O te adoctrinás o te adoctrinan (o del zoón politikón)

 (Publicado el 28 de febrero)



A menudo argumento en este sentido: “tenemos que adoctrinar, porque un pueblo sin doctrina es un cuerpo sin alma”. Y está bien, pero, ¿por qué? Y más aún: ¿qué carajo significa adoctrinar? Antes que nada, la aclaración obvia: este texto va a discurrir sobre temas que incluyen la política y el amor, así que los estómagos sensibles absténganse y pasen de largo, ya mismo me pueden empezar a tratar de odiadora.

¿Qué entiendo por doctrina política? Por doctrina entiendo el conjunto de las ideas y preceptos que rigen la conducta de una persona consigo misma y en relación con la comunidad. Eso es lo que yo entiendo por doctrina, por lo menos, y conforme a esa definición me comporto; se trata de una definición que asimila el ser-social del ser-humano con el ser-político que ya definió Aristóteles allá lejos y hace tiempo, hacia el siglo IV antes de Cristo. Estoy pensando en una definición de doctrina como sinónimo de cosmovisión y paso a explicar por qué la entiendo así.

Aristóteles definió al ser humano —el hombre en sentido genérico, no como macho de la especie— como “zỗion πολῑτῐκόν” (zoón politikón), esto es, “animal político”. Pero entiéndase esa definición en el contexto de su formulación: Aristóteles no comprendía a la política como un asunto separado del ser-social de la especie, pues de hecho ser-político implicaba vivir en sociedad, vivir en la pólis (πόλις). Esta última como sinónimo de ciudad-estado, el ámbito de interacción entre seres humanos y a la vez el ámbito de la toma de decisiones colectivas en el contexto de la δημοκρατία (dēmokratía, el gobierno del pueblo).

Entonces lo que tiene que quedar claro aquí es que una doctrina es el modo de relacionarse con el mundo y con el otro en el contexto de una sociedad que es intrínsecamente política, como sinónimo de social, ¿se ve? Porque el ser humano es gregario por naturaleza, nadie puede realizarse en su integridad sin su comunidad. Sea cualquiera que fuere la comunidad en cuestión, más o menos organizada, ningún individuo de nuestra especie puede desarrollar plenamente sus habilidades como ser humano si no es en sociedad. Para muestra valen los ejemplos de los niños expósitos que eran abandonados en épocas pasadas y se criaban de manera silvestre (cuando no se morían de hambre o eran devorados por las bestias): los que lograban sobrevivir crecían como animales salvajes, sin desarrollo del lenguaje y por ende sin pensamiento abstracto, incapaces de igualar en habilidades propias de los seres humanos a sus pares que hubieran sido criados en sociedad. Véase: no se trata de una cuestión de educación acá, eh. No es más “inteligente” el que tenga más libros leídos o más títulos de grado; estoy hablando de la capacidad de desarrollo de las habilidades mentales que derivan directamente de la adquisición del lenguaje, que se aprende por repetición e imitación entre pares. Se puede ser analfabeto y se puede ser un ser humano pleno en su desarrollo pero no se puede ser un humano pleno en su desarrollo habiendo permanecido aislado de otros individuos de la especie a lo largo de toda la vida, en específico en la etapa de la niñez, durante la que se aprende el lenguaje y a socializar.

Pero no es solo eso. El hombre es gregario por naturaleza y se da a sí mismo siempre una organización. En ese sentido, el ser humano es político, ahora sí con la connotación que nosotros entendemos por “político” y que, bien mirada la cosa, es intrínseca por lo que veíamos más arriba. En lo que refiere a la raza humana, ser gregario es idéntico a ser político porque en una comunidad siempre se establecen roles, alguien manda y alguien obedece ­—y acá no me voy a meter con la disputa entre Hobbes y Rousseau, cada quien elija su propia aventura­—. Así que todo este chorizo lo que pretende es explicar que en definitiva en el sentido más primigenio de los términos, todo es político, sencillamente porque todo es social y esto porque el ser humano es social. No puede no ser social, ¿se vio por qué? Un ermitaño también es social, porque su lenguaje, sus costumbres, su pasado remiten a una organización social aunque en la actualidad el tipo se encuentre aislado. Y el salvaje no llega a ser “humano” del todo, por eso es salvaje.

