Mi abuelo tenía un hermano que era
homosexual. Nunca tuvo una pareja conocida ni tampoco dijo abiertamente jamás
que era homosexual, pero todo el mundo lo sabía.
Mi abuelo no tenía conflicto con ello,
simplemente a veces le causaban risa sus excentricidades en el contexto rústico
en el que habían crecido.
A diferencia de mis abuelos paternos, que eran
de Corrientes Capital, mis abuelos maternos se criaron en el campo en sendas chacras
y estaban acostumbrados al estilo de vida rural. Allí, en el campo, hombres y
mujeres trabajaban a la par y de sol a sol. Una de las cosas graciosas en ese
contexto que mi tío abuelo homosexual solía hacer era ponerse una capelina de
ala ancha para trabajar en el campo, porque no le gustaba quemarse ni que la
piel se le manchara por el sol. Además, solía usar los pantalones demasiado
ajustados y se colocaba relleno para que los glúteos se le vieran más abultados.
Además era afeminado al hablar y solía
tener comportamientos que llamaban la atención en su entorno, como el hecho de
no querer mostrarse desnudo frente a sus pares.
Pero nadie le decía nada, lo dejaban ser y
a lo sumo les causaba risa que hiciera cosas que el resto no, como siempre
suele pasar en los grupos cuando uno resalta porque no se parece a los demás.
Ya viviendo en Buenos Aires, la historia
fue siempre la misma: el tío F seguía sin casarse y formar familia, aunque era
un hombre trabajador e iba progresando. Cuidaba de la madre, la protegía y ella
también a él, eran compinches y compañeros.
Recuerdo que mi abuelo solía decir: —Y, él
es puto, pobre.
Y eso era todo. No lo decía con rabia ni
con odio ni con sorna, sino con total naturalidad, como algo que no se puede cambiar
y se acepta tal y como es.
Y eso era así desde la década de 1930 y 1940
en adelante, en medio del campo entre personas que en la mayoría de los casos
eran analfabetas.
Sí, es verdad, el tío F jamás salió del clóset
ni desfiló en la marcha del orgullo gay, pero era un hombre de quien todos
conocían que no era igual que la mayoría y nadie lo molestaba, pues él tampoco molestaba
a nadie. La homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad, la diferencia
es que es una excepción en el cuerpo social y no la regla. Cuando una comunidad
entiende eso se terminan los conflictos por la identidad sexual, esta deja de
constituir una cuestión.
Y la anécdota viene a cuento de lo siguiente:
desde tiempos inmemoriales una servidora ha vivido de cerca y con naturalidad la
existencia de personas que no se parecían del todo a mí, no me caracterizo precisamente
por escandalizarme por cuestiones de minorías.
La homosexualidad o la diversidad sexual,
la condición de inmigrante (mi bisabuelo materno era paraguayo), la cuestión
indígena (mi bisabuela materna era india mocoretá de la provincia de Santa Fe),
la negritud (mi abuelo paterno era descendiente de africanos), el aborto
(porque he vivido de cerca situaciones de mujeres que se lo practicaron) no me
escapan ni me asustan ni las invisibilizo, pero tampoco las exacerbo sino que
les otorgo la importancia que poseen, ni más ni menos.
Lo que quiero decir es que no soy “fascista”
ni “antiderechos” ni nada que se le parezca. Soy una simple ciudadana de a pie
que desea vivir su vida plenamente y en paz y sobre todo, que la comunidad haga
lo propio. No reniego de las legítimas luchas ni de las conquistas de las
minorías ni tampoco atento contra ellas. Pero espero el mismo trato que doy, no
solo para mí sino para todos.
Hace unos días veía por Twitter capturas de
pantalla que demostraban cómo a una persona le había pasado lo siguiente en
Facebook: una chica cristiana o católica se sacó una foto junto a una imagen
religiosa, probablemente de la Virgen María. Y alguien le comentó: “Nunca
entendí por qué los católicos adoran imágenes de yeso”, a lo que la otra le
respondió: “Y yo nunca entendí por qué los ateos son tan hinchapelotas y no se
meten en sus asuntos”. ¿El resultado? Este último comentario le valió el tristemente
célebre bloqueo de la cuenta. Sí, claro, está el algoritmo de por medio y demás
pero: ¿ven lo que está pasando acá? Hablar medianamente en contra del ateísmo amerita
sanciones y bloqueos, mientras que burlarse de las creencias religiosas de las
personas que practican todas las religiones menos una redunda en la más inocua impunidad.
El pasado 1°. de junio un cuadro militante
de la comunidad LBGT+ de rango más bien bajo, dedicado a la venta de
pornografía por internet, publicó en Twitter una imagen que luego debió borrar:
dos humanoides pintados multicolor montando una topadora con la que estaban
decididos a pasar por encima a los heterosexuales (“paquis”, de “paquidermo”,
porque para la “Comunidad” los heterosexuales son lentos como elefantes cuando
practican la unión sexual), los valores cristianos y la familia tradicional. Aclaro
que el muchacho este borró eso no porque la red social se lo hubiera indicado
sino porque no le gustaron las respuestas que recibió, en muchos casos naturalmente
de personas que se habían sentido ofendidas.
