A pesar del desinterés social generalizado que parecía estar cristalizando en relación con las cuestiones propias de la politiquería vernácula, los tiempos han tendido a acelerarse en los últimos dos meses de gobierno de Javier Milei, sobre todo a partir de la aprobación por parte de la Cámara de Senadores de una serie de proyectos en torno a cuestiones tratadas el pasado 10 de julio, tales como la actualización de los haberes previsionales, la prórroga de la moratoria para jubilaciones y la declaración de emergencia en discapacidad, entre otras.
Si bien el contenido específico de aquellos debates resulta a fines de este escueto artículo hasta cierto punto anecdótico, lo significativo del caso fue que por primera vez desde la asunción del gobierno libertario en diciembre de 2023 la llamada “oposición” se impuso de manera contundente contra las pretensiones del oficialismo mileísta, demostrando por una vez que la “correlación de fuerzas” estaba lo suficientemente equilibrada como para permitirles a diversos sectores que hasta ese momento se habían demostrado prescindentes, abiertamente funcionales o aliados al mileísmo un “salto con garrocha” en contra del gobierno.
Es cierto, los asuntos tratados por entonces eran auténticas papas calientes, de esa clase de cuestiones con las que ningún dirigente desea quedar pegado por resultar sensibles para la población, pero no por ello resulta menos cierto que desde ese preciso momento la mal llamada oposición “activó”, tanto al interior del palacio legislativo como en otros sectores del establishment local. A partir de la derrota de julio el ciclo de Javier Milei pareció comenzar a venirse abajo como un piano, ya no quedan actores significativos que no hayan insinuado o expresado abiertamente su disconformidad con el gobierno.
Dicho apenas en criollo, está claro que a Javier Milei y su pandilla los poderes fácticos locales les “picaron el boleto”, como se usa decir en la jerga popular, y la sangría resulta evidente en demasiados frentes al mismo tiempo. Desde los medios de desinformación masivos a la “izquierda” y a la “derecha” de la grieta ideológica, que no dudaron en titular en caracteres de espanto acerca del “Duro revés para el oficialismo”, hasta los propios miembros del bloque libertario que comenzaron a renegar de sus orígenes y recurrieron a la vieja estrategia del “monobloque” destinada a separarse cuanto antes de un dirigente y un espacio políticos que vienen en picada. Todas las señales parecen indicar que el mileísmo está rebajándose más rápido que lento a la condición del paria, el apestado.
Pero eso no es todo: los propios medios de propaganda y desinformación han comenzado un incesante trabajo de desgaste del gobierno en general y de la figura presidencial en particular, desde las tapas explosivas de Clarín denunciando escándalos de corrupción y silencio por parte del gobierno hasta la renuncia abierta a seguir defendiendo el ciclo mileísta en boca de los editorialistas más lamebotas del régimen, como el inefable Jonatan “Gordito Lechoso” Viale o el propio Eduardo Feinmann.
En el medio, los “duros reveses” se multiplicaron y en ese contexto, el pasado 21 de agosto el congreso logró anular el veto presidencial a la declaración de emergencia nacional en discapacidad, una de las cuestiones más sensibles para la opinión pública dentro del paquete de leyes vetadas por el mandatario. En relación con ese tópico y de seguro no casualmente, a lo largo de las últimas semanas diversos medios dieron a conocer material audiovisual que compromete a la secretaria general de la Presidencia Karina Milei, hermana y mano derecha del presidente, con la presunta comisión de delitos. En específico, con el presunto cobro sistemático de sobornos para la compra de medicamentos.
El material no es de reciente producción y sin embargo se filtra sorpresivamente en medio a una crisis interna al gobierno, con acusaciones cruzadas y en el contexto de la anulación del veto a la emergencia en discapacidad, área de gobierno cuyo responsable fue desde inicios del ciclo mileísta el abogado y amigo personal del presidente Diego Spagnuolo, quien fuera hasta su destitución debido a este mismo escándalo el presidente de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) y casualmente aquel cuya voz se reconoce en los audios filtrados, acusando a la hermana del presidente de recibir coimas.
Nada parece ser verdaderamente casual, por supuesto, y el ejemplo más cercano a nivel histórico de esta clase de operaciones parecería remontarse a mediados del régimen de Alberto Fernández, cuando en plena campaña por las elecciones de medio término se dieron a conocer las tristemente célebres “Fotos de Olivos”, aquellas que habían sido tomadas un año antes de publicarse, en pleno aislamiento social por la epidemia de coronavirus y en el contexto de una sociedad empobrecida, encerrada y hastiada de los privilegios de esa misma “casta política” que el mileísmo vendría supuestamente a combatir.
Los audios sobre “El Jefe” —como el propio Milei caracteriza a su hermana, dando a entender que ambos constituyen una unidad inescindible cuya cabeza es ella— dañan profundamente al régimen mileísta porque así como Alberto Fernández jugó por dos años la carta del “cuidado de la sociedad” para desbaratar la economía, hacer una reforma laboral y previsional de facto y básicamente “hacer la plancha” y finalmente se demostró incumpliendo en primer lugar las propias imposiciones que él había decretado, desde su emergencia como personaje político Javier Milei se vistió a sí mismo con la toga de juez que venía a terminar con la corrupción del kirchnerismo y del macrismo genéricos por igual, la llamada casta.
Episodios como los de Olivos y las “cometas” de Milei (porque Karina es Milei) provocan en la sociedad civil una reacción visceral mucho más intensa que otros escándalos que por poseer un contenido más profundo y algo abstracto pasan ante la opinión pública sin pena ni gloria, aunque en un sentido estricto, material e histórico, resulten incluso más lesivos a mediano y largo plazo.
