(Publicado el 9 de mayo)
A pocos días de las exequias del hombre más amado a nivel mundial que haya dado jamás este suelo, el futbolista de Boca Ramón “Wanchope” Ábila declaró en televisión cómo el deceso del ídolo lo había afectado de manera personal, debido a que poco antes su propio hermano había muerto por depresión seguida de suicidio.
Ya entonces, allí por fines de noviembre de 2020 resultaba evidente que la situación apremiante en lo social y lo económico que había sido precipitada por el famoso “aislamiento social preventivo y obligatorio” estaba causando estragos en el espíritu y la mente de las personas más vulnerables de la sociedad. Y aclaro, por si a algún ser deleznable se le diera por burlarse, que las personas con enfermedad mental tienen tanto derecho a una vida plena como cualquiera, y no solo eso, aún en personas “normales” el aislamiento social y el terrorismo sanitario provocan secuelas en la psique. Creía que holgaría la salvedad, pero véase que hace pocas horas me ha tocado de la peor manera descubrir que no, hay personas capaces de burlarse de otras por cometer suicidio en contextos de depresión.
Hace algunas semanas me topé con el caso de un niño de catorce años que cometió suicidio luego de que su abuela muriera, presunta víctima de la famosa gripe china. Y digo presunta porque como ustedes bien saben, aquí no hay autopsias, nadie se entera con certeza de qué se está muriendo la gente. Pero asumamos que es de corona, asumamos que el niño contagió a su abuela por haberse estado juntando con sus amigos a jugar a la pelota. Aquí hay un chico que se siente culpable por haber “matado” a alguien a quien amaba, tan solo por esa mala costumbre de querer vivir, hacer deporte, juntarse con sus amistades y respirar aire fresco y luz de sol. Pecados mortales. ¿De dónde saca un pibe de catorce años la idea de que es culpa suya el haber oficiado de vector de una peste infernal que acabó con la vida de su pobre abuela, tal que el chico en cuestión, un preadolescente, no pueda soportar la culpa y se cague colgando del barral del baño? La respuesta es sencilla: alguien se la implanta y algún día habremos de hacernos cargo como sociedad de haberlo permitido.
Hoy me he enterado del fallecimiento de un viejo conocido del barrio, un muchacho que fue a la misma escuela que yo, y aunque era unos años mayor, todo el mundo lo conocía por su temperamento entrador. Era uno de esos pibes que siempre entran en todas nomás de comedidos, un día tocaba la guitarra para los chicos del catecismo, otro día changueaba por el morfi en la casa de algún vecino que lo necesitaba. Era el hermano mayor de un compañero de escuela de una de mis hermanas, y siempre fue el cabecilla de la banda de amigos. Bostero, peronista y rockero, de esos que te recorren el país siguiendo a La Renga o al Indio. Un laburante, el viejo se murió de cáncer cuando él, que era el mayor de cuatro hermanos, era pibito y desde entonces se puso al hombro a la familia.
Amiguero, de esos tipos amenos que a veces son hinchapelotas porque pareciera que nunca se ponen serios, viven en la joda permanente. Era prácticamente padre de sus hermanos, porque desde que el viejo no estuvo se portó así, el más chiquito tenía apenas seis años cuando murió el padre.
Hace un tiempito se había juntado con una chica y tenía una nena chiquita, tendría unos dos añitos.
Hoy nos enteramos de que no pudo, no resistió. No ver a la gente que lo quería, el encierro, la depresión. Todo eso sumado a la crisis. Un padre de familia, changarín, albañil, que desde los diecisiete años se había hecho cargo de su mamá y sus hermanos laburando de lo que fuera, no se bancó un año de “nueva normalidad” coñovirense y se suicidó, no conozco los detalles de cómo ni interesan.
El hombre no soporta que a la familia le falte el pan, es una verdad científica. O se mata o se muere solo, como mi viejo, tirado en una cama en un pasillo de hospital público, de una gripe común y con más dudas que certezas.
Nunca supe si a mi padre lo mataron los matasanos en el “Hospital Arcadas”, que es como le llamamos aquí al nosocomio local, o si lo mató antes el neoliberalismo en su apogeo, cuando a los cuarenta años le demostró que era dispensable, descartable, un residuo de la sociedad.
Uno ve cosas que no cuadran y cuando las señala viene alguien a reírse, a burlarse, a repetir las verdades reveladas de los seguidores de la diosa Episteme. Uno señala que no somos animalitos salvajes, que somos alma y espíritu además de cuerpo y que lo que suceda en nuestra parte inmaterial incide directamente en nuestro sistema orgánico. Uno señala que para matar a una persona se puede empezar por volverla loca o minar su espíritu y hay quienes se ríen.
Aquí nadie está negando la enfermedad del cuerpo, nadie está negando que esta implique llevarnos a la tumba en algunos casos. Lo que se señala es cuáles son los motivos de eso, para que estemos prevenidos y nos protejamos de forma integral, como los entes tripartitos que somos, cuerpo, mente y espíritu. Y se nos ríen los malaleche, provocan, se burlan.
Matar a Dios fue el primer paso hacia este genocidio. Hace bastante lo vengo advirtiendo, aún desde antes de que la enfermedad innombrable llegase a mi hogar y yo pudiera verla de frente. Llegó y pasó, como algunos de ustedes saben, y no fue fácil darle pelea en un contexto en el que la negación está a la orden del día, el terrorismo nos carcome el cerebro y muchos asumen de antemano que si se pegan el bicho se mueren, en vez de lo contrario, lo que conlleva la profecía autocumplida.
Lo dije antes y lo digo ahora: esta es una guerra de desgaste del poder global contra los pueblos. Los que sobrevivan será porque generaron anticuerpos no ante la gripe sino ante el terror. No es una guerra bacteriológica, es una guerra psicológica. El vector son los agentes del terrorismo sanitario y mediático, sus servidores pueden ser tus parientes o vecinos que a la vez son víctimas sin saberlo o acaso sin querer asumirlo, como los manos de ‘El Eternauta’.
Hay que hacer el gran salto de Evey Hammond, perderle el miedo al miedo. Perder el miedo es el único antídoto para esta epidemia de depresión.
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