(En la Revista Hegemonía de julio de 2023)
Algo raro pasa: contra todos los pronósticos, las grandes
corporaciones del capitalismo mundial se niegan a renunciar a la militancia
activa de los postulados de la agenda dicha progresista, a pesar del rechazo que
la ideología globalista ha demostrado generar en los consumidores a lo largo y
a lo ancho del planeta. ¿Será un rasgo de mera decadencia o existirá una
racionalidad que escapa al ojo del simple mortal?
Es un sinsentido impropio de todo buen negocio: nadie
intenta vender un producto que a priori sabe que nadie le va a comprar. Y sin
embargo, está sucediendo: este fenómeno puede observarse claramente en la
industria del espectáculo, más específicamente en el cine.
Aunque los cultores de la agenda woke promueven la
cancelación de producciones “que atrasan” por el rol en el que colocan a
varones no deconstruidos, hembras voluptuosas, negros, chinos u homosexuales,
los consumos menos “inclusivos” triunfan en taquilla, mientras que por hastío o
por boicot se vienen a pique productos pensados para ser verdaderos tanques de
la industria cinematográfica, rechazados en la práctica por un público cansado
del contenido progresista.
Tal es el ejemplo de la seguidilla de reversiones de
clásicos infantiles de Disney, cada uno menos exitoso que el anterior. En La
Bella y la Bestia (2017) nos presentaron al primer personaje en
cuestionarse la “heteronorma”. Mulán (2020) abunda en escenas de
reivindicación de la “sororidad”, llegando al paroxismo de colocar a la
antagonista a pelear en el bando de la heroína contra un verdadero enemigo en
común, un varón.
Eso sí: el gracioso chiste de “no todos podemos ser acupunturistas,
pero no teníamos que ser travestis como tu bisnieta” se omite de plano, en la
era woke no se permiten las bromas
sobre el colectivo LGBT.
Pero acaso el ejemplo más paradigmático de hastío ante la
inclusión forzada haya sido el de Ariel, La Sirenita,
interpretada por una actriz negra pero cuyos padres en la ficción son actores
blancos, desafiando a todas luces las leyes de la genética. A más “inclusión”
forzada mayor fracaso en venta de entradas. El éxito magro de La Sirenita es incluso incomparable al rotundo fracaso
de Lightyear, filme cuya única
promoción consistió en anticipar que se trataba de la primera película de
Disney en mostrar un beso romántico entre dos personas del mismo sexo.
Más allá de la victimización consabida consecuencia de la
“censura” sufrida por la producción en los países de Oriente, la película pasó
sin pena ni gloria, ignorada por espectadores a quienes ya no les presenta
novedad alguna tanta corrección política y zalamería.
En la vereda opuesta, una cinta como Súper Mario Bros. (2023), basada en el videojuego
homónimo, explotó los cines con una premisa sencilla: humor para toda la
familia y la fórmula clásica del rescate a la damisela en apuros, acosada por
un verdadero stalker rayano en la
obsesión, interpretado por el siempre efectivo comediante y músico Jack Black.
A pesar de las advertencias en medios de comunicación
progresistas acerca de los mensajes “violentos” y “misóginos” presentes en la
película, grandes y chicos acudieron al cine a comienzos de este año para
disfrutar de una bocanada de aire fresco libre de toda publicidad ideológica.
Fue una verdadera paliza a manos de Universal Pictures ante un Disney que lo
miraba absorto, ajeno al parecer a todo aprendizaje.
Es que sí, a pesar del rechazo sistemático por parte del
público de producciones que se basen casi exclusivamente en la premisa de la
inclusión dejando de lado la creatividad, los grandes conglomerados no cejan en
sus intentos por “deconstruirnos” a la fuerza. Sin ir demasiado lejos, días
atrás se anunciaba con bombos y platillos el estreno de Elementos, la última película de Disney/Pixar, cuya
única publicidad ha consistido en anunciarnos que nos presentará el primer
personaje animado en autopercibirse de género fluido. A más de una semana de su
estreno, la cinta no ha generado mayores impresiones y fue ignorada por el
público.
Pero la pregunta es por qué. No por qué ignora el público
esa clase de consumos, sino por qué las empresas de entretenimiento como Disney
insisten en ofrecer a su público productos que de antemano se conoce que serán
verdaderos fiascos de taquilla. Esta pregunta es relevante porque a primera
vista pareceríamos estar asistiendo a un suicidio lento, pero seguro, por parte
de la industria de la cultura.
Las pérdidas millonarias o las magras ganancias que
productoras como Disney o Marvel han comenzado a padecer como un leitmotiv cada
vez que anuncian el estreno de una nueva película nos podrían tentar a suponer
que de repente quienes otrora supieron construir un verdadero imperio,
moldeando la imaginación de generaciones, de un día para el otro han perdido la
habilidad para hacer negocios rentables. Llegó el día en que las auténticas
máquinas de producir dinero dejaron de percibir ganancias. ¿Cómo se explica?
