Estoy plenamente a favor de la educación
sexual, desde siempre.
Yo me acuerdo de que cuando era chica,
de todo el curso era la que siempre todas las demás consultaban para hacerle
preguntas sobre sexo, porque en mi casa se hablaba y yo sabía cosas que las otras no. Mi mamá tuvo su primera hija a los quince años y nunca quiso que nos
pasara lo mismo, así que siempre nos educó en materia de sexualidad a sus seis
hijos. No solo para que aprendiéramos a no quedarnos embarazadas las chicas o a
no dejar embarazada a nadie el varón, sino también para que comprendiéramos que
la finalidad del acto sexual era el placer común entre los miembros de la
pareja.
Además yo siempre cuento que mi abuelo
Nino, a la sazón papá de mi madre, solía decirnos a las nietas que el principal
consejo de vida para una mujer consistía en saber que para no quedarse
embarazada había que chupar o usar la “vía cloacal”, que era como le
llamaba al sexo anal él, que era plomero.
Desde qué era la menstruación cuando
teníamos ocho o nueve años hasta si te quedabas embarazada por coger por el
culo cuando teníamos dieciséis, todas esas cuestiones que para mí eran una
obviedad pero que mis compañeras de escuela no las sabían, todo me tocó
hablarlo entre chicas en la etapa escolar.
Incluso antes de tener la oportunidad de
practicar el sexo, pues yo era más recatada de chica y durante toda la
secundaria jamás conocí a ningún chico para explorar la sexualidad de a dos.
Pero sí me tocó ver de cerca embarazos adolescentes, por ejemplo. Hay un par de
chicas que iban a mi curso que tienen hijas de dieciséis y diecisiete años
respectivamente; esta última incluso es abuela.
¿Se ve? Treinta y tres años (porque es
meses mayor que yo) y ya abuela. Y yo no tengo ni un solo hijo, ella tiene
cuatro.
Como decía, yo no tuve ningún partenaire
sexual hasta después de la secundaria. Era lógico, mis padres nos cuidaban
mucho y vivíamos de la escuela a la casa ida y vuelta. Mi vida nocturna no fue
muy pródiga hasta que tenía dieciocho años, porque además yo odiaba los
boliches y siempre ponía de excusa que mi madre no me dejaba ir para no tener
que asistir a las salidas. Pero una vez crecida, ya universitaria, no tuve
opción, tuve que empezar a asistir a eventos y empecé a conocer gente.
El caso es que me parecía siempre una
atrocidad eso de que tuviéramos edad para coger pero no tuviéramos mucha idea
de lo que estábamos haciendo. Estoy hablando de unas dos décadas atrás, no
había internet como ahora para mirar tutoriales, estábamos todas en Pampa y la
vía y si no te enseñaba una amiga cómo saber cuándo eran tus días fértiles,
cuándo te tenía que venir la menstruación, etcétera etcétera, capaz te podías mandar
una cagada. Como digo, a mí me lo enseñó mi madre, quien como se ve lo
aprendió ya de grande pues por eso tiene seis hijos, todos no deseados.
Más allá de eso debo decir que jamás me he
encontrado con un hombre que no supiera ponerse un preservativo o no quisiera
hacerlo, los tipos no son idiotas y saben como una también que un encuentro
sexual puede terminar en un embarazo o en una enfermedad de transmisión sexual
y no quieren ni lo uno ni lo otro.
La primera vez que tuve sexo sin protección
fue con mi marido, porque la verdad que me gusta más y porque yo me cuidaba con
pastillas y ambos nos tenemos plena confianza, somos sanos y demás cuestiones
que una pareja estable (repito: es-ta-ble) debe conversar largo y tendido antes
de dejar de usar preservativo, para además descubrir que piel con piel es
exponencialmente más placentero para ambos.
En fin, todo esto lo aclaro porque la
verdad que las acusaciones de pacata o retrógrada o que soy una chupacirios o
que soy una frígida que he recibido a causa del factoide de las japis de madera
me las paso bien por allí donde no me da el sol.
