El poder de la negación

 



 

Hoy decidí escribir aunque fuera algo cortito porque de lo contrario, tengo miedo de perder la continuidad y achancharme. En el día de ayer no lo hice, pues estaba intentando atender a mis compromisos laborales atrasados. Pero viene peluda la cosa, veremos qué sale.

 

El caso es que hoy ha sido un día muy particular, desde temprano andaba olisqueando alguito en el aire. Ahora ya sé qué es.

 

En primer lugar quiero hacer una salvedad que puede que me crean o puede que no, pero sé que no estoy mintiendo cuando digo que soy bruja. Conozco un par de adivinos, un Casandro (es decir, uno que está condenado a decir la verdad aunque nadie le crea) y yo soy bruja. No sé si será por negra del África, india guaraní o qué carajo. Yo siento que el don de la clarividencia me lo ha otorgado Dios y aún a riesgo de que el lector me tome para la chacota y no me lea nunca más por tarada, debo confesar mis dotes mágicas. No por nada mi compañero, que es uno de esos seres angélicos a quienes yo les llamo soldados de Dios, me ha designado su guía espiritual.

 

El caso es que desde temprano olía a cocido, que es como yo le llamo al hecho de que en el aire hay un ingrediente fuera de lugar. Decidí tirar una botella al mar para ver qué me devolvía la marea y entonces emití el siguiente mensaje: “Podés admitir que te cagó la jefa, eh. No tenés la obligación de acompañarla en sus cagadas porque, ¿sabés qué? Ella te va a acompañar hasta la puerta del cementerio pero el que va dentro de la fosa sos vos”.

 

Esa es una de las frases típicas del hombre y a medida que va pasando el tiempo me voy dando cuenta de que tiene razón. Casi siempre que alguien te brinda su apoyo es para hacer eso, te dicen que son tus amigos “en las buenas y en las malas”, pero en definitiva por esto último entienden acompañarte hasta la puerta del cementerio. Llegan hasta ahí llorando, pataleando, jurándote amor y lealtad eternos pero en definitiva las paladas de tierra te las tenés que tragar vos, no tu duelante.

 

De eso ya hemos visto testimonio allí por abril, cuando alguien afirmó llorando que “no podemos aumentarles a los jubilados porque estamos endeudados hasta acá”. Sí, todo muy lindo, mucha lágrima, mucho golpe de pecho, pero en la fosa están los jubilados, eh, no la duelante en cuestión.

 

Otro momento clave ha sido el de “cuando nos hayamos vacunado todos y todas seremos felices”, pensando desde esa liviandad del que todo lo tiene. Claro, quizás si mi única preocupación fuese que anda dando vueltas una peste me bastaría para ser feliz con que me fuese inoculada la vacuna contra esa peste, de manera tal de no enfermarme. Pero si lo último en mi lista de prioridades es la prevención de la gripe, pues me resulta difícil juntar para comprar comida o pagar las cuentas, difícilmente con la pichicata me sobrevenga la felicidad automática. Es típico del que te acompaña al cementerio: “Vas a ver que todo va a estar bien”, te dice, y se va a su casa calentita a comer su platito de sopa mientras a vos te truenan las tripas debajo de una frazadita hecha jirones.

 

“Vas a ver que todo va a estar bien”.

 

Abrazo, beso y a otra cosa mariposa.

 

“Todo va a estar bien”, pero el pescado sigue sin vender.

 

Y sí, me di cuenta a lo largo del día de que no hay con qué darle al poder de la negación. Es una de las certezas más básicas que me guían en la vida. Por un lado, que uno no debe tomarse a uno mismo como medida de todas las cosas y por otro lado, que nunca uno debe subestimar el poder de la negación.

 

Eso lo supe siempre pero queda muy bien reflejado en una de mis películas favoritas, American beauty, en la que el joven vendedor de marihuana Ricky Fitts le dice eso al protagonista Lester Burnham cuando el otro le pregunta si el padre se cree que su habitación de lujo se la pagaba con un laburito como mozo. “Never underestimate the power of denial”, dice el chico, y es así. Ojos que no ven corazón que no siente, no se trata de ver para creer sino de creer para ver y el que no mira no ve.

