Los únicos privilegiados

 



 

Mañana es el día del niño, y quise escribir algo en honor a los niños, porque Eva Perón y el General nos enseñaron que ellos eran los únicos privilegiados.

 

Creo que yo nunca fui una niña. Crecí en un ambiente raro, siendo la quinta hija de un matrimonio muy humilde. No tengo memoria de mis primeros años, solo me acuerdo de que lo que más odiaba era que me sacaran fotos y por eso en las poquísimas fotos de mi infancia que existen salgo llorando. Hasta el día de hoy me niego de plano a que me saquen fotos. Las que existen me las saqué yo salvo dos o tres.  

 

También me acuerdo de que era putita desde chiquita, me encantaban muchos hombres de quienes decía que eran mis maridos. Me acuerdo de JAF, el guitarrista de Riff, que estaba de moda por aquel entonces y de Manuel Wirtz, que tenía un programa para chicos cuando yo tenía unos cuatro o cinco años.

 

También recuerdo que estaba obsesionada con aprender a leer desde que tengo memoria y que apenas cumplidos los cuatro años una de mis hermanas mayores, a quien le había roto olímpicamente las pelotas para que me enseñara, me anotó el abecedario con los nombres de cada letra en un papel, y me lo leyó una tarde, recitándome la pronunciación de cada letra. Con esa única guía aprendí sola y supongo que desde ese momento en adelante terminé de ser niña. Los libros te abren muchas puertas en la cabeza y aunque yo no tenía muchos, sí contaba con una enciclopedia Larousse que me leí y releí más de una vez del derecho y del revés.

 

Luego de eso no tengo muchos recuerdos.

 

Sí me acuerdo de algunos episodios, y también recuerdo que a diferencia de muchos de mis coetáneos yo no quería crecer, era una suerte de Peter Pan, supongo que desde demasiado chica me tocó ver que la vida del adulto es dura. Yo no quería ser adulta, mi papá era adulto y vivía laburando como un asno, changueando, siempre arrastrando el carrito en el que trasladaba la cortadora de césped, la bordeadora y las herramientas de jardinería con las que se ofrecía casa por casa como jardinero. Cobraba diez pesos por jardín, mucho menos de lo que valía el trabajo, pues él no era un simple cortador de pasto, era un auténtico paisajista.

 

De joven había aprendido trabajando en la residencia presidencial de Olivos, donde cuidaba de algunos rosales que había plantado no sé qué primera dama. También allí aprendió de un japonés el arte del bonsái y recuerdo que solía jugar con una falsa caoba a la que le había cortado las raíces de crecimiento y le ponía suplementos de huesos y no sé qué cosas más para que diera flores, podando con paciencia las ramitas para que alcanzaran la formita piramidal del bonsái. También recuerdo que algunas veces me regaló flores y que me maravillaba la belleza de las composiciones que armaba, los ramos, pues conocía el arte del ikebana.

 

También recuerdo que era muy sola, no tenía amigas más que en el colegio, porque nunca me dejaban salir a jugar y tampoco tenía cosas para compartir con las otras chicas, y tenía vergüenza. Siempre fui muy vergonzosa de mi pobreza, quizás por el entorno, porque estudiaba en un colegio privado y bastante nariz parada y siempre era la única a la que no le compraban alfajor a la salida ni llevaba nada para comer en el recreo.

 

Uno de los recuerdos que sí me marcaron fue cuando mi viejo vino cayendo con una videocasetera y copias de muchos de los clásicos de Disney. Hubo tres hitos fundacionales de mi formación cultural, y son el descubrimiento de las películas de Disney, de los Redondos de Ricota y de Los Beatles. Era la única nena de seis o siete años de mi curso que escuchaba los Redondos y los Beatles, en medio de toda una generación que creció con las Spice Girls, Britney, Backstreet boys y a nivel local, con Rodrigo y la Sole. Siempre fui, por lo tanto, sapo de otro pozo, pero mirando las películas de Disney aprendí a cantar y cantando siempre fui feliz.

