(Publicado el 4 de marzo)
El 5 de febrero de 2014 fuimos en familia (mis dos hermanas, mi madre y yo) a La Boca, a un predio de exposiciones que se llama PROA, y que queda ahí por Pedro de Mendoza, frente al Riachuelo. Fuimos en tren, y recuerdo que en el camino íbamos conversando acerca del futuro de mi hermana menor, la que por entonces estaba cursando el conservatorio de música y no tenía trabajo (ahora tampoco).
Recuerdo que íbamos en el San Martín y yo le dije:
—Vos apurate a tramitar ahora el Plan Progresar porque el año que viene, cuando gane Macri, levanta todo a la mierda.
Se rieron de mí por decir en ese momento que ganaba Macri, pero el tiempo me dio la razón.
Cuando llegamos a PROA hacía un calor pegajoso. Fuimos a la exposición de un señor que se llama Ron Mueck, que hace unas esculturas hiperrealistas de personas. Una de ellas era un autorretrato en el que se ve solo su cabeza, de lado, como si estuviera acostado. Era gigante, como de un metro y medio de largo. Parecía un coloso (¿un pueblo?) completamente dormido e inconsciente de su propio poder. Otra era una parejita de viejos debajo de una sombrilla, como si estuvieran en la playa.
Cuando salíamos de ahí la ciudad estaba llena de humo. Se veían nubarrones negros de humo. Me acuerdo de que de ahí fuimos a la Bombonera, a Caminito y después en colectivo a los lagos de Palermo y al Rosedal, cuyas rosas estaban medio viejitas ya. Todo el tiempo se veía ese humo espeso.
Llegamos de noche y nos enteramos de la masacre de Iron Mountain. Y se sabe, tuve razón al decir que Macri sería presidente. Lo repetí cuando Nisman murió y de nuevo no me creyeron.
El caso es que coincido en buena parte con el diagnóstico de por qué un hombre como Macri llegó a ser presidente que hoy daba la vicepresidenta, cuyo alegato finalmente escuché. Coincido en que el factor mediático (incluido el de los medios “amigos”, yo no me olvido de la campaña feroz de 678 contra Scioli) y el factor judicial (incluido dentro de ese asunto el caso Nisman, que contó entre sus principales figuras impulsoras al actual presidente de la Nación, quien participó de la tristemente célebre “marcha de los paraguas” y acusó desde su columna en el diario La Nación a la entonces presidenta de prácticamente haber asesinado al fiscal putañero). A esos factores hay que indefectiblemente sumarles el giro en la orientación económica del gobierno que erosionó la relación con los trabajadores y también, creo yo, un error habitual en Cristina Fernández de Kirchner al sobreestimar a su pueblo creyendo que lo construido desde 2003 sería testimonio más que suficiente para garantizar una victoria en primera vuelta de Daniel Scioli. Creo que debería haber sido mucho más activa en ponerse al hombro la campaña de Scioli desde el primer momento, también acallando a quienes desde “dentro” lo defenestraban, más teniendo en cuenta esos dos factores tan determinantes en el distrito más populoso del país, a la sazón gobernado por Scioli: la inundación y la operación de “La Morsa” contra Aníbal Fernández.
Pero ya está, todos tenemos algo que decir que no hicimos bien en esa oportunidad, y todos perdimos. Yo me hago cargo de que no milité a Scioli con el entusiasmo que hubiera debido, acaso yo misma influenciada por ese progresismo inmundo que nos pegoteó a todos en alguna etapa.
El caso es que el 22 de noviembre de 2015 fue uno de los días en que más lloré en mi vida, ante esa derrota indecible que yo misma había augurado hacía casi dos años pero que me costaba trabajo asumir, porque la esperanza es lo último que se pierde. Estaba escuchando la transmisión especial de Radio Nacional por las elecciones y poco después de que se hubieran conocido los resultados del ballotage, Carlos Barragán puso “Al lado del camino”, la canción de Fito Páez. Hasta el día de hoy me cuesta cantar esa canción si quebrarme, porque siempre me recuerda a la tristeza que sentí esa noche, que parecía que me estuviera por ahogar en mis propias lágrimas.
Habíamos perdido, y muy pocos parecíamos entender que lo que estábamos perdiendo era la patria.
Pasaron cinco años y pico y aquí estamos, sin lugar a dudas estamos mucho peor que ese 2015, ¿quién lo puede negar? Pero hay que decirlo: también estamos peor que el 10 de diciembre de 2019 y eso tampoco lo puede negar nadie, no nos hagamos los desentendidos.
Recuerdo que el 17 de octubre de 2017 Cristina Fernández cerraba su campaña de cara a las elecciones de medio término, aquí en San Miguel, en una caravana que comenzó en José C. Paz. Ese día hacía un calor infernal, pero por nada del mundo me lo hubiera perdido. Pasaron por frente de la casa de una de mis hermanas y pasaron de largo aún. Y ya mientras estábamos esperando para acompañar a Cristina en su caravana, algunos hablaban de Santiago Maldonado, se rumoreaba que habían encontrado su cuerpo, y así fue efectivamente.
Cristina perdió esa elección y sabemos el resto de la historia. Cómo a través de un libro de memorias logró hacer una campaña extraordinaria, recorriendo el país y llegando hasta a Cuba, donde brindó unas definiciones precisas acerca de la cuestión de la toma de deuda por parte del gobierno de Macri y también acerca de la persecución judicial de la que ella misma es víctima. También recordamos ese 18 de mayo, Día de la Escarapela, el video y esa salida repentina del laberinto, por arriba y en una única movida.