 

Y la verdad es que por hache o por be nos han ensartado, nos han abrochado, nos entregaron con moño y todo y la persona que nos acompañó hasta la puerta del cementerio ha sido aquella por quien en algún momento hubiéramos dado la vida y creíamos que ella haría lo mismo por nosotros.

 

Por hache o por be, pero nos han cagado y solo depende de un ejercicio voluntario de negación no verlo; pero nunca hemos de subestimar el poder de la negación ni tampoco hemos de tomarnos a nosotros como medida de todas las cosas.

 

En algunas de las notas que me ha tocado escribir y que están publicadas en este blog me he dedicado a describir dos procesos relativos a la ingeniería social: 1) el modelo de la ventana, de Joseph Overton y 2) el proceso de subversión según el periodista y exespía de la KGB Yuri Bezmenov. Sendas notas están al alcance del lector, quien tuviere dudas sírvase repasarlas.

 

Pero esos dos modelos se aplican a la perfección a este esquema. El primero porque esa premisa, a saber, “nos han cagado desde arriba de un satélite geoestacionario AR-SAT” es de hecho una ventana de Overton. Si una servidora ni siquiera me atrevo a escribir el nombre de la persona aludida no es por temor a nada, sino porque aspiro a que esta nota ayude a algún despistado a encontrar la verdad y no quiero, como sé que pasará, que se cierre a cal y canto no bien lea ese bendito nombre. Hay que ir de a poquito para que sea sin dolor. Al fin y al cabo es como perder la virginidad, o más precisamente, como dar a luz. Por eso yo le llamo a esto “hacer mayéutica”. La verdad se tiene que hacer lugar a través de un canal estrecho pero elástico. Si se fuerza demasiado provoca dolor, o directamente no logra atravesar y muere. Sí, sé que es una alegoría cruda, pero las metáforas incómodas son mis especialidad y además, esta ya la inventó Sócrates antes que yo.

 

Pero aquí viene la cuestión de la subversión, y esta guarda un vínculo con ese tufillo a cocido que sentía desde temprano. Hoy se supo que Sergio Massa será el próximo presidente de los argentinos. No importa cómo se supo, no es del interés de este texto hacer el racconto de las señales que indican la obviedad a gritos, pero sí se supo que así será. Su candidatura fue lanzada hoy y si este gobierno del pacto hegemónico de Todos Juntos por el Cambio llega a 2023 habiendo finalizado un primer mandato, el presidente será Sergio Massa, está escrito en las estrellas.

 

Es la última fase del proceso de subversión, la de normalización, que implica el advenimiento de un líder mesiánico que venga a normalizar a la comunidad luego de la crisis, para instalar una “nueva normalidad” en la que cristalizará la dominación de parte de la nación o entidad (la élite global) subversiva. En esa fase estamos.

 

Y no importa que vos que leés esto lo entiendas, que yo lo describa, que Casandro lo grite. Precisamente la maldición de Casandra consistía en que Apolo la había condenado a decir siempre la verdad pero que nadie le creyera. No hemos de tomarnos a nosotros como medida de todas las cosas, que unos pocos lo veamos no significa que todos lo harán, porque para ver hay que mirar y no todos se atreven a hacerlo. Como decía mi abuela, el que busca lo que quiere encuentra lo que no quiere, a veces indagar la verdad implica embeberse de verdades dolorosas y no podemos subestimar el poder de la negación.

 

Pero eso sí: Bezmenov nos hablaba de que la subversión era reversible, eh. Pero que revertirla implicaba necesariamente un regreso a Dios o una fe fundante, a una doctrina fuerte, a principios y valores tradicionales.

 

¿Se entendió o hacemos un dibujito? La respuesta siempre es el peronismo. 


No se trata de que nos acompañen al cementerio, se trata de volver a vivir.

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