Pobreza estructural o pobreza cero

 


Existe un mito de cuño liberal que sugiere que necesariamente la sociedad tiende a sostener un nivel aceptable de pobreza, la llamada “pobreza estructural”, que es estructural en tanto que resultaría independiente de los ciclos económicos y por lo tanto, irreductible. Ese mito, sostenido tanto por liberales de derecha como por liberales de izquierda es la base sobre la que se sostiene el asistencialismo entendido como sinónimo de pobrismo.

De acuerdo con el presupuesto de la “pobreza estructural”, entonces, no es posible esperar que la pobreza resulte erradicada de una sociedad, pues es esperable y hasta “natural” que un elevado porcentaje de la población nazca y muera en la miseria sin que la política vea la cosa como algo inmoral y se ponga a los hombros la tarea de gobernar en pos del progreso de esas personas. Este porcentaje puede abarcar hasta a una de cada cuatro personas, como es el caso en la mayor parte de nuestra región sudamericana.

Procesos como el lulismo en Brasil o el masismo en Bolivia, que han logrado evidentes avances en materia de movilidad social ascendente a lo largo de sus respectivos gobiernos, serían buenos ejemplos de esa asunción de un porcentaje de la población “caída del sistema” como un fenómeno natural e irreversible. Y es que más allá de esos avances, aquellos procesos se dan por satisfechos y completos a pesar de que los niveles de pobreza en las sociedades brasileña y boliviana resultan siendo alarmantemente altos. En nuestro país, el mito de la pobreza estructural está encarnado en personajes como Juan Grabois y Natalia Zaracho, integrantes del Frente Patria Grande, entre otros.

Estos son los responsables de promocionar iniciativas como la renta básica universal (RBU), entendida como un ingreso fijo otorgado por el Estado a las personas impedidas de trabajar o bien trabajadoras informales, equivalente a un salario vital. Los argumentos alrededor de esa clase de propuestas parecerían ser prima facie de lo más altruistas, pues se trata de garantizar a los ciudadanos caídos del mercado formal de trabajo una herramienta para asegurarse la sobrevida.

Pero detrás de ese altruismo impostado se esconden intereses espurios, el primero de los cuales consiste precisamente en reforzar el mito de la pobreza estructural, que los argentinos sabemos bien por haberlo demostrado en nuestra historia reciente que no se condice con la realidad. Lo sabemos como una verdad irrefutable que cargamos en nuestro ADN como pueblo, en lo que llamamos el sentido común.

Si así no fuera, campañas políticas como las del macrismo en 2015 no hubieran tenido la menor capacidad de permear a la sociedad. Más allá de sus negras intenciones y los apoyos nacionales e internacionales que avalaron su ascenso como candidato y lo sostuvieron en el poder a lo largo de cuatro largos años, Mauricio Macri llegó a ser una opción presidenciable para buena parte de los compatriotas por obra y gracia de un único lema: “Pobreza cero”. La razón subyacente a ese éxito discursivo radicó precisamente en lo intuitivo de la consigna, que forma parte de nuestro imaginario como sociedad.

“Pobreza cero” es un lema que resume en palabras sencillas una de las principales banderas de la doctrina de la justicia social. Bandera que la puesta en práctica del programa económico del peronismo demostró cierta, en tanto y en cuanto a partir de una política de virtual pleno empleo fue posible a lo largo de la década que va de 1945 a 1955 llevar al país a una situación de empate entre la clase propietaria y la clase trabajadora en lo que a reparto de la riqueza se refiere.

Un cinco por ciento de desocupación o menos, a eso con referimos con “virtual” pleno empleo, puede deberse a multiplicidad de factores. Lo que sí resulta irrefutable es que a pesar de la existencia de una cierta proporción de población económicamente activa desocupada, a lo largo de los gobiernos de Juan Perón fue posible llevar el salario de un trabajador a valores ciertamente vitales, en el sentido de resultar suficientes para el sostenimiento de una familia. De eso se trata “salir de la pobreza”. Un salario mínimo vital y móvil en la práctica esto es, suficiente para vivir y garantía de ahorro y progreso. Cuestiones ambas lejanas a la realidad actual, con sueldos rayanos a la línea de indigencia.