No estoy en contra de la educación sexual
ni tampoco estoy en contra del sexo, por el contrario, soy una persona muy
sexual, me encanta disfrutar nuevas formas de experimentar el placer, soy
bastante putorra por naturaleza, no digo nunca que algo no me gusta antes de
probarlo, no digo que no a nada y creo que está bien que los jóvenes de las
nuevas generaciones gocen del sexo de manera sana y segura.
Es más, me asusta bastante ver cómo en la
actualidad la ideología progresista alienante tiende a incentivar a los chicos
para que privilegien formas de la sexualidad que no impliquen contacto de un
otro, como la masturbación, el sexting, el consumo de pornografía o el envío de
material explícito a través de plataformas de mensajería o de compraventa de
pornografía suave.
Siempre he preferido coger a hacerme la
paja, eso desde la primera vez que estuve con un hombre, no hay punto de
comparación.
Lo que sí me molesta un poco es la
obscenidad en tiempos de crisis terminal. Me molesta por un cátering, me
molesta por unos tachos de basura y también me molesta por unos dildos porque
la verdad que creo que el horno no está para bollos y porque la verdad que creo
que con el daño que están haciendo a la educación de los pibes sería más
productivo invertir los trece millones en computadoras o en módems o en mejorar
la infraestructura escolar.
Ponerse a la vanguardia de la defensa de la
educación sexual en un contexto en el que hay hambre y además la educación está
como el tuje parece obsceno, no tiene sentido de la ubicación.
Pero si encima tenés que fumarte que los
justificadores seriales digan que el hecho de enseñar educación sexual es un
modo de terminar con la pobreza, porque si los pobres saben cómo cuidarse ante
la eventualidad de un encuentro sexual para que la mujer no se quede embarazada
entonces habrá menos nacimientos de niños pobres, me pega bastante en el quinto
forro.
Quiero decir: es un espanto, es eugenesia
progresista, lo que desnuda una vez más el fascismo que subyace a la ideología
progresista. Se nos está diciendo de una o de otra manera que los pobres no
tenemos derecho a reproducirnos, que mejor que no tengamos hijos pobres porque,
¿quién quiere que haya pobres? Nadie y entonces es mejor evitar los nacimientos
antes que sacar a los pobres de la pobreza.
Y eso me toca de lleno porque como lo he
dicho mil veces, yo provengo de un ambiente rayano en la marginalidad y no
estaría aquí tecleando frente a una laptop si a mi madre se le hubiera ocurrido
abortarme cuando a los siete meses de embarazo y tomando pastillas anticonceptivas
se enteró de que yo venía en camino.
Sí, fue difícil, pero, ¿se hubieran animado
mi madre o mi padre a decir que mejor hubiera sido que Rosario no naciera
porque de ser así el pan se hubiera podido dividir en raciones mayores? No,
porque el pueblo no piensa así. El pueblo acepta los hijos como una bendición,
los abraza y los ama un poco también porque lo único que el pobre puede ofrecer
a la comunidad son sus hijos, su prole (de allí el término “proletario” que
gustan los marxistas de usar).
Así que no nos confundamos, con esto de la
educación sexual integral, que se entiende y se acepta, también nos están
queriendo meter un par de perros como la ideología de género, la eugenesia
social y la idea “natural” de que es mejor que los pobres no nos reproduzcamos,
mucho menos si tenemos el deseo de salir de la pobreza.
Error. En un país en el que todo está por
hacerse gobernar es crear trabajo y para trabajar tanto en la producción como en
la defensa de la patria hacen falta brazos.
Hay que siempre mirar con lupa lo que el
progresismo vende, compañeros. Siempre muestran la punta del iceberg, jamás las
intenciones ocultas. Pero ahí atrás siempre está la cola del Diablo, y su objetivo
es que seamos colonia.

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