Ese mismo día supe que no era posible no ganar las elecciones en primera vuelta y me puse feliz. Meses atrás, el 11 de junio de 2018, mi compañero de ruta había partido rumbo a Europa, empujado por las políticas de hambre y destrucción del aparato productivo que llevó adelante el macrismo. Recuerdo que días antes de la elección del 11 de agosto escribí un texto de arenga relacionando muchos de los sucesos importantes de la vida de mi compañero con esas PASO. Porque el hombre viajó a España el 11 de junio de 2019, pero a Nueva York, años antes, había llegado un 11 y a Buenos Aires de regreso, enamorado del proyecto de Néstor Kirchner, arribó el 11 de diciembre de 2003. Yo creí que ese 11 de agosto sería trascendente en nuestras vidas porque marcaría en inicio de su regreso a mi lado, no que sellaría mi destino de fututa exiliada que hoy parece inexorable.
Fui ingenua, creí que este sería un proyecto con preponderancia del peronismo ahora llamado “k”, con producción, trabajo y crecimiento. Me comí la galletita de “encender la economía” y de que “entre los bancos y los jubilados elijo a los jubilados”. Mea culpa. No es que no conociera a Alberto Fernández, pero creí que la correlación de fuerzas sería otra.
Me equivoqué, los hechos demuestran que el gobierno está manejado por los poderes concentrados transnacionales (ya ni me atrevo a decir la “oligarquía” porque como dice el compatriota Mario Guillermo, hasta esta está dando el brazo a torcer en vistas del clima de anomia que se olfatea en el horizonte). Y está bien, Cristina está haciendo lo que tiene que hacer como madre para ver si puede evitar que su hija, madre soltera y débil de salud, termine en el calabozo, cuando la madre prometió que cuidaría de esa hija en el lecho de muerte del padre.
Ustedes saben que yo no tengo hijos, algunos quizás sepan que parte de mi resquemor de toda la vida hacia la maternidad ha sido ese amor tan grande que me inspiran los niños y que me ha disuadido de condenar a hijos míos a tener que fumarse a una madre como yo. No sé qué cosa no haría una (buena) madre por sus hijos, creo que eso la exime de culpa.
Pero no de responsabilidad.
Sí, estoy de acuerdo, ha sido un alegato vibrante y con puntos ácidos, giros casi humorísticos, plagado de verdades a gritos y muy necesarias para una patria en serio, si alguna vez la queremos construir porque lo sepamos o no, la mafia judicial gobierna nuestras vidas aunque no seamos capaces de verlo.
Pero no podemos escucharla y llorar de amor y esperanza como hacíamos en 2017, cuando Macri nos hacía sufrir y ella nos consolaba, no. No podemos. Las verdades que ella dice no suenan a defensa de nosotros cuando mientras ella habla de rosca judicial en la calle se pelean por el contenido de los tachos de basura en parte debido a un gobierno que ella sí contribuyó a construir. Por hache, be o zeta. La entiendo, la comprendo, hizo lo que tenía que hacer para su familia, pero yo no puedo dejarlo pasar, porque yo no soy la madre de FK, soy una argentina y peronista que ve cómo día a día el tejido social se descompone mientras ella afirma que el motivo por el que no se les puede aumentar a los jubilados es la deuda que tomó Macri y que ella nos dijo que el gobierno del Frente de Todos investigaría y jamás investigó.
No la juzgo, no le niego el valor que tiene como el principal cuadro político vivo del país. Innegable, cualquiera de sus detractores adolece de la ausencia de ese capital político que avala la capacidad de gestión que te otorga haber completado dos mandatos como presidente de la Nación reelecto con el 54% de la voluntad popular.
Sí, estoy de acuerdo, existe la mafia judicial, la tiene amordazada y ella dice, aunque no lo dice todo. Existe la mafia mediática que desde ese 5 de febrero de 2014, cuando fui a ver la muestra de Ron Mueck, ya se sabía que revoloteaba como caranchos. Pero los argentinos estamos en el medio. Y estamos sufriendo.
Quizá ella imaginó que la defenderíamos, que haríamos presión exigiendo a Alberto y a Massa que cumplieran con el contrato electoral y otra vez nos sobreestimó. Como sea, el encendido discurso de Cristina no cuaja con esa pasión de ese día de lluvia en Comodoro Py porque ese día teníamos esperanzas de que ella nos ayudaría a salir del atolladero, hoy sabemos que parte de ese atolladero le corresponde, entonces estamos pensando más en los precios de la verdulería que en el zoom de Cristina. O por lo menos hablo por mí.
No estoy enojada, no estoy decepcionada. Estoy triste, porque no tengo esperanza. No tengo quién me dé esperanza como ella alguna vez me la supo dar.
Hace casi dos años que no veo a mi marido y deposité en una urna la boleta con la cara de ella creyendo con el corazón que esa boleta era el boleto de regreso del amor de mi vida. Deposité todos mis sueños en ese sobre y no sirvió de nada.
Así que creo que es momento de pasar a otra cosa. Agradeceré eternamente los servicios prestados, nunca, jamás, me oirán decir una sola palabra que la denigre y le falte el respeto. Le guardo un profundo respeto y un amor eterno que es infinito, porque surge de la gratitud de quien conoció el pan diario gracias al otro.
Pero como peronista, creo que es momento de construir otra cosa. Hay que dejar que ella, Dios lo permita, resuelva su situación procesal porque creo fervientemente en su inocencia. Pero los caminos del pueblo ahora deberán ser otros.
El culto a la persona solo nos puede llevar a la ruina. Primero es la patria, luego el movimiento y por último, los hombres (y las mujeres).

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