Ni tan tan ni muy muy versus el imperio de la hipocresía

 



 

Los peronistas tenemos algo muy claro y es que ante la duda hay que adoptar la tercera posición. Esto no significa la tibieza ni la “ancha avenida de en medio”; la tercera posición es una posición alternativa, la síntesis superadora.

 

En este tiempo de plumaje blanco en el que impera la riverboquización de cada una de las cuestiones que hacen a la vida social estamos incurriendo en la mala costumbre de tomar posiciones extremas en relación a cada una de las materias del mercado de ideas. Pero no solo eso, la era de las redes sociales exacerba la política de mirar la paja en el ojo ajeno sin poner atención a la viga que tenemos enterrada en nuestro propio oj… ojo.

 

Tendemos a creernos que somos monedita de oro y que el otro es cieno verde cuando no es ni lo uno ni lo otro, o como decía mi padre: ni tan tan ni muy muy.

 

En los últimos tiempos me ha tocado ser blanco de toda clase de cuestionamientos de índole moral en virtud de mis posturas ideológicas y es que parece que soy un misterio para los extremistas de un lado a otro de la grieta ideológica artificial que impera en la sociedad. Es que hemos comprado el verso de los compartimientos estancos.

 

En este estado de cosas existen dos grandes bolsas en las que el poder quiere meter a cada uno de los individuos, para que nos rompamos los cuernos entre nosotros. No aceptamos que haya alguien que pueda salirse del esquema en que nos quieren encajar.

 

Entonces vengo yo, que no me declaro feminista, y me dicen de un lado que soy machista, presuponiendo que las categorías definen a la realidad y no exactamente al revés, que las categorías son esquemas artificiales que inventamos arbitrariamente para aislar y definir. Es decir: hay quienes creen que existe algo así como un “feminismo”, como si fuera un espacio físico, una caja. Y habría entonces en ese esquema otra caja que se llamase “machismo” y por fuera la nada misma, o el abismo de la grieta.

 

Pero no es así, yo no soy feminista pero eso no significa que sea machista. Tampoco quiere decir que por no defender las ideas del feminismo esté de acuerdo con que se falte el respeto a la mujer, con el presupuesto de una supremacía del hombre por sobre la mujer ni nada parecido. Soy justicialista, la síntesis superadora.

 

Y también se me cuestiona por mi fe, porque creo en Dios y practico mi religión hay quienes socarronamente me acusan de “chupacirios”, pacata o frígida, pero nada más lejos de la verdad. Siempre he sabido que si Dios no hubiera querido que cogiéramos no nos hubiera otorgado el don del orgasmo. Eso de que a las cristianas no nos guste el sexo son los padres. Está el mito de Papá Noel, el de El Ratón Pérez y el de la frigidez de la mujer que cree en Dios. Si nos gustará verle la cara…

 

Y eso ni hablar del sexo entre peronistas. Todos sabemos que el peronista es por naturaleza gaucho, pragmático, organizado y trabajador. Y la peronista también. Humildemente, somos gauchitos. Nunca decimos que no, siempre celebramos el amor.

 

Y después está mi postura de reticencia respecto de la evidente homosexualización de la juventud, que de seguro me valdrá algún que otro epíteto insultante. Sí, es verdad, la élite global arenga la práctica de la homosexualidad, el cambio de sexo y cuestiones aledañas y soy consciente de que denunciar una cosa como esa puede hacerlo a uno verse de lo más antipático.

 

Del mismo modo sucede lo propio con la gripe china: cada día existe más evidencia a favor de la hipótesis de que el virus fue creado en un laboratorio de virología de Wuhan, China, mediante experimentos conocidos en la jerga como “ganancia de función” financiados por altos funcionarios de Salud de los Estados Unidos, pero decir que el virus es de creación humana de seguro le valdrá a uno el mote de “conspiranoico”. Asimismo, señalar que las vacunas no son necesarias en personas que ya hayan atravesado la enfermedad, como es mi caso, porque existe evidencia a favor de la creación de anticuerpos, le vale a uno que lo llamen negacionista; decir que el barbijo es perjudicial para la salud lo convierte a uno en criminal y mostrarse reticente respecto de las vacunas experimentales significa que uno es un terraplanista antivacunas.

 

Pero no es ni tan tan ni muy muy.

 

Yo nunca he dudado de la efectividad de las vacunas como método de prevención de enfermedades epidémicas y endémicas. Tampoco dudo de la forma esférica del planeta, que más bien es geoide, porque está achatado en los polos.

