Comprometiste tu mano y tu palabra

 


En alguna de las entradas de este blog me he tomado el trabajo de detallar la operatoria de la negación.

 

Recordaba, a grandes rasgos, aquella escena de la película American beauty en la que uno de los personajes enuncia una de las máximas que guían mi proceder cotidiano: “Never underestimate the power of denial”. Nunca subestimes el poder de la negación. Como reza la sabiduría popular, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

 

Pero como la realidad siempre supera a la ficción y las cosas siempre se pueden poner peores, últimamente he venido observando un fenómeno paralelo al de la negación y es aquel que consiste en ver lo que pasa pero aceptarlo como quien oye llover, como si uno no entendiera por qué pasa.

 

Voy a dar algunos ejemplos que me tocó presenciar en vivo y en directo, de parte de personas cuya inteligencia respeto y cuyo vínculo conmigo no voy a especificar para preservar su identidad.

 

Ejemplo 1.

 

Una persona viene del supermercado con unas miserables bolsas. Me dice que todo está carísimo, que un kilo de milanesas está mil pesos por lo que prefirió no comprar porque realmente ya se le van de presupuesto. Es una persona que gusta mucho de la carne roja pero que sin embargo afirma que está comprando muchas más legumbres porque no quiere perder valor proteico en su alimentación, pero que la carne se le está yendo de alcance. Sé, porque la conozco, que esta persona si tiene a su alcance el presupuesto suficiente es capaz de comer carne todos los días. Sé que hace algunos años comía carne al horno todas las semanas y que hoy está negándose un kilo de milanesas.

 

Entonces llega del supermercado con sus lentejas y sus porotos, sin carne y casi sin lácteos y me dice: “no se puede vivir así. Este Alberto de mierda”. Y se ríe.

 

Lo dice en broma, en rigor de verdad no cree que el gobierno tenga responsabilidad alguna por la debacle económica ni por la disparada de los precios. Ve que existe un problema serio, ve cuál es el origen de ese problema pero se ríe, elige tirar la pelota afuera. Porque como alguna vez supo ver Discepolín, diste tu mano y tu palabra.

 

“Vos tenés ese orgullo criollo de defender hasta los errores, porque un día comprometiste tu mano y tu palabra. Te embanderaste de buena fe con una idea, sin imaginar siquiera que los encargados de hacerla flamear, en lugar de levantarla bien al cielo la iban a llevar arrastrando por todos los caminos y que iban a elegir de los caminos —con una preferencia miserable— aquellos que tenían más barro. ‘¡Diste tu mano y tu palabra!’ ¿Y ahora? ¿Cómo te vas a volver atrás? ¿No es cierto? ‘La patota te miraba’. Es muy criollo ese miedo al ridículo. Vos, en el fondo de tu alma, sabés que te equivocaste, pero ‘diste tu mano y tu palabra’. Sabés que otros tienen la razón, pero vos ‘diste tu mano y tu palabra’. Estás poniendo lo mejor que tenés, tu lealtad, al servicio de un error imperdonable. Y, claro, ‘no es de hombres el aflojar’. Seguís en el tango. Se te hizo piedra en la conciencia la imagen —gorda y sentimental al mismo tiempo— de que un hombre no debe moverse de sus convicciones. ¿Y por qué no? Si la propia convicción es un error, ¿cómo se puede insistir maniáticamente en la equivocación? ¡Eh! No, Mordisquito. Porque ‘diste tu mano’, te enrolaste con los verdes, vos —¡duro ahí!— ¿vas a morir siempre verde? Pero, eso no es convicción. Eso es amor propio. El más ordinario amor propio. El que hace que no quieras entender nada de lo que está ocurriendo”.

 

Ejemplo 2.

 

Una persona sana y joven, de unos 34 años años, que en virtud de su condición de docente se coloca la famosa vacuna experimental y de un día para el otro comienza a padecer unas cefaleas rarísimas.

 

Me dice: “Eso es por la vacuna, me inyectaron veneno” y se ríe. Hace el puente entre su vida anterior y actual, identifica un hito que modificó su constitución física en el último tiempo, pero elige reírse. ¿Se ve, o no? En el fondo esta persona sabe pero no puede admitir, porque comprometió su mano y su palabra, que no puede dar el brazo a torcer. No puede ni podrá jamás otorgar a su duda lógica y negada un tono de auténtica duda lógica, pues, porque se la niega. Se la niega pero la ve, la verbaliza.

