Días después de la victoria de Argentina por sobre Colombia en la final de la Copa América, siguen los lloros de todas partes. Desde lo futbolístico, pocos han sido los colombianos en los medios de comunicación que no se hayan hecho parte de las lamentaciones y pedidos de sanciones, sumadas a la afirmación de que tanto FIFA como Conmebol supuestamente estarían empeñadas en favorecer a la selección dirigida por Lionel Scaloni a como dé lugar.
Que penales no cobrados, que pérdidas de tiempo por parte de los jugadores argentinos, que jugadas no revisadas por el árbitro y el VAR (recordemos, por si se hubiera olvidado alguno, que la final la dirigió un brasilero, de seguro más que ávido por cobrar en favor de Argentina). Lloros y más lloros, porque llorar es gratis y hacerse cargo de los propios errores es más caro. En lo personal, han sido ―casualmente o no ― tres personajes a quienes respeto y aprecio los únicos que he visto encarar la derrota del seleccionado colombiano desde una postura realista, humilde, seria y por supuesto, autocrítica: Óscar Córdoba, Jorge Bermúdez y Fabián Vargas, tres futbolistas que mostraron participaciones destacadas en las performances de Boca Juniors en Copa Libertadores y Copa Intercontinental, llegando a ser los tres en sendas ocasiones campeones del mundo con el club de mis amores. Recomiendo a los interesados buscar sus intervenciones en el canal ESPN de Colombia.
Por el resto, veo demasiado resentimiento, incapacidad de autocrítica y sobre todo, ignorancia, a un punto tal que me sorprende muchísimo en lo personal. Sin ir muy lejos, muchos de los hinchas colombianos se hicieron eco de las acusaciones de racismo hacia la sociedad argentina iniciadas a partir de una canción de cancha. Y la verdad me resulta llamativo que un público que mostró una conducta de lo más reprobable por lo menos en los dos últimos partidos de Copa América, ante Uruguay primero y ante Argentina después, habiendo generado toda clase de desmanes en la entrada y en el interior de los estadios norteamericanos, ahora se dé el lujo de señalar con el dedo la conducta ajena.
Porque amigos, los tipos que golpearon a las familias de los jugadores uruguayos, obligando a los propios futbolistas a encaramarse hasta las gradas en defensa de mujeres y niños y los que intentaron ingresar (los que colmaron el estadio) sin entradas el pasado domingo en la final, da la casualidad que todos tenían puesta la misma camiseta amarilla, roja y azul. Como consecuencia de una organización defectuosa, seguro, pero a partir de la conducta inexplicable y más que vergonzosa del público colombiano, la final se retrasó más de una hora, generando situaciones innecesarias como la de los jugadores de Argentina viéndose en el deber de salirse de la concentración y trasladarse hasta las inmediaciones del estadio con la finalidad de garantizar el ingreso seguro de sus familiares, entre quienes se encontraban presentes niños, bebés, mujeres y ancianos.
En fin, todos conocemos la historia, muchos argentinos se quedaron afuera, otros resultaron heridos o fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad norteamericanas en medio al despiole, todos ellos portando en manos las correspondientes entradas al estadio. Un verdadero oprobio, no me quiero ni imaginar lo que se diría de nuestra gente si hubiera sido el público argentino el responsable por toda esa desgraciada escena. O si en lugar de en Norteamérica semejante bochorno hubiera tenido lugar en un país de América del Sur.
Pero no me interesa hacer leña del árbol caído, menos que menos hablar de la supremacía futbolística de una Argentina que hoy está más allá de toda discusión en la élite de este hermoso deporte, el más lindo del mundo.
Lo que me llamó mucho la atención en estos días de lloros y reclamos ha sido el leitmotiv repetido tantas veces por los colombianos: “Si no fuera por nosotros, los argentinos no tendrían ni música para escuchar”. Más allá de la soberbia explícita en esa afirmación, debo confesar que no tenía la menor idea de que los colombianos fueran tan ignorantes en general. ¿Argentina no tiene nada para ofrecer al mundo en materia musical? Lo dicen los habitantes de la ciudad donde murió Carlos Gardel.
Y entonces me citan a Karol G, a Maluma, a Shakira, aparentemente los grandes nombres de la cultura colombiana de exportación, artistas que la verdad no tengo el gusto de conocer en profundidad pero que sí puedo decir que he oído alguna que otra vez. Y yo me pregunto: ¿dónde está la dimensión artística de los trabajos de estos músicos?