Lo cierto es que quizás no se trate de un gesto de torpeza o
de tozudez ideológica, existen indicios que nos podrían llevar a suponer que no
es a un público contante y sonante compuesto de seres humanos individuales,
consumidores, a quienes la industria del cine y la industria en general
pretenden seducir. Una posible respuesta al interrogante lo constituyen las
inversiones ESG.
Los criterios ESG (“environmental, social and governmental”
o medioambientales, sociales y de administración, por sus siglas en inglés)
son, de acuerdo con la definición propuesta por sus impulsores, una serie de
variables que los negocios deberían considerar al momento de instalarse, cuyo
propósito es el de “moldear positivamente su entorno” y no solo el de generar
rentabilidad.
A mayor incidencia de los criterios ESG una empresa se
presupone más “benévola”, propia de un capitalismo “humanizado” y tendiente a
resolver los problemas endémicos de la humanidad, como el impacto negativo de
las emisiones de carbono sobre el medio ambiente, la necesidad de desarrollo
económico sustentable con energías renovables, la existencia de conflictos
étnicos o la discriminación de las minorías sexuales, religiosas, raciales,
etcétera.
Todo ello, claro, desde el punto de vista del discurso oficial.
En rigor de verdad, se trata de una auténtica maquinaria infernal de
financiamiento de la agenda global progresista que pone el foco en aquellas
empresas que estén dispuestas a someterse de lleno al oficio de adoctrinar en
la ideología del sistema. A mayor sumisión, mayor inversión por parte de los
dueños del mundo.
Fondos de inversión como Blackrock o Carlyle o bien
“entidades benéficas” como la Fundación Ford dedican ingentes volúmenes de
capital en financiar iniciativas ESG, esa es una explicación más que plausible
de por qué a pesar de la caída en las ventas de los productos promocionados
bajo la bandera de la comunidad LGBT, cada mes de junio todos los grandes
grupos empresarios se visten multicolor en honor al “orgullo”.
Pero eso no es todo. En un futuro no muy lejano, mediando
apenas una nueva crisis mundial similar a la que provocó por ejemplo la
irrupción de la epidemia de coronavirus, podría esperarse que la única forma de
obtener financiamiento para sostener la actividad económica sea haciendo gala
de criterios ESG es decir, rindiendo culto a la ideología globalista propia de
la oligarquía mundial del dinero.
Por “conspiranoico” que suene, no es más que un mecanismo de
ingeniería social destinado a reclutar soldados para la causa globalista. En un
futuro no muy lejano los únicos negocios que sobrevivirán serán aquellos que
estén en condiciones de adoctrinar a la sociedad en la cultura woke. Los díscolos se quedarán en el camino y como
consecuencia natural la ideología única y totalitaria del globalismo triunfará.
Esto no es un mal presagio, está pasando. Organizaciones “no
gubernamentales” como el Consejo para un Capitalismo Inclusivo ya están en
marcha y cuentan entre sus miembros con personajes de apellidos ilustres como
Soros o Rothschild y entre sus padrinos con el Papa Francisco. La élite global
finalmente está logrando su objetivo de construir una sociedad abierta, sin
fronteras, donde pacer a sus anchas en un gobierno universal.
Si a las inversiones ESG le sumamos el financiamiento por
parte de Open Society Foundation de cientos de “relatores especiales” de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), activistas pagados para divulgar
iniciativas como el aborto o el indigenismo secesionista disfrazándolas bajo el
manto amable de la lucha por los derechos humanos, el trabajo está completo.
Antinatalismo, reprimarización de las economías por vía del
ambientalismo bobo, atomización social, despoblamiento, castración cultural por
vía de ideología de género. Esos son algunos de los mecanismos que están siendo
difundidos a las nuevas generaciones a través de la acción lenta pero constante
de los think tanks, las oenegés, la publicidad, los gobiernos dependientes de
la élite global y los medios de comunicación sin distinción entre “izquierda” y
“derecha”. Todos ellos destinados a someter a los pueblos libres y completar el
proceso de subversión social en cada uno de los rincones del planeta.
En ese panorama desolador, lograrán resistir solo aquellos
pueblos que cuenten con una identidad nacional fuerte y una cohesión social
suficiente para defenderse frente al avance del proceso de colonización
cultural. La persecución de la soberanía política y la independencia económica
por parte de los gobiernos nacionales es condición sine qua non de una rebeldía
ante esta auténtica dictadura global.
Si no logramos rebelarnos, no quedan dudas de que habremos
de cumplir el triste presagio del Coronel Mohamed Alí Seineldín: “Al nuevo
orden mundial entraremos inermes con las manos en la nuca, caminando de
rodillas y ninguna duda que seremos pobres, dependientes y excluidos”.
Justo estaba pensando en el caso de Lucas González, el chico de Barracas Central asesinado por la policía y cómo metieron en la sentencia judicial el tema del "racismo". Claro, si cuestionás ahí sos un sorete que está del lado de los policías asesinos, por eso tuvieron que meterlo en un momento de mucha sensibilidad, para que a nadie se le dé por poner el grito en el cielo y quedar como un "racista".
ResponderEliminarInteresante apostilla. Concuerdo con lo que planteás.
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