Cuando yo era chiquita me encantaba ir a la escuela. La noche anterior al inicio de las clases no podía dormir por la ansiedad. Es que vivía siempre encerrada, mis padres no me dejaban salir ni a la vereda y no tenía amigos ni nadie de mi edad con quien relacionarme por fuera de mis compañeros de la escuela. Además me gustaba aprender y los tres meses de vacaciones se me hacían eternos. La verdad nunca he sido de esos chicos que hay que estarlos corriendo de atrás para que se preparen para ir a la escuela o para que hagan la tarea. Desde chiquita entendí mi lugar y lo ocupaba con responsabilidad, porque en el fondo me gustaba.
Yo estudié en una escuela privada. Por aquel entonces el Patriarca era toda una institución barrial, de esas escuelas que se reservan el derecho de admisión en virtud del comportamiento y las calificaciones del alumnado. Ser admitido para estudiar allí otorgaba cierto estatus, y además denotaba que uno tenía con qué pagar. Pero lo cierto era que yo estaba becada, me había ganado mi matrícula a fuerza de estudio y buenas notas. Tan es así que terminé egresada con un promedio de 9,56/10, todo por culpa de que nunca fui muy hábil en Educación Física.
El caso es que en este tiempo de grieta mucho se está hablando acerca de los niños pero poco se está pensando en ellos. No creo que nunca terminemos de darnos cuenta de todo el daño que les estamos ocasionando a los chicos.
Yo no soy madre, eso lo saben todos los que me conocen, pero tengo experiencia en dos materias que pueden otorgarme cierta autoridad para hablar acerca de los niños: he sido una niña y soy docente. Debo decir que si una cosa sé, de la única cosa que me puedo jactar, es de saber enseñar y de haber sido durante muchos años una docente activa, he tenido alumnos de todas las edades y con todos siempre me llevé bien. Enseñar es lo único que sé hacer, todo el resto me escapa.
Y veo en este tiempo cómo nos estamos tironeando a los pibes de un lado y del otro de la grieta, sin que nunca nos pongamos en el lugar de ellos. Y siempre para hacer politiquería, de un lado o del otro, hagámonos cargo.
Entiéndase lo siguiente: no espero nada de Horacio Rodríguez Larreta o de Amalia Granata, su trabajo es hacer politiquería, embarrar la cancha y alimentar la grieta para que los elefantes pasen mientras hablamos de las cosas que ellos hacen o dicen. Pero sí espero más de mis compañeros, de la gente que yo respeto. Y todos, sin excepción, estamos colocando a los pibes en medio de una situación que no pueden manejar.
No me interesa aquí hablar acerca de la presencialidad del dictado de clases, de la falta de ella o de su pertinencia. A esta altura es una discusión lateral, porque el daño ya está hecho, de todas maneras estamos pisoteando la inocencia de toda una generación y quizás muchos de los que hoy somos adultos no lleguemos a ver mientras vivamos la totalidad de las consecuencias sobre los niños del experimento de control social con excusa sanitaria.
Por eso me apena que haya tantos que se burlan de quienes dicen que los nenes pueden haber llorado al enterarse de que una vez más se suspendían las clases. ¿De verdad no creen que haya nenes que puedan angustiarse en este contexto? No sean tan crueles. ¿Cómo no van a estar sensibles los pibes, si los tienen tironeados de un lado y de otro, si los tuvieron un año encerrados por algo que no entienden y que por lo tanto los asusta? “Ay, sí, porque yo hubiera sido Gardel con guitarra eléctrica si me hubieran dejado un año sin ir a la escuela”. Siempre es ese el vicio de origen de casi todas las falacias que decimos en el cotidiano: nos creemos la medida de todas las cosas.
Yo tengo exalumnos que me escriben para preguntarme cómo estoy y que me dicen que me extrañan. ¿Y cómo no me van a extrañar si yo era una parte constitutiva de su rutina semanal? Está bien, yo dejé de dar clases antes de que arrancara todo este circo, pero a fines de ejemplo da igual. De un día para el otro dejé de estar para ellos, que son animales de costumbre como lo somos todos los seres humanos.
Pero luego, advenido el circo en cuestión: ¿de verdad se creen que esto que está pasando no los afecta? ¿Ustedes creen que los pibes no absorben la energía que los circunda? La gripe china trajo consigo la cuarentena eterna, y esta trajo penurias económicas, angustia y estrés. Eso sin considerar el terrorismo mediático que en muchos casos es reproducido por los adultos. Seas del grupo que se tuvo que preocupar más del miedo al hambre que del miedo al covid o seas del privilegiado grupúsculo que se pudo dar el lujo de pedir más y más cierres y restricciones por la comodidad del home office o de que te depositen igual, está claro que la “pandemia” nos ha modificado la vida a todos. Y esa energía no deja de afectar a los chicos.