Y aquí viene la otra cuestión sobre la que me quiero detener: si el hombre es social y por lo tanto es político, entonces cada aspecto de nuestra vida también tiene un costado político. ¿Estoy de acuerdo con esa premisa? Sí, estoy de acuerdo, pero debo explicar por qué y hacer algunas salvedades.

Supongamos que quiero hablar de la alimentación. ¿Es la alimentación una cuestión política? De acuerdo con lo que yo misma he expresado, sí, lo es. Y en este punto es cuando me peleo con los veganos, porque para que se entienda necesito ejemplos concretos. ¿Por qué a Rosario Meza le molestan los veganos, acaso le hacen mal a alguien? Y la respuesta simplificada es que no, los veganos no le hacen mal a nadie, lo que a Rosario Meza le choca ­—lo que colisiona con mi cosmovisión, es decir, con mi doctrina­— es el veganismo. ¿Y por qué? Pues, porque es inmoral en relación con mi modo de ver el mundo, simple. En el país donde más vacas por millón de habitantes hay, hecho sumado a una crisis estructural que obliga a millones a no comer carne a pesar del deseo de hacerlo, que cada vez más y más individuos militen a favor del veganismo es inmoral, no tiene sentido. Para mí, que no soy la medida de todas las cosas; vos en tu casa comé lo que se te antoje y lo que te dé el cuero, pero yo, de acuerdo con los parámetros de mi doctrina voy a ver siempre como algo inmoral que milites activamente el veganismo. ¿Y por qué? Porque soy justicialista, creo en la doctrina de la justicia social y esa doctrina me define y constituye la lente a través de la que yo veo (entiendo, interpreto) el mundo. El justicialismo es nacionalista, esto es, se identifica con la idiosincrasia de la nación argentina; la nación argentina gusta de la carne de vaca; además hay millones que, gustando de la carne y la leche no acceden a ellas. Ergo, ser vegano es inmoral, nuevamente, a través de mi filtro, que es la doctrina justicialista. Además, la doctrina justicialista es humanista, no es animalista, entonces las prerrogativas de la vaca y sus problemas psicológicos derivados del hecho de saberse ser-para-la-parrilla (en un parafraseo raro de Heidegger) me interesan muy poco, no porque no sean interesantes o importantes, sino porque van en colisión con lo que yo soy, para mí, que soy humanista, esas son cuestiones atendibles, quizá, pero laterales y de tercer o cuarto orden.

Otro ejemplo: la familia de origen. Y aquí es cuando me peleo con quienes militan la soledad, el aislamiento y el “soltar” las relaciones interpersonales “tóxicas”. Fácil: la doctrina justicialista es profundamente cristiana, el cristianismo propone siempre dar la otra mejilla, entonces no podés renegar de tus padres, hermanos o abuelos porque hayan sido “malos” con vos, en el pasado, siempre hay que respetar a los mayores (los únicos privilegiados junto con los niños) y si son hinchapelotas, también. Cuando comprendés que la unidad primordial de la comunidad es la familia, esa unidad que impide que te quedes solo en la vida y resultes vulnerable ante quienquiera que desee dominarte, no renegás más de los vínculos, te entendés imperfecto, entendés imperfecto al otro y aprendés a amarlo por ser un prójimo. Obvio, eso según mi cosmovisión, que es justicialista.

Último ejemplo: la pobreza y la solidaridad. Fácil también: la doctrina justicialista, por cristiana, propone que el hombre debe ganarse el pan con el sudor de su frente, o como dice Perón: “para el peronismo solo existe una clase de hombres; los que trabajan”. Eso es justo y es necesario: justo porque es ético que a cada quien le corresponda la riqueza en función de su esfuerzo y necesario porque para que no surja el problema de la escasez cada uno debe producir como mínimo lo que consume. Una olla popular, un comedor comunitario, etcétera, pueden ser soluciones de momento, válidas para paliar la urgencia, pero no me puede pedir a mí alguien que me sienta feliz ante una epidemia de ollas populares, sencillamente porque eso es una aberración para el justicialismo que sitúa a la dignidad en el trabajo, no en la limosna. Sí, como cristianos aceptamos y exaltamos la caridad, pero no nos pidan que nos vanagloriemos de la limosna, el asistencialismo, la destrucción del aparato productivo y otras mil cuestiones que están relacionadas con el trabajo o la ausencia de él.

