Me he debatido muchos días acerca de si debía o no escribir este texto. Es que a menudo me pregunto si no estoy haciendo catarsis yo sola gritando a la pared y también me imagino que puedo estar repitiendo siempre la misma cantinela. Pero qué sé yo, aunque la operatoria siempre es la misma, la evidencia que corrobora las hipótesis se va acumulando.
Hace unos días el presidente de la Nación
dio a conocer el lanzamiento de un plan de financiación para la compra de
bienes de uso en treinta cuotas, que incluía electrodomésticos de línea blanca,
mueblería, colchones, blanquería, y materiales para la construcción. Y la
verdad que la indignación que el hecho me ha provocado proviene más de la
reacción de los seguidores del gobierno que de la medida misma.
Digamos lo obvio: a nadie le molesta que el
pueblo argentino tenga acceso al consumo de bienes de uso, mucho menos de
aquellos bienes corrientes que se producen en el país y cuya demanda favorece
la producción, pues la estimula. O bueno, a nadie que sea peronista como es mi
caso le puede molestar eso. Pero hay que ver el trasfondo del asunto.
Como siempre las redes sociales son un
termómetro que mide dónde se encuentra el humor social de la militancia de un
lado a otro de la llamada grieta artificial. Reitero: las redes sociales
muestran de qué se habla, qué es lo que la agenda impone hablar entre las capas
más politizadas de la sociedad.
Entonces veo que del lado de la militancia
oficialista se celebra como un triunfo una medida que a todas luces es lesiva
de la capacidad de compra de las familias, pero se aplaude porque se impone
aplaudir porque la regla es aplaudir todo lo que el gobierno hace sin someterlo
a juicio alguno. Pero, ¿por qué es lesiva esa medida, acaso está mal que las
familias tengan acceso al crédito, tal que puedan comprar bienes y así
estimular a través de un aumento de la demanda agregada un crecimiento de la
producción, esto es, del trabajo?
No, planteado en esos términos no es
lesivo. El problema es que en la práctica el programa no está para funcionar
así, media una trampa que va a perjudicar a las familias. Porque véase: nos
están ofreciendo comprar bienes a dos años y medio, es decir, que nuestra
capacidad de crédito se compromete por un periodo demasiado largo para el valor
que tienen los bienes que se nos ofrece pagar. Y eso nos lo venden como una
victoria, pero no lo es.
Imaginen que hoy se nos rompe el lavarropas
y necesitamos uno nuevo. Excelente, vamos a comprar uno, decimos, y lo
compramos en treinta cuotas, es decir, a pagar en dos años y medio. ¿Qué pasará
si mientras estoy pagando este lavarropas, en el lapso de dos años largos y
medio, que no son moco de pavo, se me rompe, qué sé yo, el motor del agua o la
heladera? ¿De dónde saco dentro de un año para pagar en treinta cuotas una
heladera? Pues, de mi salario, ¿no? Pero este no es chicle. Mientras estoy
pagando el lavarropas se me rompe la heladera y entonces llegará un momento en
que tendré que superponer al pago de la cuota del lavarropas el correspondiente
a la heladera y en vez de endeudarme a dos años y medio, me habré endeudado a
tres años y medio. Si cuando estoy pagando las dos cuotas superpuestas una
granizada me agujerea el techo y debo pagar a un techista para que me lo
arregle, sacaré un préstamo bancario a tal fin, a falta de líquido, y llegará
el punto en que estaré debiendo el préstamo sin haber terminado de pagar el
lavarropas. Y eso en una economía inestable como la nuestra en la que la
inflación es una constante y los salarios se deprecian año tras año es una
auténtica bomba de tiempo, idéntica en efectos a los créditos UVA que
puteábamos durante el gobierno de Macri, aunque menor en escala. El resultado
obvio es el endeudamiento de las familias, que va a acarrear necesariamente
consecuencias nefastas, pues el salario no es chicle. Treinta cuotas son
demasiadas para estarse endeudando por un bien de uso. Doce está bien, treinta
no.
Durante el gobierno de Perón nuestros
abuelos pagaban un terreno o un inmueble en sesenta cuotas o en ochenta, y eso
sí que esa una garantía de progreso para las familias. Se trataba de bienes
durables, muchos de nosotros aún vivimos en esas casas. No hay punto de
comparación. ¿Quieren mejorar el poder de compra de los trabajadores? Revisen
las tarifas, por ejemplo, ¿no era que iban a retrotraer el tarifazo de Macri?
No endeuden a las familias.
Pero uno dice esto y le responden: “Deuda
es la que tomó Macri”, “Deuda es la del FMI” y expresiones afines. Ahora bien,
es aún peor cuando te dicen: “Bien que cuando Macri dio los UVA no dijiste
nada” o “Tu gobierno nos endeudó a cien años y te callaste la boca”. Y es peor
por el profundo grado de prejuicio implícito en la suposición de que si uno osa
criticar algo que el gobierno no hace bien es porque es “macrista” y porque “se
calló” ante el saqueo que el macrismo llevó adelante. Pero es gravísimo porque
habla de nuestra incapacidad para hacer sumas y restas y ver que no depende de
los nombres, la caca es caca aunque se haga llamar Dannette. La pregunta es,
¿qué dirían estos queridos amigos si el plan de compra en treinta cuotas lo
hubiera implementado el macrismo? Hubieran puesto el grito en el cielo. No
tengo pruebas pero tampoco dudas.
