No suelo hablar del tema, pero hace poquito me enteré de algo que por mucho tiempo había estado sospechando: padezco endometriosis. Es una enfermedad benigna cuya característica principal consiste en la formación de tejido endometrial por fuera de la capa interior del útero. Para que resulte medianamente gráfico, hacete a la idea de que el “nidito” que el cuerpo de una mujer todos los meses forma para albergar allí un embrión se escurre de su lugar y se forma en otras partes del cuerpo, generando inflamación, dolor intenso e irregularidad en las menstruaciones, síntomas de síndrome premenstrual prolongado (dolor abdominal, de cabeza, de los pechos y/o de la cintura o la espalda baja, fatiga, cambios de humor tendientes a la tristeza o irritabilidad y otros). Se trata, como aclaré más arriba, de una condición benigna, pero muy dolorosa que afecta el día a día de la persona que la padece.
Además, la endometriosis genera cierto grado de infertilidad o por lo menos dificultades para concebir, cosa que no me molesta y más bien me alivia bastante porque no tengo ganas de tener hijos. Pero esto sí puede resultar bastante problemático para las mujeres que sí quieren, por eso a veces los ginecólogos suelen realizar una intervención quirúrgica para resolver el problema antes de encarar un proceso de búsqueda del embarazo. A mí me presentaron varias opciones y me decidí por la más sencilla y con menos efectos adversos: las pastillas anticonceptivas.
Otras soluciones, como el DIU hormonal no me convencieron por resultarme invasivas, requerir demasiada supervisión médica y porque en algunos casos pueden provocar una merma en el deseo sexual, cosa que no me atrae para nada.
El problema es que poco tiempo después de recibir mi diagnóstico me quedé sin trabajo y desde entonces estoy buscando algo estable, changueo y demás pero lo cierto es que me quedé sin cobertura médica y por lo tanto, ya no puedo comprar mis pastillas anticonceptivas. Y entonces mes a mes me toca hacer frente a mi condición así nomás a lo macho, tomando un IbuEbanol y esperando que la cosa pase por sí sola. Este mes me sucedió eso, estuve diez días esperando el periodo con calambres y dolores, hasta que me llegó finalmente y entonces pude decir “Soy la mujer más feliz del mundo”.
Han sido días de un sufrimiento innecesario que se hubiera resuelto con facilidad, tan solo tomando unas pastillas que me salen alrededor de treinta mil pesos, pero que en este momento no puedo pagar. Yo lo sé y lo tengo muy presente, ¿cómo habría de olvidarme?
Entonces me rompe un huevo y la mitad del otro el viejo cuento del fútbol como anestesia, como opio que nos hace olvidar de nuestros padecimientos. En lo personal me he pasado el mes mirando los partidos de Argentina y de la Eurocopa como medio de entretenimiento gratuito, pero créanme que eso no me ha hecho olvidar de ninguno de los problemas de mi vida.
Estoy dando un ejemplo muy personal y puntual, el de un dolor físico que no me es dado resolver por un impedimento económico. Un dolor físico que se solucionaría tan rápido y tan fácil pero yo no puedo.
Doy gracias a Dios por mi situación general. A pesar de estar atravesando una situación laboral precaria vivo en una casa de material y puedo hacer tres comidas al día (sí, tres, desayuno, merienda y cena). Me doy dos duchas calientes por día y siempre tengo ropa de abrigo, en buen estado y limpia. Tengo una cama cómoda, un cajón lleno de medias y bombachas sin agujeros, sábanas limpias y cobijas abundantes. Y hago la aclaración de todo lo que tengo porque también sé lo que es no tener eso.
¿Ustedes saben la bendición que es abrir una canilla y que salga agua caliente? Provengo de un hogar en el que había que cortar leña de los árboles del patio para hacer fogones y bañarnos, siempre con esa agua medio ambarina con olor ahumado. Comíamos una vez al día y vivíamos en una casilla que cada vez que llovía había que rezar toda la noche para no electrocutarnos. Nos llovía más adentro que afuera y teníamos miedo de que se nos cayera encima cuando había viento. ¿Ropa en buen estado, un colchón cómodo, ropero, cajones, medias? ¿Qué es eso?
En fin, no es la idea dar lástima, simplemente ejemplificar para que no parezca que uno ha vivido siempre en una cajita de cristal. Como digo, soy muy afortunada y lo sé, pero aún tengo dificultades e incluso algunas repercuten en mi salud y me impiden funcionar normalmente en mi actividad diaria.