 

Simplemente me niego a prestar mi cuerpo a la prueba con vacunas experimentales. Y creo en Dios, y entiendo que existe un poder supranacional que busca la dominación mundial y su gobernanza a través de la subversión ideológica, no a través de la guerra efectiva y la esclavización. Amo a un hombre, me encantaría tenerlo conmigo y sin lugar a dudas si lo tuviera conmigo aquí un sábado helado por la noche no estaría escribiendo un blog sino viéndole la cara a Dios.

 

Pero no soy sometida, ni machista, ni patriarcal ni sumisa ni niego la existencia de la homosexualidad ni su condición de práctica natural, ni tampoco niego la existencia de la gripe china. Simplemente me permito a mí misma no encajonarme y hacer una interpretación propia y original de la realidad, tomando lo que me gusta de un lado y del otro de la grieta y si es necesario, creando mis propias categorías, ordenando al mundo conforme a mi forma de ver.

 

Pero ojota, eh, que en la era de la riverboquización también impera la hipocresía. Porque eso de estar diciéndole al otro fascista y que por eso haya que censurarlo no deja de guardar similitud con aquello que se critica. Es la paradoja de la intolerancia con la intolerancia de la que alguna vez hablé en este blog.

 

El otro día un señor me decía que yo no estaba capacitada para opinar acerca de la política porque no yo sabía nada, pues soy chiquita y que tenía que ponerme a estudiar para poder opinar. Claro, este señor no sabía que yo tengo mis estudios, que tengo tanto derecho de opinar de lo que se me antoje como cualquiera porque soy una ciudadana, parte integrante del soberano natural de la nación, que es el pueblo argentino, y que el hecho de ser mujer y ser joven no me exime de la habilidad de ejercer la facultad de la razón.

 

Uno miraba las banderas que este señor defendía y realmente se mataba de la risa. Feministo pero te subestima por mujer, nacional y popular pero te subestima por tu supuesta “ignorancia”, como si los títulos de grado universitarios fueran lo que otorga la sabiduría y la habilidad de opinar. Pero los peronistas defendemos que el peronismo es esencialmente popular, todo círculo político es antipopular y por lo tanto, no peronista. Los peronistas no somos elitistas, valoramos tanto la palabra del que con esfuerzo llegó a doctor como la de su padre campesino y analfabeto.

 

Y después está el otro extremo, el del tipo que por el hecho de que uno combata la ideología global progresista lo quiera tomar a uno de cómplice para decir aberraciones escudándose en su postura ideológica.

 

Claro, el que ve que vos estás en contra de la homosexualización de la juventud emanada de la élite global y entonces aprovecha para mandar que el puto es un enfermo, que habría que matarlos a todos y cosas por el estilo, animaladas.

 

El mataputos patológico siempre me ha generado desconfianza, ni tan tan ni muy muy. Yo no sé mucho sobre nada, que me refuten los especialistas de la psicología pero a mí me parece que el que odia a los homosexuales si no se come el caramelo, hace ruidito con el papel. Una simple interpretación, eh. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, decía Panigazzi.

 

Hubo uno también que me quiso arrastrar al equipo de los machistas recalcitrantes autopercibidos patriarcales y yo: “¡¿Qué?!”. Me vieron carita de nena sumisa, se pueden ir a la puta que los parió. Justo Rosquilla te iba a cocinar el desayuno y a plancharte la camisita. Ni muerta que estuviera. Mi padre me enseñó que la mujer debe ser la compañera del hombre, no su mucama. Siempre decía lo mismo, eh: “Si yo hubiera querido una sirvienta me hubiera conseguido una sirvienta y no una esposa”. Ahí lo tenés al Gordo Meza, insospechado de aliado feministo.

 

Pero la cosa es así, todo tiene grises y claroscuros, ni tan tan ni muy muy. Así como el aliado feministo es indefectiblemente un machista culposo en estado de latencia autoinfligida también está el que se hace llamar antiprogresista o antiglobalista para dar rienda suelta a su machismo más desembozado, a su homofobia, a su chauvinismo, xenofobia, etcétera.

 

Pero el peronista no es tonto, ante los extremos, el peronista mira reticente y dice con firmeza: “Ni tan tan ni muy muy”.

 

El peronista no se come la galletita.

Por acá pasaron Perón y Eva, señoras y señores. Ante la duda, la tercera posición.

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