Como bien lo ha descrito en su momento el propio Perón, en un país en el que todo está por hacerse, gobernar es crear trabajo. El problema entonces resulta siendo una combinación de esas dos situaciones que hemos descrito más arriba: no hablamos de reparto de la riqueza y no hablamos de trabajo, por eso nos resulta cada vez más potable la idea de una pobreza que resulte “estructural” y por lo tanto, inmodificable, tal que nos requiera de instrumentos estatales para garantizar a la población la reproducción de la vida.

Pero se trata de una trampa, el trabajo sigue siendo una deuda pendiente de la política y sigue dependiendo de decisiones políticas, no es cierto que no sea posible crear las condiciones necesarias para una ampliación de la demanda de trabajadores en la economía argentina. Siendo uno de los países con mayor capacidad instalada para el desarrollo de la industria en toda la región, en el pasado la Argentina se ha sabido valer de su recurso humano para avanzar en áreas estratégicas de la industria, y lo puede volver a hacer. Desde la siderurgia hasta las automotrices y autopartes, pasando por los alimentos o los astilleros, nuestro país solo necesita impulsar la industria a través de la política de costos de los insumos energéticos para reactivar el círculo virtuoso de la economía.

Los cuentos de la “pobreza estructural”, el “cambio climático” antropogénico presuntamente derivado de la actividad industrial o la ganadería y el reemplazo de los trabajadores por tecnología, robótica o “inteligencia artificial”, todos ellos son instrumentos de los poderes concentrados en la forma de ingeniería del lenguaje, instrumentos cuyo propósito es convencer de su propia incapacidad a un pueblo enteramente dotado de los medios para lograr la independencia económica y la soberanía garantes de la justicia social. La RBU tiene como propósito apaciguar la conflictividad social para que no escale, pero en definitiva no garantiza el crecimiento económico de un país que posee entre sus recursos económicos, su extensión y su posición geopolítica estratégica todas las condiciones para su propio desarrollo como potencia industrial, primaria y comercial.

En ese sentido, la parasitación dentro del ámbito del panperonismo de ideas ajenas a la promoción de la industrialización como único medio para garantizar el combate a la pobreza en favor del asistencialismo pobrista tienen como finalidad implosionar un movimiento que supo dejar en evidencia la falsedad de esas mismas premisas. La pobreza cero es posible y no solo eso, es esperable para todo argentino bien nacido que se jacte de ser profundamente humanista y cristiano. Si el macrismo se valió discursivamente de ella, si pudo hacerlo, es porque a nadie suena descabellado aquello que sabe que puede existir.

No se trata aquí de negar la existencia de sectores postergados de la sociedad ni tampoco de negarles a esos sectores el derecho a una vida digna de felicidad y progreso. De lo que se trata es de que recordemos de una buena vez y para siempre que esa vida es posible si y solo si la garantía de su advenimiento resulta siendo el trabajo como ordenador social, con sus efectos multiplicadores en todas las áreas de la economía.

Que nuestro pueblo pueda soñar en grande es una opción, no un resabio del pasado ni un espejo de la utopía que algún filósofo retratado en sepia ideó. Ya lo hemos hecho, tenemos todo para volver a hacerlo, con la decisión política de una conducción seria y ante la mirada vigilante de un pueblo que no debe dormirse en sus laureles nunca, ni dejarse por nada del mundo volver a atropellar por los designios de la politiquería ni por los intereses de los poderosos que nos quieren de rodillas, siendo colonia, para apropiarse más fácilmente de lo que por derecho nos pertenece.

Comentarios

  1. Hace un tiempo se me dio por investigar sobre planos antiguos de Capital y el Conurbano. Me vi totalmente sorprendido de cómo hace poco más de 50 años estaba todo plagado de fábricas. Incluso había un tren que ingresaba a la fábrica Ducilo de Berazategui transportando materiales, hoy en día es una locura pensar en eso. Aún conservo la esperanza de que volvamos a ser aquel país pujante que tuvimos gracias al peronismo y que sea incluso mejor que en los años más felices.

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