Y podría más ejemplos: la postura ante el aborto, la postura respecto de la iglesia, la cuestión de las fuerzas armadas, la defensa del territorio nacional, qué entendemos por soberanía, qué por justicia social, por qué renegamos del marxismo, del liberalismo, el manejo del lenguaje, etcétera. Cada uno de los aspectos de nuestra vida es político y es terreno de la reflexión filosófica y política.

Pero he aquí la salvedad: decir que cada uno de los aspectos de la vida sea político no significa que las cuestiones personales sean políticas, la diferencia es sutil. Lo que quiero decir es que a cada cosa le podemos encontrar un trasfondo político pero esto no significa hacer una militancia individual de cada una de las cuestiones (de las esferas) de la praxis humana. Por ejemplo: yo me defino justicialista y esa doctrina, que es el filtro a través del que veo toda la realidad y sopeso cada aspecto de la vida ya define mi postura en torno a la cuestión. No, no es una actitud pasiva e impuesta desde fuera, implica un ejercicio activo del pensamiento, de introspección y es un proceso de largo aliento. Uno sabe así si está a favor o en contra de algo y lo puede justificar, porque comprende muy íntimamente y siente en lo más profundo del espíritu aquello que expresa. Mi militancia en la vida es una sola, como se ve, el justicialismo.

Ahora, ¿y qué tal si yo me definiera a mí misma gorda vegana feminista radical abortera lesbiana indigenista, por dar un ejemplo cada vez más realista? ¿Cuántas causas milito ahí? ¿Cuál es la doctrina que estoy profesando y quién se beneficia de ella? La respuesta a la primera pregunta puede resumirse en la palabra “progresismo”, pero a respuesta a la segunda pregunta la voy a dejar en suspenso, sepa el lector hacer los cálculos, si le da la gana.

El caso es que, en tanto que seres sociales somos políticos, en tanto que pensantes tendemos a categorizar, y de ahí que hablemos de “esferas de la praxis humana”. Claro, el problema es que una esfera es un cuerpo cerrado, de una esfera nada entra y nada sale, las esferas son compartimientos estancos, según nos enseñó la geometría. Y claro, si categorizamos cada cuestión como una cuestión política separada de las otras pasan esas cosas, el eclecticismo de militar activamente todo sin que nos guíe una línea conductora. Milito mi sexualidad como una cuestión personal, milito mi alimentación, milito mis piercings, milito la tintura de mi pelo, milito mi ropa, mi equis, be o zeta. Milito por militar, milito por mí mismo y en definitiva no por algo superior a mí ni por algo diferente de mí, de hecho. Paso a ser la medida de todas las cosas, me tomo a mí mismo como universo y no oteo afuera a ver qué hay. Y por eso es que hay que adoctrinar.

Porque a pensar comunidad se enseña y se aprende, a amar sanamente, a defender los propios derechos y a entender qué cosa es un derecho y qué es un capricho, a amar a la patria, a querer defenderla ante la agresión de un invasor, a identificar a un invasor, a detectar un proceso de subversión, a convivir en sociedad, a desarrollarse y enriquecer al otro, etcétera etcétera. Todo eso se enseña y se aprende y si no se enseña también se aprende, aunque de manera silvestre. Porque lo que no pensamos nos es pensado y lo que no aprendemos nos es aprendido. Cuando decimos “que un pueblo sin doctrina es un cuerpo sin alma decimos eso”: no hay comunidad sin elementos de cohesión, sin cosmovisión o sin conjunto de valores e ideas. No hay comunidad posible sin doctrina. Y el problema de dejar librado al “azar” el adoctrinamiento es que en rigor de verdad no existe el azar, hay poderes que dirigen ese aprendizaje silvestre. Vivimos en sociedad, somos animales sociales y somos animales políticos. El poder existe y no descansa, por eso domina. Si nosotros no enseñamos una doctrina del amor y la felicidad común, de la justicia social, la producción y la dignidad en el trabajo, entonces alguien más va a adoctrinar en la disgregación, el caos, el individualismo y el odio, con el firme propósito de dominarnos. Eso es así y no se puede evitar, pues en la política como en la física no hay espacios vacíos, si uno no ocupa un espacio, el otro se colará ahí por succión y terror al vacío.

Así que hecho todo este repaso, amigos, ¿qué acelga? ¿Ponemos manos a las sobras o nos seguimos haciendo los logis? El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo si y solo si trabajamos para ello.


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