 

Es más profundo que el mero poder de la negación. Negación era la del padre de Ricky Fitts, un homosexual reprimido que prefería cagar a palos a su hijo negándose a sí mismo la evidencia de que este no solo nunca había dejado de consumir drogas sino que además ahora las vendía. Negación era la de ese hombre que prefería imaginar que vivía una vida “normal” en un suburbio, para no asumir que su esposa estaba loca, que su hijo era dealer y que él mismo era un milico resentido con el culo lleno de preguntas.

 

La de la persona que ve que los precios son insostenibles pero no quiere asumir que hace dos años que ya no gobierna Macri; la de la persona que acusa extraños posibles efectos adversos de la inoculación con la vacuna experimental y se ríe de ello no son formas de la negación, son lisa y llanamente modelos de autoengaño.

 

Es la foto esa de la enfermera que sabe pero no quiere saber, donde los agentes del poder dicen sí pero los ojos de la enfermera dicen no, porque algo en su constitución genética le grita a su corazón que algo no está bien. ¿No la vieron? La enfermera dice que algo no está bien, el vacunado dice (con los ojos) que algo está tremendamente mal, y entre los más poderosos, unos sonríen para la foto y otros (los médicos) miran para otro lado, haciéndose los boludos.

 

Es decir: la genética grita, acá hay algo que está mal, pero hay que seguir adelante porque comprometimos nuestra mano y nuestra palabra.

 

Miren la foto con detenimiento, imaginen la secuencia. Si algo hizo bien Eduardo Sacheri fue descubrir que los ojos no mienten jamás.

 

Y después está esa otra actitud de decir la verdad a gritos pero sin hacerse cargo de la propia responsabilidad. Tenemos un presidente de la Nación que nos dice en el día de la Independencia y en el contexto de un país completamente dominado en su economía por los organismos multilaterales de crédito que él tenía la ilusión de que la economía arrancara.

 

Claro, te está diciendo a viva voz que la economía no arrancó, lo que es la obviedad a gritos, pero además te está diciendo que la economía depende de las veleidades de la ilusión. No depende de la política, depende del azar. “Sí fue magia”, sería entonces el lema de la década ganada. Sí fue magia, la economía creció por obra y gracia del azar y de la ilusión, del deseo, del “Si sucede, conviene”.

 

Eso sí que ya no es negación, no. Es abiertamente cinismo y lisa y llanamente, hijaputez.

 

Yo tenía la ilusión, no se dio, pero no pasa nada, ya se dará cuando las estrellas estén en posición. La política, el gobierno, no tenemos injerencia alguna en los procesos de la economía, estos se dan por generación espontánea y dependen de las buenas vibras y la ilusión.

 

Y en eso este gobierno también se parece al de Macri. Sí, porque Macri te decía a la cara: “Nos equivocamos, la próxima lo haremos mejor, tampoco somos perfectos, errar es humano. No importa que nos hayamos vendido como el mejor gabinete de las últimas cinco décadas, los vaivenes de la economía no dependen de nosotros”. Y estos te dicen: “Teníamos la ilusión de que las cosas se dieran y no se dieron, pero no importa, ya habrá tiempo”. ¿En el segundo semestre, quizás, cuando hayamos encontrado la luz al final del túnel veremos los primeros brotes verdes?

 

Mientras, tres de cada diez trabajadores asalariados viven en la pobreza, la mitad de los trabajadores informales también, siete de cada diez niños son pobres y todos los jubilados y pensionados son indigentes.

 

Teníamos la ilusión de que la cosa arrancara y no arrancó. Sigan sin comprarse un kilo de milanesas y coman sus porotos en paz.

 

En el día de la Independencia somos un país mucho más dependiente que el año pasado… ¿Pero menos que el año que viene?

Comentarios

  1. Muy atinadas tus observaciones: la enorme cantidad de puntos de continuidad y profundización del modelo globalista, dependiente y profundamente liberal instaurado desde el macrismo a la actualidad.

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