 

Recuerdo que una de mis hermanas se burlaba siempre de mi manera de cantar, porque yo cantaba las canciones de Los Redondos con la misma afinación que las de La Bella y la Bestia o La Sirenita.

 

Siempre fui una nena muy sola y supongo que si no lo padecí fue porque siempre estaba leyendo algo o cantando y no tenía tiempo de aburrirme.

 

Pero no recuerdo los días del niño, como no recuerdo los cumpleaños. Bah, el único cumpleaños que recuerdo fue el de los cinco años y en realidad, ni siquiera era mi cumpleaños. Ese año ingresaba al colegio y en el jardín preescolar nos festejaban el cumpleaños una vez por quincena o así. A los que cumplíamos en enero o febrero nos lo festejaban en marzo. Así que mi papá me hizo una torta para compartir con mis compañeritos.

 

Y fue muy lindo.

 

Fue especial porque era un gesto de mi padre, que nunca solía hacer ninguna tarea en el hogar, pero por lo demás no me acuerdo de nada. No tenía nada de especial el día del niño o el cumpleaños, era un día más, solo que te saludaban por tu cumpleaños y eso a mí que siempre fui vergonzosa me daba pudor. No me gustaba llamar la atención.

 

Recién fue de adulta que entendí el valor de ese día, porque empecé a ver más niños que recibían su regalito y su celebración y sobre todo, porque me puse a estudiar el peronismo y me di cuenta de lo importantes que eran los niños en otro tiempo, para Eva y para Perón. Era un auténtico evento y se celebraba con alegría.

 

A mí me tocó darme cuenta demasiado temprano de la hostilidad del mundo, no tengo recuerdos festivos de mi niñez, no tuve el privilegio de ser niña así como Santa Evita quería que lo fuéramos, con amor, inocencia, alegría y obvio, con la dignidad de crecer en un hogar con prosperidad y trabajo.

 

Por eso también soy peronista, porque me hubiera gustado que toda mi generación, mis hermanos y yo y los millones que crecimos en los noventa en medio de la crisis moral y económica hubiéramos tenido el privilegio de ser niños y no de crecer a los ponchazos, aprendiendo a no desear, a no pedir y a no aceptar ni cumplidos, ni regalos ni elogios ni nada bueno, en realidad, sin culpa y sin creer que no lo merecemos.

 

Porque sí lo merecíamos, lo merecíamos por el solo hecho de ser niños, y no teníamos nosotros la culpa de ser pobres ni de que otros fueran aún más pobres que nosotros.

 

Deseo que algún día los niños vuelvan a ser los privilegiados que fueron con Perón y Eva, que aprendan desde chiquitos que se merecen todo lo bueno y a ser felices sin culpa. Deseo que alguna vez en este país ser niño no sea un momento de penas e incertidumbre que de todos modos no querés que se termine por miedo a que la adultez sea peor. Deseo que alguna vez en este país vuelva a ser una bendición cada hijo de la patria y que criar niños sin que pasen necesidades, felices, vuelva a ser posible, porque de poblar esta tierra de hijos peronistas depende nuestra continuidad como pueblo y como nación.

 

Feliz día a todos los niños de la patria y también al niño o la niña que cada uno en nuestra especificidad hemos sido, que seguramente mora de a ratos en nuestro espíritu y aflora de vez en cuando para reclamar un abrazo o disfrutar de un alfajor.

Comentarios

  1. Hermoso.
    Me duele en el alma escuchar a jóvenes negarse a tener hijos por el gasto económico q les ocasionaría.
    Me duele en el alma cuando se dan la razón a ellos mismos cuando ven a los chicos pasar hambre y frío, y culpan a los padres x traerlos al mundo.
    Cómo me duele mi argentina tan querida

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  2. Emotivo relato y totalmente de acuerdo en que debemos recuperar esa ARGENTINA

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