. Si la respuesta es la segunda entonces sos cómplice de una situación potencialmente peligrosa porque estando presente no hiciste nada y esperaste a llegar a tu casa para subir un video a redes sociales y patear la pelota afuera quedando vos como el héroe anónimo con berretín de justiciero. Mientras, al chico lo podrían haber lastimado de gravedad, pero vos preferiste filmar en silencio.


¿Se ve? A la entrada del pueblo todos somos el mal hijo, el mal padre o el mal burro, depende de cómo se nos mire. Por eso lo mejor es actuar cuando hay que actuar y callarse la boca cuando actuar nos es vedado.


Y déjenme decir que si tal como se dice hoy en Twitter hubiera que meter presos a todos los padres a los que alguna vez se les fue de la mano un hijo o una situación puntual habría más gente presa que gente libre. Todos los que somos hijos y probablemente todos los que son padres sabemos que muchas veces algo se sale de control en la convivencia cotidiana. A ser padre nadie enseña y la mayoría no llega a esa instancia de la vida con un diploma en Educación o recitando las obras de Piaget, Skinner y Paulo Freire. 


La solución es familiar, a veces se encuentra y a veces se sigue buscando, pero todos los que nos hemos agarrado la pataleta y nos hemos comido el chirlo o el cachetazo sabemos que nadie es perfecto, nuestros padres tampoco. Ellos solo hacen lo que pueden con las herramientas que tienen a la mano, y algunos las tienen en mayor cantidad que otros, pero no por eso estos últimos van a dejar de tener hijos. Es así. 


A los que dicen que esas bestias no tienen que reproducirse, que para eso está el aborto y mejor sería la castración, ¿quién les explica que este niño de nueve años ya no se puede abortar porque eso sería un homicidio? ¿Quién tiene, además, la vara de medir quién está capacitado para ser padre y quién no, tal que sea el destinado a anotar los nombres de los futuros castrados/abortados? A los que pretenden que “ojalá le quiten la custodia y a ese angelito lo pongan en adopción”, ¿se creen que el sistema de adopción es igual que cuando la perrita del vecino tiene cría y uno la ayuda a colocar los cachorritos? ¿Se dan cuenta de que no están pensando de verdad en ese niño, sino solo en sentirse buenos y hablar a bocajarro, porque hablar es gratis y a todos nos gusta sentirnos importantes? Pero en el medio sí hay un niño, uno cuya intimidad no están respetando los adultos que eligen utilizarlo como ejemplo de los efectos de ser “mal padre”.


¿Y se dan cuenta de que nadie tiene la más puta idea de en qué contexto está “maternando” (ya que tanto les gusta esa palabra) una mina que vive en Moreno y que le cuenta a quien la quiera escuchar que su hijo de nueve años ya está en la “mala junta”, en la calle, salido de control? ¿Saben ustedes si en el barrio de esa mujer hay salita de primeros auxilios?, no digamos psicólogo o psicopedagogo. Si tiene una familia que la contiene, un esposo, alguien, algo de donde agarrarse, dónde caerse muerta, otros hijos, etcétera. ¿Alguien sabe? ¿Saben cómo se vive en Moreno, en La Reja, en Las Flores, en Bella Vista, en Villa Mitre, en José Paz, en Grand Bourg, en Tierras Altas? ¿No? Bueno, entonces háganse el favor ustedes mismos de callarse antes de hablar de lo que no saben.


Y debo decir lo evidente: yo tampoco conozco a esa mujer ni a ese niño, ni sé en qué condiciones viven ni sé si será cierto o no que esa mujer es un monstruo y ese chico es un enajenado o un loquito o un pobre angelito que solo quiere ese abrazo o ese beso de amor maternal que nunca en la vida le ofrecieron. No los conozco así que no me apresuro a juzgar porque un día mi padre, el que tenía un carácter de mierda y si tenía que castigarte te castigaba, el “ogro” que me crió e hizo de mí la mujer de bien que intento ser, ese hombre imperfecto me enseñó que no se opina de lo que no se conoce y no se habla de lo que no se sabe.


Gracias, Gordo Meza, nunca fuiste perfecto pero has sido el mejor papá que pudiste y el único que yo tuve. Con eso a mí por lo menos me basta.

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