(Publicado en la Revista Hegemonía)
Acaso desde los hoy día lejanos tiempos de fines del primer kirchnerismo pero de manera más acentuada desde la asunción del Frente de Todos, unas cuantas falacias han estado rondando el discurso de muchos de los dirigentes y los militantes autopercibidos peronistas y/o kirchneristas: 1) Que la doctrina se puede “actualizar” o “aggiornar” (italianismo para “poner al día”), 2) Que el peronismo se debe enorgullecer de la epidemia de ollas populares y planes sociales y 3) Que resolver la crisis depende del valor nominal de la moneda, es decir, que para arreglar la brutal depresión económica que asola a nuestro pueblo basta con imprimir más y más billetes. Eso por mencionar tan solo algunas.
Se trata, claramente, de flagrantes
falacias derivadas todas ellas de un único problema: la escasa o nula formación
doctrinaria de las bases militantes y de los cuadros superiores, cuando no de la
deliberada adherencia de estos últimos a ideologías que no se corresponden con
la doctrina justicialista. Uno de los principales problemas que hoy aquejan al
peronismo como movimiento nacional de emancipación es la mínima correspondencia
que los militantes de base esperan verificar entre los preceptos de la doctrina
y las políticas del gobierno. La escisión entre el decir y el hacer y la
supremacía en la escala de valores de la palabra por sobre la acción demuestran
el desvío de nuestra doctrina y nos dan cuenta de que estamos metidos en un
berenjenal del que quizás nos resulte imposible salir, pero de intentarlo
depende la mínima oportunidad de recobrar las riendas como “fe popular hecha un
partido en torno a una causa de esperanza que faltaba en la patria”.
La decimotercera de las Veinte Verdades
del peronismo reza taxativamente: “Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin
alma. Por eso, el peronismo tiene una doctrina política, económica y social: el
justicialismo”. Justicialismo es la doctrina de la justicia social, entendida
esta como la eliminación de las diferencias entre los hombres que componen el
organismo social. Pero entender qué es la justicia social y de dónde surge
depende del estudio de la doctrina y del análisis de la realidad a través de
las anteojeras o la vara de medir que esta nos propone. Cuando decimos que las
máximas básicas de la doctrina de Perón son noticias de ayer y las desconocemos
para encajar el nombre de peronismo a lo que se nos antoje, estamos incurriendo
en la ignorancia en el mejor de los casos, cuando no en la tergiversación
malintencionada. Pongamos un ejemplo burdo: cuando una ideología propone la no
regulación de los mercados y la no intervención del Estado en los procesos
económicos, le llamamos a esa ideología “liberal”, pues propone el librecambio
de bienes y servicios sin marcos regulatorios que limiten el comercio. Sería
improcedente llamar “proteccionista” a una ideología que propusiera el libre
comercio, pues estaríamos tergiversando flagrantemente el sentido primario de
la expresión. Decimos “proteccionista” de cualquier medida estatal destinada a
encarecer la competencia de productos importados con la producción local por
vía de aranceles a la importación. De modo tal que ser liberal no es lo mismo
que ser proteccionista sino que es más bien todo lo contrario, por lo que
llamar “proteccionista” a una política abiertamente liberal solo puede ser un
error fruto del desconocimiento de las definiciones económicas o ciertamente
una tergiversación malintencionada.
Durante los años del kirchnerismo, a
diferencia de durante el peronismo, el adoctrinamiento de las tropas, la
educación en doctrina de la militancia fue defectuosa y estuvo exclusivamente
encarnada en la conductora. Era Cristina Fernández de Kirchner quien emitía
jugosos discursos políticos en sus comentadas cadenas nacionales y sus “patios
militantes”, aunque durante la mayor parte del tiempo se delegaba la educación
de las nuevas generaciones de adherentes y militantes a través de programas de
televisión de dudoso conocimiento de la doctrina justicialista, tales como los
célebres 678 o Televisión Registrada. Así, más allá de la
repetición de la palabra de la “jefa”, casi siempre la militancia se estaba
ocupando de la arenga propia, el culto a la persona de la conductora y el análisis
de los medios opositores, casi nunca de las definiciones naturales de los
basamentos de la doctrina, la naturaleza de estos y los procesos que conlleva
la búsqueda de las banderas de la justicia social, la independencia económica,
la soberanía política o el nacionalismo cultural.
Mirando en retrospectiva, aquella juventud
revolucionada que abrazó la política luego de la experiencia de la ignominia y
la crisis de representatividad que sus mayores habían atravesado durante la
década neoliberal no fue educada en los fundamentos de los procesos políticos,
sino apenas entrenada para vivar, cantar consignas y practicar el “aguante” a
modo de hinchada de fútbol. Las fervorosas consignas de “Nos mean y los medios
dicen que llueve”, “Patria sí, colonia no”, “Si la tocan a Cristina qué
quilombo se va a armar” y tantas otras que se repetían como mantras en aquellos
años dorados parecen hoy olvidadas o en todo caso, queda de manifiesto en la
actualidad que la militancia nunca llegó a interiorizarlas, no las comprendía
sino que actuaba motivada por un impulso emotivo más que por el análisis
racional de los procesos que estaban teniendo lugar en cada momento. Dicho en
otras palabras, la talibanización de la militancia echó por tierra cualquier
intento racional por adoctrinar a las masas kirchneristas.
