Este año termina en 1. Eso significa que mi
papá cumpliría un número redondo de años.
Setenta.
Increíble. Setenta años.
Mi padre nació en la ciudad de Corrientes
capital, el 5 de agosto de 1951. Era el segundo de los seis hijos de un
matrimonio muy humilde, y sería el único varón. Su vida transcurrió con
dificultades, en la miseria y la injusticia, por eso debe ser que a pesar de los
claroscuros siempre lo recuerdo con tanto amor, porque a pesar de todo, hubo
algo que la vida no le quitó, aunque le haya minado la salud, la esperanza y
las fuerzas: no le quitó el don de gente. Porque antes que nada mi papá era un
buen hombre.
Y eso no es algo que se encuentre a la
vuelta de la esquina, las personas que a pesar de la vida no se corrompen jamás
y siempre conservan el honor y el don de gente… Eso es algo que uno se encuentra
pocas veces en la vida, si es que lo encuentra.
Mi padre se llamaba Ramón y era ante todo guitarrero, después esposo, después padre y luego bostero. A los cinco
años empezó a trabajar y desde entonces no paró nunca. Con tan solo cinco años vendía las empanadas que
hacía mi abuela, ya de mayorcito se consiguió un
cajoncito de lustrador y hacía eso, lustraba zapatos como en las películas de
Charles Chaplin.
Siempre que me imagino a mi padre en su
niñez lo veo en blanco y negro o en sepia, debe ser precisamente por eso,
porque me imagino a Jackie Coogan y no a él, lustrando zapatos para ganarse la
vida, como el nene de la película, que además rompía los vidrios a las señoras
para que su papá los cambiara.
De chiquito y nunca supe en qué circunstancias
llegó a Buenos Aires, donde su padre ya vivía hacía años. Sé que aquí obtuvo
tres revelaciones que marcarían su vida: se hizo de Boca, estudió guitarra y se
enamoró de mi madre.
Sé que de chiquito ingresó a trabajar en el
Estado como empleado de la quinta presidencial de Olivos, sé que ingresó sin
decir que era hijo de su padre, que era empleado en la Casa Rosada. Sé que no
quería ningún acomodo, simplemente quería trabajar. Sé que conoció en persona a
todos los presidentes, si no me equivoco, desde Onganía o acaso Illia hasta
Alfonsín. A todos, democráticos y de facto. No sé los detalles.
Sé que el 1°. de julio de 1974 lloró por
Perón y que salió en vivo por televisión mientras despedía los restos del
General, envuelto en una campera de cuero. Sé que cada vez que miro imágenes de
video de ese acontecimiento lo busco con la esperanza de encontrarlo entre el
gentío.
Sé que el 29 de octubre de 1977 fue padre por
primera vez, a los 26 años. Era un hombre bien plantado por entonces. Sé que a
su boda no asistió parte de su familia pues poco tiempo antes la dictadura genocida
había secuestrado al padre, llevándoselo a “prestar declaración”, y que este
nunca regresaría. Sé que a pesar de ser empleado de presidentes a mi abuelo se
lo llevaron igual, buscando a la hija de veintidós que hacía tiempo ya vivía en
la clandestinidad. Tengo entendido que mi padre habló en secreto con determinadas
personas de uniforme cercanas a determinados lugares de poder y que le dijeron
que nada podían hacer, que no se metiera donde nadie lo había llamado. Sé que
mi padre, un padre de familia, obedeció, acaso por la seguridad de su esposa y
su familia, que año tras año crecía.
Nunca he podido imaginar cómo se habrá sentido
un hombre tan vehemente y con un temperamento tan especial, leonino, teniendo
que trabajar frente a frente con las personas que habían matado a su familia.
Jamás he podido terminar de dimensionar ese sentimiento.
Sé, sin embargo, que aguantó, y que llegó a
tener tres trabajos en simultáneo para mantener a su familia.
Yo nací en 1989, el año de la híper, pero
también el año en que mi padre empezó a trabajar en la fábrica alimenticia
Terrabusi, de la que lo echarían unos cinco años después como a un perro. ¿Por
qué? No hay por qué. Es el neoliberalismo.
Sé que nunca superó haberse quedado en la
calle y que empezó a morir el día que perdió el trabajo. Lo que es un decir,
pues jamás se dio por vencido y changueando hizo de todo.
