Como algunos de ustedes quizás se hayan dado cuenta, mi especialidad a la hora de escribir son las comparaciones incómodas. No les hago asco nunca, no me ando con vueltas y soy de la escuela de “al pan pan y al vino, vino. Sobre las cartas, la mesa”.
Y si hago la aclaración es porque sé que suena incómodo, pero alguien tiene que decirlo: somos la mujercita sumisa de un marido maltratador y manipulador.
Somos eso, a eso se reduce nuestra relación con nuestros representantes en el plano de la política.
Como ustedes bien sabrán, hoy aumentan los combustibles, la carne y el pan por quichicentécima vez en lo que va del gobierno y del año, lo que además bien mirada la cosa significa que aumentarán inevitablemente todos los precios de la economía.
Porque tal y como cuando gobernaba Macri, como nuestros compatriotas/compañeros hoy negacionistas de la mishiadura albertista solían decir hace unos tres o cuatro años, la comida no va a las góndolas en paloma mensajera, sino que viaja en camión, cuyo insumo indispensable es el combustible, cuyo valor a su vez se traslada a los costos de transporte y estos se vuelcan de manera directa o indirecta a todos los demás precios de la economía. Eso era así antes y sigue siendo así ahora, nada nuevo bajo el sol. Otro tanto sucede con los alimentos mencionados, básicos en la mesa de los argentinos, que inciden directamente en la canasta básica de la que depende que una familia argentina se considere pobre o acaso indigente.
Sin embargo, se nos dice que las petroleras prometen que este será el último aumento del año, aunque no tiene sentido pues estamos a mayo, falta pasar el invierno, hay que ver cómo se mueven el tipo de cambio y la oferta, sumados estos factores a que desde octubre del año pasado en adelante los incrementos vienen siendo sistemáticos, entre uno y dos por mes, lo que no parece darnos la pauta de que sea lógico que de repente y como por arte de magia pase a revertirse esa tendencia al alza.
Pero se nos dice que las petroleras prometen, y con eso debe bastar para que nos quedemos en el molde.
—Mi amor, no sé qué me pasó, te juro que me desconozco, pero no va a volver a pasar. Vos sabés que te amo, nunca haría nada para lastimarte. Tenés mi palabra, nunca más va a volver a pasar.
Pero pasa, pasa y la víctima vuelve a perdonar porque “él me quiere, solo que yo soy una tarada, lo saco de quicio”.
Y después vienen los reclamos:
—Me dijiste que me ibas a llenar la heladera y que entre los bancos y los jubilados elegías a los jubilados, ahora me decís que no podés subirles el haber porque estamos endeudados “hasta acá”.
Y las respuestas acaloradas, en una espiral creciente de virulencia de los intercambios:
—Pero si te habré matado el hambre a vos, chiruza. Te saqué de la calle, cuando yo te encontré Macri te mataba de hambre, te di la tarjeta AlimentAr, te cuidé en medio de una pandemia, pelotuda. Mientras vos te rascabas la concha, ¿de dónde salió el IFE, pedazo de tarada? Salía de este culo, este.
Y siguen las falsas promesas: “Sostenemos la vocación de que los argentinos no tengan que pagar la deuda”, los cuernos con las Kristalinas Georgievas, más y más violencia.
Una violencia pasivo-agresiva, que se disfraza de cuidado (“La economía se levanta, la vida que se pierde no se recupera”; “entre la economía y la salud elijo la salud”).
Te amo, si te celo es porque quiero lo mejor para vos y porque te amo tanto que no puedo soportar que nadie más que yo te mire.
Mientras tanto, sin siquiera sospecharlo la víctima todo el tiempo tiene a su alcance esperar a que se duerma el desgraciado y pegarle un botellazo en la cabeza, darle con un martillo hasta que pierda el sentido y justo antes de rematarlo gritarle a la cara: “¡Nunca más en la vida me vas a volver a lastimar, hijo de puta!” pero no lo hace, por eso precisamente es víctima: porque el psicópata se ocupó bien de minarle el espíritu, convencerla de que no sirve para nada, matarla por dentro. Es decir, el violento es violento antes que nada porque convierte en víctima a la víctima, la encierra en un estado de indefensión del que ella no es capaz de salirse no tanto por miedo a la represalia como por falta de confianza en sí misma. ¿Qué es preferible, ir a la cárcel, el infierno o que el cretino un día te mate? ¿Qué es peor, morirte de hambre de a poco o que te mate la policía por exigir lo que te pertenece?
Esta no es ninguna arenga del estallido, soy la última en desearlo porque como siempre digo y repito, los muertos siempre los ponemos nosotros. Pero me toca describir cómo surgen estas cosas. El 2001 no nació de un repollo.
Como Galeano dijo alguna vez, el miedo de la mujer al hombre es el reflejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.
¿Qué pasará el día que perdamos el miedo?
En fin, como les decía, mi especialidad son las comparaciones incómodas.
(Publicado el 15 de mayo)

Comentarios
Publicar un comentario