Recuerdo cuando yo era chiquita, que me tomaba el tiempo, media hora, cuarenta minutos, para escuchar un disco de los grandes artistas, de acá y de más allá. Te cambiaba la vida eso, era una experiencia que superaba en lo catártico a una buena novela, por ejemplo, aunque en mucho se parecían.
Claro, escuchar un disco de principio a final, con los auriculares en los oídos y la luz apagada, intentando descifrar las melodías, las armonías, prestando atención a las poesías, a los tiempos, a las pausas, a cada uno de los instrumentos… Era como descubrir un mundo pequeñito pero a la vez enorme, que invitaba al escudriño y a la concentración. Podías escuchar tres o cuatro veces el mismo disco y seguías descubriendo secretos, te conmovías en cada compás. Esa era la experiencia de la música, como leer una novela que siempre te mostraba nuevos capítulos y conflictos que antes habían pasado por alto. Las emociones te desbordaban y había veces que no aguantabas y en la mitad de la noche te corrían las lágrimas por el rostro. Tan solo por la contemplación de la belleza, no porque hubiese nada triste o feo en la poesía. No hacía falta, un solo, un interludio, la coda de una canción te generaba eso, te sobrecogía a un punto de hacerte explotar en emociones. Porque eso es lo que nos genera la música a quienes gustamos de ella, la emoción completa, compleja, con todos sus matices y todos sus estadios.
Un día es la belleza, otro día la alegría, otro día será la tristeza, el patriotismo, incluso la angustia… La música nos hace pasar por todos los estados del espíritu y hay música para todos los momentos y las ocasiones, como hay un perfume para cada momento y para cada lugar.
Porque es así, la música es el más complejo de los estímulos a los sentidos: las imágenes que la música graba en nuestras retinas son únicas, no precisamos ver una película para, oyendo, percibir sensaciones visuales, táctiles, olores, colores. Todo está en la música si esta es buena y si el que escucha la sabe apreciar. No hacen falta los trajes de lentejuelas, los bailes sexualizados ni los pelos color fantasía para apreciar la música en su más profunda magnitud. La música no es show, la música es arte.
Por eso me pregunto esto últimamente: ¿será que las nuevas generaciones llegarán a experimentar esas sensaciones tan vívidas e inexplicables con esas músicas que se escuchan ahora? ¿Invitan Maluma, Shakira o Karol G a la introspección, al estudio, al demenuzamiento y a la contemplación cuasi filosófica como nos invitaban a los dinosaurios estos de mi generación Gardel, Lolita Torres, Charly García, Los Beatles o Los Rolling Stones? ¿Se detendrán los fanáticos por cuarenta minutos corridos a escudriñar sonido a sonido, con el corazón abierto y los ojos cerrados el último disco de Karol G? ¿Es que acaso Karol G saca discos o son solo temas lanzados así al azar y sin solución de continuidad?
Es una pregunta que me viene rondando desde hace días, a partir de la afirmación tan suelta de cuerpo de que si no fuera por los colombianos, los argentinos ni siquiera tendríamos música para escuchar.
¿No te parece llamativo que desde que ganamos el mundial nos acusen de robo pero no hayan hecho lo mismo cuando los arbitrajes favorecieron a selecciones europeas o a Brasil, incluso en Qatar o este último partido contra Marruecos? Claramente esto tiene que ver con la cultura liberal individualista de buscar defectos en el otro para no hacerse cargo de los propios, pero también con la bronca de que un país que nos quieren hacer ver como un "país de mierda" le haya ganado la final del mundo a un país "serio" como Francia. Están ardidos de que una potencia imperialista y saqueadora haya perdido con la golpeada pero nunca sumisa Argentina.
ResponderEliminarEs simple la cosa, Facu: somos el mejor país del mundo, síntesis perfecta de lo mejor de la hispanidad, lo americano y el África negra. Les hundimos barcos a los ingleses, les disputamos el Paraná a ingleses y franceses en yunta y hasta el día de hoy no nos logran doblegar porque por aquí pasaron San Martín, Rosas, el Gaucho Rivero, Güemes y Perón. Es esa la lucha que nos libran: saben que para vencernos deben doblegar nuestro espíritu, la mala noticia es que somos un hueso duro de roer, cuyas contradicciones internas se zanjan cuando lo que se pone en cuestión es nuestro orgullo como pueblo. Porque en nuestro nacionalismo no encuentran grietas es que pretenden creárnoslas artificialmente (y fracasan sistemáticamente).
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