Los famosos bolsos de José López, las fotos de Alberto Fernández y su primera dama bebiendo y celebrando mientras el pueblo padecía toda clase de carencias y humillaciones. Los audios de Spagnuolo y el famoso “tres por ciento” de Karina Milei. Son cuestiones concretas que se pueden observar y en algunos casos se pueden contabilizar en número de billetes o porcentajes de una transacción. Resulta mucho más indignante para el común de la sociedad despolitizada acusar el golpe ante imágenes visualmente concretas que ante eslóganes abstractos.
En ese sentido podría resultar hasta cierto punto llamativa cuando no abiertamente inexplicable la exposición innecesaria del presidente en una caravana en la vía pública y en un distrito históricamente afín al panperonismo, episodio que terminó en corridas, funcionarios huyendo en moto y vegetales y piedras volando sobre las cabezas del “Jefe” y del propio Milei, repudiados por la opinión pública frente al escándalo de las coimas. O bien se trató de una jugada planificada por el propio riñón mileísta para generar una reacción frente a su escasa pero fiel tropa remanente, con la consabida victimización ante la violencia de los “orcos” y los “kukas” o bien la figura del presidente no goza de un ambiente que la proteja frente a una sociedad crecientemente indignada. Lo que no se podía no prever era que ante la ira de los ciudadanos de a pie, salir a pasear en coche no era la mejor opción para Javier Milei.
La cualidad de lo concreto es la que caracteriza a los delitos que más indignan a la sociedad, de ahí la explicación parcial de por qué proyectos como el llamado “Decreto 70/23” o la Ley Bases, auténticos estatutos legales del coloniaje, pasaron relativamente sin pena ni gloria ante la mayoría despolitizada, a pesar de su contenido seriamente riesgoso para la soberanía e independencia del país. Pero la explicación es insuficiente, por supuesto, pues resulta evidente desde el punto de vista mediático tanto como desde el punto de vista de la política parlamentaria que han sido flojos los esfuerzos de parte del llamado periodismo y de la llamada oposición por dar a conocer a la población general el contenido de aquellos proyectos. Por el contrario, el periodismo los justificó y la política los aprobó sin más, escudándose en la “correlación de fuerzas”.
En cambio, por estos días la misma “oposición” política que hace exactamente un año dejaba en claro que las condiciones no estaban dadas para solicitar una pericia psiquiátrica posible de utilizarse como argumento para solicitar un juicio político en contra del presidente y que en febrero pasado hizo caso omiso de la flagrante comisión de delitos de estafa por parte de propio Milei en el contexto del escándalo de las criptomonedas, esa misma oposición en la actualidad o bien comienza a salir de a poco a la luz pública luego de haber estado en cuarteles de invierno o bien le hace la guerra abierta al mileísmo en el Congreso de la Nación. La pregunta obvia es: ¿Qué pasó en el medio? ¿Es que acaso ahora sí está dada la correlación de fuerzas?
¿Por qué? ¿Por qué resulta más fácil para la política rechazar un veto en torno a los discapacitados que una Ley Bases que establece la reforma total del Estado, en detrimento de todos los argentinos (incluidos, por supuesto, aquellos que padecen alguna discapacidad)? La respuesta puede resultar descorazonadora para el lector que aún conserve cierta fe en el funcionamiento de las instituciones republicanas mal llamadas democráticas, pero ya la hemos anticipado más arriba: porque a Milei le picaron el boleto ahora, no antes.
En tanto que representante actualmente sentado en el sillón del poder fáctico local y satélite de la sinarquía internacional, Javier Milei llegó a presidente solo por haber sido ungido para hacer la demolición que ha estado haciendo con prisa y sin pausa desde los albores de su mandato. Es, efectivamente, el topo que vino a desmantelar el Estado desde dentro y con él, todo el patrimonio de los argentinos, su independencia, soberanía y el recuerdo de aquello que una vez supo llamarse la justicia social. Ahora, su trabajo está concluido y es tiempo de colocar en el sillón a otro personaje, uno que no esté entrenado para demoler sino para encarar una cierta reconstrucción desde los escombros, nada ostentosa pero sí más estable y menos voluble.
La hora de la motosierra se terminó y todos los signos parecen indicar que esta dará lugar a la pala, aunque no desde el llano sino desde las ruinas. Pero también se terminó la hora de los locos, la normalización de la sociedad parece imperativa para que el próximo elegido como sucesor en el sillón goce de cierta estabilidad y pueda continuar su labor, esta vez sin caer en la grieta. A este respecto, no resulta sorpresiva la reaparición mediática de personajes como la exdiputada Elisa Carrió, en esta ocasión en su versión aseada y locuaz, distinta de aquella Lilita histriónica que nos supo obsequiar en tiempos del kirchnerismo tardío y el macrismo.
Los elementos están empezando a mostrarse lentamente, las piezas se están reacomodando y en muchos casos reaparecerán de entre las sombras actores que aguardaban su momento de comenzar a jugar, porque en rigor de verdad no existe nada nuevo, solo un recambio de piezas. El ciclo mileísta está terminado sin retorno, solo falta que se deje ver la pieza central, aquella que vendrá a pacificar a la sociedad argentina y a gobernar tranquilamente en favor de sus patrones, que son los mismos que los de Milei.
A partir de entonces, la farsa republicana se encargará de perpetuar dos versiones del mismo modelo colonial en una simulación de politiquería de baja intensidad, con una minoría dentro de la minoría intensa politizada más o menos consciente del funcionamiento de la cosa y la inmensa mayoría, demasiado ocupada en subsistir para interesarse en las cuestiones nacionales. Cuando eso finalmente suceda, la Argentina habrá terminado de sellar su destino como factoría y los argentinos seremos un pueblo de peones pata al suelo condenados al infraconsumo. A menos, claro está, hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar.
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