(Publicado el 18 de marzo)
Quizás me esté colocando en el rol de abogado del diablo en este asunto pero, sinceramente ayer oía y leía a muchas personas hablando acerca de las personas adictas y la verdad no sabía bien por qué. Hoy sé que es porque la mamá de la niña desaparecida y que gracias a Dios fue hallada con vida y en aparente buen estado relativo de salud es de hecho adicta a las drogas. Tampoco me he tomado el trabajo de investigar de qué drogas se trata y de hecho no me interesa.
Pero sí me quiero detener en este punto: hoy hay muchas personas que están diciendo que esa madre no puede estar con una niña, que una persona que es adicta no puede criar a niños y demás. Está bien, pero déjenme decirles que muchos de nosotros hemos sido criados e incluso convivimos todas nuestras vidas con personas que son adictas, las adicciones son una problemática endémica de nuestra sociedad y es más, es en muchos casos transversal a la sociedad toda. Yo lo he contado mil veces, mi propio padre era alcohólico, mi abuelo lo era, conozco a muchos más alcohólicos que a abstemios y de hecho con la única excepción de mí misma y mi marido no conozco a nadie más que sea abstemio. Pero bueno, claramente no todas las personas a quienes conozco son de hecho adictas al alcohol, pero hay muchas que sí lo son, incluso muchas de ellas negadoras de su problemática de adicción, con un entorno que las considera “sanas” porque “no se drogan”, aunque dependen para el ejercicio habitual de su actividad del consumo de una sustancia, el alcohol.
También conozco a personas que son adictas a los psicofármacos, incluso a algunas que los toman sin haber consultado previamente a un médico ni mucho menos a un psiquiatra. Nah, tienen un amigo médico que se las facilita, o un pariente que sí las tiene prescriptas y entonces se clavan una pasta y todo les chupa un huevo. O bien se ponen hasta arriba de bebidas energizantes o cocaína o lo que sea.
Reitero la idea por si no se entendió: fui criada por un tipo que no podía irse a dormir sin ponerse en pedo, que no podía vivir un día sin emborracharse presumo que precisamente por eso, porque no toleraba la vida tal como le había sido dada.
Entonces aquí es cuando aparentemente me pongo a hacer pobrismo o a romantizar las actitudes incorrectas de los marginados de la sociedad, pero en realidad no lo estoy haciendo. Que se sepa que no estoy justificando los errores de mi padre ni de mi abuelo ni de mi suegro ni de ninguno de todos esos tipos a los que he visto arruinarse la vida por el alcohol. No digo que esté bien que vos te aferres al alcohol o a otras drogas legales o ilegales para poder evadirte de la realidad de mierda que te cayó en el sorteo de la vida, no. Pero seamos justos, no somos tan estrictos para juzgar los problemas derivados del consumo de sustancias en las situaciones de extrema pobreza como lo somos en los casos de personas que tienen medios para que si hay miseria que no se note. No jodamos.
Si sos un choborra o un cocainómano o empastillado con guitarra, pasás desapercibido, nadie reclama que te saquen a tus hijos y los lleven a un hogar de acogida. Probablemente a un tipo o tipa en esa situación le resultará más difícil que un hijo de puta se lleve a alguno de sus hijos para hacerle cualquier cosa, y no por pericia sino porque probablemente no estarán viviendo en la calle. Y digo más: ¿cuál es el origen de esa “mala costumbre” que tienen tantos compatriotas en los barrios humildes o en las calles de ponerse en pedo y quebrar o paquearse hasta perder el conocimiento?
Realmente no podemos pensar a la droga como un problema a resolver sin antes pensar en la pobreza y la marginalidad, porque esas problemáticas son el caldo de cultivo de toda la cuestión social. Y una vez más elijo denominarla así porque siempre es imprescindible abordar las cuestiones desde su origen real, para brindar soluciones reales a la comunidad.
Un país en el que hace décadas se esté destruyendo el aparato productivo (con momentos de retroceso en el proceso, sí, pero sin que la destrucción se llegara a revertir en su totalidad) no puede abordar el problema de la droga desde una perspectiva seria sencillamente porque nadie quiere renunciar a evadirse de una realidad de mierda cuando la realidad sigue siendo una mierda. Es corta la bocha.
Entiéndase que la radicalización de cada una de las problemáticas que vemos emerger como consecuencia de la cuestión social, cada vez con mayor virulencia y visibilidad, desde la violencia intrafamiliar o sexual, la violencia callejera comúnmente llamada “inseguridad”, el incremento en el consumo de sustancias, etcétera etcétera tienen su origen en la destrucción del aparato productivo, el crecimiento de la marginalidad y la indigencia, la exacerbación de la desigualdad y la crisis de los valores fruto de la disgregación social y la ruptura de las redes de contención social y en específico, de la familia. Y la solución es siempre la misma, pues bien mirada la cosa el problema es uno solo con todas sus aristas, la cuestión social.
Esta se resuelve con producción y con trabajo, con principios y valores, con amor, con núcleos de contención de los marginales. Es fácil la cosa. No necesitamos estar sacándoles sus chiquitos a todos los drogones o los borrachos, debemos devolverles la esperanza, demostrarles que un esfuerzo rinde sus frutos y que de verdad es más redituable comprar libros antes que un vino o una bolsa de paco. Y eso no lo estamos haciendo, porque de hecho vivimos en un país en el que no importa cuánto te esfuerces, de todos modos sabés que si naciste pobre te vas a morir pobre porque vivimos en un país sin justicia social, donde no te conviene ir por derecha y hacer las cosas bien porque de todos modos vas a ser un boludo que hace las cosas bien en un mundo de avivados donde rige el sálvese quien pueda.
Cuando pienso en esa niña (a quien deliberadamente no quiero nombrar un poco para preservar su identidad y un poco para que no cometamos el error de individualizar el problema, como si fuera nuestro deber resolverle el problema a ella sola y no a todos los otros niños que, sin que hayan llegado sus historias a los medios están atravesando situaciones similares) pienso en todo esto. Pienso en que algunos se rasgan las vestiduras hablando de ella mientras proponen “soluciones” tales como pensiones, planes sociales, hogares de acogida o más y mejores abortos para que no nazcan más condenaditos de la tierra. Muerto el perrito, se acabó la rabia.
Mientras pienso en esa niña pienso en mí misma y en la suerte que tuve de no ser ella, en que a pesar de todos sus errores quienes me criaron hicieron lo que podían y aquí estoy. Pienso en que mi viejo no hubiera llegado a su nivel de dejadez si nunca hubiera perdido el laburo, si hubiera tenido la esperanza de recobrar un porvenir cuando se quedó sin trabajo apenas cumplidos los cuarenta. Pienso en que con trabajo, expectativas de ocio, de ahorro, de divertimento, de futuro, mi niñez hubiera sido otra.
Y entonces me repito a mí misma la misma respuesta que repito siempre como un mantra, no por fanatismo sino por convicción: lo que nos falta no es endurecer las penas contra el delito, contra la droga, contra la violencia; lo que necesitamos es una comunidad organizada. Necesitamos recordarnos a nosotros mismos que en la Argentina de Perón, los únicos privilegiados son los niños y que no existe para el peronismo más que una clase de hombres, los que trabajan.
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