¿Pero qué me dicen del loco que tuvo que dejar de ir al trabajo en colectivo y volver a la bici con temperaturas invernales porque ya no le alcanza para los viáticos? ¿Qué me dicen de esos padres que se están endeudando para poder seguir pagando la cuota de la escuela de los nenes porque no quieren pedir el pase a mitad de año? El otro día vi a un viejito juntando las sobras de apio y zanahorias a la salida de una verdulería de esas grandes que hacen muchas ofertas. ¿Y saben qué? El tipo tenía una gorrita de River y la bufanda de la Selección, porque ese día jugaba Argentina contra Ecuador.
Me figuré que el hombre pensaba hacerse una sopa con lo que en otro momento todos hubiéramos considerado nada más que basura. Y entonces me pregunto lo siguiente: ¿de verdad se creen las viejas antifútbol (no importa si son mujeres u hombres, jóvenes o de más edad, todos caben dentro de la categoría de viejas antifútbol) que los pobres nos olvidamos de algo por mirar un partido de dos horas? ¿De verdad?
Cuando le ponés más agua a la sopa o menos carne al guiso, cuando tomás los medicamentos salteado o empezás a ponerle al abuelo trapos en lugar de pañales, ¿te “olvidás” de todo porque en la tele están pasando un partido de la Selección? ¿En qué mundo podrás convencer a algún laburante de que el fútbol es un anestésico que nos dan para que no prestemos atención a nuestras dificultades cotidianas? No, mi amigo, el fútbol es apenas una curita en medio de la hemorragia, la caricia que le damos al perro apaleado.
Porque eso somos, en eso nos están convirtiendo, en un hatajo de perros apaleados que apenas tienen medios para sobrevivir. La pregunta que se impone entonces es la siguiente: ¿de verdad quieren dejar al perro apaleado sin la única caricia que recibe a modo de aliciente para una existencia que día tras día se torna más difícil?
Entiendo que a alguien pueda no gustarle el deporte, entiendo que alguien pueda no ver la dimensión catártica del evento deportivo como válvula de escape de las contradicciones sociales, lo que no puedo entender es esa impostura de superioridad intelectual del que pregona “Era un país tan pobre que gritaba más fuerte un gol que una injusticia” cuando aquí abajo los pobres no dejamos de hacer frente a la injusticia todos los días, poniendo el lomo para garantizarnos la supervivencia a nosotros mismos y a los nuestros. Esa impostura de superioridad en creerse el único vivo y a todos los demás idiotas no dista del pensamiento mágico del libertario que cree “verla” mientras todo el resto “no la ve”.
Nos quieren sacar esa caricia de perros apaleados para que no nos quede nada, ni la ilusión. Ni siquiera este sentimiento de mancomunión que nos une al compatriota por una vez detrás de una bandera y nos llena del orgullo de pertenecer, de sentirnos parte de esta nación. No tenemos derecho ni al circo ni al pan, no tenemos derecho a nada más que a pelear por la supervivencia.
Siempre me acuerdo y repito la anécdota una y otra vez de aquel hombre que lloraba en el funeral de Maradona. “Nosotros no teníamos para comer, pero lo veíamos en la tele a él y éramos felices”, decía entre sollozos. Unos sollozos extraños, mezclados con la sonrisa de felicidad por las alegrías e ilusiones del pasado. “Lo veíamos a él y éramos felices”. ¿Quién puede tener tan duro el corazón como para negarles a los pobres esa felicidad, aunque sea prestada? Lo dice siempre que le acercan un micrófono el Dibu Martínez, ese nuevo héroe en nuestro panteón: “La gente no la está pasando bien, así que nosotros queremos llevarle alegría a la gente”.
No dice ni peronistas ni radicales, ni de izquierda ni de derecha, ni trotskistas ni libertarios, dice la gente, que se puede traducir en el pueblo. ¿No tenemos derecho a una ilusión, a un divertimento, a dos horas semanales de irracionalidad y animalidad pura en un mundo que nos exige racionalizarlo todo? ¿No tienen los racionalistas del antifútbol un hijo, un sobrino, un vecinito que se levante todos los días a la mañana para ir a la escuela y hacer las cosas bien en la vida por la promesa de que si se portan bien mamá los dejará quedarse hasta tarde mirando el partido o les comprará el buzo rojo con el número 23? Qué lo parió, qué tiempos serán estos que hay que justificar lo obvio.
Entiendo que no comen ni dejan comer, no viven ni dejan vivir, no son capaces de ser felices y buscan amargar al resto. Pero carajo, cómo rompen las pelotas. Ocho millones saliendo a la calle a celebrar todos juntos, hermanados, la gloriosa gesta de la albiceleste en Qatar no parecen haber sido suficientes para hacer ver a algunos que algunas cosas es mejor dejarlas como están. ¿Preferirían ver a los argentinos saliendo a la calle a matar o morir? Cada día estoy más convencida de que es efectivamente eso lo que quieren, pero como no soy trotskista no opino. El “cuanto peor mejor” es un verso, la experiencia nos enseña que cuanto peor, peor.
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