Tolerar al intolerante

 


Esa paradoja de que hay que ser intolerantes con toda forma de intolerancia siempre me ha parecido un poco una pelotudez, como todas las paradojas que implican necesariamente que alguna persona se coloque a sí misma en la posición de vara de medir de la moral, las capacidades intelectuales o en definitiva la persona de otra.

 

Uno de los rasgos típicos de la posmodernidad que vivimos es la liquidez, que torna en anticuados a quienes defendemos valores o doctrinas fijos o imperecederos.

 

En el contexto de la posmodernidad lo que hoy es mañana puede perfectamente no ser sin que ello implique conflicto alguno en la cosmovisión del individuo. Por eso es que la contradicción está a la orden del día.

 

Advertencia para el lector: este texto viene de divague, pues tengo demasiadas ideas en la cabeza que no puedo concatenar, aunque haré lo posible por ponerlas en palabras.

 

Decía antes que me parece una pelotudez aquello de que hay que ser intolerante con los intolerantes pues en el contexto de la sociedad argentina no existe algo así como una “cuestión de la tolerancia”. ¿Y a qué le llamo así? Bueno, pues, no existen en nuestro país manifestaciones históricas de intolerancia hacia las minorías. Por lo menos no a gran escala.

 

Vos en Argentina podés ser puto, negro o judío y muy probablemente nadie te va a joder más allá de lo que siempre puede que se “joda” o se remarque al que no responde a los parámetros del promedio de la comunidad. El petiso, el gordito, el blanquito, el de anteojos, la marimacha, siempre han existido los apodos y la verdad que a nadie le arruinaron la vida por decirle “pan con leche” como a mi hermana (por su color de piel tan blanco) o “bulldog” como a mi madre, por su cara de culo.

 

Los intentos por instalar una “cuestión de la tolerancia” son netamente artificiales, en la Argentina nadie te va a cagar a palos por ser el que mejores notas tiene en el boletín ni te matan por ser crítico a un gobierno o a un poder establecido, o por ser pobre o por ser negro o chino.

 

Acá un colectivo de periodistas de dudoso profesionalismo puede guapear haber espiado a civiles, revelando nombre, apellido, filiación y hasta con quiénes se acuestan o dónde viven porque más allá de un llamado telefónico “amedrentador” las guapas en cuestión no van a recibir represalia alguna, se saben impunes.

 

Pero a la vez existe una voluntad expresa de instalar que sí existen tales cuestiones y eso no es sino una muestra más del proceso de desestabilización que agentes foráneos están ejerciendo sobre nuestra nación. El hecho de que en un país que es enteramente mestizo surjan de un repollo reivindicaciones de la negritud o las raíces indígenas no pueden ser sino ejemplos de ese proceso de desestabilización en movimiento.

 

Recuerdo que cuando estaba cursando en la universidad la materia Historia de África, el profesor nos contó una anécdota real o inventada que versaba de lo siguiente: supuestamente, un colectivo de descendientes africanos nacidos aquí habían contactado al cantante popular de cuarteto cordobés La Mona Jiménez para que este fuera la cara visible de una campaña de visibilización de la colectividad afro en Argentina. La Mona, ni lerdo ni perezoso, se rehusó aduciendo que él no era africano, que les agradecía la oferta pero que no estaba interesado en participar de una movida con la que no se sentía identificado.

 

Claro que este profesor africanista contaba la anécdota con tono de sorna, burlándose de la presunta necedad de Jiménez. “¿Alguna vez vieron a La Mona Jiménez”, decía. “Basta verle el pelo y los rasgos para darse cuenta de que es descendiente de africanos, pero la negación y la invisibilización de la cuestión negra en Argentina trae esas consecuencias”.

 

Y yo pensaba en mi abuelo paterno, que era de tez muy oscura y pelo muy rizado, aunque yo solo lo conocí por fotos, porque lo mató la dictadura genocida doce años antes de que yo hubiera nacido. También pensaba en una de mis tías, también negra y con el pelo mota, evidentemente portadora de genes africanos.

 

Y ahora pienso: ¿y qué? ¿Qué tiene de malo que la Mona Jiménez no se reconozca a sí mismo africano, qué importa que mi tía ni se imagine que es la viva estampa de una negra un poquito desteñida? Cuando pienso en mí misma entonces entiendo que por mis venas hay corriendo siglos de historia. Yo no me avergüenzo de mis raíces guaraníes, mocoretás, africanas, españolas, italianas… Seguramente la lista sigue pero lo importante aquí es que al igual que la Mona yo no me siento ni afro ni indígena ni nada: me siento argentina. Soy el resultado del mestizaje que tuvo siglos de conformación, hija de la ensalada cosmopolita que nos convirtió en un pueblo nuevo.

 

Entonces como decía más arriba, no existe una “cuestión” racial en Argentina. No existe “cuestión” de género, no existe “cuestión” sexual. No existe una “cuestión religiosa”. No existen. Son importaciones destinadas a segregar, arengar la secesión.