Así, cuando el gobierno actual demuestra
posturas opuestas o de mínima contradictorias con las banderas de la soberanía
política o la independencia económica, por ejemplo, la militancia no está
preparada para discernir y se limita a permanecer en perpetuo estado de
“aguante” derivado de una organicidad irracional, ciega. “Ella lo eligió”,
vociferan, aludiendo a la actualmente vicepresidenta y al presidente de la
Nación, sin comprender los procesos que subyacen a esa elección ni el hecho de
que en todo caso ella tiene derecho a ser falible y él se puede equivocar o
desviarse involuntariamente de la doctrina. No disciernen porque no están
entenados para ello, sino para vivar irreflexivamente. Cuando el gobierno hace
liberalismo aduce proteccionismo, utilizando el ejemplo de más arriba, y la
tropa es incapaz de notarlo, pues sencillamente desconoce la diferencia.
Juan Perón dijo que “En la nueva Argentina
de Perón, el trabajo es un derecho que crea la dignidad del hombre y es un
deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.” Es
la quinta verdad peronista y debería valer como fundamento de cualquier
gobierno que se autopercibiese peronista. Dicho más fácil, en un país en el que
todo está por hacerse, gobernar es crear trabajo. No, no es entregar planes
sociales a mansalva, no es celebrar que en cada esquina se arme una olla
popular. Un gobierno peronista debe entender que la dignidad del hombre es
consecuencia del trabajo pero también lo es la reproducción de la propia
doctrina. Una familia cuyo jefe o jefes de hogar trabajen y puedan mantener el
hogar va a estar cohesionada, unida por vínculos de amor. Cuando los hijos
almuerzan y cenan en la mesa familiar junto a sus padres y sus hermanos crecen
en comunidad organizada, estrechan las redes de sociabilidad al interior del
núcleo de la sociedad. Cuando los padres no pueden brindar el sustento a sus
descendientes las relaciones interpersonales se resquebrajan, la familia se
disgrega y el círculo virtuoso del buen adoctrinamiento en principios y valores
de comunidad y justicia social se rompe. Cuando un presidente de la Nación se
jacta de su peronismo pero inaugura una olla popular en el aniversario del
fallecimiento de Eva Perón luces de alarma se encienden en el corazón del
pueblo peronista.
Pero todavía hay más falacias por
desactivar. El principio elemental de que cada hombre debe producir como mínimo
lo que consume tiene un fundamento práctico, al igual que cada una de las
premisas de la doctrina justicialista que es ante todo profundamente
pragmática. Del hecho de que la producción se detenga se derivan necesariamente
la escasez de bienes de consumo y el consiguiente desabastecimiento que
repercuten a su vez en la escalada inflacionaria que no parece tener fin. Es un
principio de lógica básica y sin embargo el falso adoctrinamiento basado
exclusivamente en el “aguante” y el culto a la personalidad de la líder lo
ignora, sencillamente porque no se ha detenido a pensar.
Guillermo Moreno se suele referir a esta
última falacia en los siguientes términos: si la economía se limitase a la
impresión y distribución de dinero, bastaría con que los economistas estudiasen
diseño gráfico para resolver todos los problemas de la economía. Pero así no se
mueve el mundo, el dinero no se come y un pueblo que no produce por lo menos lo
que consume está condenado al hambre o a ser víctima de la especulación de
parte de terceros. Es inevitable y de toda evidencia, pero no es posible
observar esa realidad sin un mínimo de comprensión de los procesos lo que una
vez más está sujeto a la ausencia de toda educación doctrinaria de un pueblo
politizado que no entiende de política ni de economía, sencillamente porque ha
sido entrenado para no comprender.
Cuando Raúl Sacalabrini Ortiz nos advertía
acerca de la trampa de los discursos tecnocráticos y nos decía que si un
economista no era inteligible significaba que nos estaba tratando de robar, nos
estaba explicando que no hay misterio detrás de la política o lo que es lo
mismo, de la puja por la distribución de la renta. Por eso Perón pudo
sistematizar años de reflexiones y de praxis política en veinte puntos clave,
las Veinte Verdades de la doctrina justicialista. Por eso son cuatro las
banderas que guían nuestro caminar. No hace falta ser un académico ni un
intelectual de renombre para comprender los procesos que atañen a la
independencia económica, la soberanía política, el nacionalismo cultural y la
justicia social imperante entre los pueblos libres. Basta que las masas sean
educadas en la doctrina y en el discernimiento, para que, entendiendo
racionalmente cómo opera la política, puedan juzgar con sabiduría, ejercer su
rol soberano, desechar las discusiones infructuosas y no correr el riesgo de
encontrarse a sí mismas aplaudiendo en su propio funeral.
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