Pero el hombre no supera la impotencia de
no poder mantener a su familia, el hombre empieza a morir cuando pierde su
proyección a futuro. Fue el modelo de mi padre el que me hizo decidir un día
decirle que sí a mi compañero cuando la vida me colocó en la encrucijada de
tener que decidir si podría o no vivir siendo la mujer de un exiliado. Un día
supe que mi compañero moriría si no lo sacaba de aquí, pues el hombre con las
bolas bien puestas no sobrevive a su obsolescencia.
Y ese es el peor legado del paso del neoliberalismo
por entre medio de una comunidad con cultura del trabajo: la toma de consciencia
del hombre respecto de su propia obsolescencia. Cuando el hombre se descubre a
sí mismo siendo obsoleto en una sociedad que ya no es comunidad sino que se ha
tornado en un reguero de islas, la vida se le torna intransitable y empieza a
morir, pues la naturaleza del hombre es gregaria.
O eso por lo menos les pasa a quienes no se
abren paso en el mar de islas pisando cabezas y corrompiéndose. El neoliberalismo
ha sido para nuestra sociedad un genocidio de hombres buenos. Los salvajes, los
apáticos y los privilegiados sobrevivieron, los buenos murieron o se rompieron
por dentro, envejecidos y amargados.
Y hacia eso estamos yendo en estos tiempos
aciagos, por eso el modelo de mi padre fue suficiente para incitarme a tomar la
decisión más difícil de mi vida, aquella de la que jamás me he arrepentido y
que volvería a tomar de ser necesario. La decisión de dejar ir a otro extremo
del planeta al amor de mi vida.
Sé que esos dos se hubieran llevado muy
bien porque ambos son hombres de palabra, con la mirada adusta, el apretón de
manos fuerte y una predisposición al buen humor mayor que a la risa. Se
hubieran entendido.
Sé que hay mucho de lo que pasó en estos
años desde que tontamente se dejó morir de una gripe común un caluroso enero
que me hubiera gustado compartir con mi padre.
Sé que hay mucho de su historia que me
hubiera gustado conocer en profundidad, conversar con él. Me hubiera gustado
verlo reconciliarse con el peronismo, con el que se peleó en los noventa y del
que no se quiso enamorar en 2003 porque el que se quema con leche…
Había un cassette con la grabación de su única
participación en un programa de radio, en la que se lo escuchaba esperanzado,
quizá fuera junio de 2003: “Ojalá que esta gente nueva sepa lo que hace”, decía,
antes de cantar “Grito changa” de José Larralde. Se habrá perdido con alguna
inundación, al igual que el pasacassette.
Una de las escenas que más me parten al medio
de una película que me parte al medio, Imagine, es aquella en que Julian, el
hijo de John Lennon, cuenta que una de las cosas que más le dolieron de la muerte
de su padre fue que haya sido en ese momento, en el que ambos se estaban
haciendo tan amigos. Me pasó lo mismo. Y aún así siempre me voy a quedar con la
espina de jamás haberle dicho que lo amaba, aunque sí, lo amaba.
Supongo que al igual que Lennon el Gordo Meza
era una estrella fugaz. No soy capaz de imaginarlo en la vejez y la decrepitud,
dependiendo de otros. Era demasiado hombre para volver a ser niño, demasiado padre
para volver a ser hijo. Y se sabe que de viejo uno se vuelve niño otra vez,
hijo de sus propios hijos que lo tienen que cuidar. Pero papá era un toro, era
eso, un toro y una fuerza de la naturaleza.
Hubiera deseado que esperara un poquito más,
o al menos haber dado yo el primer paso para animarme a dar el abrazo que no le
di, el beso y el te quiero.
Dondequiera que esté, papá, sepa que lo
quise siempre y que lo recuerdo con el corazón en este día, a setenta años de
su nacimiento. Feliz cumpleaños, dondequiera que esté.
Feliz cumpleaños donde quiera que el recuerdo lo encuentre. Dios lo tenga en la gloria.
ResponderEliminarA riesgo de ser repetitivo, dire que es un texto maravilloso.
Me hizo acordar tu padre a ése pasaje del Quijote donde, queriéndose enfrentar por si sólo a una muchedumbre de malhechores, desoye a Sancho quien como siempre buscaba protegerlo y le dice sencillamente "Sancho,Yo valgo cientos". Si, los hombres como tu viejo valian por cientos. Y me temo que son una raza que se extingue. ..
Abrazo grande.
Lagrimones, excelente
ResponderEliminarConmovedor, nostálgico y, especialmente, descubridor. Me hiciste acordar, Rosario, a "La invención de la soledad" de Paul Auster. Felicitaciones y gracias.
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