 

Hoy mismo leía un informe acerca de los poderes que financian el separatismo en Mendoza, entre los que se cuenta la inefable familia Rothschild y pensaba: es tan claro. Es como el cuento de la carta robada. Está todo ante nuestros ojos, tan visible que solo hace falta mirar para ver, pero nos han entrenado para no mirar y por eso no vemos un carajo.

 

Nos quieren separados en cuantas unidades sea posible, guerreando entre nosotros. ¿Ustedes tienen una idea de en qué país están parados? Es exagerada la magnitud de la riqueza de nuestro país. Fuera de joda y de exageración, poseemos el agua dulce más pura del mundo, una de las reservas de litio más importantes del mundo, uno de los suelos más fértiles del mundo, el mar más rico en peces del mundo, una de las más privilegiadas posiciones estratégicas a nivel geopolítico de todo el planeta, las reservas de agua potable más importantes del mundo, un acuífero, reservorios de arena de sílice, petróleo, madera, selva, ganadería, ríos. Tenemos todo, somos el octavo país del mundo en extensión con todos los climas y todos los biomas. En inconcebible para la élite global que este país permanezca unido, sin balcanizarse, sin guerras civiles. Por eso es que importan la “cuestión de la intolerancia”, es evidente.

 

Entonces cuando alguien dice que “hay que ser intolerante con los intolerantes” me pongo de la nuca. ¿Qué coño entendés por intolerancia, ameo, si estamos viviendo en paz acá, somos un pueblo cohesivo, con una identidad propia y sin mayores conflictos internos? ¿De qué intolerancia me hablás?

 

Bueno, por lo menos no existía eso hasta que empezaron a segregar a la sociedad argentina en mil cuestiones para diluir el enemigo real desviando la mirada hacia enemigos imaginarios como el patriarcado, el hombre blanco, el heterosexual, el católico, el “antiderechos”, etcétera, todos sin dudas peligrosísimos para el normal desarrollo de la sociedad. Y todos de lo más “intolerantes”.

 

Es un problema, porque inventar una “cuestión de la tolerancia/intolerancia” y revestirla de un presunto carácter urgente conlleva manifestaciones de ese estilo (hay que ser intolerantes con los intolerantes) y habilita una auténtica caza de brujas.

 

Hoy leía precisamente a una referente feminista decir esto: “el tema es que con la página de caza de brujas ‘alt righters’ el tema es que relevar esa info está buenísimo ...para hacer algo con ella” (SIC). Más allá de los problemas de coherencia textual y el evidente sesgo anglófilo de la terminología aplicada, esta señora admitía el carácter persecutorio del asunto y llamaba a una acción, pero además una de las referentes del colectivo de caza de brujas en cuestión le respondía: “La visualización iba acompañada con un paquete de artículos que analizan exactamente eso que decís desde la estrategia en redes hasta el accionar en tribunales y casos de estudio en territorio”.

 

En ningún momento negaba esta periodista que estuviera de hecho haciendo una caza de brujas y además sumaba el aporte acerca de las intenciones de judicializar la disidencia política. Gravísimo, ¿no les parece? Claro, se nos instaló como un peligro porque somos “intolerantes”, se habilitó que se ejerza la intolerancia contra toda muestra de intolerancia y en última instancia el resultado podría bien ser que nos lleven a la corte por no pensar lo mismo que lo que la élite global emite como ideología y culturas esperables.

 

Pasa lo mismo en cada caso en el que se apela a la paradoja como argumento. ¿Quién tiene la legítima vara de medir qué cosa es la intolerancia y qué cosa la tolerancia? Escrachar a tuiteros de dieciocho años con nombre, apellido y foto para que los increpen y los insulten por la calle pareciera ser un poco más violento que escribir tuits contra la moral progresista.

 

Lo propio sucede por ejemplo con el voto calificado por la “capacidad intelectual”. Cuando le decís a alguien “no puedo creer que los pelotudos como vos voten”, ¿cómo estás tan seguro de que el día que se imponga el derecho a ejercer el sufragio como exclusivo de los no-pelotudos, que vos vas a aparecer en el padrón? ¿Quién es juez competente de la pelotudez ajena?

 

Vivimos en una sociedad en la que constantemente incurrimos en la contradicción y la paradoja. Ayer me preguntaba cómo seremos felices y qué libertad defendemos si no podemos elegir qué comer al mediodía; hoy me entero de que el asado está el doble que el año pasado, pero hay quienes están chochos creyéndose que para alcanzar la felicidad bastará que nos hayamos inoculado todos. Esa es una paradoja.

 

Quizás, más que intolerantes con la intolerancia deberíamos ser intolerantes con la mentira, el engaño, la politiquería y la importación de problemáticas que no tienen asidero en nuestra comunidad. Quizás, solo quizás, entonces sí alcanzaríamos la libertad, la felicidad y la prosperidad para nuestro pueblo.

Comentarios

  1. Plenamente de acuerdo. "Por la palabra me conocerás" decía el poeta. Vale para usted, compañera (y para los exégetas de la intolerancia). Felicitaciones.

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