Es difícil ser un joven en estos tiempos.
O quizás no en estos tiempos, a veces me
parece que a comparación con lo que a otros les ha tocado este tiempo se vive
más fácil, pero después me pongo a pensar en que técnicamente yo también cuento
como una persona joven, aunque ya esté madura y llena de canas, y que la verdad
que la vida no me es lo que se dice fácil. Pero vamos por partes, dijo Jack el
Destripador.
En lo que estaba pensando es en esa franja
de hijos sub-25 (y hasta me aventuraría a decir en algunos casos sub-30) que no
tiene nada para hacer pero no le interesa: los llamados ni-ni.
Antiguamente esa categoría no existía o
respondía sobre todo a mujeres que se quedaban en la casa haciendo nada, o
quizás haciendo las tareas del hogar, o acaso se ponían en pareja y no ejercían
el trabajo remunerado. También estaban los hijos de ricos que podían vivir a lo
Mauricio Macri y a quienes nadie jamás los iba a incitar a trabajar, pues
nacían sin necesidad de hacerlo.
Hoy en día la categoría ni-ni aplicada a los
adultos jóvenes que no estudian ni trabajan está cada vez más extendida, en
cada familia hay uno o dos de esos. Y la verdad que eso me preocupa. Ningún
pibe nace choto, ¿qué te lleva a ser un zángano que aparentemente planea vivir
toda su vida colgado de la teta de sus viejos? Suena muy fuerte así planteado,
pero me interesa observar ese fenómeno porque viene en ascenso.
Hace pocos días el flamante presidente de
la hermana nación peruana anunciaba que tenía pensado que en su gobierno
recientemente asumido los jóvenes que no estudien ni trabajen deban formar
filas en las Fuerzas Armadas. No sé si esta medida será de cumplimiento
efectivo o no, pero resulta llamativo (o no, pero sí lo sería aquí) que a un presidente
se le ocurra una movida como esa. ¿Qué opinión me merece una iniciativa así?
La verdad, qué decir, me parece perfecto.
Qué querés que te diga, me parece que en nuestro país está tan degradada la
autoridad que si a algún dirigente político se le ocurriera pensar en alguna clase
de conscripción para los jóvenes la medida sería un auténtico escándalo, además
porque desde el advenimiento del progresismo nefasto para la patria la
institución militar es mala palabra. Pero pareciera ser una cosa de lo más
lógica.
Juan Perón —a la sazón, un militar de carrera—
decía que cada uno debía producir como
mínimo lo que consumía. Y claro, esa es una máxima a favor de la producción y
el trabajo pero ¿saben dónde más se necesitan brazos? En la defensa de la
patria. Somos un país extensísimo, riquísimo, con un par de potencias
extranjeras soplándonos la nuca y usurpando nuestro territorio (los ingleses en
Malvinas, los chinos en el Mar Argentino), poseedores de enormes volúmenes de los
bienes que demandará el futuro, pero nuestro territorio permanece despoblado y vulnerable.
Las hipótesis de conflicto existen, negarlas
es de ingenuos o de malintencionados. Así que por cada día que dejamos pasar
sin que como nación hagamos nada por defender nuestro territorio más en peligro
estamos. Es inevitable, la máxima maquiavélica enseña que la guerra jamás se
puede evitar, a lo sumo se aplaza, y estamos caminando arriba de una montaña de
riquezas. Algún día vendrán por el petróleo, el agua dulce y el litio. Esto último
ya lo intentaron en Bolivia.
Pero bueno, puede que suene a animalada,
cierto que la ideología progresista reinante practica el pacifismo bobo. Sin
embargo, tiene lógica, la patria se la defiende laburando, no jugando a los videítos,
durmiendo la siesta mientras los padres trabajan y saliendo a bailar de noche.
Quizás suene duro lo que estoy diciendo,
pero es la verdad. Está claro que el trabajo no sobra y sin embargo, la
iniciativa se demuestra, cuando tenés ganas de progresar se nota.
Yo no soy modelo de nada, simplemente me
estoy poniendo de ejemplo porque conozco mi experiencia mejor que la de nadie. Nunca
hizo falta que mis padres me “enviaran” a trabajar como lo hicieron con mi
padre cuando contaba apenas cinco años. Yo ya era lo suficientemente madura a
los quince años para saber que si quería tener un peso iba a tener que
ganármelo, porque en casa no sobraba nada.
Fui profesora durante quince años, y
mientras tanto estudiaba la secundaria primero, en la universidad después y más
tarde trabajaba en la casa para un taller textil cosiendo, con la máquina de
coser que mi padre compró un año antes de morir, cuando le tiraron un hueso por
haberle matado al padre durante la dictadura. Llegué a laburar desde las cinco
de la mañana hasta las nueve de la noche los días que no cursaba en la universidad
o cuando estaba de “vacaciones”.
Y no digo que ese nivel de autoexigencia
(autoexplotación) deba ser la norma, lo ideal es una jornada laboral de ocho
horas con permiso de examen cuando tenés que rendir. Yo siempre trabajé en
negro.
Pero trabajaba. Ganaba miseria pero
trabajaba porque mi papá estaba desempleado cuando vivía, luego se murió y mi
madre trabajaba como una bestia para mantenernos, sin pensión ni ayuda alguna.
Aún así seguí estudiando, porque no me atraía la idea de ser costurera toda la
vida. Y no es que no fuera un oficio noble, que lo es, sino que tenía otros intereses
y por eso estudié.
No hacía falta cuando yo tenía quince o diecisiete
años que a uno le dijeran que tenía que trabajar, eso lo mamabas desde que
nacías, con el ejemplo.
