(Publicado en la Revista Hegemonía del mes de diciembre de 2020)
Diciembre comenzó con una noticia extraña e inquietante: el agua, recurso fundamental para la reproducción de la vida, comenzaría a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street y su precio estaría determinado por una combinación del volumen y la disponibilidad del líquido en cada región. En un planeta en el que dos mil millones de personas —un tercio de la población mundial— tiene dificultades para acceder al agua potable, el hecho de que el elemento esencial de la vida cotice en bolsa implica necesariamente una acentuación de las desigualdades preexistentes. Pero, ¿qué sucede en el Cono Sur? ¿Qué posibles consecuencias se podrían desprender de una futura escasez de agua que empujase hacia arriba el precio de ese bien, en el contexto del reordenamiento mundial que tiene lugar en la actualidad?
La respuesta es ciertamente una incógnita,
puesto que depende directamente del derrotero histórico, de cómo se resuelva la
inserción de la región en el nuevo esquema mundial, cuestión que aún hoy está
pendiente. Pero eso no es todo: si Hispanoamérica lograse insertarse como polo
de poder, de todos modos el verdadero desafío sería el de fortalecer el sistema
de defensa de toda la región, blindar sus fronteras y prepararse para unos
cuantos dolores de cabeza, con la total seguridad de que los buitres del mundo
vendrían a por el agua.
En el año 2003, de hecho, el Banco Mundial
convocó a representantes de los países integrantes del Mercosur a una reunión
realizada en Montevideo, la que culminaría con la firma de un documento y la
ulterior creación del Proyecto de Protección Ambiental y Desarrollo Sustentable
del Sistema Acuífero Guaraní. Este sería apoyado por el propio Banco Mundial
(BM) con ayuda del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), la Organización
de los Estados Americanos (OEA), los gobiernos de Alemania y los Países Bajos y
la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), entre otras entidades. Es
decir, que el interés de los países centrales y la élite global por el
monumental reservorio hídrico de América del Sur no es nuevo, desde hace
décadas se viene cocinando a fuego lento un intento de apropiación de las
reservas de agua dulce por parte de los poderosos del mundo.
El Sistema Acuífero Guaraní es el tercero del
mundo en volumen, detrás del Areniscas de Nubia en África y la Gran Cuenca
Artesiana en Australia. Ocupa 1.200.000 kilómetros cuadrados de territorio
compartido entre cuatro países: el 70% de su superficie corresponde a Brasil,
el 19% a la Argentina, el 6% al Paraguay y el 5% restante, al Uruguay. Por el
norte toma contacto con el Pantanal brasileño, conectándose de manera indirecta
con la Amazonia. El límite oeste en el Paraguay es difuso, mientras que en el
territorio argentino las estimaciones suponen que se extiende en el norte hacia
la cuenca del Bermejo y al sur no se descarta que continúe hacia la región
pampeana o eventualmente hacia la Patagonia, para alimentarse de los grandes
lagos, al pie de la Cordillera de los Andes. El volumen total de agua del
acuífero se estima en unos 30.000 kilómetros cúbicos y las reservas explotables,
en unos 2.000 kilómetros cúbicos al año. La recarga del acuífero en los lugares
en los que aflora es de solo 5 kilómetros cúbicos al año.
El área más importante y fundamental de alimentación
del reservorio es la Triple Frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil y en
particular, la cuenca fluvial que conecta a los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay
con el Río de la Plata, aunque también recibe parte de su caudal desde los
Andes a través del acuífero Puelche. De acuerdo con las estimaciones, las
disponibilidades de agua potable del acuífero Guaraní serían suficientes para
abastecer a una población del orden de los 360 millones de personas, con una
dotación de 300 litros diarios por habitante.
Es decir, que se trata de una auténtica
mina de oro líquido. Si las reservas de agua potable del mundo comenzaran a
escasear, sin lugar a dudas la América del Sur pasaría a constituir un tesoro
mucho más preciado aún que en la actualidad. Recordemos algunas de las maravillas
de la región: a las inagotables reservas de petróleo de Venezuela podemos
añadir el coltán en ese mismo país o el litio en el desierto de Atacama y las
cuencas salinas adyacentes de los territorios de Bolivia, Argentina y Chile. Se
trata de ejemplos paradigmáticos por su actualidad y por la proyección a futuro
de su explotación, pues si bien ya existen intentos aislados por prescindir de
los combustibles fósiles, el recambio no pareciera pronto a realizarse, por lo
que sin lugar a dudas la disputa por el petróleo se irá agravando en vez de
apaciguarse. Otro tanto sucede con el litio y el coltán, materias primas
básicas en la producción de baterías y dispositivos móviles, es decir, de la
industria de punta en un futuro no muy lejano. Esto sin contar el colosal
almacén de minerales y agua pura de la Cordillera de los Andes y el pulmón
verde de la Amazonia.
Es decir, que nos hallamos literalmente
parados encima de una auténtica bomba de tiempo geopolítica. Independientemente
del modo como la América del Sur logre acomodarse en el nuevo tablero político
del mundo multipolar, lo indefectible es que sus vastísimos recursos naturales
implicarán más tarde o más temprano el conflicto en el mejor de los casos
diplomático por el acaparamiento de esas riquezas por parte de las élites
globales, mal acostumbradas a nunca recibir un no por respuesta.