Nos encontramos en ese estado de cosas. ¿Se
imaginan qué reacciones acarrearía de parte de la sociedad en general, los
medios de comunicación y las propias redes sociales que algún militante
cristiano, por ejemplo, mostrara una representación de sí mismo pasando por encima
con una topadora a homosexuales, negros y semitas? Impensable, ¿no? Lo colgarían
de las pelotas.
O no, quizás no lo colgarían de las
pelotas, pero probablemente su nombre, apellido y dirección serían publicados
en la recientemente dada a conocer lista negra de la IPPF, que periodistas
feministas entre las que se cuenta Ingrid Beck confeccionaron con el objetivo
de amedrentar a todo aquel que manifieste cualquier disidencia respecto de la
agenda progresista emanada de la élite global.
Y es que eso es lo que ha pasado hoy: la élite
global nos envió un mensaje claro de que irá a fondo contra toda expresión
cultural que ponga en cuestión la cultura global progresista. La voluntad
colonizadora de la élite global llega al extremo de imponer una auténtica
dictadura de lo “políticamente correcto”, entendido esto último como todo
aquello que contribuya a la conformación de la “sociedad abierta” (Open
Society) que sueñan los George Soros del mundo.
Se trata de una auténtica reacción
progresista, de la persecución desembozada destinada a exacerbar los odios al
interior de la comunidad y en última instancia, eliminar la disidencia,
instando a que los ciudadanos comunes ejerzan la delación sistemática del “distinto”,
el que paradójicamente será aquel que se identifique con los principios y
valores tradicionales o bien, como se les llama en la jerga progresista, “conservadores”.
Pero ahí no termina la cosa. Lo gracioso
del caso es que está clarísimo por qué cada vez más personas jóvenes se aferran
a los principios y valores tradicionales, es una obviedad a gritos. Ha sido el
advenimiento del progresismo el que generó ese recrudecimiento de “la derecha”
o la “ultraderecha”, como gustan de llamarle esos mismos sectores progresistas.
Pues tanto en la física como en la política,
dos leyes se cumplen a rajatabla: 1) a cada acción le sobreviene una reacción y
2) no existen espacios vacíos; lugar que no ocupa uno lo ocupa otro por mero horror
vacui.
Entonces cuando se nos habla de “reacción
conservadora” necesariamente hemos de preguntarnos: ¿y esa reacción a qué
acción responde? Y la respuesta es sencilla, es visible y es evidente, para
demostración basta simplemente consultar los balances de las oenegés que en
nuestro país militan cuestiones tales como el aborto, el supremacismo
indigenista o las reivindicaciones africanistas y ver quién les pone la
guitarra: la “reacción conservadora” responde al advenimiento del proceso de
subversión “progresista” financiado desde las altas esferas del poder global.
Y este proceso explica entonces el
recrudecimiento de las organizaciones extremistas de “derecha”, simplemente por
horror al vacío. Está claro que existe una reacción a la acción invasiva del
colonialismo cultural progresista, pero también ha habido espacios que dieron
albergue a personas que no se sentían representadas por la moral progresista, y
de ahí el crecimiento de las “derechas”. Debemos hacernos cargo los peronistas
de la parte que nos toca, al haber permitido que el progresismo permeara
nuestro movimiento y nuestro partido y los parasitara tan íntimamente que a esta
altura gran parte de las nuevas generaciones confunden peronismo con
progresismo aunque son más bien lo contrario.
La reacción conservadora responde al
advenimiento del progresismo, esta nueva reacción progresista, que utiliza como
métodos el espionaje y la publicación de listas negras, responde al crecimiento
de las manifestaciones de disidencia respecto de la progresía global.
El proceso está empezando pero no sabemos
cuándo termina. ¿Llegará un punto en el que nos aislarán en ghettos a los no “diversos”,
nos condenarán a regresar a la catacumba a los cristianos, nos marcarán a los
no-negros, nos perseguirán a los que levantemos la voz contra la penetración
foránea que día a día resulta más evidente, actúa más a cara descubierta y
promete hacer de nosotros una colonia multicolor de ateos homosexuales?
Suena conspiranoico, ¿no?
Posiblemente, pero habrá que esperar para
ver. Que Dios se apiade de nuestras almas.
Notable Compañera. Clap, clap, clap
ResponderEliminarLa élite global (y nuestra oligarquía satélite) siempre "mata mal" al pueblo cristiano de a pie. Por eso siempre resucita (Gran precisión semántica en la nota, con profundidad y un estilo únicos: gracias de nuevo).
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarPusiste las cosas en su justo término.
Estas en lo cierto de principio a fin.
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