El oficio de escribidor

 

Tal vez estas líneas lleguen a la vista de algún lector que se esté preguntando por qué esta persona (la que escribe) está tan enloquecida por el hecho de no poder publicar texto en sus redes sociales.

 

Por si ello fuera un misterio, lo aclaro: jamás se me había pasado por la mente la idea de escribir un blog. Mucho no entiendo aún acerca de la mecánica y el funcionamiento de esta clase de recursos. Pero ha sido un golpe duro para mí el haberme quedado sin esa bitácora que mi cuerpo necesita y que la constituía Facebook. Pero continúo mi narración de lo que sucedió: de tres cuentas de Facebook que existen a mi nombre, por lo menos de mi propiedad, en este momento no puedo utilizar ninguna. Se supone que una de ellas me será devuelta a la brevedad pero no estoy segura de ello, quien se empacha con leche ve una chota y llora. En fin.

 

Está la cuestión de que una tiene responsabilidades laborales también que necesariamente debe cumplimentar en el marco de la mentada red social del pulgarcito. Pero no me puedo mentir a mí misma: el verdadero motivo por el que me enferma no contar con un medio de comunicación es lisa y llanamente el oficio del escribidor.

 

Y es que una vez que le das de comer a ese bicho no hay manera de que vuelvas a hacer oídos sordos de sus reclamos, pues es insaciable.

 

Siempre me he reflejado en esta anécdota de uno de mis primeros héroes del whisky, mi estrella de rock favorita: Keith Moon, baterista de la banda británica The Who. Moon The Loon, como le gustaba hacerse llamar, solía decir que durante toda su vida había sido un baterista, incluso antes de tener su primera batería. Era un baterista mental.

 

A mí me pasa lo mismo. El escribidor es un escribidor mental, eso viene de demasiado dentro de uno para poder ignorarlo. Incluso si durante muchos años de tu vida te negaste a vos mismo ejercer el oficio, el día que la represa se rompe el río fluye y no hay quien lo pare. No importa qué cosa. Quizás sea el reporte del clima o acaso un análisis más complejo de la realidad circundante, pero una vez que agarraste la mala costumbre no podés parar. El río se abre paso.

 

Recuerdo que de niña siempre estaba leyendo y tratando de escribir literatura, quería ser escritora. Bueno, por lo menos después de que se me hubieran pasado mis primeras fiebres aspiracionales: de más chiquita quise ser paleontóloga (culpo a Jurassic Park por eso) y de apenas un cachito mayor quería ser presidenta de la Nación, aunque no sabía muy bien qué cosa se necesitaba aprender para llegar a ser eso.

 

Pero más tarde me afirmé, descubrí mi vocación: quería ser escritora, aunque ya para la adolescencia y porque uno a esa edad más o menos ya sabe cómo viene la mano en la vida, me di cuenta de que ser escritora era algo que yo no podía ser, ganas no me faltaban pero sí el talento natural para la ficción y sobre todo, dinero. Porque una cosa sí tuve clara desde siempre: a menos que tu pluma la vendas a poderes espurios o a mercachifles que se dediquen a vender literatura basura, de esto no se vive. O por lo menos con esto no se amasa fortuna.

 

De manera tal que renuncié.

 

Renuncié y me dije a mí misma que una niña humilde como yo, crecida en la más extrema pobreza rayana en la marginalidad, que por obra y gracia de Dios había sido la primera en terminar sus estudios, antes que todos mis hermanos mayores, era ya una afortunada si llegaba a maestra.

 

Me gustaba, siempre me ha gustado estudiar, aprender y enseñar, tengo vocación docente y la paciencia que se debe tener para encarar la educación con seriedad.

 

Así que a pesar de los consejos de mi profesor de lengua de la secundaria, quien me instigaba para que me dedicara a escribir, me formé en docencia y crecí en esa actividad, siendo profesora particular durante unos quince años, mientras por un lado completaba mis estudios universitarios y por otro lado trabajaba además de costurera en un taller.

 

Incluso mi formación se desvió de la literatura, estudié Historia porque me interesaban los procesos y también, para ser ciento por ciento sincera, porque en la universidad más cercana a mi hogar no dictaban la carrera de Letras. Tuve que agarrar lo que hubiera y me aboqué al estudio de la historia, llegando a descubrir contra todos los pronósticos que me gustaba, pues al fin y al cabo se trataba de una ciencia auxiliar de la literatura.

 

Siendo estudiante de Historia descubrí con horror además que si bien seguía sin tener la suficiente imaginación o gracia para generar buenos textos de ficción, con el género académico me llevaba de maravilla. Me di cuenta entonces de que no todo estaba perdido, quizá me tocase estar cerca de las letras pero no como escritora de ficción sino como mera redactora de unas monografías que inexplicablemente siempre han tenido connotaciones sexuales por más que intentase lo contrario.

 

Pero un día llegó la carrera de Literatura y Letras a mi universidad, por lo que tuve que inscribirme, hubiera sido un pecado no hacerlo cuando Dios me la colocaba en frente como un mensaje a gritos.

 

Y otro buen día llegó una oferta de trabajo para escribir.

 

No sé por qué, pero así fue.

 

Y la represa se rompió.

 

Así que ahora no puedo, demasiados años ha estado el agua acumulándose como para que deje de correr. Hay demasiado por decir porque hay muchas cosas en mi interior que pienso, siento y debo decir.

 

Necesito una bitácora, esa es la razón de ser de este blog.

 

Este textículo pretende ser una presentación, se trata del primer material completamente original que publicaré aquí.

 

Necesito ejercitar el oficio, despuntar el vicio, respirar. Necesito respirar y no puedo hacerlo si no dejo el agua fluir.

 

Conozco mis limitaciones, sé que nunca seré escritora y apenas me conformo con llamarme a mí misma escribidora porque escritor era Borges y porque perros viejos no aprenden trucos nuevos, a duras penas estoy arrancando en este camino del que alguien alguna vez me dijo que se sale con las patas para adelante. Escritor era Borges, yo apenas llego a escribidora.

 

Pero el oficio de escribidor es para siempre, es una necesidad del cuerpo tanto como comer y respirar y del mismo modo es una necesidad del espíritu, la única vía que encuentro para mantener la cordura.

 

Gracias a quienes deseen acompañarme en este espacio y perdón por la desprolijidad de estas líneas tan frenéticas que no tienen mucho sentido.

Comentarios

  1. Excelente Ro acá estaré leyendo y acompañado tu excelente trabajo

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  3. Me encantó. No pares hasta no desatar la inconmensurable ira de Google

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  4. Me gustó mucho este texto, compañera. Escribir es una pulsión interior. Felicitaciones.

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  5. Revolucionaria la chiquita. Esta mal Lo de negra peronista" pero si te gustó. ..Para gusto no hay nada escrito.

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