El programa impulsado por el Banco Mundial,
entonces, no es sino la punta de lanza de todo un proyecto de la élite global
destinado a convencer a los Estados nacionales de la presunta conveniencia de
flexibilizar las legislaciones locales en materia de concesión de recursos
naturales para que les sean permitidas a compañías privadas de capital
multinacional la exploración, explotación, potabilización y distribución esto
es, literalmente la entrega del agua de todos los sudamericanos a los poderosos
del mundo, sin asegurarse previamente la provisión necesaria para los Estados
soberanos en cuyo territorio nacional está emplazado el acuífero. Según
informes proporcionados por el organismo multilateral de crédito, 40 millones
de dólares habían sido destinados en esa ocasión, allí por el 2003, a estudios
y exploraciones de toda la cuenca guaraní que incluye ríos, arroyos, lagunas y
esteros para elaborar e implementar en forma conjunta entre los organismos de
crédito y las empresas privadas un marco institucional y técnico para el manejo
y la preservación de este sistema. Su interés sería reconfigurar el manejo de
la cuenca, con el único objetivo de propiciar la transferencia de los servicios
hídricos al sector privado multinacional. Es decir, impulsar la concentración
de la explotación en un puñado de actores, colocando a las multinacionales en
el centro de la escena como beneficiarias de la gestión y el usufructo del
agua. Conforme aumente la cotización de ese preciado bien en el mercado de
futuros impulsada por una agudización de la falta de disponibilidad de agua,
que es inversamente proporcional al volumen del stock mundial, el negocio
resultará más atractivo y cualquier reserva natural de agua dulce apta para el
consumo humano se encontrará en un potencial peligro ante las veleidades de la
demanda y la codicia de la élite global.
El proyecto de privatización del agua ya
está en marcha, la pregunta es si efectivamente llegará a cristalizarse, lo que
va a depender de las decisiones de un bloque continental sólido, con vínculos
afianzados y una política proteccionista de los propios recursos, integral y
supranacional. Sin la existencia de un polo fuerte, que se inserte en el mundo
como una potencia única, la victoria de los buitres en la guerra por el agua
parece inevitable. Esta podrá tomar previsiblemente tres formas, derivadas de
la relación que los Estados nacionales establezcan con las empresas multinacionales.
1) A través de la venta total de los sistemas de distribución, tratamiento y/o
almacenamiento del agua por parte de los Estados nacionales. Esta implica la
privatización directa y significa lisa y llanamente que los argentinos,
brasileños, paraguayos y uruguayos no serán dueños del agua que subyace a la
capa continental sobre la que habitan. 2) A través de la concesión directa de
parte de los Estados nacionales para que las empresas de propiedad directa o
indirecta de la élite global se hagan cargo del servicio y del cobro por la
operación y mantenimiento del sistema en uso. Es decir, un proceso similar al
que actualmente ya está teniendo lugar en la explotación minera en los países
de la región. 3) A través de un contrato restringido mediante el que un Estado
nacional contrate a una sociedad anónima, muy probablemente una empresa
multinacional para que administre el servicio de agua a cambio de un pago por
costos administrativos. De las tres alternativas, los antecedentes en materia
de relaciones de explotación de recursos minerales de las naciones dependientes
tienden a hacer suponer que se privilegiará la segunda, acarreando la pérdida
total de la soberanía de los pueblos sobre sus recursos hídricos.
Pero ahí no se acaban los problemas, aún si
la región lograse erigirse en una auténtica potencia mundial es difícil suponer
que los buitres del mundo se quedarían de brazos cruzados y aceptarían una
derrota sin adoptar alguna estrategia lateral de apropiación. Lo más previsible
es que sin una fuerte política de defensa a nivel continental, que implique la
expulsión de todo agente foráneo y el despliegue de tropas en territorio y en
las fronteras, como ofensiva disuasoria de posibles invasiones, en un futuro no
muy lejano los conflictos armados estén emparentados con el agua, así como con
el resto de los tesoros que alberga nuestro suelo.
La victoria de un Joe Biden cuyo gobierno
parece estar adelantando un claro sesgo belicista inferido de los nombres que
integran su gabinete tanto como de los apoyos a la campaña presidencial de los
demócratas, gigantes de la producción y venta de armas incluidos se suma a la
noticia de la cotización en bolsa del precio del agua para poner en alerta a las
naciones dependientes acerca de la imperiosa necesidad de prepararse para el
mundo que se viene, en una estrategia conjunta de industrialización,
estatización de los recursos estratégicos y defensa del territorio.
La independencia de los pueblos americanos
se emparenta directamente con la unidad continental pero también con la
protección de las riquezas que hacen de nuestro continente una región única en
el planeta. La inserción del Cono Sur y de toda la América hispana como polo de
poder en el nuevo orden mundial multipolar va a estar determinada por la expresa
voluntad política los Estados nacionales de sostener los vínculos de
fraternidad de los pueblos, diseñar una estrategia económica común reforzando
el bloque continental y establecer alianzas inteligentes con otros polos, que
no impliquen la entrega de nuestras riquezas naturales ni tampoco la
reprimarización de las economías regionales. El derrotero histórico de los que
viene aún es incierto y está por resolverse. Lo que ningún nacionalista puede
ya desoír es que de la unidad depende la fuerza de nuestra región, eso está
claro como el agua.
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