Y también te dicen: “nadie te obliga a
endeudarte” y te ves en la obligación de responder: “Sí, me obliga el valor de
mi salario que no me permite adquirir los bienes que necesito al contado o con
un plan de financiación lógico”, a lo que sobrevienen las risitas y las
chicanas.
Así que ahí está, la hiprogresía, la
hipocresía del progretariado que aplica la moral selectiva o elimina de la
discusión de la política lisa y llanamente el pensamiento. Nunca termino de
estar segura cómo funciona el mecanismo.
No sé si es hipocresía, doble moral,
negación o la hijaputez del que quiere imponer su verdad aunque no tenga razón.
Prefiero no sacarme la duda, prefiero no hacer conjeturas, porque la verdad que
me engrana bastante esto que pasa. Prefiero ponerle un nombre al proceso y
parar ahí. En fin, la hiprogresía.
Pero los ejemplos siguen.
Mientras discutimos si está bien o mal que
una actriz vaya en persona a hacer un reclamo gremial a la residencia
presidencial en un momento en el que el pueblo no tiene permiso de salir a
trabajar, visitar a sus mayores, practicar oficios religiosos, ritos fúnebres y
claro, tampoco de realizar reclamos gremiales, los alimentos vuelven a subir
una vez más, pero aquí estamos, discutiendo el sexo de los ángeles.
Que si ser puta es un insulto o no, estamos
discutiendo. Y nos dicen que no lo es personas que se ofenden porque las tratan
de putas. Soy puta pero no soy puta, soy petera pero no soy petera. En lo
particular, me importa un reverendo cuerno si me llaman como me llamen. Lo que
sí, sarna con gusto no pica. Qué quieren que les diga, soy mujer, soy adulta,
heterosexual y no soy soltera. Hagan dos más dos, habría que ver si se puede
sostener tantos años un matrimonio siendo virgen. Si alguien presupone que
alguna vez me llevé a la boca algo más que un chupetín, ¿me voy a ofender? Me
importa bien un culo lo que pueda decir de mí un tipo que no vale tres tarros
de mierda. Pero parece que eso de victimizarse vende.
Y ahora no se habla de otra cosa. Echemos
al diputado X por decirle algo feo a una mujer, no lo echemos por haber
habilitado el saqueo macrista o por querer regalar las Malvinas. ¿Se ve o no se
ve? Venta de humo al por mayor, hiprogresía al por mayor y banalización de la
violencia.
“Ay sí, esta señora que se dice puta pero
no quiere que le digan puta no pudo hacer su programa porque le dijeron puta.
Evidentemente la quieren muerta”. ¿Qué? Si la vida de ella corre riesgo porque
alguien le diga petera, qué les queda a los nenes que no morfan, a los abuelos
que viven a fideos y por supuesto a las minas cuyos maridos las recagan a
golpes, las violan y las matan. En fin, la hiprogresía, confunden todo, mezclan
todo y al final con todo metido en el mismo cajón termina pareciendo que todo
es igual de grave o peor: que todo es igual de fútil.
La operatoria es similar a la del villano
de la vieja película de superhéroes de Disney, Los Increíbles: “Cuando todos
seamos súper, nadie va a ser”. Si decir petera a una que se autopercibe petera
equivale a quererla muerta, entonces matar a una mujer tiene la misma gravedad
que decirle petera. ¿Se ve o no se ve? Es una ilógica morbosa que conlleva la
banalización del oprobio.
Y mientras los elefantes siguen y siguen
pasando. Los argentinos no podemos pagar nuestros alimentos, pero tenemos que
estar agradecidos por poder endeudarnos a dos años y medio. Nos solidarizamos
con una actriz por los ataques recibidos de parte de un diputado pero nos
olvidamos de que el diputado usa para atacarla aquello que ella vende como
positivo. Y además repudiamos al diputado por este episodio y no por todos los
demás episodios en los que se comportó como un auténtico hijo de puta.
Pero la mayoría se caga en las treinta
cuotas para colchones y lavarropas porque si aún tiene trabajo está tarjeteando
la comida del mes, no los muebles ni los electrodomésticos.
Se nos dice que “por accidente”
descubrieron que mezclar vacunas experimentales de diferentes laboratorios
aumenta la capacidad de inmunización de las mismas pero tenemos que
prosternarnos ante un gobierno que nos “cuida”. Vaya, gracias por utilizar al
pueblo como carne de laboratorio.
Y todos los días se suman ejemplos. Todos
los días tenemos que comprar este discurso de hiprogresía desembozada en
incómodas cuotas. Si nos atrevemos a poner el grito en el cielo somos gorilas,
macristas, machistas, antiequis, antibe, antizeta o cualesquiera otros epítetos
a la mano según le venga en gana a la moral selectiva de la progresía.
Y por fuera de esa ilógica, en la calle,
los argentinos sufren.
El mecanismo creo que ya sabemos cómo funciona: mercenarios que se disfrazan de "compañeros" para introducir una ideología que nada tiene que ver con el peronismo de modo tal que digamos que sí a cualquier cosa sólo porque lo hace el gobierno que es de nuestro agrado. Así, sólo nos basta con que los "del otro lado" se opongan para que "de este lado" apoyemos. El progresismo nos empezó a parasitar desde mucho antes que nos diéramos cuenta y hoy la tarea de peronizar es muy difícil, pero no imposible. Muchos que estuvimos ahí nos despertamos y creo que se puede despertar a mucha más gente.
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