De verdad, por lo menos no te burles. ¿Te parece normal que chicos de diez o doce años estén al tanto del número de enfermos o fallecidos por una epidemia que se les dice que habita el interior de las personas que los rodean y de la que ellos mismos podrían ser vectores? ¿Te parece normal que a esa edad se los cargue con la responsabilidad de “cuidarse” para no “matar” a sus abuelos? Naturalmente que si les decís eso van a decir, “y sí, la verdad que me tengo que quedar en casa” pero, ¿te creés que no les pasa factura en la psique todo ese discurso? Claro, mi nene es inteligente, él sabe que es preferible quedarse en la casa en vez de ver caer como moscas a todos sus seres queridos. Macanudo, se la dejás refácil al pibe con esas opciones, ¿no? Por supuesto que si se lo ponés en esos términos va a preferir la agorafobia pero, ¿te creés que en el interior de su sistema psíquico no pasa nada? ¿No se cansan los pibes, no extrañan a sus compañeros, su rutina, sus maestros, su escuela? Está bien, decime que vos preferís tenerlo en casa, decime que vos tenés miedo al virus, decime que a vos te da lo mismo que tu hijo socialice con sus pares o no, decime que no te parece necesario que haga el ejercicio de caminar hasta la escuela, cansarse y gastar las pilas para que a la noche pueda dormir de un tirón. Decime que te da lo mismo que tu hijo sepa leer o no. Pero no le pongas a tu hijo en la boca palabras que tu hijo no dijo.
Después te dicen “lo que pasa es que se los quieren sacar de encima a los pibes”, siempre poniéndose como medida de todas las cosas. No, no necesariamente tienen todos por qué querer sacarse a los pibes de encima y si así fuera, ¿está mal? No todo el mundo puede pagarle a una niñera y la gente necesita trabajar para comer. ¿Qué hacés con los chicos en el horario escolar si tenés que trabajar y no tenés con quién dejarlos? ¿Los dejás solos o dejás de trabajar? Reitero: no me interesa aquí hacer proselitismo ni a favor ni en contra de si tiene o no que haber clases presenciales. Se habla de que supuestamente hay una crisis sanitaria que se dice que podría llevar a un colapso eventual del sistema de salud y entonces se nos dice que es necesario que se vacíen las aulas y se descomprima el sistema de transporte para ralentizar la circulación de la enfermedad. Discutir la pertinencia o no de la medida es contrafactual porque de hecho ya se tomó y creo que la mayoría coincidimos en suponer que esa restricción no se va a levantar en el corto plazo. Probablemente tendremos un año similar al anterior, durante el que los maestros trabajaron el triple de lo habitual para que los pibes no hayan aprendido absolutamente nada.
Pero sí debo decir que siempre me ha reventado bastante ese vicio que tenemos —todos, sin excepción, hemos incurrido en eso más de una vez, aunque algunos luchamos contra ello— de tomarnos a nosotros mismos como medida de todas las cosas.
Seamos un poco más indulgentes con los pibes. Ellos están en el medio de todo este lío, no terminan de entender de qué va la cosa. Tienen miedo, tienen angustia, están cansados. Nosotros también, estamos impacientes, estamos de mal humor, a veces nos la podemos tomar contra los otros y los pibes no son la excepción. Tratemos de no volcarles la responsabilidad de comprender situaciones que les resultan más pesadas de lo que pueden soportar. Tratemos de no ideologizarles los sentimientos. Escuchémoslos, preguntémosles cómo se sienten y si quieren decirnos algo lo harán y si no, no, pero no les metamos nuestros pensamientos ni nuestros miedos o nuestras frustraciones. Son chicos, ¿puede alguien pensar en los chicos? ¿Nunca tuviste doce, trece, quince años, que necesitabas estar todo el día en contacto con tus amigos y llorabas cuando terminaban las clases porque no los ibas a volver a ver hasta el año siguiente? ¿Nunca tuviste seis o siete, que tu seño te parecía que era una tipa genial y que la querías casi como a tu mamá? ¿No te acordás de la sensación de gloria de ese día cuando aprendiste a dividir por dos cifras?
Seamos más indulgentes, hay mucho en juego, estamos haciendo demasiado daño a los chicos para que encima nos burlemos de ellos. No hagamos politiquería nosotros también, Perón nos enseñó que los únicos privilegiados eran los niños.
(Publicado el 17 de abril)
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