En la actualidad la crisis de valores se
manifiesta también ahí, en ese comportamiento de Cucho en “La guitarra”: “Porque
yo no quiero trabajar/ no quiero ir a estudiar/ no me quiero casar. Quiero
tocar la guitarra todo el día/ y que la gente se enamore de mi voz”. El asunto
es que en la canción de Los Auténticos Decadentes el padre le recriminaba duramente
al hijo que se comportara como un vago posmoderno, en la actualidad eso no pasa.
Hemos naturalizado que un hombre de 25
años, en la cumbre de su fortaleza física, se rasque olímpicamente las partes pudendas
mientras sus padres lo mantienen y a la vez se nos quiere convencer de que está
bien que los viejos trabajen hasta la decrepitud. Una vez más, es el mundo
cabeza abajo.
Los peronistas privilegiamos el trabajo.
Una de las consecuencias más nefastas tanto de la degradación del aparato
productivo a partir de la última dictadura como de la crisis de los valores que
estalló en 2001 ha sido la pérdida de la cultura del trabajo, que redunda en
esa incapacidad de los padres para imponer una autoridad fuerte sobre sus hijos.
Y claro, también está la ruptura del aparato productivo que significa que el
trabajo no sobre.
Pero si se fijan bien, desde 1976 hasta
2001 la sociedad argentina ha sufrido un proceso de degradación moral tal que
aún vemos las consecuencias. Dicho en criollo, la culpa no es del chancho sino
del que le da de comer. Los padres de los ni-ni de hoy crecieron ya en medio
del desconche, fuera en el “no te metas” de los 1970/80 o en el neoliberalismo
feroz e individualista de los 1990.
Así que estas líneas no están destinadas a
tirarme contra los jóvenes, no es esa la idea, sino que este texto espera
visibilizar un problema y arriesgar algunos posibles orígenes a fin de sugerir
líneas de acción que como nación nos debemos.
La epidemia de vagos responde a la crisis
económica pero también a la crisis moral, pues resulta evidente que nadie que
se rija por principios y valores éticos puede ver como sano que los jóvenes ejerciten
la pereza a costillas de sus mayores.
Iniciativas como la de Pedro Castillo en
Perú no están destinadas a estigmatizar a los jóvenes, sino que propenden a
fomentar hábitos de trabajo. ¿No querés ir a la colimba? Perfecto y fácil:
estudiá o trabajá.
Mientras, por supuesto, el ideal de la reconstrucción
de la musculatura de un país que permita la inserción de esos jóvenes en el mercado
laboral.
Aquí nadie está sugiriendo que a los chicos
y chicas recién salidos de la secundaria los manden a la conscripción para que
los revienten ni para que los abusen ni para que los mandos de las Fuerzas
Armadas violenten sus libertades o sus cuerpos, no. Los errores del pasado no
pueden condicionar nuestra estrategia de defensa.
Como más arriba decía yo misma, a mi abuelo
y a una de mis tías los mataron unas fuerzas armadas que apuntaban las armas en
contra de su pueblo, que buscaban llevar adelante en el país una estrategia de desperonización
violenta a punta de picana eléctrica y pistola, a sangre y fuego, que se llevó
la vida de treinta mil compatriotas.
Pero no nos confundamos, aquello no era la
regla, era la excepción y debemos necesariamente reconciliarnos con las fuerzas
militares si pretendemos alguna vez dejar de ser colonia. No tenemos
escapatoria, lo debemos hacer. Sin fuerzas armadas patrióticas y populares no
hay patria.
Pero a su vez la iniciativa enseñaría a esa
generación de ni-nis la disciplina que nosotros como adultos no les hemos
sabido infundir y que la patria necesita para crecer. Es necesario recuperar la
cultura del trabajo, que todos sepamos que debemos producir para vivir, tanto
porque el país debe de mínima igualar en oferta la demanda de bienes del
mercado interno como porque el pueblo es peronista y como tal es cristiano
y por lo tanto entiende que el pan ha de ganarse con el sudor de la frente. Esa
es la ley de la vida. Para gozar de los dones de Dios hay que practicar la dignidad
del trabajo.
No importa si después la socialdemocracia
posmoderna que se identifica más con la música de Bob Dylan y la cultura jipi
que con las Veinte Verdades emite a troche y moche cantos de sirena
estupidizantes como el culto a la marihuana, la olla popular y el garantismo mal
entendido. Los hombres y mujeres de bien deben formarse en valores firmes, en
la cultura del trabajo y de la entrega y pensarse a sí mismos como sirviendo a
la comunidad, con esfuerzo, patriotismo y amor.
Si no encaramos una estrategia firme de verdadera
inclusión de la juventud, que diste de las reivindicaciones multicolores y los
DNI con letritas raras, sino que haga hincapié en la educación, el trabajo y la
disciplina seguiremos teniendo este problema del nene vago que duerme la siesta
de dos a cinco para irse a dormir a las siete de la mañana después de salir de
juerga.
Hoy en Argentina los jóvenes se dividen entre
Cucho de los Decadentes y los otros boludos que siendo laburadores sabemos que
jamás podremos tener ni casa propia ni familia, pues ambas son prohibitivas en
un país en el que los trabajadores formales son pobres.
Debemos encontrar el equilibrio para que esas
inmoralidades se terminen, vivimos en el país más rico del mundo, un diamante
en bruto que hemos de pulir.
Ningún pibe nace choto. Haga patria, enseñe
a un joven que la salida son el trabajo y el patriotismo, esto es, el peronismo.
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