Estamos en época de campaña electoral en el contexto de una incipiente crisis de valores que de no ponerse de manifiesto una alternativa fuerte que haga presuponer que la espuma tienda a bajar podría desembocar en una crisis de representación e incluso en un estallido social.
En las últimas horas he oído declaraciones
muy interesantes del exsecretario de Comunicaciones y de Comercio Interior de
la Nación durante los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner, Guillermo Moreno,
quien dejaba traslucir de su discurso la hipótesis de que si el poder judicial
electoral ha permitido a la herramienta electoral que Moreno fundó por fuera
del PJ participar en elecciones no ha sido por obra y gracia del Espíritu Santo.
La medida responde a un interés del poder judicial de anticiparse a los
tiempos, como bien pueden hacer los artistas cuando cantan “se viene el
estallido” ya un par de años antes de la crisis de 2001.
La hipótesis de Moreno resulta interesantísima
y como evidencia a favor de la misma se podría agregar la buena voluntad del empresariado
argentino de involucrarse en un proyecto político peronista como lo es Principios
y Valores, pero también de la mismísima Sociedad Rural Argentina, que se sabe
que estaría dispuesta a contribuir a la reparación de la crisis económica
terminal a través del pago de retenciones.
Es decir: las principales corporaciones del
país, la casta judicial, la incipiente burguesía y la oligarquía más rancia están
dispuestas a permitir la participación de un proyecto peronista en elecciones,
unirse a él o de mínima contribuir a su gobernabilidad. ¿Y todo eso como por qué?
Bueno, pues, porque resulta evidente que el horno no está para bollos sino que
repela, y que el único con guantes de amianto para remover las llamas y
calmarlas es el peronismo.
El peronismo es el único espacio que está
capacitado para manejar una situación que se torna inmanejable.
Pero la crisis se huele, y viene fea. En el
contexto de esa creciente crisis de representación dos cuestiones me han llamado
la atención, y ambas son las dos caras la misma moneda, derivan del mismo
problema.
Y el problema es el gobierno. Hay un
problema enorme que abarca desde lo ideológico hasta lo material y que se manifiesta
en esta campaña electoral de diversas maneras.
La primera es por la negativa, la idiotización
creciente de las consignas progresistas enarboladas por el Frente de Todos en
estos virtuales dos años de gobierno contrasta con lo oprobioso de la situación
material de los argentinos que no llegan a fin de mes, y en especial, de los jóvenes
que no poseen perspectivas de futuro en un país que les vende inclusión en la
forma de una X en el DNI mientras los excluye del mercado de trabajo, de la discusión
política seria, del acceso a los bienes materiales y culturales y hasta los
estigmatiza constantemente, acusándolos de estar matando a sus abuelos por el
mero hecho de salir a tomarse unos tragos con sus amigos.
Y entonces surge la figura del oustiser, Javier
Milei, quien les habla a muchos jóvenes de lo que quieren oír.
No me voy a poner a analizar aquí punto por
punto a Milei, solo me interesa señalar que la sorpresa por la irrupción de un
tipo así en la arena pública me parece incomprensible, era evidente que este claroscuro daría origen a monstruos. Milei responde a la falta de inclusión real de los jóvenes
en la política. Milei es hijo del progresismo, es la antítesis estudiada de
todo lo que el progresismo propone y capitaliza ese descontento sordo que los
chicos sienten cuando ven que desde el oficialismo se los trata como estúpidos,
ignorantes, interesados en las cuestiones de sexualidad y demás accesorios y se
los pretende atraer con canciones de trap y pelos fantasía.
Milei es el hijo de progres, es la
encarnación de la reacción de un sector de la juventud ante la frivolidad
progresista que en este tiempo encarna el Frente de Todos.
Muchos de los seguidores de Milei han
percibido aunque fuera de manera intuitiva que existe un pacto hegemónico que
engloba a las dos últimas coaliciones de gobierno, y que yo denomino Todos
Juntos por el Cambio. Milei viene a recoger “por derecha” lo que ese pacto dejó
fuera. Ahora, como dice mi abuela, a aguantarse el calor con saco.
Del otro lado está el trotskismo, tan
berreta como siempre, y que busca como siempre pescar en la pecera del progresismo
kirchnerista, motivo por el cual juega en la campaña a hablar de economía, un poco,
pero fingiendo ser de barrios que no le quedan cómodos y pretendiendo cazar a
los descontentos con el discurso del “yo lo voté pero”, sin ver que quienes ellos
pretenden cazar aún apoyan al gobierno, y quienes decimos “yo lo voté pero no para
esto” somo los peronistas que ya hemos huido a la gran carrera del Frente de
Todos, pero que ni en broma votaríamos al trotskismo.
En definitiva, a la izquierda y a la derecha
del Frente de Todos hay heridos en el camino, que unos y otros quieren
capitalizar para pescar en la pecera. Milei y el FIT son lo mismo, son los
encargados de recoger a los heridos para llevarlos a la deriva, los recogen sin
destino fijo. Ambos son hijos de progres, resultados del mismo proceso y del
mismo desgobierno.
En el frente, y oponiéndose de verdad tanto
a la crisis moral y de valores como a la crisis económica y de gobernabilidad,
con doctrina y probado en batalla, está el peronismo. Por algo es que lo están
dejando jugar.
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